«La dialéctica mistificada llegó a ponerse de moda en Alemania, porque parecía transfigurar lo existente. Reducida a su forma racional, provoca la cólera y el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada».
Karl Marx: Prefacio a la segunda edición de El Capital.
«Lo que la dialéctica marxista rechaza sin remisión posible es el carácter especulativo y, por consiguiente, conservador de una dialéctica que no niega ni supera las contradicciones en espíritu, cuando se trata de negarlas y superarlas en realidad. Si se quiere señalar una característica como específicamente marxista y no hegeliana, se puede escoger sin duda la de la lucha material de contrarios, sobre la base de la cual todas las otras categorías, como negación, negación de la negación, superación o identidad de los contrarios vienen a designar momentos del proceso revolucionario real y no grados de desarrollo del Espíritu absoluto».
Lucien Sève: Preinforme sobre la dialéctica.
«Las contradicciones en una totalidad viva, son “vivas”. Su lucha se modifica en el curso del tiempo. Toma la forma de antagonismo y conduce en fin a la destrucción de la antigua totalidad. En cada sistema hay una contradicción fundamental y contradicciones secundarias. Pero una contradicción secundaria puede devenir dominante en una fase de la evolución. No obstante, el motor constante es la contradicción fundamental. Además, los dos aspectos de la contradicción no son equivalentes. Hay un lado principal que representa lo nuevo, lo “negativo” que se transformará en “positivo”, por la superación de la contradicción».
E. I. Bitsakis: Simetría y contradicción.
1. PRESENTACION
2. QUÉ ES LA IDEOLOGÍA BURGUESA
3. EFECTOS Y CONSECUENCIAS DE LA IDEOLOGÍA.
4. CUATRO ESPACIOS CONCRETOS DE LUCHA
5. CONTRADICCIONES EN LAS CUATRO LUCHAS
6. BUSCANDO LA DIALÉCTICA DE LA LUCHA
7. MÉTODOS DE BÚSQUEDA DE LA DIALÉCTICA
8. CONFIRMACION DE LA DIALÉCTICA EN LA LUCHA
9. RESUMEN.
1.- PRESENTACION:
L. Sichirollo nos recuerda en Dialéctica (Labor, 1976), que en la Ilíada las expresiones en griego antiguo que podemos relacionar con lo que ahora entendemos por «dialéctica», salvando todas las distancias, se refieren a los momentos críticos de opción en circunstancias dramáticas, cuando no trágicas, a la capacidad del ser humano para pensar, decidir y actuar en las situaciones extremas, por ejemplo, en la mitad del combate a muerte, cuando Héctor tiene que decidir qué hacer frente a Aquiles. En la primera cultura clásica griega, por tanto, la dialéctica hacía referencia a capacidad y libertad de decisión en situaciones límite, siendo por tanto un sinónimo de elección y libertad: «Es necesario aceptar la lucha».
L. Sichirollo nos explica luego que esta visión clásica antigua de la dialéctica fue siendo arrinconada por otra diferente, aséptica, fría, que sacrificaba su identidad de decisión y lucha por la de un simple saber o técnica argumentativa, cercana a la oratoria y a la retórica, un instrumento en manos de la casta de los filósofos que debían regir el destino de la ciudad-Estado en plena decadencia, cuando la democracia había sido derrotada por la oligarquía. La castración de la esencia liberadora de la dialéctica inicial, de su poder argumentativo crítico, fue realizada por Platón y por Aristóteles.
Tuvieron que llegar Marx y Engels para recuperar la inicial fuerza emancipadora de la dialéctica, pero en el nuevo contexto de la lucha de clases entre el capital y el trabajo a escala mundial. Sin embargo, la actualización y vigorización del poder revolucionario de la dialéctica chocó bien pronto, casi al instante, con una tenaz resistencia dentro mismo de una izquierda que no podía superar el paradigma mecanicista y positivista dominante, y tampoco el kantismo. De este modo, bien pronto la negación de la dialéctica fue una bandera del primer reformismo explícitamente expuesto, y su adulteración a simple linealidad determinista fue una obsesión del segundo reformismo, más camuflado y disimulado que el primero. Por último, su amputación y su reducción a simple “manual” fue una obsesión de la casta burocrática triunfante en la URSS desde la segunda mitad de la década de 1920.
Como se aprecia, la actualidad de la dialéctica no depende sólo de su innegable presencia interna en la praxis científico-crítica, que cada vez más entra en contradicción con la naturaleza capitalista del poder tecnocientífico, sino que también depende de los vaivenes de la lucha de clases, de las reacciones teórico-políticas y filosóficas en su contra de la burguesía y del reformismo, que hacen lo imposible por denigrarla e impedir su conocimiento; y además también depende de la pasividad intelectual de muchas izquierdas. «Crítica y revolucionaria por esencia» la dialéctica es un peligro para todo poder opresor, para el reformismo y la burocracia, e incómoda en grado sumo para todo colectivo o persona adormilada, pusilánime y obediente.
Por el contrario, quienes desean impulsar la lucha revolucionaria recurren a la dialéctica cuando toman conciencia de que aumentan las distancias que les separan de la realidad, cuando se dan cuenta de que ya no sirven las formas tradiciones de interpretar la realidad aplicadas hasta entonces porque esta va por delante casi de manera inalcanzable. Son situaciones relativamente frecuentes desde fines del siglo XIX hasta ahora. En estos momentos siempre han surgido marxistas que no han dudado en reivindicar la valía y la necesidad del método dialéctico, de la filosofía marxista en su esencia, para revisar autocríticamente los errores cometidos y abrir nuevas vías de avance.
Precisamente esto es lo que ocurre en la actualidad. Red Roja es una de las organizaciones que más esfuerzo está dedicando a la formación de su militancia en la dialéctica materialista porque ha comprendido que en los momentos actuales la dialéctica materialista se hace más necesaria que nunca antes, y por eso ha iniciado una efectiva pedagogía colectiva, basada en el debate militante, sobre el materialismo dialéctico. El texto que sigue sólo pretende ser una propuesta de método pedagógico para aprender a descubrir la dialéctica interna de y en las luchas de la militancia marxista. Ha sido redactado en respuesta a la petición de Red Roja, como medio de formación a añadir a su Escuela de Cuadros.
El capitalismo español ha llegado a niveles espeluznantes de desempleo, con el 25% de su población potencialmente trabajadora en paro, con un empobrecimiento, precariedad y deterioro de las condiciones de vida y de trabajado nunca conocida desde hace décadas. No hace falta dar cifras ni porcentajes. Sí hace falta decir que de nuevo, a pesar de que las condiciones objetivas están dadas de manera aplastante, dramáticamente aplastante, pese a ello, la respuesta es débil considerando la magnitud del ataque capitalista. Peor aún, la sobreexplotación es tan brutal que asistimos sobrecogidos a tragedias que debieran llevarnos a masivas respuestas en contra de la egoísta, fría y calculada ferocidad del capital: nos referimos a los suicidios de gente obrera y popular que se multiplican como efecto de la crisis y ya concretamente como efecto de los desahucios.
Una de las características del marxismo es su atento estudio autocrítico sobre por qué no se sublevan las masas explotadas, por qué aguantan lo inaguantable con resignación sumisa. En contra de lo que se cree, el marxismo dispone de un complejo, rico y multifacético sistema de teorías entrelazadas que explican por qué no se sublevan las masas, y de entre ellas ahora mismo debemos destacar una muy contundente: la responsabilidad de las organizaciones y partidos revolucionarios en la ignorancia de la dialéctica materialista por parte de la militancia. Una ignorancia hiriente, bochornosa, inaceptable. En última instancia, ese sistema de teorías sobre la pasividad nos remite a la teoría sobre el fetichismo de la mercancía, que no podemos explicar aquí, pero que requiere del dominio de la dialéctica porque se basa en la crítica de la ley del valor-trabajo, ley que Marx descubrió utilizando el método dialéctico, como él mismo reconoce.
