¿Y qué es trabajo “útil”? No puede ser más que el trabajo que consigue el efecto útil propuesto.
Karl Marx
Política VS trabajo
En la antigua Grecia y Roma el trabajo no estaba valorado de forma positiva. Se lo consideraba degradante y un obstáculo para desarrollar las actividades cívicas. Sócrates decía que los oficios de artesano “no dejan ningún tiempo libre para ocuparse de los amigos y de la ciudad” y “echan a perder el cuerpo de los obreros que lo ejercen”. Tres siglos más tarde, Cicerón califica al oficio de artesano como “Sordidi”. Pero su crítica no apuntaba en realidad contra el trabajo manual en sí mismo, es decir, contra la propia actividad de poiesis, de creación de objetos y obras. Pericles consideraba que ser artesano no suponía un impedimento para “comprender de forma suficiente las cuestiones políticas”. Su rechazo al trabajo manual surgía entonces, a raíz del impacto negativo que éste tenía sobre la política, a causa de los lazos de dependencia que crea desarrollando una economía servil.
Más allá de que los trabajos más duros se reservaban a los esclavos, ‑aunque a veces trabajaban mano a mano con campesinos libres‑, o que todo lo relacionado con la industria textil confinaba la mujer y sus criadas a tejer en las casas, el problema con el trabajo reside principalmente en su incompatibilidad con practicar la democracia. Cuando alguien está sometido a una relación de dependencia que le consume el tiempo, resulta imposible hacerse cargo de los asuntos que atañen a la ciudad y a la comunidad.
El trabajo como política.
A lo largo de todo el siglo XIX y hasta la década de los 70 en el XX, el concepto atribuido al papel que cumple el trabajo en la sociedad, cambió radicalmente con respecto a los antiguos o a la edad media. Ha pasado de ser un elemento de marginalidad, símbolo de la decadencia para quien lo ejerce, para gradualmente alzarse como una actividad pública de la que emana la ciudadanía y los derechos políticos. El trabajo pasó a ser un medio con el que ganarse la vida, algo que se tiene o no se tiene, a través del cual gira toda una ética redentora asociada al cristianismo, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, o en la versión socialista, su papel que glorifica la dignidad colectiva e individual.
La creciente concentración industrial fue gestando un proceso que arrancaba del campo a los futuros proletarios para llenar fábricas y que poco a poco consigue hacer de la relación capital-trabajo, la única relación posible a la hora de pensar la vida. Al principio, e incluso hasta finales del XIX y principios del XX, la vuelta al campo o incluso mantener parte de la manutención gracias a un huerto propio, era moneda corriente. La obsesión de los industriales como Charles Taylor o Henry Ford, no era otra que, la de disciplinar a los obreros dentro de las relaciones salariales. Obreros que escapaban, se fugaban y se negaban a someterse a las duras condiciones que imponía la cadena de montaje.
Para hacer sostenible socialmente durante un periodo histórico al mastodonte industrial que negaba la democracia dentro de la fábrica, los beneficios se redistribuían de tal forma, que aseguraban al mismo tiempo la propiedad privada al capital y el acceso ciudadano a una serie de derechos; el llamado Estado de Bienestar. Había que fabricar muchos productos para el consumo de un público masivo –coches, viviendas, lavadoras etc…-, y ello precisaba de una cierta estabilidad a medio plazo para garantizar su salida al mercado. Esa etapa ha finalizado, el vaso ha rebosado y el precario equilibrio del pacto entre capital y trabajo deja de ser rentable para los de arriba y respirable para los de abajo. El problema que tenemos hoy ante nuestros ojos es ¿y ahora con qué se sustituye?, ¿hacia dónde cambiamos?
El trabajo es la política.
