Cuando agonizan políticamente, entonan el corrido «morir matando es la ley», su eslogan es «en política lo importante es no bajarse del carrusel», tal y como dijo hace años uno de ellos, que llegó a presidente de la institución más inútil del estado (el Senado). Cuando gobiernan lo hacen porque la derecha declarada pierde las elecciones. Jamás ganan, gobiernan solos o en coalición como minorías acomodaticias. En sus filas y entre sus cargos, figuran sobre todo exmarxistas y funcionarios en excedencia. Promulgan las leyes más represivas y antiobreras y se lucran con las migajas de dinero público que les deja llevarse la banca y el empresariado. Se han ido cargando en apenas tres décadas la cultura de izquierdas, capitalizándola y después traicionándola; han combatido la pluralidad ideológica acotándola a los límites de los discursos tolerables por el poder. Solo añoran y tratan en vano de recuperar su discurso cuando con el paso del tiempo van perdiendo legitimidad tras confundirse sus prácticas con las políticas que condenan a sus países a la precariedad laboral y social, a niveles escandalosos de desempleo, al desmantelamiento de las políticas de protección social, a la devaluación progresiva de los derechos fundamentales, a la supeditación al militarismo genocida.
Son la Social Democracia, léase, todo partido, ideología o político que se autodefine de izquierdas y se dedica a hacer el trabajo sucio a las derechas. Como decían los viejos comunistas, son los que mejor ayudan a gestionar el capitalismo. En las cuestiones políticas transcendentes se someten a la Democracia Cristiana, a la derecha orgánica, tanto cuando gobiernan con ella en coalición como cuando se pliegan a sus dictados si la derecha está en la oposición. Son, en fin, la bisagra oxidada que ha tratado de hacer compatible el libre mercado con los derechos sociales, quienes nos trataron de convencer de que con el derrumbamiento del socialismo y con el perfeccionamiento del capitalismo todos viviríamos mejor, de que la propiedad privada es compatible con la justicia social, de que el crecimiento económico es la única vía para poder eliminar la miseria en el mundo. Desde su falso laicismo crearon nuevas formas de beneficencia mediante un para-estado de empresas disfrazadas de ONGs para continuar asistiendo con limosnas y despis- tando con promesas a las infraclases, tratando de cargarse a los movimiento sociales no alineados a instituciones, partidos o sindicatos mayoritarios, de eliminar a quienes dinamizan y dan voz propia a la sociedad civil.
Ellos que pertenecen a diversos partidos nacionalistas vascos y españoles están construyendo la sociedad de la ausencia mediante el vaciamiento de la política entendida como herramienta de transformación social. Una sociedad condenada a creer que toda forma de estar en el mundo fuera de su forma de vida servil y aplazada es imposible. Por todo esto, cuidado con ellos, van de progres, de enrollaos y siempre que pierden electoralmente, se alían con cualquiera que pueda conseguir hacerles seguir en el carrusel de la política: lo importante para ellos es no bajarse.