Red Roja tomó conciencia de la necesidad de la dialéctica al constatar que las condiciones objetivas para la lucha revolucionaria no facilitaban la multiplicación exponencial de las fuerzas revolucionarias, sino sólo un aumento lineal y lento del llamado «factor subjetivo organizado». Era la misma reflexión que otras fuerzas revolucionarias se hacían desde mediados del siglo XIX en adelante. La efectiva solidaridad internacionalista que caracteriza a las relaciones entre Red Roja –y otras muchas organizaciones estatales e independentistas– y la izquierda abertzale, facilitó de inmediato el que iniciásemos una aplicación a las condiciones estatales de la experiencia limitada pero real en su tiempo del independentismo socialista al respecto. Decimos en su tiempo porque el tsunami represivo del imperialismo franco-español intensificado desde la segunda mitad de los años ’90 y especialmente desde 2003, ha pulverizado todos aquellos avances pedagógicos. Pero siempre sobrevive algo.
Tanto la misma naturaleza de lo real cómo del método dialéctico en sí, muestran que el estudio de la dialéctica debe realizarse en el mismo proceso de revolucionarización de las condiciones de existencia. La dialéctica no se puede enseñar fuera de las contradicciones materiales, sino en su interior. Se trata de descubrir, de encontrar, de hallar la dialéctica interna que se agita en las luchas que realizamos, en las contradicciones sociales de todo tipo en las que incidimos para orientar su desarrollo hacia la salida revolucionaria.
Esta primera afirmación es decisiva porque hay que desterrar definitivamente la creencia de que el método dialéctico se aplica desde fuera, desde el exterior de los problemas, como una pócima polivalente que desatasca todas las cañerías, deshace todos los nudos y reconstruye un jarrón pulverizado en mil trocitos. Por el contrario, es solamente después de haber buceado hasta el fondo de la realidad concreta en la que nos encontramos cuando empezamos a ver cómo se mueven sus contradicciones motrices en lucha permanente, y sólo entonces podremos saber si el método dialéctico general vale también y en qué medida en esa realidad en la que nos hemos sumergido.
Yerra irremisiblemente quien crea que basta con leerse varios “manuales” de filosofía dialéctica, discutirlos de manera abstracta y pretender aplicarlos luego a la realidad. Lo máximo que se puede lograr con este esfuerzo es acceder a una serie de nociones generales que más temprano que tarde deberán ser corroboradas por la práctica. Si se tardase en realizar este examen decisivo el esfuerzo realizado se volverá contraproducente porque ningún conocimiento abstracto puede resistir largo tiempo la presión de la ideología burguesa, que es la ideología dominante en la sociedad.
Por lo dicho hasta aquí, se comprende que la pedagogía elegida sea, por un lado, colectiva, es decir, realizada en grupos de militantes de la misma zona o barrio, o pueblo, zonas identificadas por relaciones de proximidad convivencial e interpersonal; por otro lado, sea realizada mediante el debate ordenado y planificado de la praxis colectiva, propia, en el contexto que determina al grupo militante, lo que le permite conocer desde dentro la realidad en la que vive y lucha; además, esté dividida en cuatro espacios que se explican, lo que facilita la aproximación teórica a la complejidad de lo concreto; y por último, siempre plantee dudas e interrogantes provocadoras, aunque algunas veces no de manera explícita, sino de forma indirecta, para propiciar el discusión colectiva sobre la práctica real, inmediata, debates que deben resolver problemas prácticos cargados de contradicciones.
Por exigencias de brevedad hemos evitado extendernos en preguntas precisas porque pensamos que este texto corto debe aportar lo elemental del método dialéctico a la mayor cantidad posible de militantes comunistas, no sólo de Red Roja sino de todo el panorama revolucionario, incluido el independentista de las naciones oprimidas. Deben ser las organizaciones revolucionarias a las que pertenecen los grupos de praxis dialéctica, las que dicten las preguntas que deben ser respondidas en cada sesión de estudio y debate. La organización debe jugar un papel clave en la pedagogía revolucionaria, siempre en contacto y debate con los grupos. Sí insistimos en que éstos han de poner por escrito sus debates y conclusiones, para contrastarlos con los de otros grupos en reuniones periódicas, de modo que se produzca un intercambio colectivo de experiencias comunes que serán sintetizadas por la organización.
Es por esto que también hemos tenido que tocar superficialmente el decisivo problema de la explotación patriarco-burguesa, que marca toda la realidad. De hecho, una de las muchas cosas buenas de la dialéctica es que profundiza hasta la raíz de la explotación, sacando a la luz su manifestación primera, la derrota de la mujer por el hombre. No hay que esforzarse mucho para descubrir que tanto la dialéctica como su crítica radical del sistema patriarco-burgués son incompatibles con esa atroz fuerza reaccionaria que es la ideología burguesa.
2.- QUÉ ES LA IDEOLOGÍA
Debemos, por tanto, comenzar explicando qué es y cómo actúa la ideología burguesa porque es irreconciliable con el método dialéctico. Es sabido que existen casi tantas definiciones de ideología como autores quieran escribir sobre ella, o como escuelas sociológicas, políticas y/o filosóficas divaguen sobre ella. Nosotros nos remitimos aquí a las tesis de Marx y Engels sobre la ideología, advirtiendo que dentro del marxismo existen otras visiones limitadas sobre la ideología, como la de Lenin y otros marxistas, debido a que no tuvieron acceso a textos fundamentales de Marx, o las influencias de su entorno cultural, como veremos luego. Por tanto, expuesto muy básicamente, la ideología es la forma inversa de ver y conocer la realidad, es invertir la causa por el efecto, lo material por lo ideal, lo cambiante por lo estático, lo contradictorio por lo no contradictorio, y lo que está siempre conectado con lo demás por lo que está siempre aislado y separado de lo demás. La ideología adquiere muchas formas de expresión pero todas ellas confluyen en ocultar la explotación y su causa social y presentar la realidad como no explotadora, como formada por personas iguales en derechos y en posibilidades.
La ideología surge de las entrañas mismas de la producción capitalista, del hecho de que la mercancía, lo que producimos y se vende en el mercado, termina imponiéndose sobre nosotros mismos, sobre los productores. La mercancía parece que adquiere vida propia, que se independiza de la producción y se presenta como lo único real: vivimos para comprar pero no compramos para vivir. Además, como el dinero y la mercancía parecen dominarlo todo, y de hecho así sucede desde el momento en que la gente lo acepta y se comporta como tal, nosotros mismos pasamos a interpretar el mundo, nuestra realidad y a nosotros mismos como meras mercancías, como dinero, como cosas personalizadas que tienen un precio en el mercado; un precio físico, en dinero, pero también afectivo, moral, cultural, sexual, etc.
Valemos más cuanto más dinero tenemos, somos más importantes cuanto más gastamos, y somos más apreciados y estimados cuanto más influenciamos con nuestro poder económico sobre los demás, sobre nuestro entorno. Triunfar en la vida es tener más dinero, y fracasar en la vida es tener poco dinero. La reducción de todo lo humano a un precio hace que todo lo humano sea interpretado desde lo que se denomina «abstracción-mercancía», es decir, que creemos, pensamos y actuamos como si la vida fuera un mercado en el que nos compramos y nos vendemos a nosotros mismos, unos a otros, pero sobre todo vendemos y compramos a los demás, los tratamos como objetos con un precio que nos es útil, del que sacamos una ganancia material porque, al final, todo se reduce al beneficio, a vivir mejor o menos mal explotando a las personas circundantes.
