Albert Boa­de­lla, este es el himno “nacio­nal”!!! (27 de sep­tiem­bre)- Mai­té Campillo

Y un cho­rro con­ti­nuo de áci­do sul­fú­ri­co pene­tró en mi boca, como una espa­da de fue­go que me atra­ve­só des­de la gar­gan­ta al recto


Con ham­bre atra­sa­da, sin sol, sin cami­sa nueva 

Cul­tu­ra some­ti­da a la tor­tu­ra e ins­ti­ga­ción per­ma­nen­te, deno­mi­na­dor común apli­ca­do a su gen­te: pue­blo que se resis­te y rebe­la ante toda opre­sión… Ya yo sé, Albert, que las cica­tri­ces no ayu­dan a andar, son increí­ble­men­te dolo­ro­sas, pero si apun­ta­lar el dolor en el lugar que le corres­pon­de. Madru­ga­da de un jue­ves, 23 de julio 1978.

Luzia Uri­goi­tia Aju­ria, resul­tó muerta.

Los dis­pa­ros efec­tua­dos por miem­bros de la Guar­dia Civil, alcan­za­ron a Lutxi. Pocas horas des­pués de pro­du­cir­se los hechos, la com­pa­re­cen­cia en el cuar­tel de la Guar­dia Civil de Intxau­rron­do de un juez, dos foren­ses, un fis­cal, y la tra­yec­to­ria de las balas que aca­ba­ron con su vida crea­ron «con­tra­dic­cio­nes», aun­que más se podría decir, polé­mi­cas de orden éti­co, entre jue­ces y policías.

Hacia las doce de la noche de ese día.

Las per­so­nas que se encon­tra­ban en un bar cer­cano al lugar don­de se pro­du­je­ron los hechos vie­ron cómo se acer­ca­ban unos quin­ce guar­dias civi­les de uni­for­me y otros más de pai­sano. Se diri­gían, a paso de mar­cha, al núme­ro tres de la calle. Poco des­pués los veci­nos de los pisos bajos de dicho núme­ro, oyen rui­dos extra­ños en la esca­le­ra, y al inten­tar infor­mar­se de lo que suce­día, (diosssss!, no había lle­ga­do la demo­cra­cia?), se encuen­tran con gran can­ti­dad de guar­dias civi­les con cas­co y cha­le­cos anti­ba­las, ame­na­zán­do­les para que vol­vie­ran a entrar a sus domi­ci­lios. Más tar­de se oyen varias explo­sio­nes y rui­do de voces segui­dos, así como varios dis­pa­ros. Mien­tras se suce­dían estos hechos…

Un radio­afi­cio­na­do pue­do oír en la fre­cuen­cia uti­li­za­da por la guar­dia civil, cómo uno de ellos comu­ni­ca­ba con los efec­ti­vos que se encon­tra­ban en las cer­ca­nías del edi­fi­cio, y les alen­ta­ba con fra­ses tales como:

“a ver si los matáis a todos de una vez y nos vamos a emborrachar”

Este fue el resultado:

Luzia Uri­goi­tia Aju­ria, que ese mis­mo mes cum­plía 28 años, moría ase­si­na­da… Dicen quie­nes siguie­ron éste pro­ce­so, que las cir­cuns­tan­cias en que se pro­du­jo el ase­si­na­to, fue­ron moti­vo de escán­da­lo. Según dia­rios madri­le­ños: El País y El Inde­pen­dien­te, un dis­pa­ro a que­ma­rro­pa efec­tua­do por detrás y en la cabe­za, habría aca­ba­do con la vida de la pre­sun­ta mili­tan­te de ETA. Y, según ambos periódicos:

“La autop­sia reve­ló un dis­pa­ro a boca­ja­rro en la nuca.”

El Inde­pen­dien­te ade­más espe­ci­fi­có, que la joven Lutxi murió cuan­do esta­ba en el sue­lo, ya herida.

