La crisis es un nuevo jinete del Apocalipsis que domina el horizonte de nuestra comunidad. Es una crisis larga, dura, profunda, de las que crean surcos en el rostro y en el alma de las personas afectadas. A los excluidos y excluidas históricos se les añaden los nuevos y se conforma una gran bolsa en Euskal Herria de exclusión y precarización. Un tercio de nuestras gentes ronda el umbral de la pobreza, mientras el 1,3% dispone casi de la mitad de toda la riqueza creada en nuestra tierra. El diagnóstico de la situación actual nos muestra la mayor crisis económico-financiera de la historia del capitalismo.
Ello tiene graves consecuencias en la periferia de esta Europa decadente, antaño dominadora del mundo, donde observamos la magnitud de los sectores precarizados, excluidos, y/o marginados. Pero junto a esta gran crisis converge otra crisis múltiple: alimentaria, energética, política, cultural, ecológica, que se refleja en el mundo actual en grandes hambrunas, gravísimas carencias de fuentes energéticas, aceleración de la destrucción de la biodiversidad lingüístico-cultural, agotamiento de los recursos, profundas transformaciones económico-políticas y la denominada crisis climática. Se trata de esta crisis múltiple que muchos de nosotros denominamos como crisis de civilización.
Y aquí no valen las fórmulas de antaño. La realidad exige planteamientos y transformaciones radicales. O lo hacemos nosotros con decisión o las fuerzas negras del fascismo, del imperialismo, y del capitalismo conservador nos lo imponen en sentido contrario. Es más, ya lo están haciendo, con sus guerras, su autoritarismo, sus proyectos de sumisión y su imposición. Sus planes de ajuste nos recuerdan ya demasiado, en su formulación y consecuencias sociales, a los planes de ajuste que llenaron de miseria los países latinoamericanos y otros del denominado Tercer Mundo durante la época dorada de la deuda externa. Coinciden hasta en sus dos vertientes: el ajuste para pagar la deuda, la refinanciación para recuperar el crecimiento.
Tenemos que salir del círculo. No podemos esperar más tiempo a las paliativas soluciones de instituciones, gobiernos y partidos de izquierda. La situación requiere una nueva conciencia, una nueva cultura y una nueva humanidad. El Socialismo del Siglo XXI tiene entre sus nuevos pilares una nueva construcción social asentada en el protagonismo de las gentes. La lucha entre la democracia directa y la democracia delegada marcará probablemente los tiempos venideros. Aquí y ahora, se trata en la práctica de conquistar el espacio de lo local y la noción de empoderamiento. Se trata de crear las condiciones que faciliten la supervivencia de los marginados y marginadas y de los excluidos y excluidas. De facilitar la supervivencia de aquellas personas, que por lo que viene, lo van a tener harto difícil.
Se trata de potenciar la comunidad. Aquí, frente a la crisis económica, financiera, social, energética, ecológica, cultural y de civilización que sufrimos en nuestros días, se trata de recuperar nuestro desarrollo comunitario en espacios locales que nos permitan solventar las necesidades básicas y recuperar nuestro poder, cultura, biodiversidad, y democracia social.
Hasta hace poco tiempo hemos sido un pueblo comunitario, es decir, un pueblo asentado en la prioridad de la propiedad comunitaria. Y ello configuraba nuestro carácter. Esa propiedad comunitaria entronca con nuestras raíces y con nuestra historia. Es un elemento central en la perdurabilidad de nuestro pueblo y en su resistencia frente a la asimilación. Representa el predominio de la propiedad y de la ley de la comunidad. Es verdad que esa sociedad vasca llevaba siglos sumergida en el feudalismo y ello explica que nuestra clase dominante fuera la «pequeña nobleza». Pero actuaba con toda su fuerza todavía la comunidad. Esta propiedad comunitaria es un ele- mento clave de nuestro derecho histórico; del llamado derecho navarro o derecho pirenaico. Fueron necesarias dos grandes guerras: la Primera y la Segunda Guerra Carlista para destruir la propiedad comunitaria en Euskal Herria. Esta fue la base de nuestro último poder político. Lugar privilegiado de biodiversidad natural y cultural. Los intereses comunitarios estaban siempre presentes.
La nueva estructura social, aquí y ahora, exige a nuestro juicio la acción conjunta y equilibrada de tres políticas diferenciadas. La primera exigiría la municipalización de toda la tierra hoy disponible. Sin embargo, es preciso remarcar que vistas las políticas territoriales de nuestro sector público la política antes descrita toma sentido si lo hacemos converger con la segunda política: la configuración de un sistema social de participación popular que vele por los intereses del territorio y los generales de la comunidad. La tercera política consiste en la elaboración de un sistema competencial para los eskualdes. Ello posibilitaría planificar desde la participación y la cercanía social nuestra diversidad económica y cultural.
Mencionaremos también cuatro ejes de aportación de la nueva propiedad comunitaria. El primer eje hace mención a la recuperación de las condiciones materiales que permiten a muchos y muchas el acceso a la democracia política. No vamos a hablar de democracia, porque la experiencia de la democracia española en Euskal Herria nos enseña que es en lo fundamental una estructura de represión y de dominación. Pero la recuperación de estas condiciones materiales para los sectores pobres y excluidos es una de las grandes aportaciones potenciales de la nueva propiedad comunitaria. El segundo eje hace mención a la conformación de «espacios abiertos de decisión colectiva» que permitan construir la democracia y avanzar hacia el socialismo. Reivindicamos aquí el derecho de todo ciudadano y ciudadana a ser «partícipe directo» en la construcción de su aldea, comarca o ciudad.
El tercer eje hace referencia a la comunitarización de los bienes públicos y de la propiedad estatal; creando comunidades más ricas, sostenibles y dignas La comu- nitarización de los bienes públicos neutraliza los efectos perversos de la propiedad estatal en las naciones sin estado y convierte progresivamente a esta en propiedad social. El cuarto eje de aportación hace referencia al fomento del uso colectivo de los bienes de civilización (casas de cultura, bibliotecas públicas, Internet, salas públicas de computación, etc.), que resulta vital para la igualdad de oportunidades y desarrollo democrático de las diferentes sociedades humanas.
Una alternativa comunitaria a la huella ecológica y a la sostenibilidad exige una serie de consideraciones en la reflexión sobre nuestro modo de desarrollo. Se trata, en este sentido, de plantear con la Europa rebelde «otro» sistema de acumulación con un nuevo reequilibrio entre productividad, tiempo libre, desarrollo comunitario y redistribución; la elaboración de bienes durables, fundamentálmente en la construcción, la prioridad a la producción de bienes colectivos o simplemente comunitarios, la opción por el desarrollo y la producción cognitiva, la apuesta por la soberanía alimentaria , promover el comercio local, el desarrollo de formas desmonetarizadas de consumo y otras cuestiones.
Las formas socializadas de salario representan en esta lógica la parte de la masa salarial global empoderada por la comunidad. Aplicadas progresivamente a ámbitos de la vida ciudadana como como el deporte, la cultura, la energía, el transporte, la euskaldunización, la vivienda, el agua y los servicios básicos, son la bases materiales nuestra propiedad comunitaria. Se trata de superar, en el terreno de los valores, la sociedad de la felicidad individual y la gestión emocional de los problemas a favor de la felicidad colectiva y la prioridad de los intereses socio-comunitarios. El futuro está en nuestras manos. Pasa, aquí y ahora, por la nueva hegemonía de la propiedad comunitaria, por la educación y por la autoorganización popular.