Lo malo, lo perverso de esta ideología burguesa es que es perfectamente compatible, y que se refuerza, con los restos supervivientes de la ideología medieval, feudal, e incluso esclavista, y sobre todo con la ideología patriarcal y chauvinista, xenófoba que se ha convertido en racista desde finales del siglo XIX. Tales restos ideológicos precapitalistas no son los socialmente dominantes, aunque sí están presentes en nuestra vida personal y colectiva de forma supeditada a la ideología dominante e integrada en ella, la burguesa, a la que refuerza en muchos aspectos. No nos damos cuenta, pero justificamos muchos o algunos de nuestros comportamientos y creencias más reaccionarias mediante restos de las ideologías patriarcales, esclavistas, feudales, xenófobas. Quiere esto decir que tienen una limitada autonomía relativa en la vida cotidiana, lo que dificulta comprender el carácter reaccionario de la ideología específicamente burguesa porque ésta aparece incluso como «progresista» si la comparamos con la brutalidad de los restos ideológicos preburgueses.
De esto modo, la naturalidad con la que asumimos que el triunfador en la vida es el burgués y el perdedor es el explotado, el vencedor es el occidental y el derrotado es el resto de la humanidad; el sabio y culto es hombre activo y dominante mientras que la ignorante es la mujer pasiva y obediente, esta justificación o invisibilización de la injusticia se refuerza con la creencia de que, además, es voluntad de los dioses que quieren que existan representantes suyos en la Tierra, desde sacerdotes hasta reyes pasando por papas y presidentes, y sus ceremoniales llenos de pompa y boato, ceremonias que son reliquias de tiempos remotos pero que conservan su poder simbólico de miedo e intimidación, etc.; o es el destino azaroso y caótico o la mala suerte; o es la eternidad cíclica, el eterno retorno de la reencarnación ante el que sólo cabe la obediencia y la pasividad colaboracionista ante la ley, sin analizar de dónde viene, quién la impone y a quién beneficia. O simplemente, el miedo al futuro, al infierno, a la muerte, a la precariedad e incertidumbre de la vida, a la enfermedad, o al poder misterioso e ingobernable del mercado, esa cosa que nadie sabe definir excepto los marxistas, y a la que todos temen y adoran, excepto los marxistas.
Muchas es de estas creencias que invierten la realidad están profundamente ancladas en el inconsciente de la persona, en su estructura psíquica elemental, la que apenas es cognoscible desde los parámetros conscientes y lúcidos. Muchas de estas maneras de ver el mundo están conectadas con ataduras psicológicas desde la primera personalidad infantil, ataduras que se plasman en lo que alguien ha definido muy correctamente como «miedo a la libertad», o dependencia hacia la «imagen del Amo», o «policía mental», o «autoridad interna», y otro sin fin de expresiones que se refieren de muchos modos a lo que se ha definido como el papel de «lo irracional en la política».
Lo malo de todo esto es que muchas personas que se dicen progresistas, izquierdistas y hasta revolucionarias tienen fuertes contenidos ideológicos en su personalidad, en su forma de ver la vida, en sus opiniones sobre temas aparentemente intranscendentes y nimios, secundarios. Así se explica que estas personas puedan actuar y pensar de manera consecuente y progresista en algunas cuestiones y problemas concretos, la menos, pero a la vez de manera pasiva e indiferente, conservadora y hasta reaccionaria en otras muchas, en la mayoría por lo general. Así se explica que estas personas no sean conscientes de lo contradictorio de su acción, de que dicen una cosa y hacen la contraria durante la mayor parte de su vida, aunque voten a la izquierda cada cuatro años y vayan a manifestaciones una vez al año.
Situaciones así las vemos a diario y, además de en otras razones, también se explican en las limitaciones y lagunas que tiene la otra gran definición de ideología que existe en la izquierda, desgraciadamente en la definición aceptada mayoritariamente. Según ésta, la ideología no es sino un conjunto de ideas o hasta de concepciones del mundo que explican cómo es este, ideas conscientes en su mayoría, políticamente cargadas, es decir, con un contenido social, de clase, preciso. Según esta otra concepción, las ideologías representan directamente a las clases enfrentadas, sin apenas mediaciones ni complejidades.
3.- EFECTOS Y CONSECUENCIAS DE LA IDEOLOGÍA:
Según la concepción dominante, o sea, la ideología como concepción del mundo, bastaría con explicar con paciencia qué es el sistema capitalista para lograr un cambio en la gente, para lograr que ésta pasase de la ideología burguesa a la ideología proletaria. Es desde esta visión simplista desde donde se comprende la función que deberían cumplir los manuales de filosofía, de política, de economía, de historia, como medios de concienciación, como medios de «lucha ideológica». La llamada «formación ideológica» se reducía a juntar en un aula a un grupo de militantes, darles una o varias conferencias, recomendar una limitada bibliografía previamente seleccionada por la dirección y clausurar el acto; tal vez se extrajeran luego algunas conclusiones, pero en la práctica se abandonaba a la militancia para que intentase aplicar en sus luchas diarias la «teoría» escuchada en las conferencias y leída en los textos recomendados.
No existen diferencias cualitativas entre este método de «formación ideológica» y la pedagogía burguesa tradicional, memorística, nada crítica sino dogmática, mecanicista y lineal. Dependiendo de la experiencia crítica de las organizaciones de izquierda, a este método tradicional se le añaden los siempre necesarios «talleres en grupo», etc., pero el método no cambia en lo fundamental. Que no se me malinterprete. Este método «tradicional» es necesario porque aporta en determinadas situaciones, enseña, provoca el debate cuando está bien orientado, etc., pero es manifiestamente insuficiente, sobre todo cuando no es parte de otro método superior, cuando es el método exclusivo y excluyente.
Para comprender mejor sus limitaciones debemos enumerar los efectos negativos de la ideología definida en su forma marxista, en la primera expuesta aquí. A excepción parcial y matizada de la militancia de la izquierda independentista vasca, tomemos como ejemplo la situación actual en muchas partes del capitalismo imperialista, la inquietante limitación de la militancia organizada al estilo tradicional para fundirse con los colectivos en lucha, arraigar en ellos, ganar en legitimidad y prestigio demostrando en la práctica que tienen la mejor perspectiva histórica, que saben qué ocurre y por qué, y sobre todo cuales son las soluciones que deben proponerse a debate, ganar el debate y llevar a la práctica esas soluciones. Veamos rápidamente tres ejemplos.
En primer lugar, hay que empezar diciendo que no es la primera vez que ocurre, ni será la última, que las fracciones de las clases explotadas empiezan a movilizarse contra la crisis sin haber desarrollado una visión profunda de sus causas y efectos, a la vez que otras fracciones optan por el centro-derecha y/o por la derecha a secas. Situaciones de estas se suceden con frecuencia porque la ideología burguesa que domina en la militancia y sobre todo en sus direcciones le incapacita para descubrir a tiempo los síntomas que anuncia la radicalización espontánea, la aceleración del malestar economicista y salarial causado por la crisis, y el resurgir de la tendencia a la autoorganización en sectores del pueblo.
Recordemos que, dicho sencillamente, la ideología invierte la causa por el efecto, oculta las contradicciones sociales tras una imagen individualista e interclasista, antepone la quietud al movimiento, lo aislado a lo interrelacionado con lo demás, etc. Se analiza la superficie y no el fondo, donde empieza a gestarse el temporal aunque todavía no sea visible en la superficie. Pues bien, estas organizaciones siguen interpretando la quietud aparente como lo real, lo definitivo, porque creen que el malestar social sólo puede expresarse en forma consciente, lúcida, cuando en realidad existen muchos niveles intermedios de subconsciencia política, de malestar difuso, de radicalización incipiente, débil e incierta, desorganizada.