El País, sobre las ver­sio­nes de los veci­nos, que escu­cha­ron y siguie­ron de cer­ca la ope­ra­ción, y que oye­ron como alguien gritó:

“¿Qué vais a hacer?”

Y, otra voz exclamó:

“¡No hagas eso, no seas animal!”

Eso que no debían de hacer, lo hicieron…

A favor de Lutxi, decir que la mayo­ría de gen­te de su pue­blo, opi­nó que ade­más de mujer, era cora­zón y vien­tre de cual­quier revo­lu­ción en el mun­do. La Bri­ga­da Gas­par Lavia­na, afir­mó que su espí­ri­tu sigue entre ellos, con las manos uni­das, unien­do cada vez más manos, para cam­biar la tie­rra, y si es pre­ci­so el cie­lo; por­que el opti­mis­mo de Lutxi era inna­to, así lo refle­jó en Nica­ra­gua, había crea­do en ella una entre­ga a los demás como cuer­po ena­mo­ra­do, ale­gría y entu­sias­mo cons­tan­te des­de su ado­les­cen­cia: par­ti­ci­pa en Otxan­dio en todas las ini­cia­ti­vas depor­ti­vas, cul­tu­ra­les, y polí­ti­cas que siguen sien­do el pan de cada día en una socie­dad cer­ca­da en sus aborígenes.

Por qué no debe­mos olvi­dar, Albert? El olvi­do es el alzhei­mer polí­ti­co de los tra­ba­ja­do­res de cual­quier arte, inclui­do el de cavar en una mina.

Aho­ri­ta me diri­jo sólo a mi gen­te, y, decirla:

Quie­ro que des­cu­bras toda la ver­dad, míra­te con ojos de ama­ne­cer cuan­do el deseo esta­lle, y, poder reco­no­cer, cómo las rejas no calla­ron sus voces ni toda la verdad.

Hoy, des­pués de 37 años que fusi­la­ron a J. Pare­des Manot, Ángel Otae­gi, Sán­chez Bra­vo, Bae­na Alon­so, Gar­cía Sanz… Mi deseo es recor­dar tam­bién a otr@s lucha­do­res, para que así Boa­de­lla, com­ple­te el mejor himno para su nación que no es la “nación” de todos. Creo que el sig­ni­fi­ca­do de LIBERTAD, es otra bue­na for­ma de denun­ciar lo mis­mo, y de refres­car la memo­ria, al que mere­cie­ra en otro tiem­po nues­tro mejor elo­gio como direc­tor de la com­pa­ñía de Tea­tro Cata­lá “Els Llo­glars”, y, se retrac­te una vez más ante la his­to­ria sobre la LIBERTAD, como un dese­cho de ella.

De los fusi­la­dos un 27 de sep­tiem­bre de 1975 esta­mos hablando.

Y, de otros que ante­rior y pos­te­rior­men­te, fue­ron empu­ja­dos como ellos a tras­pa­sar el umbral de la muer­te anunciada.

El autor de esta impre­sio­nan­te obra que les quie­ro pre­sen­tar, falle­ció hace ya años. *Miguel Buñuel, con esta obra bien pudo haber­se per­mi­ti­do el lujo de nacer don­de le die­ra la gana. Mos­tró per­te­ne­cer a una mili­tan­cia uni­ver­sal: su pro­fun­do y arrai­ga­do antifascismo.

Miguel con­si­guió pre­mios de renombre.

Buen crí­ti­co lite­ra­rio y cine­ma­to­grá­fi­co que cola­bo­ró duran­te años en la revis­ta de gran tira­da, mag­ní­fi­co narra­dor de cuen­tos infan­ti­les y según todo el que le cono­ció, un hom­bre excep­cio­nal por su sen­si­bi­li­dad y empa­tia, una espe­cie de niño-adul­to que supo brin­dar su inago­ta­ble ter­nu­ra uni­da a una fan­ta­sía increí­ble­men­te crea­ti­va y social: entu­sias­ta, actor, escri­tor, dibu­jan­te, guio­nis­ta, fotó­gra­fo, y al pare­cer un buen repu­bli­cano que asu­mió como for­ma de vida la filo­so­fía del mar­xis­mo leninismo.