Para los antiguos, el trabajo era degradante porque impedía la actividad pública/política, para la modernidad era la base edificante de la identidad pública. Hoy en la postmodernidad, se convierte en sí mismo en la propia actividad pública. Se está acabando la separación entre trabajo manual y trabajo intelectual, entre el obrero y el intelectual. El intelectual Kantiano del “yo pienso” elevado por encima de la sociedad, o el intelectual de Lenin que aporta algo, en tanto y cuanto pone sus capacidades al servicio del proletariado, dejan de tener sentido.
Se despliega en cambio, el intelecto de masas distribuido por toda la sociedad. Si antes la máxima a seguir era, trabaja y calla, ahora la lógica que se va imponiendo es: olvida que esto es un trabajo, una obligación y habla, comunícate, comparte, utiliza el intelecto. Antes suprimían el conocimiento del obrero y lo parcelaban en gestos simples y mecánicos, y ahora se busca que el propio conocimiento y saber formen la base del trabajo. Se rompen las comunidades obreras y se sustituyen por los valores y la hermandad de la empresa.
El prototipo de jefe ya no responde al perfil de hombre de mediana edad, autoritario, jerárquico, dictatorial, ahora en cambio, las empresas fomentan otro modelo muy distinto. Ya no quieren que pongas el máximo de tuercas en el mínimo tiempo posible y la repetición de un mismo gesto, ahora la empresa proyecta una imagen de familiaridad. Los ejecutivos con más éxito ponen en valor otro tipo de características más acordes al tipo de plusvalor que se quiere extraer: La empresa no es un campo de batalla, es un ecosistema, la empresa es una comunidad, no una máquina, debe servir a sus empleados y tratarlos como compañeros; buscar su motivación y hacer del trabajo algo divertido. Como reza la publicidad de la Universidad San Pablo CEU para sus cursos de empresa, “no se venden productos, se crean relaciones”, “la riqueza no se crea con productos, sino personas”.
En principio nadie elegiría el modelo de jefe autoritario, pero los métodos utilizados se siguen rigiendo bajo una lógica de beneficio y rentabilidad, aunque a veces, busquen aparentar que no es así. Ser flexible, tener actitud proactiva, iniciativa y autonomía en el trabajo, porque los cambios son rápidos y las viejas rigideces impiden la adaptación. El avance virtual, la formación continua, la conexión de las tecnologías que en cada vez más empleos, impiden saber cuándo separas trabajo de ocio y aceleran una economía que precisa de 24 horas trabajando y no sólo 8 de la jornada laboral. Implica igualmente, una fragmentación y parcelación del trabajo, que conlleva un aumento de la temporalidad y de la subcontratación a empresas externas.
Existe una relación directa entre temporalidad, subcontratación y aumento de accidentes laborales, no sólo en la construcción, también en el sector turístico, entre otros. La empresa hace todo lo posible por aparentar un mundo feliz donde parece que lo último que importa ahí dentro es hacerte trabajar, aunque se para nunca. De la misma forma que aspiran a que esa misma fuerza de trabajo acepte una la relación contractual precaria y neoesclavizadora.
Resulta complicado conjugar precariedad laboral con ilusión en la empresa, pero además, ese espíritu de motivación impuesto al trabajador puede tener como consecuencia, graves problemas psicológicos. Al estrés de la rutina diaria, se suma la imposibilidad de elegir si quieres o no quieres formar parte de la familia-empresa. Cada vez menos se trata de hacer tu tarea y olvidarte, ahora se exige volcar el conjunto de capacidades sociales y mentales, implicarte como si la empresa fuera tuya. En esta línea apuntan las palabras de Alberto Nadal miembro de la CEOE, cuando afirma que los jóvenes deben “verse como empresarios, o como gestores de su propio capital humano dentro de la empresa, desarrollando sus capacidades para adaptarse a los cambios”. Para acabar diciendo que la sociedad “ha de ver en la figura del empresario a alguien con ideas, que acepta el riesgo de iniciarlas”.