Al desconocer la complejidad de los mecanismos ideológicos profundos, la militancia clásica no está preparada para actuar en el interior de la vida social, de las múltiples formas de explotación directa e indirecta, de opresión y de dominio imperceptible mediante los que se reproduce el capitalismo. Cuando en esta realidad subterránea empieza a aletear el descontento, la gente que lo sufre no encuentra apenas compañeras y compañeros militantes capaces de explicarles con la práctica por qué ocurre lo que ocurre. El desprestigio de la politiquería parlamentarista y reformista, institucional, ganado a pulso por el reformismo corrupto, aumenta la distancia política y hasta psicológica entre la reducida militancia y la gente. La ideología vuelve a jugar aquí de nuevo un papel muy dañino al reducir la tendencia espontánea a la radicalización a simple fenómeno de indignación sin poder dar el salto a la conciencia revolucionaria e insurgente, organizada para plantear de manera cruda y directa, radical, el problema decisivo, el del poder.
En segundo lugar, en estas condiciones ciertamente inesperadas para la mayoría de los grupos de izquierda revolucionaria supervivientes, las direcciones y su militancia responden correcta pero limitadamente dando una explicación teórica cierta de las razones de la crisis, pero sin extenderse a la otra parte de la contradicción dialéctica: la del factor subjetivo. Téngase en cuenta que la realidad fusiona tanto la crisis objetiva con la subjetiva, y que en muchos casos esta segunda tiene más importancia que la primera. La definición dominante de la ideología burguesa niega esta dialéctica, como niega la dialéctica en sí misma, por lo que imposibilita del todo el que la militancia se percate rápidamente de la tendencia a la radicalización social espontánea, con sus aspectos positivos y negativos, porque sólo tiene en cuenta la reducida superficie externa, consciente. De este modo, la explicación del origen y consecuencias de la crisis es cierta pero sólo en una de sus partes, la económica, pero muy débil o nula en la otra parte, en la política, y más en especial en todo lo relacionado con el decisivo «mundo subjetivo», mundo despreciado u olvidado por la versión dominante de ideología.
Por ejemplo, es cierto que la causa de la crisis no radica en la financiarización sino en la caída de los beneficios, etc., y que la egoísta irracionalidad prestamista que ha facilitado la catástrofe, responde a la lógica ciega de la máxima acumulación en el mínimo tiempo, pero esta explicación teórica cierta se queda corta si no va acompañada de otros componentes internos de la teoría marxista de la crisis que hacen referencia a la incidencia del Estado, de la corrupción, del consumismo artificialmente provocado, de la manipulación psicopolítica, de la influencia internacional, etc. En la medida en que se desconoce o minusvalora este otro componente «subjetivo» de la teoría de la crisis, como lo hace el marxismo economicista, la militancia tiene enormes dificultades para captar en tiempo real los incipientes síntomas del malestar social espontáneo. Y lo que es peor, tiene dificultades casi insalvables para emplear un lenguaje teórico-político vital y cotidianamente comprensible por las masas explotadas. El lenguaje de la izquierda es abstracto, mecánico, frío e impersonal, como lo son su «lucha ideológica» y sus «cursillos de formación».
Y en tercer lugar, sumergidos con perplejidad en esta vorágine, sorprendidos por la relativa fuerza de unas reacciones de protesta todavía no contundentes, pero también por el apoyo de masas siquiera pasivas que mantiene el poder reaccionario, bajo estas presiones inimaginables hace poco tiempo, algunas organizaciones de izquierda se hacen las mismas preguntas que anteriormente se hicieron otros y otras revolucionarias: ¿cómo salir de esta parálisis o de esta lentitud? ¿Servirá para algo el método dialéctico defendido por otros marxistas? ¿Por qué en situaciones pasadas idénticas a estas, otros han recurrido a una relectura no mecanicista de la dialéctica? ¿Cómo hacerlo? La sola duda es ya una muestra de capacidad autocrítica, pero las dificultades son apreciables porque tanto el concepto dominante de ideología como el marxismo mecanicista están estructurados por el rechazo de la dialéctica.
Una de las características de la crisis es que va acelerándose en su gravedad, va fusionando sinérgicamente sus diversas formas de materialización a la vez que cierra fases anteriores y abre posibilidades nuevas. Todo ello implica una aceleración del tiempo político como síntesis de las restantes temporalidades, económica, cultural, etc. La forma tradicional de «formación ideológica» no dota a la persona de un dominio suficiente del tiempo y de su materialidad, porque en las crisis el tiempo es una fuerza material que mal empleada te lleva a la derrota o a la victoria. La definición dominante de ideología ve el tiempo como simple linealidad mecánica, rectilínea y uniforme en su velocidad. La dialéctica ve y usa el tiempo como instrumento reaccionario o revolucionario, siendo muy consciente de que es así como lo ven y lo emplean los aparatos represivos del capital.
Pero aprender qué es el tiempo es imposible fuera del movimiento de las contradicciones, y es aquí donde de nuevo yerra la «lucha ideológica» tradicional, que se basa en la definición dominante de ideología. Para la dialéctica, como vamos a exponer, la lucha revolucionaria gira alrededor del dominio del tiempo, de su politización y de su aceleración guiada hacia la destrucción del tiempo asalariado, del explotado, del capitalista. Dominar el tiempo es actuar en el interior de las contradicciones para guiarlas hacia el salto cualitativo al socialismo. Ninguna formación libresca, formal y exterior a la lucha podrá nunca penetrar en el secreto del movimiento de lo real, en donde se gesta el malestar espontáneo de las masas, y de donde surgen los espacios abiertos a la praxis.
Consiguientemente, de lo que se trata es de aplicar un método de praxis, de sinergia entre la teoría y la práctica, que trabaje con las contradicciones, que las piense y estudia mientras las orienta en su interior. Y para ello es imprescindible comenzar especificando como mínimo los cuatro espacios cotidianos en donde se vivencia directamente la lucha política por el tiempo revolucionario. La formación en el método dialéctico es así la práctica del método en la raíz misma de los problemas, en su especificidad concreta pero siempre atendiendo a tres principios inexcusables, el de la objetividad de lo real, el de su desarrollo, y el de la concatenación de todas las formas concretas que dan cuerpo a esa realidad única.
4.- CUATRO ESPACIOS CONCRETOS DE LUCHA:
El principio de objetividad no por obvio ha de ser menospreciado, de hecho es uno de los más combatidos directa o indirectamente por la ideología burguesa. Los cuatro espacios que vamos a exponer son realidades objetivas, preexistentes a nosotros, en las que nos movemos voluntaria o involuntariamente, como sujetos activos o como objetos pasivos. Podemos negar o relativizar su existencia, pero están ahí y están en nosotros mismos, influenciándonos más o menos. El principio de concatenación universal de todas las formas particulares de expresión de la realidad explica que los cuatro espacios forman una unidad vivencial cotidiana, una totalidad que puede y debe analizarse en sus partes constitutivas, pero que siempre debe ser pensada como un todo coherente que evoluciona, que se desarrolla, por las presiones de la unidad y lucha de sus contradicciones internas y de los condicionantes externos. La objetividad, la concatenación y el desarrollo vienen determinados, en este caso, por las contradicciones inherentes al modo capitalismo de producción.