Has­ta algún par­que luce su nom­bre públicamente.

Galar­do­na­do con varios pre­mios, tam­bién en su haber se encuen­tra el Diplo­ma al Méri­to Ander­sen (el Nobel de la lite­ra­tu­ra infan­til), el Pre­mio Sésa­mo, el Pre­mio Jau­ja, varias Huchas de Pla­ta, etcé­te­ra, etc. Par­ti­ci­pó como actor en unas cuan­tas pelí­cu­las y escri­bió algu­nos guio­nes de cine. Miguel Buñuel Talla­da, era uno de esos per­so­na­jes de cuen­tos, que a su vez escri­bía cuen­tos para niñ@s.

Nues­tro escri­tor, pro­ta­go­nis­ta de éste encuentro.

Veía las cosas con la espon­tá­nea cla­ri­dad de los menu­dos; creía a fon­do en todo lo que hacía. Y, como los niñ@s que no cono­cen el mie­do y los con­ven­cio­na­lis­mos, era valien­te a la hora de afir­mar sus con­vic­cio­nes, ante sus ami­gos y ante sus enemigos.

Entre su exten­sa obra lite­ra­ria, se encuen­tra ésta obra des­ga­rra­do­ra, es por ello que quie­ro dar­la a cono­cer como par­te insus­ti­tui­ble que, Miguel, guía de todo éste esper­pen­to entra­ma­do de fon­do, nos des­cri­be en, “El Desaparecido”.

En ésta oca­sión no escri­bió direc­ta­men­te para los niñ@s…

Ese día, en el que ase­si­na­ron al obre­ro y mili­tan­te sin­di­ca­lis­ta, Cipriano Mar­tos, mar­có un antes y des­pués su vida, se resis­tió a escri­bir con esa ino­cen­cia… Gran­de su dolor y pro­fun­do su sen­ti­mien­to, le per­mi­tió tras­pa­sar el umbral infan­til y aden­trar­se en el entra­ma­do benigno y dolo­ro­so de los lla­ma­dos “hom­bres”.

Es por ello que qui­so mos­trar­se ante los “mayo­res” desnudo.

Tal y como sen­tía en su pro­pia piel el dolor de los her­ma­nos de cla­se; así fue como des­cri­bió la cruel tor­tu­ra, que a su vez per­so­na­li­zo y entre­gó a toda su gen­te, por los siglos de los siglos.

Este es el tex­to basa­do en un hecho real (poco más amplio).

Pre­sen­ta­do en el Con­cur­so Nacio­nal de Cuen­tos “HUCHA DE ORO”…

A mi me impre­sio­nó, has­ta me dio un esca­lo­frío, es por ello que he que­ri­do acer­car­lo hoy, 34 años des­pués de ser escrito.

Va por todos uste­des, y por él, como homenaje:

El des­apa­re­ci­do”

Frío. Obs­cu­ri­dad de mina de lig­ni­to. Ni el menor aso­mo de luz. Ni de sol, ni de car­bu­ro. Con­ten­go la res­pi­ra­ción, los lati­dos, y tan sólo escu­chó el silen­cio, como un grito.

Quie­ro mover los dedos de las manos, de los pies. Quie­ro mover las muñe­cas, los tobi­llos, los codos, las rodi­llas, el espi­na­zo. Quie­ro mover las cade­ras, la cin­tu­ra, el tron­co, el cue­llo, la cabe­za. Y no pue­do. ¡No puedo!.

Estoy ata­do a un sillón mona­cal, des­de las uñas de los pies a la pun­ta de los cabellos.

En mi cuer­po des­nu­do sien­to en toda su exten­sión el pal­pi­to de las heri­das abier­tas, de las que­ma­du­ras infec­ta­das, de los mora­to­nes tume­fac­tos, y, por den­tro, el cru­jir de hue­sos rotos y el derra­me de vís­ce­ras desgarradas.

