La llamada “hoja de ruta” hacia una “floreciente y disciplina democracia” anunciada por el régimen de Myanmar hace ya unos años está cumpliendo buena parte de la agenda hecha pública en 2003. Las reformas políticas, la liberación de prisioneros el pasado mes de enero, las elecciones parciales de abril o los acuerdos de paz con lagunas minorías étnicas han abierto la puerta a diferentes interpretaciones, algunas de ellas, y sobre todo por parte de algunos gobiernos occidentales, bastante optimistas.
No obstante, todavía quedan sobre la mesa dudas e incógnitas, como las tensiones con algunos grupos armados técnicos; las nuevas relaciones con parte de la comunidad internacional, hasta ahora promotora de embargos y sanciones; la producción y tráfico de drogas; la transformación del sistema político; o el nuevo escenario que se puede entrever en Myanmar, y al que algunos analistas no han dudado en definir como “la apertura de puertas a una nueva explotación y desequilibrio del país”.
Las reformas políticas que han iniciado hace tiempo los dirigentes de Myanmar muestran un nuevo escenario que pueda poner fin al aislamiento por parte de cierta parte de la comunidad internacional y que presente ante la misma un nuevo rostro. Hace tiempo que esos sectores internacionales, dimidos por Washington han venido buscando un cambio de régimen en el país. Sin embargo, ni las protestas de agosto de 1998, protagonizadas por sectores juveniles, ni las del mismo mes de 2007, con los monjes buditas como protagonistas han sido capaces de variar el rumbo de Myanmar.
Han sido los propios militares los que han establecido su propia agenda para buscar la anteriormente citada transformación, sorteando para ello las reticencias que se han presentado dentro del régimen, y el pulso entre los miembros de la llamada “vieja guardia”, reacios a algunos cambios, y los partidarios del presidente Thein Sein, más propensos a llevar a cabo unan reforma en clave liberal.
La liberación de la histórica disidente Aung San Suu Kyi y el posterior triunfo electoral de su partido político, la Liga Nacional para la Democracia (NLD) han servido para que los otrora detractores internacionales del régimen cambien de posición, como es el caso de EEUU que se ha mostrado partidario de acabar con el embargo y permitir de esa forma las inversiones en el país.
Llama la atención que en torno a esas voces que propugnaban “un cambio político” desde el exterior también se han manifestado las peticiones de una reforma o de cambios económicos. Ésta, en opinión de esos sectores, debería ser una transición de la actual economía “controlada por el estado” hacia una “liberalizada”. Como han señalado algunas voces desde Myanamar, en definitiva, lo que algunos pretenden es un determinado cambio para abrir las puertas del país a la explotación de sus riquezas.
Frente a quienes todavía ven importantes reticencias entre los militares birmanos a los nuevos tiempos, todo parece indicar que la mayor parte del poderoso Tatmadaw (ejército birmano) apuesta por una transición controlada, dando mayor participación económica y política a otros sectores de la sociedad, pero sin perder los privilegios y riquezas que han acumulado hasta ahora. La situación de las llamadas minorías étnicas es uno de los problemas que deberá afrontar el país. Una realidad que ha marcado el devenir de las últimas décadas y que todavía parece lejos de encaminarse a una pronta solución.
Myanmar, conocida hace muchos años como Birmania, es una creación colonial, que aglutinó en base al guión colonial británico a las nacionalidades que históricamente tenían poco o nada que ver unas con otras. Como señala un analista, “incluso hoy en día, hay remotas áreas tribales donde la población local ni siquiera saben que pertenecen a un país llamado Birmania, o incluso Myanmar”.
Históricamente decenas de organizaciones de Kachin, Karen, Mon, Karenni o Shan han optado por la lucha armada para defender sus derechos y reivindicar su territorio. La estrategia de los gobiernos birmanos ha pasado por captar a algunos sectores de los rebeldes, establecer acuerdos de paz con otros y finalmente combatir a los que se resistían a al asimilación territorial. Uno de los últimos avances en este sentido lo ha supuesto el acuerdo de lato el fuego con los rebeldes del Ejército de Liberación Nacional Karen, que a pesar de las dificultades y enfrentamientos posteriores parece que se mantiene en vigor. La otra cara de la moneda ha sido por un lado, la decisión del Ejército Independiente Kachin (KIA) de romper el cese de hostilidades que mantenía con el gobierno desde hace años, y por otra parte los enfrentamientos entre budistas birmanos y miembros de la minoría musulmana rohingya.
La realidad del pueblo kachín representa en cierta medida lo que algunos han señalado como “el paradigma del desarrollo destructivo”. La explotación de las riquezas de la zona no revierte posteriormente en la población local, quien además asiste indefensa a la aplicación una política de construcción de grandes infraestructuras destinadas a facilitar el transporte de las riquezas, jade y madera de teca en su caso. Las minorías observan cómo se presenta “la degradación medioambiental y personal” como desarrollo, sin que les reporte ganancia alguna.
Además, en torno a esos mega proyectos mineros o hidroeléctricos, se desarrolla toda una cultura de consumo de opio, prostitución y militarización, generando además epidemias masivas de SIDA o emigraciones forzadas. Y en este complejo panorama no podemos olvidarnos tampoco de la situación que se genera por el tráfico y producción de drogas.
Finalmente otro aspecto clave será las relaciones de los dirigentes birmanos con el exterior. Las presiones y sanciones aplicadas sobre todo por EEUU (la mayoría de estados europeos no han mostrado nunca mucho interés en Myanmar, más allá de su habitual política seguidista hacia Washington) han sido sorteadas en el pasado por los dirigentes birmanos con habilidad. Así, han sabido aprovecharse de su situación privilegiada para establecer acuerdos con los dos gigantes vecinos, India y China.
Las inversiones de Beijing, junto a importantes cantidades destinadas a ayuda técnica y financiera han llenado los bolsillos de algunos sectores birmanos, a costa eso sí de una venta de la riqueza del país. Por su parte, India también ha mantenido relaciones con Myanmar en diferentes ámbitos. Recientemente se han producido varias visitas de mandatarios de ambos países, y una prueba de la estrecha colaboración es la presión que el gobierno birmano ejerce sobre los campamentos de refugiados de las minorías del noreste indio, donde operan grupos insurgentes contra Delhi.
Además, hay que recordar las inversiones en materia de turismo u hospitales que tanto Malasia como Singapur llevan realizando desde hace años en el país, o la venta de petróleo y gas natural a Tailandia, con quien además mantiene colaboraciones en temas tan delicados como los refugiados, la migración, la insurgencia étnica o el narcotráfico.
Myanmar sigue disponiendo de importantes recursos materiales, al tiempo que goza de una privilegiada posición geoestratégica. La pelea por hacerse con la influencia y el control de las riquezas va a caracterizar en los próximos años las relaciones en clave interna, pero sobre todo de cara a la actuación de los llamados actores extranjeros.
Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)