Partiendo de aquí, vamos a enumerar los cuatro espacios en los que luego veremos cómo se desarrolla materialmente su dialéctica interna: uno es el espacio de la vida falsamente llamada «privada», familiar, amorosa, sexual, individual, etc.: otro es el espacio falsamente llamado «público», social, laboral, de trabajo, o en paro y desempleo, de estudio, etc.; además, está el espacio de la denominada «vida asociativa», de la vida social en colectivos organizados de cualquier clase, cultural, político, deportivo, etc., más o menos frecuente según contextos y circunstancias, según la historia de cada pueblo; y por último, el espacio organizativo militante, el decisivo porque debe ser el que de coherencia estratégica a los anteriores, pero el menos frecuente.
Como hemos dicho, los principios de objetividad, concatenación y desarrollo expresan la estructura interna que cohesiona y recorre a los cuatro espacios y los engarza en la dinámica de la lucha de clases como expresión objetiva y subjetiva de las contradicciones burguesas. Por esto, a la fuerza e independientemente de nuestra voluntad, todos y cada uno de los cuatro espacios tienen a su vez contradicciones propias, contradicciones que se desarrollan confirmando los principios del método dialéctico, pero que se descubren en concreto, una a una, sólo desde su interior, nunca desde el exterior, aplicando abstracta y dogmáticamente el recetario de fórmulas mágicas.
Los cursillos de formación de la militancia en la práctica de la dialéctica tienen que partir de este axioma: las contradicciones en las relaciones personales, públicas, asociativas y organizativas son creadas por y responden a la lógica capitalista, por ello mismo tanto su desarrollo, como su interrelación y su objetividad deben ser descubiertas en la misma práctica personal, pública, asociativa y organizativa. Son contradicciones políticas y como tal han de ser tratadas, aunque no lo parezcan a simple vista. Los cursillos, por tanto, deben abrir la reflexión crítica y autocrítica de la militancia en cada uno de ellos, con preguntas, planes y plazos adecuados a cada uno de los espacios específicos, pero conectados con la totalidad, con la praxis revolucionaria. Aquí, como en todo, es fundamental el papel de la organización y el papel de la crítica exigente, constructiva y sincera de la militancia a los fallos de su organización, que son los suyos propios.
La organización revolucionaria es y debe ser de vanguardia, es decir, que intenta y lo logra por momentos, ir un poco por delante del nivel medio de conciencia de las masas explotadas, aportando humildemente una luz crítica y teóricamente asentada sobre el presente y el futuro. Sin organización de vanguardia, revolucionaria, más temprano que tarde la «lucha ideológica» se reduce a la repetición rutinaria y cansina de tópicos desgastados, rutina que es la antesala del abandono de toda pedagogía teórico-política dentro de la organización y fuera de ella. La organización, al margen de su cuantía y extensión, ha de aportar una ayuda, un acicate, un aliciente positivo, esperanzador y constructivo a la militancia que participa en los cursillos prácticos sobre dialéctica, y si no lo hace la organización no lo hará nadie.
Siendo así, la organización puede y debe plantear a sus militantes la duda, la interrogante sobre cómo es la objetividad, la concatenación y el desarrollo en los cuatros espacios. Por ejemplo, puede y se debe provocar a la militancia sobre la realidad objetiva de la vida llamada «privada», en la familia, en las relaciones personales e íntimas, en cuanto realidad política. O si se quiere ¿descubre la militante comunista actual que su familia, sus relaciones con padres y hermanos, con sus amigas y amigos, en sus sentimientos y amores, descubre la política en todo esto? ¿Por qué no la descubre? ¿Qué política descubre y cómo se integra en la política general del sistema?
Y si de la objetividad del contenido político de lo «privado» pasamos a la concatenación con otras realidades, con la explotación asalariada, con el desempleo, con el doble trabajo de la mujer, con ¿acaso no está todo ello relacionado estrechamente con las decisiones estatales y con las privadas burguesas? ¿Puede separarse el contenido político de la institución familiar con la estrategia demográfica del Estado, con sus apoyos a la natalidad, etc., y con las necesidades a medio plazo de fuerza de trabajo autóctona? ¿Y acaso esto mismo no es ya el principio del desarrollo, del automovimiento, del cambio permanente lento o rápido de las prácticas y costumbres procreativas y sexuales, de la institución familiar, de las relaciones interpersonales, y de todo aquello malamente llamado «vida privada»?
Otro tanto debemos investigar sobre las relaciones de la vida familiar y laboral con la asociativa, con el llamado «voluntariado social», con la pertenencia a sindicatos, a colectivos de cualquier tipo: ¿Cómo influencia la institución familiar autoritaria en la represión o control restrictivos de la visa asociativa de la juventud, de las mujeres? ¿Qué relaciones objetivas existen entre la política estatal y burguesa, y muchas ONGs y «asociaciones sin afán de lucro? ¿Cómo concatenan la poca participación sindical con la demagogia de la ONGs y con el apoliticismo del «ocio cultural y apolítico? ¿Y con la lucha política organizada? ¿Cómo evolucionan estas concatenaciones bajo las presiones del Estado y de otros poderes burgueses?
El principio de desarrollo es también aquí decisivo, como en todo el pensamiento humano. Por desarrollo se entiende el proceso que va de lo viejo a lo nuevo, que hace que surja lo nuevo con un grado de complejidad superior a lo viejo. El concepto de desarrollo va unido al de historia, al de evolución, cambio, etc., y para la militancia es fundamental dominarlo sobre todo en los cuatro espacios que estamos analizando: ¿Cómo, por qué y para qué surge la llamada «vida privada» en el capitalismo? ¿Y el «amor», y el supuesto «instinto maternal», y la «institución familiar»? ¿Son eternos y permanentes, intocables, o responden a necesidades estructurales del capitalismo? Estas y otras preguntas que giran alrededor del tiempo, del cambio, de la historia, del desarrollo de las contradicciones, debemos hacerlas en los otros tres espacios porque nos abrirán el pensamiento a realidades desconocidas pero necesarias para entender la situación presente y las perspectivas revolucionarias.
Aprender a dominar la dialéctica de lo objetivo, su concatenación y desarrollo para aplicarla en todos los problemas, exige descubrirla en el interior de la vida real. Esto no quiere decir que sean innecesarios los estudios teórico-abstractos y generales sobre el método dialéctico. Quiere decir que ese estudio será mucho más efectivo si previamente la militancia ha vivido su desenvolvimiento práctico en su vida real. Sólo con el debate colectivo asentado en la experiencia práctica la militancia puede entender que es el principio de la objetividad de lo real, la concatenación de sus múltiples facetas y su desarrollo. Y lo bueno, lo óptimo, es que este aprendizaje práctico vaya acompañado por su correlato teórico, con el estudio de textos críticos sobre los cuatro niveles descritos, únicamente así puede desarrollarse la verdadera pedagogía dialéctica.
5.- CONTRADICCIONES EN LAS CUATRO LUCHAS:
La contradicción en el interior de la esencia de las cosas es uno de los principios elementales de la dialéctica. Descubrir sus contradicciones, identificarlas correctamente y saber cómo debemos actuar en cada una de ellas, es decisivo. Pero debemos saber qué es una contradicción y qué es una diferencia, para no cometer errores irreparables. Hay que empezar diciendo que en toda realidad concreta, en todo proceso existes ritmos diferentes entres sus partes, discordancias y desacoplamientos entre sus componentes internos. Por ejemplo, las relaciones interpersonales en un grupo de amigas y amigos están condicionadas por las diferentes personalidades, por los ritmos psicológicos de cada cual, etc., del mismo modo que sucede en una organización revolucionaria a pesar de que aquí se supone que existe más autocontrol personal y más capacidad de comprensión de los demás. Prácticamente en ningún fenómeno, sistema o totalidad concreta existe una absoluta y permanente correspondencia entre sus partes y subsistemas.