Quie­ro abrir los pár­pa­dos. Quie­ro des­ple­gar los labios. Y tam­po­co pue­do. Están pegados.

Reso­plo por la nariz y sue­na como el llan­to de un niño.

Y escu­chó estruen­do de carcajadas.

Y un grito:

- ¡Bas­ta!

Y una voz impe­ra­ti­va de man­do, más inter­ac­ti­va y de man­do que en días anteriores:

- ¡Qui­tad­le los esparadrapos!

De un tirón, me qui­tan el espa­ra­dra­po de la boca, y de los labios, ya des­pe­lle­ja­dos, vuel­ven a rezu­mar sangre.

De un tirón, me qui­tan el espa­ra­dra­po de los ojos, y me arran­can las últi­mas pes­ta­ñas y las lega­ñas purulentas.

Luz. Sólo luz que me hace cerrar apre­ta­da­men­te los ojos. Mil watios han pene­tra­do en la reti­na, hun­dién­do­me en un abis­mo negro. Por enési­ma vez.

Y la para mí nue­va voz impe­ra­ti­va de mando:

- ¡Des­per­tad­le!

Una ducha de agua hela­da cae sobre mi febri­cen­te cuer­po des­nu­do. Tiri­to. Mis dien­tes cas­ta­ñe­tean. Y sien­to la médu­la con­ge­lar­se en un res­que­bra­ja­mien­to de huesos.

Abro los pár­pa­dos y vuel­vo a cerrar­los. Me colo­ca­ron unos aros ocu­la­res que fuer­zan a tener los ojos des­me­su­ra­da­men­te abier­tos. Son dos bra­sas. Ardiendo.

Y la voz ultra­in­te­rac­ti­va de mando:

- ¿Tu nombre?

Y mi boca seca, sin el menor ras­tro de sali­va, con­tes­ta como el muñe­co roto de un ven­trícu­lo. Vuel­ve a pro­nun­ciar la mis­ma can­ti­ne­la de un día. Y de otro. Y de otro. Y de otro…

- Cipriano Mar­tos Jiménez.

- ¿Natu­ral?

- Hué­tor-Tájar, Granada.

- ¿Naci­do?

- Cin­co de julio de 1945.

- ¿Hijo de…?

- Cipriano y Manuela.

- ¿Resi­den­cia?

- Reus

- ¿Domi­ci­lio?

- Cator­ce de abril, núme­ro tres.

De la luz, vino el rayo de un puño que me aplas­tó el mentón.

- ¡Esa calle no exis­te! ¡Ni en Reus ni en nin­gún lugar de España!

- En Reus si exis­te, en los barra­co­nes de la Osa Menor, en la pro­lon­ga­ción de la ave­ni­da del gene­ral Prim…

- Pro­fe­sio­nes que has teni­do, si es que has teni­do alguna.

- Jor­na­le­ro en la vega gra­na­di­na de Hué­tor-Tájar. Mine­ro en Cas­te­llo­te, Teruel. Y alba­ñil, aquí, en Reus.

- ¿Por qué dejas­te el campo?

- Por­que cuan­do vol­ví a mi pue­blo, des­pués del ser­vi­cio mili­tar, no encon­tré trabajo.

- ¿Dón­de hicis­te el ser­vi­cio militar?

- En Sevilla.

- ¿Jura­rías ban­de­ra, por supuesto?

- No.

- Otro puñe­ta­zo, sali­do de la luz, se incrus­tó en mi pómu­lo izquierdo.

- ¿Y eso?

- Esta­ba en el calabozo.

- ¿Por qué? 

- Por­que le dije al capi­tán que así como mi padre juró la ban­de­ra repu­bli­ca­na, yo sólo podía jurar esa ban­de­ra y no otra.

Una bota, zig­za­guean­do des­de la luz, me gol­peó el ester­nón. Deje de respirar.

