Mejor dicho, ha caído en combate, no porque en sus manos portara una pistola o un fusil como cualquiera de los luchadores que supo admirar y defender cuando muchos callaron, sino porque «el viejo» Sarthou eligió otro campo tan meritorio y necesario como aquel para desarrollar su pasión militante. Se puso desde siempre del lado de los más humildes, de los trabajadores, los peones rurales, los excluidos que malviven en los cantegriles (villas miserias) orientales. Con ellos y ellas caminó durante gran parte de sus 86 años de vida, dedicándole sus saberes como abogado, defendiéndolos en causas que parecían imposibles de ganar, frente a patronales explotadoras y sabedoras de una crueldad impune que devolvían en jactancia. Son innumerables los casos, en que a la luz de reivindicar a sus defendidos, le tocó pelar en inferioridad de condiciones, sin arredrarse ni dejarse cooptar por prometedoras prebendas o aprietes infames.
Son miles los testimonios de su enfrentamiento a los poderosos, reivindicando la libertad sindical, o dando batalla desde su trinchera como Senador, en defensa de los ocupantes de tierras, o impulsando una ley contra el acoso sexual, para favorecer a las trabajadoras. Ni qué hablar de su denuncia en el país y en el exterior a la dictadura militar y sus cómplices civiles. O la imperativa exigencia de que se haga justicia con los desaparecidos, los asesinados, los perseguidos, y se envíe a cárceles comunes a sus verdugos. En todas esas patriadas, Sarthou brilló con luz propia.
Como soldado de la política que era, Sarthou iluminó con su presencia aquellos años peleones del Frente Amplio, donde participó como fundador en 1971, mucho antes que sus compañeros de batalla abandonaran la lucha antiimperialista y capitalista, y enterraran en un pozo de traiciones y corruptelas las banderas heroicas del socialismo. Por eso y no por otra cosa, «el viejo» que había sido digno y consecuente senador por ese partido, decidió abandonarlo en el 2008, avergonzado por el rumbo socialdemócrata y entreguista que alegremente asumieron muchos de sus dirigentes.
Sin embargo, desde ese momento Sarthou imprimió aún más fuerza a su constancia para enfrentar a los enemigos, reiterando su apuesta por los de abajo en una lucha de clases que siempre sobrevoló la vida política uruguaya. Desde la Corriente de Izquierda primero (partido que supo motorizar con otros rebeldes de su estirpe) y más cerca en el tiempo, dentro de las filas de la Asamblea Popular (que lo candidateó otra vez para senador), embistió una y otra vez contra los molinos de viento que le fue poniendo el destino en su recorrido impetuoso.
Quienes tuvimos la suerte de conocerlo en los últimos años, sabemos muy bien los puntos que calzaba este Sarthou del que hoy hablamos. Político de raza, sin pelos en la lengua para denunciar los chanchullos de los de arriba. Internacionalista convencido, defensor de la Revolución Cubana y de Venezuela Bolivariana en cada estrado al que se lo invitaba a decir sus verdades. Perseguidor implacable, desde su tribuna como abogado o desde su espacio radial, de la derecha oligárquica de «blancos» y «colorados», pero también de quienes saltaron el charco desde la izquierda y se convirtieron en piezas edulcoradas del Sistema. O en «nueva derecha», como afirma el historiador Gonzalo Abella.
Por eso, al evocar a este querido «viejo«que hoy ha decidido tomarse un descanso, lo hacemos con rabia, no sólo porque se haya ido sino porque no pudo ver coronado en vida algo por lo que tanto luchó: el ver instalado entre los humildes un concepto de patria distinta, históricamente ligada a las ideas del Artiguismo y que en el presente tiene que ver con esa asignatura pendiente que es el socialismo. Una reivindicación que Sarthou no cejó de impulsar jamás, incluso en estos malos momentos, donde el pseudo progresismo de los Mujica, los Astori o los Huidobro, por citar sólo a algunos, hayan decidido blasfemar contra su propio pasado en su ambición de gobernar.
Compañero Sarthou, ilustre y venerado militante de las causas justas, ahora que te vas a encontrar con otros corajudos revolucionarios tan dignos e inclaudicables, como el «Bebe» Raúl Sendic, el inolvidable Mario Benedetti, tu hermano de tantas barricadas Hugo Cores, o esos cientos de luchadores tupamaros, socialistas, anarquistas y comunistas, que enfrentaron a la dictadura poniendo el cuerpo y la sangre, no nos cabe ninguna duda que vas a seguir subvirtiendo el presente y apostando a un futuro mucho más justo y solidario para los que aquí abajo nos quedamos un poco huérfanos por tu ausencia.
Carlos Aznárez. Director de «Resumen Latinoamericano»