Llamamos diferencia a la situación de débil y pequeña no correspondencia entre sus partes, a su insignificante discordancia y desacoplamiento. Decimos que el desacople, la falta de correspondencia es pequeña e indiferente cuando no amenazan la unidad del proceso, de la cosa, del fenómeno, cuando no amenazan con romperlo, escindirlo, y en estos momentos podemos definir a esa discordancia como diferencia. Una diferencia entre las partes del todo no amenaza a su unidad esencial, a su identidad, a su función y objetivos, pero cuando la diferencia se incrementa, se agudiza haciéndose imposible de resolver, entonces se transforma en contradicción. La diferencia no amenaza la identidad y la unidad del fenómeno, la contradicción sí. Por ejemplo, en una asociación de vecinos hay diferencias políticas entre sus miembros pero las resuelven mediante votaciones y consensos; pero ocurre que una parte de la asociación se deja llevar por la demagogia racista y machista del fascismo, reaccionaria, de modo que la diferencia se transforma en contradicción insostenible rompiéndose su anterior unidad en dos asociaciones opuestas.
Es muy importante saber precisar cómo es el proceso de ahondamiento de una diferencia hasta llegar a convertirse en contradicción porque de ese conocimiento depende en buena medida la suerte última de nuestra lucha. Se trata de averiguar, de descubrir si en el interior de esa diferencia anida ya o todavía no el germen que luego crecerá hasta estallar en contradicción irresoluble. Para descubrirlo hacen falta, como mínimo, tres cosas: un suficiente conocimiento teórico-político del problema que aparece en forma de diferencia; una organización que aporte ese conocimiento; y una experiencia práctica de la militancia, que también se apoya en buena medida en la organización. Por ejemplo, si conocemos la teoría de la plusvalía y la dialéctica marxista que hemos aprendido en los cursillos de formación del partido y/o del sindicato, podremos descubrir bien pronto si debajo de algunas medidas de la patronal que marcan una diferencia con respecto al pasado se esconde el germen de medidas más duras, y si ese germen expresará o no la contradicción básica y fundamental que caracteriza al capitalismo.
Como vemos, nuestra práctica en la acción sindical y obrera nos ha enfrentado a otros tres aspectos decisivos de la dialéctica: uno, la conexión de fondo con el resto de la teoría marxista en su conjunto; otro, la relación entre contradicciones internas y condiciones externas, y último, las formas de la contradicción. Sobre la primera no podemos extendernos por falta de espacio. La segunda expresa que el motor de un proceso son siempre sus contradicciones internas, aunque las condiciones, presiones y factores externos pueden influenciar más o menos. Por ejemplo, puede ocurrir en la fábrica que el empresario esté tanteando la fuerza y decisión de lucha de los obreros mediante unas primeras medidas ambiguas, lo mismo que hacen otros empresarios de la zona. A diferencia de otras fábricas, en las que los obreros han resistido desde el inicio, en la nuestra hay dudas y divisiones, e incluso sectores cansados y dispuestos a ceder. Mientras que los patrones de otras fábricas no se atreven a seguir para adelante por miedo a sus trabajadores, en la nuestra la patronal ataca al poco tiempo con medidas más duras que sacan ya a la luz definitivamente la contradicción estructural entre el capital y el trabajo.
Ha sido la debilidad interna, la contradicción interna a nuestra fábrica la que ha facilitado a la patronal en ataque posterior. Las circunstancias externas le han impulsado a probar la reacción obrera, pero ha sido sólo ésta, o sea, la contradicción interna expresada en su desunión, la que le ha permitido atacar con más dureza. Ahora bien, hay que decir que la contradicción interna y la presión externa se mueven siempre en una totalidad superior, en este caso en la lucha de clases en toda la zona, en la provincia, Estado, Europa, etc., de modo que cambian una en otra según la referencia o punto de mira. Por ejemplo, la contradicción interna en nuestra fábrica se convierte en una presión externa negativa para las otras fábricas que resisten porque sus empresarios aprenden de nuestra derrota para intentar vencer ellos en sus ataques. Siempre es la contradicción interna la que decide el comienzo, el desarrollo y el final de la lucha en todos los conflictos. El vendedor de drogas puede tentar con ellas a un joven para que se drogue presionándolo desde fuera, pero si este no las acepta porque no tiene una contradicción interna que debilita su personalidad no cae en la drogodependencia.
¿Pero toda contradicción está predeterminada al estallido, a la ruptura del proceso al que pertenece? Creerlo así puede acarrear funestas consecuencias ya que se pierde la decisiva noción de lucha organizada en el interior de las contradicciones para resolverlas si fuera posible o para guiarlas en dirección precisa. Si en una asociación de vecinos se realizan debates y charlas, se ven películas y se repartes textos y libros sobre el fascismo, el racismo, el terrorismo patriarcal, etc., puede liquidarse la posibilidad de que una parte de ella gire a la extrema derecha y la pequeña diferencia que había surgido sea resuelta internamente con métodos democráticos y horizontales anulando toda posibilidad de surgimiento de una contradicción irresoluble que haga estallar en dos trozos la asociación de vecinos. Hay contradicciones que pueden ser resueltas sin grandes tensiones ni conflictos de transformación cualitativa de la realidad en la que existen, como veremos.
El capitalismo está minado por contradicciones básicas, fundamentales, objetivas e inevitables, de lo contrario no sería capitalismo, sería otro modo de producción diferente. Son las que tarde o temprano terminan estallando con más o menos violencia, pero depende de la lucha revolucionaria que su estallido sea lo menos violento posible y se oriente por la senda de la liberación humana, en vez de por la vía contrarrevolucionaria. Estas contradicciones son, en esencia, la que existe entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, que se materializa en la que existe entre la minoría explotadora y propietaria de las fuerzas productivas y la mayoría explotada y desposeía de lo fundamental, contradicciones que recorren y determinan la sociedad entera Todos y cada uno de los espacios de lucha arriba expuestos están determinados por las contradicciones básicas, fundamentales al capitalismo, aunque en cada espacio se presenten con formas propias.
Las contradicciones fundamentales van agudizándose, tensionando las relaciones sociales, acelerando la lucha de clases, hasta llegar a un grado de antagonismo tal que se vuelven irreconciliables, es decir, que no es posible ya detener la crisis y echar marcha atrás. La dialéctica explica las leyes generales de esta dinámica, que veremos luego, en el capítulo octavo de este escrito. Pero, como hemos dicho hace un instante, es durante ese tensionamiento y agudización de las contradicciones internas, y sobre todo cuando estas pasan a ser definitivamente irreconciliables, cuando se confirma de nuevo la necesidad de la práctica revolucionaria organizada, práctica que debe ser a la vez teórica, es decir, que tiene que ir emancipándose cultural e intelectualmente de la ideología burguesa en cualquiera de sus formas. En el capítulo sexto veremos cómo inevitablemente surge el choque entre la quietud dogmática, sectorial y parcializada, a lo sumo mecanicista, de la ideología y la necesidad vital de ver las cosas en su permanente movimiento, en su interacción universal y en su objetividad frente al individualismo pasivo. Nunca sabremos qué son las contradicciones si no vemos su objetividad, su concatenación y su desarrollo. Del mismo modo que tampoco sabremos cómo empiezan a gestarse y a crecer si no superamos la lógica formal, cosa que haremos en el séptimo capítulo.