- ¿Y cómo te hicis­te minero?

Silen­cio. Seguía sin res­pi­rar. Y la voz impe­ra­ti­va de man­do gritó:

- ¡Con­tes­ta!

Y una mano enguan­ta­da me abo­fe­teó repe­ti­da­men­te; uno dos, uno dos, uno dos…

- ¡Refres­cad­le!

De nue­vo la ducha hela­da cayó sobre la calien­te des­nu­dez de mi cuer­po en lla­ga viva. Res­pi­ro hon­do. Tiri­to. Tartamudeo:

- Me… me… me hice mine­ro por: por… por­que otros de mi pue­blo se hicie­ron… Tra… tra… Tra­ba­ja­ban en las minas de lig­ni­to del… del… del Bajo Aragón…

- ¿Y por qué dejas­te de ser minero?

- Por esta­ble­cer la OSO en toda esa comar­ca minera…

- ¿La osoqué?

- la Opo­si­ción Sin­di­cal Obrera.

- Con­tra los sin­di­ca­tos nacio­na­les, con­tra las leyes fun­da­men­ta­les del rei­no… ¿Te das cuen­ta, mucha­cho, que eso es una ile­ga­li­dad como una cate­dral? ¿Y cuán­do fue eso?

- En mil nove­cien­tos setenta.

- ¿Y cómo fue venir a Reus?

Por otros pai­sa­nos anda­lu­ces mineros.

- ¿Mine­ros de dónde?

- de Utri­llas o de Escu­cha o de Ando­rra o del pro­pio Cas­te­llo­te, en cuyas minas trabajaba.

- ¿Nom­bres?

- Nin­guno.

Unas barras de hie­rro, a dies­tro y sinies­tro, empe­za­ron a gol­pear­me los codos, las rodi­llas, los tobillos.

- ¿Nom­bres?

-¡Nin­guno!

-¡Bas­ta! -y deja­ron de gol­pear­me- ¿De dón­de venías la madru­ga­da del 30 de agos­to del pre­sen­te año de gra­cia 1972, cuan­do te detuvieron?

- Del tajo.

- ¿A las tres de la madrugada?

Estra­pa­lu­cio de carcajadas:

- ¡Ja, ja, ja… aj, aj, aj…!

- ¡Silen­cio! ¡Res­pon­de, muchacho!

- Tuvi­mos que res­ca­tar a varios com­pa­ñe­ros que habían que­da­do atra­pa­dos por corri­mien­tos de tie­rra en las cimentaciones.

- Sin con­tem­pla­cio­nes, quie­ro nom­bres, nom­bres no sólo de los que com­po­nen con­ti­go la ile­ga­lí­si­ma opo­si­ción sin­di­cal obre­ra, tam­bién de tu par­ti­do comu­nis­ta mar­xis­ta leni­nis­ta, nom­bres y direc­cio­nes de Reus, de Bar­ce­lo­na, de Madrid y don­de sea… ¡Y ya! ¡ya!

- ¡Nin­guno!

Som­bras enca­po­ta­das, coro­na­das por tri­cor­nios agitándose.

- Pero ‑voz impe­rio­sa de man­do aflau­ta­da- este mucha­cho está fres­co, total­men­te fres­co. ¿Qué medi­das le habéis apli­ca­do para que confiese?

- Todas las habituales.

- ¿Corrien­te eléc­tri­ca en los testículos?

- Sí, por supuesto.

- ¿Púas de ace­ro por deba­jo de las uñas has­ta el metacarpo?

- Sí, por supuesto.

- ¿Sople­te en las teti­llas y a discreción?

- Sí, por supuesto.

- ¿Y cuán­tos días lle­váis así, sin el menor resultado?

- Des­de la deten­ción, el 30 de agos­to has­ta hoy, 17 de septiembre.

- ¿Habéis pro­ba­do con el licor de la verdad?

- No.

- ¿A qué espe­ráis? ¡Traed el vitriolo!

