Ayer fue un día donde el hundimiento del Estado y la economía española se hicieron más trágicos y evidentes que nunca. La prima de riesgo rebasó los 610 puntos y anunció irremediablemente el rescate del Estado español. La rentabilidad del bono a 10 años en el 7,27% hace ya insostenible la financiación de la deuda. La Bolsa vivió una debacle que culminó con la peor jornada del año con una caída del 5,8%. La comunidad valenciana, prototipo de corrupción y de mala gestión, abrió oficialmente el baile de las comunidades que piden ser rescatadas. Todos los indicativos señalan que el Estado español continúa descendiendo por una vía de destrucción, en un agujero negro sin señales de luz.
No hay razón para sobreactuar en la dramatización de la situación española. Esta habla por sí sola. Pero a la crisis económica, se une, además, otra crisis de confianza y de credibilidad que golpea a todas las instituciones del Estado. La familia real, el sistema político, la judicatura, la élite económica… El modelo y la forma de Estado, tanto o más que el sistema bancario o la burbuja inmobiliaria, han sido pinchados y han reventado haciendo que esta crisis sea sistémica y metastásica en su propagación.
Intervenido de facto por el Eurogrupo, el PP se adhiere a la ortodoxia de la austeridad que dictan Bruselas y Berlín. Los recortes draconianos y la subida de impuestos al consumo son una medicina que hará que el «enfermo» no se recupere. Que los derechos básicos de los ciudadanos se erosionen más aún. Que la desigualdad, la pobreza y el paro continúen aumentando. Y, con ello, comprensiblemente, también la indignación social y las revueltas hasta resquebrajar la frágil «paz social».
El Gobierno del PP está totalmente desbordado y con apenas otro margen de maniobra que no sea el de comprar y ganar tiempo. Saqueando a la gente y a los bienes públicos para que los bancos puedan equilibrar sus balances, en severa recesión y sin modelo productivo alternativo, Rajoy se limita a hacer lo que hizo el pianista del Titanic, seguir tocando mientras el barco se hunde.
De nada sirve ir tapando escapes de agua cuando hay enormes boquetes. Es hora de saltar de ese barco para que este país pueda cambiar de rumbo.