Pero ahora debemos precisar que las contradicciones fundamentales se expresan en la realidad concreta mediante la forma de contradicciones principales, las que en espacios y momentos concretos expresan todo el antagonismo básico existente. Ahora bien, como se aprecia, vamos de niveles de abstracción teórica general a niveles de concreción teórica en espacios y lugares precisos. Por ejemplo, en una nación oprimida la contradicción principal es la que le enfrenta al Estado capitalista ocupante; en la nación que no sufre opresión nacional, la contradicción principal es la lucha de clases contra su burguesía. Y de estos niveles precisos de concreción teórica debemos bajar todavía más al suelo para saber que la contradicción principal, en nuestro caso, en el vasco, la lucha de liberación nacional de clase y antipatriarcal, se materializa en la forma principal de la contradicción.
Por ejemplo, el gobierno de derechas endurece la explotación patriarcal en todos los sentidos, especialmente en el de facilitar el terrorismo machista, el despido de mujeres, la explotación familiar, la restricción de derechos, etc., en este caso que ya se está dando, la contradicción principal adquiere un contenido netamente de liberación se sexo-género que termina de definir cualitativamente toda la lucha de clases y de liberación nacional en general, y en particular en aquellos lugares en los que la explotación sexo-económica y afectiva de la mujer es vital. El aspecto principal de la contradicción descubre la clave del problema en una situación concreta, por lo que debemos estudiarla siempre con suma precisión. Más todavía, en el caso de la ofensiva patriarco-burguesa, lo que antes era ya algo decisivo pero aún no considerado como tal, ahora debe ser esclarecido y combatido sistemáticamente. Vemos, así, que la forma principal de la contradicción puede reflejar y de hecho lo refleja y expresa, la forma de la contradicción principal en muchos sitios y problemas. No son juegos de palabras, como diría la lógica formal, son contradicciones objetivas, concatenadas y en evolución que deben ser investigadas y resueltas en cada caso.
También deben ser descubiertas en cada situación las contradicciones secundarias, las que no determinan los aspectos críticos del problema al que nos enfrentamos en ese momento determinado. Por ejemplo, en medio del ataque inmisericorde a las condiciones de vida y trabajo de las clases explotadas, un grupo propone que hay que hacer campaña masiva contra la experimentación científica con animales, contra el consumo de carnes, contra las corridas de toros, contra la caza, contra los abrigos de pieles, etc., y que deben rechazarse todos los acuerdos tácticos y puntuales por otros objetivos con los partidos que defiendan lo anterior o no lo combatan abiertamente. Sin duda, estas reivindicaciones son justas y necesarias, pero en el contexto de aplastante reacción involucionista en todos los aspectos, y teniendo en cuenta la limitación de medios y recursos, esas reivindicaciones justas deben estar integradas en una lista de prioridades sociales masivas a conquistar que afectan a millones de seres explotados.
Las expuestas por esos colectivos son contradicciones secundarias que deben ser resueltas, pero que no afectan a la estructura del capitalismo en su unidad de explotación, por lo que debe primar siempre la dialéctica entre los objetivos históricos irrenunciables, la estrategia decidida para su logro, y las tácticas cambiantes para el desarrollo de la estrategia. En este y otros casos, la contradicción secundaria ha de ser parte integra de la lucha contra la contradicción fundamental pero supeditada e ella. Otra cosa es que la contradicción secundaria sea ya en sí una contradicción antagónica, irreconciliable con el sistema, pero que muy puntualmente, por una coyuntura muy transitoria y fugaz, tenga momentáneamente un carácter secundario.
Un ejemplo clásico de contradicción secundaria que sin embargo llevaba en su seno el contenido de contradicción antagónica que apareció con el tiempo, fue el del plan del capitalismo vasco-español de nuclearizar la parte de Euskal Herria bajo su dominio. En un principio apareció como mera contradicción secundaria, sin excesiva importancia política, pero con el tiempo se demostró que la nuclearización era irreconciliable con la existencia nacional vasca y lo que empezó siendo una contradicción secundaria terminó siendo antagónica. Otro ejemplo, puede ocurrir que haya que ganar una decisivas elecciones en un ayuntamiento, en un colectivo, sindicato, partido o hasta parlamento, victoria que en ese preciso momento supone la derrota en seco un proyecto reaccionario brutal, el que fuera, un proyecto que de salir vencedor arruinará la vida futura del pueblo, aunque atañe a un problema decisivo pero todavía no suficientemente agudizado. Pues bien, esa contradicción secundaria adquiere en ese momento un aspecto cualitativo que le hace ser más importante que otros objetivos, al menos durante un tiempo preciso.
No saber descubrir que las contradicciones secundarias pueden llegar a ser importantes, supone un riesgo muy alto para cualquier lucha contra la opresión. Las contradicciones están siempre en movimiento interno y en interacción con otras contradicciones circundantes, con fuerzas externas más o menos lejanas, con dinámicas que se presentan e impactan de forma azarosa, contingente, sin causalidad visible y con casualidad manifiesta a simple vista. La praxis revolucionaria ha de tener siempre estos y otros «consejos» aportados por el método dialéctico para no cometer errores garrafales.
6.- BUSCANDO LA DIALÉCTICA DE LA LUCHA
La forma dominante de interpretar el mundo, la burguesa, no tiene otro remedio que reconocer la existencia de lo objetivo en los espacios que analizamos, aunque lo falsifica o lo niega indirectamente, con la boca pequeña, al reducirlo a simple lenguaje, narración, «gran relato», etc., y sobre todo al negar su esencia sociopolítica y económica mediante la negación previa de la concatenación universal de los procesos, o en vez de su negación directa sí su relativización hasta dejarla en simple «coincidencia casual» que no responde a las fuerzas desencadenadas por las contradicciones del sistema, sino a la contingencia azarosa de «factores fortuitos». Tampoco puede negar el principio de desarrollo, de cambio histórico, porque ya existe bibliografía científico-crítica incuestionable sobre la historicidad de lo privado, del sistema capitalista, de las formas asociativas y de las formas organizativas de la izquierda revolucionaria; pero aun así, existiendo tales estudios la ideología burguesa tiene la fuerza sobrada como para impedir que las clases explotadas piensen dialécticamente.
Tenemos como ejemplo el llamado «problema de la deuda» que, tras la decisión de la burguesía española de elevarlo al primer rango, co-determina la evolución de los cuatro espacios que analizamos. Una buena parte de la gente oprimida cree que ella también es responsable del supuesto «problema», que debe aceptar o resignarse a mayores o menores retrocesos en su calidad de vida y en sus derechos, ya de por sí bajos, para resolver ese «problema que es de todos». Lo cree porque ella misma está endeudada y porque interpreta las causas de su endeudamiento desde los parámetros de la ideología burguesa. Por eso acepta pasivamente y se autoimpone restricciones en el consumo de bienes de segunda necesidad, en su disfrute de la vida, e incluso y cada vez más en el consumo de bienes de primera necesidad.
Como efecto de las restricciones para resolver el «problema de la deuda», además del empeoramiento de lo privado, también retroceden los salarios y los derechos laborales y sociales, aumente la precariedad y el desempleo; y disminuye el tiempo y el dinero disponible para acudir a reuniones sociales, a debates, para comprar revistas y libros, para Internet, etc. Si en estas condiciones se quiere seguir en la acción social, sindical, en los movimientos populares y vecinales, etc., no hay más remedio que controlar mejor el tiempo y los recursos disponibles, lo que exige una mayor conciencia crítica y un nivel de autodeterminación personal más coherente; y lo mismo pero a una escala superior ocurre si se quiere seguir militando en una organización revolucionaria. Hay que optar, racionalizar recursos y gastos, reducir el tiempo gastado en otras tareas para dedicarlo a la revolución. Reaparece así el problema del control del tiempo, o mejor, de la conquista del tiempo propio, libre, como síntesis de la emancipación humana.