Este es el punto donde política y trabajo se fusionan, para paradójicamente alejarse como nunca antes de la capacidad democráctica colectiva sobre los asuntos comunes que atañen a la ciudad. Para poder seguir manteniendo el régimen de la propiedad privada totalmente anticuado, se busca la cuadratura del círculo: que trabajemos aportando nuestra vida, ideas, esfuerzos, ilusiones, para una empresa que te exige entrar a formar parte de su comunidad, cuando por otro lado, desaparece toda seguridad laboral y social aumentando nuestra necesidad servil con el trabajo. Todos empresarios pero siendo precarios, ese es su sueño.
Un ejemplo muy claro: La Generalitat Catalana con el objetivo de maquillar las cifras del paro ofrece a las empresas, jóvenes de entre 18 y 25 años licenciados o con formación profesional para contratos no laborales de hasta 40 horas. ¿El sueldo? 426 euros, es decir, 1 euro la hora. ¿El objetivo? En palabras de la Generalitat, sirve para, “mejorar la empleabilidad y que la relación contractual acabe solidificando”. Traducido quiere decir, mejorar la sumisión de la servidumbre para que se solidifique este tipo de relación despótica. El surrealismo de la situación se podría resumir de la siguiente manera: Te exigen que lo des todo, cuando te estás quedando sin nada.
La política del trabajo
La riqueza cada vez más, es fruto de una cooperación social creada dentro y fuera del trabajo; conceptos como compartir, autonomía, co-crear, emprender en común, forman parte del nuevo libro de estilo en recursos humanos. Son los mismos conceptos y cualidades propios de la organización colectiva, de la intervención política de las multitudes queriendo decidir sobre sus vidas, son el espíritu de las plazas que buscan democratizar la sociedad. Las mismas herramientas para fines antagónicos: Por un lado, hacer de la política un mecanismo de explotación con fines privados, por el otro, hacer política para el beneficio común. Nos explotan con las mismas armas que nos pueden permitir subvertir el régimen de explotación.
La ciudad industrial del siglo XIX se desarrolló antes de que muriera la vieja sociedad feudal. Hoy nos sucede algo parecido con el trabajo. Por eso, es necesario vincular las luchas aun existentes dentro de los centros de trabajo, con las luchas metropolitanas de los que no tienen trabajo, están en negro, son temporales, los y las precarias. La renta básica entre otros derechos, se presenta como posibilidad de cambio que otorgue una alternativa a la masiva privatización de la riqueza, como nexo de unión entre distintos mundos del trabajo. Una masiva precarización de la sociedad, debe tener una respuesta desde toda la sociedad como centro productivo. La decisión, sabemos que siempre es ante todo política más que económica: según la agencia Associated Press, el jefe ejecutivo-CEO- David Simon, recibió el pasado año 2011, una suma total de 137 millones de dólares. Una persona que cobra el salario medio de EEUU, 39.112 dólares, tardaría 3489 años en ganar lo que Simon consigue en un año.
Sólo a través de una coordinación, más que unificación, de las distintas realidades, que van desde los mineros hasta la camarera de temporada, puede hacer visible lo que el filósofo Jacques Rancière llama, “la existencia de un común”. Una existencia con el objetivo de alcanzar un tiempo y un espacio, “dotado de una palabra común”. Una palabra política para poder decir algo al respecto de lo que vemos, una renta básica para liberarnos del servilismo y poder decidir sobre lo que vemos. Para que los que quedan aparte, tomen su parte.
El matrimonio Webb, en su célebre libro, La Democracia industrial, publicado en 1898, entienden que es necesario aplicar “la gestión de todos los negocios por la comunidad”, con la finalidad de “maximizar la igualdad en la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad”. Hoy esa búsqueda pasa porque la comunidad pueda gestionar la ciudad, la nueva fábrica. Pensar en la existencia de candidaturas, pueden no verse reñidas con el movimiento, siempre y cuando estén sometidas al poder colectivo de los barrios, las redes y las plazas: el verdadero ágora de donde emana la política de los muchos para los muchos.