El patriarcado y el capitalismo siempre han formado un matrimonio estable, comparable a esas parejas carentes de todo erotismo que, a fuerza de dejarse ver juntas y aunar intereses económicos y de clase, acaban pareciendóse entre sí diferenciándose del resto. Ignoramos si se quieren, incluso si son capaces de querer a alguien y a algo que no sean ellos mismos, pero lo que tenemos claro es que se lo han montado bien, y que tanto uno como otro han encontrado a un fiel y digno compañero de viaje.
Hace años, Heidi Hartmanen escribió un breve ensayo titulado “El infeliz matrimonio entre el marxismo y el feminismo” que ha servido desde entonces como material recurrente en los debates y discusiones que tienen a estos dos movimientos como protagonistas. Porque no siempre nos hemos llevado bien. Desde el marxismo clásico a menudo se ha entendido la opresión de las mujeres como fruto del capitalismo, obviando así las dinámicas y estrategias propias del patriarcado; sin embargo, la Historia y nuestras propias experiencias nos han enseñado que el patriarcado no hace necesariamente ascos a otros compañeros de cama (aunque sea de forma puntual, de unas noches, es decir, coincidiendo solo en la práctica política y difiriendo en la teoría).
El marxismo a menudo no ha sido capaz de dimensionar correcta y justamente la capacidad transformadora del feminismo y la posibilidad del mismo de subrayar las contradicciones del capitalismo, evidenciarlas y por qué no, vencerlas.
Si actualmente vivimos en un sitema capitalista-patriarcal, lo lógico sería que las iniciativas revolucionarias marxistas y feministas no fueran una pareja de hecho más o menos bien avenidas sino que fueran una única estrategía teórica y práctica política. Heidi Hartmanen ya apuntaba que la creación y creencia en esta dualidad (marxismo y feminismo) suele traer la insatisfacción y a menudo desconfianza de una de las partes (la comparación con un matrimonio no es casual). Esta desconfianza mutua nos ha traído el resultado lamentable de la pérdida de fuerzas, de alianzas y el estúpido juego de espejos donde quien enfrente se refleja es el enemigo.
Así las cosas, a menudo nos encontramos, fruto de esta relación de “ni contigo ni sin ti”, con una pregunta tan recurrente como estúpida: ¿Eres antes marxista o feminista? Está claro que esta es la reedición del clásico absurdo de ¿a quién quieres más a tu padre o a tu madre? O dicho de otra manera, “¿playa o montaña?, ¿café o copa?” Pues vaya tontería: Ama, aita (en los casos en que existan estas dos personas), playa, montaña, café ¡y luego copa! ¿Por qué no? Las elecciones no siempre son excluyentes; es más, cuando se trata de diseñar un presente y un futuro en el que quepamos todos y todas estas deben ser, forzosamente integradoras en su práctica e integrales en su planteamiento.