Inme­dia­ta­men­te me des­ata­ron la fren­te del res­pal­do del sillón mona­cal, arran­cán­do­me muchos cabe­llos. Y me dobla­ron la cabe­za, miran­do al techo. Uno me apre­tó con sus dedos enguan­ta­dos las nari­ces, y otro me abrió la boca con unas tena­zas de ace­ro, las que usan los oto­rri­no­la­rin­gó­lo­gos para ope­rar las amígdalas.

Y un cho­rro con­ti­nuo de áci­do sul­fú­ri­co pene­tró en mi boca, como una espa­da de fue­go que me atra­ve­só des­de la gar­gan­ta al recto.

- ¡Bas­ta! -y el que suje­ta­ba la bote­lla del vitrio­lo fue empu­ja­do a un lado.

Dan­zan negros tri­cor­nios cha­ro­la­dos. Por mi boca sale espu­ma del mar Medi­te­rrá­neo. Dan­zan capo­tes ver­do­sos cubier­tos de rocío de san­gre. ¿Dón­de el ver­de vien­to, las ver­des ramas? ¿Dón­de el bar­co sobre la mar y el caba­llo en la mon­ta­ña? ¿Dón­de mi Hué­tor-Tájar de Granada?

Gri­to:

- ¡Nun­ca me arran­ca­réis ni ale­gría y mi persona!

La voz ultra­in­te­rac­ti­va de man­dó chilla:

- ¡¿Nom­bres y direcciones?!

Silen­cio.

Alguien se acer­ca. Sien­to su cabe­za, su oído pega­do a mi pecho. Se yer­gue y exclama:

-Este mucha­cho ha muerto. (…).

sep­tiem­bre 1978.

NOTA

Hoy, 27 de sep­tiem­bre del 2012, hay calles y pla­zas toma­das, con mayor moti­vo no debe­mos olvi­dar estos hechos, por­que han sido much@s l@s que caye­ron en el camino por la libe­ra­ción de los pue­blos: con­tra el fas­cis­mo, capi­ta­lis­mo e impe­ria­lis­mo ase­si­nos. La lucha con­ti­núa. Ni un paso atrás, con nues­tro cañón de futu­ro, como can­ta el com­pa­ñe­ro Sil­vio Rodrí­guez. Mira que quién supo bur­lar la tor­tu­ra y salir tan airo­so de un hos­pi­tal, (dejan­do tras sí la muer­te que los cuer­pos repre­si­vos siguen repre­sen­tan­do), hoy acla­me un himno gol­pis­ta y fas­cis­ta para la “nación”:

Pobre pre­si­den­te de la Gene­ra­li­tat Lluís Com­panys, fusi­la­do por los que can­tan la can­ción pro­cla­ma­da; pobre millón de muer­tos y otros tan­tos des­te­rra­dos; pobres de todos los que que­da­ron den­tro tor­tu­ra­dos, mar­gi­na­dos, diez­ma­dos, vivos muertos!!!

Quie­ro recor­dar Alber Boadella.

Que ha pro­pues­to tan abe­rran­te pro­pues­ta, que si se abu­rre, empie­ce a cor­te­jar otro bos­que­jo humano que no le impi­da ver otra cul­tu­ra que la san­gran­te del 18 de J., y escu­che otras can­cio­nes. Para que se ins­pi­re a com­ba­tir su actual repe­len­te ins­tin­to, le pro­pon­go refle­xio­nar sobre las her­mo­sas pala­bras del músi­co y can­tau­tor de rock, cineas­ta y guio­nis­ta argen­tino, Fito Páez:

Hablo de paí­ses y de espe­ran­za, hablo por la vida, hablo por la nada, hablo por cam­biar esta, nues­tra casa. . . ¿Quién dijo que todo está per­di­do? Yo ven­go a ofre­cer mi cora­zón… Y mi mache­te alti­vo, allí don­de más duele.

Mai­té Cam­pi­llo (actriz y direc­to­ra de tea­tro ”Hatuey”)

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