Pero para lograrlo hay que desarrollar simultáneamente una visión crítica del sistema de explotación bajo el que malvivimos, visión crítica que no es otra que la teoría marxista que, entre otras cosas, afirma que el capitalismo se reduce, en última instancia, a la economía del tiempo explotado, a su máxima rentabilización mercantil en forma de acumulación ampliada sin reparar en sus consecuencias destructoras. Llegados a este punto, al de la lucha por el tiempo en los cuatro espacios que analizamos, surge la pregunta elemental: ¿Cómo se piensa el tiempo? Es un debate constante desde el surgimiento de la filosofía y de la ética, es decir, una vez que la escisión social entre clases en lucha hizo surgir el problema del tiempo como propiedad privada de una minoría explotadora. La respuesta que ofrece la dialéctica es diferente al resto de las escuelas porque la dialéctica materialista hace una pregunta diferente: ¿Cómo se lucha por el tiempo propio, como se construye el tiempo humano? Sólo desde el principio de la acción revolucionaria se puede pasar al segundo nivel, el del pensamiento integrado en esa acción: para pensar el tiempo hay que construir el tiempo emancipador.
La ideología burguesa no quiere plantearlo así, y tampoco puede hacerlo, porque abrir el debate sobre el contenido explotador del tiempo, sobre la propiedad del tiempo asalariado y sobre la posibilidad de existencia del tiempo revolucionario, libre y crítico, es siempre un peligro inaceptable. Las religiones lo saben muy bien y por eso es pecado hablar de la finitud en cualquiera de sus formas, empezando por la de los dioses, y por eso en el cristianismo no existe ni puede existir tiempo humano libre, sino solo tiempo prestado que hay que devolver al creador. De este modo, histórica y socialmente los sucesivos poderes basados en la propiedad privada del tiempo han creado una impenetrable muralla de vacíos conceptuales, represiones intelectuales y mentiras que destroza casi cualquier intento de pensar el tiempo fuera de un modelo social concreto opuesto al dominante.
Sin embargo, la solución al problema del tiempo es relativamente fácil ya que, por un lado, desde la dialéctica se explica que tiempo y espacio son las formas de expresión de la materia, y por otro lado, la crítica marxista de la economía capitalista explica cómo gira alrededor del problema del ahorro del tiempo asalariado a costa de destrozar el tiempo de vida de la humanidad trabajadora. De esta forma, la prohibición de pensar el tiempo como problema político esencial salta hecha añicos por la propia materialidad de lo real, porque ella misma es tiempo y espacio, y por el contenido de la lucha de clases que es lucha por el tiempo de vida en contra del tiempo burgués. Además de que la crítica marxista del tiempo burgués plantea en directo la lógica y la necesidad del ateísmo, también plantea en directo el problema de los espacios y tiempos concretos en los que se materializa la liberación humana.
Por ejemplo, la juventud que sufre la dominación del poder adulto necesita vitalmente un espacio propio en el que poder vivir su tiempo joven, en vez de pudrirse en el espacio/tiempo del poder adulto, es decir, de la familia patriarco-burguesa. La independización juvenil, los gaztetxes, las casas recuperadas y liberadas, las organizaciones juveniles, etc., cobran una importancia cualitativa desde la visión del tiempo y del espacio como instrumentos de lucha. La misma lógica debemos aplicar al resto de sujetos oprimidos, muy especialmente a las mujeres por cuanto el sistema patriarco-burgués vigila celosamente que no surjan espacios de independencia de la mujer en los que el tiempo sea de liberación se sexo-género, espacios que deben terminar abarcando a la sociedad entera. La dialéctica vuelve a demostrarse aquí como decisiva porque sólo ella expresa la contradicción irreconciliable entre el tiempo/espacio opresor y el oprimido.
Damos tanta importancia a la construcción del tiempo revolucionario porque es una de las llaves para dominar el método dialéctico, ya que el tiempo es cambio, novedad, contradicción y creatividad, y por ello es lo que demuestra en los hechos diarios a la humanidad explotada que la dialéctica materialista es la base de su felicidad. Pero lograrlo exige de una disciplina en el uso del método dialéctico que sólo adquirimos al ir comprobando en nuestra vivencia cotidiana los límites de la lógica formal, del método formal de pensamiento que es válido en situaciones relativamente estáticas, tranquilas, no convulsas, simples y no complejas, sencillas y no enrevesadas, situaciones que las vivimos como si fueran aisladas, separadas del resto. La rapidez de los acontecimientos nos ofusca porque la lógica formal no es capaz de penetrar en las contradicciones que aceleran el tiempo, que es de lo que se trata.
En la llamada «privacidad», en el trabajo o cuando buscamos que nos explote un empresario porque no tenemos otro remedio para sobrevivir, o en la vida asociativa si la practicamos, o en la militancia revolucionaria, aunque aquí en menor medida, pensamos que una realidad es ella misma y no puede ser su contraria, que la deuda, o la miseria, o la explotación son como son porque no pueden ser de otra forma, porque no existe otra alternativa ya que, según dice el principio de identidad de la lógica formal, una cosa es igual a ella misma. A primera vista y para andar por casa, como se dice, eso es cierto, pero enseguida la experiencia nos llena de dudas cuando vemos que con la lucha de clases se puede reducir la explotación y la miseria, que las movilizaciones de masas se pueden imponer soluciones político-económicas que reduzcan el desempleo y carguen sobre la burguesía el pago de la deuda, etc.
Y la experiencia puede enseñar que eso y más es posible porque la explotación, la deuda, la miseria son ciertas pero son contradictorias, tienen contradicciones internas que permiten acabar con ellas o reducirlas drásticamente en el peor de los casos; por tanto, el principio de identidad vale para cuando no hay lucha de clases, no hay resistencias y movilizaciones que demuestren con los hechos que el «problema de la deuda» lo ha creado el capitalismo, no es eterno y puede tener un fin, y que eso es debido a que tiene contradicciones internas, está minado en su interior y por tanto está abierto al cambio interno, aunque no lo veamos desde fuera a simple vista.
Ahora bien, según avanzamos en nuestro descubrimiento de la dialéctica al ver con la lucha que el principio de identidad, supuestamente inamovible y exacto, tiene contradicciones internas, precisamente en ese momento descubrimos que otro principio de la lógica formal, el de la no contradicción, insiste en que una cosa no puede ser a la vez su contraria, es decir, que el poder no puede ser a la vez el contrapoder. Sin embargo, en todo proceso de emancipación al poder se le opone un contrapoder, al poder patriarcal que se niega a conceder el divorcio a la mujer explotada se le opone el contrapoder de ésta para irse de casa, o para divorciarse legalmente, y así en toda lucha contra la injusticia. La ley de la no contradicción es lo mismo que la de la identidad pero enunciada en modo negativo, por lo que la experiencia nos enseña que también es muy limitada en su aplicación al mostrarnos que no existe ningún poder en abstracto, sino que todo poder en esta sociedad es de clase burguesa, de sexo-género patriarcal, de nación opresora, y que cuando la clase explotada, las mujeres y las naciones oprimidas empiezan a emanciparse crean contrapoderes liberadores irreconciliables con el poder opresor, y que de esos contrapoderes pueden dar el salto a situaciones de doble poder como antesala, sin siguen avanzando, a un verdadero poder emancipador.
Ahora bien, cuando descubrimos las limitaciones del principio de no contradicción, obvias y manifiestas a nada que forcemos la realidad con nuestra praxis, nos topamos con la tercera ley o principio de la lógica formal, el del tercero excluido, que dice que no puede existir una razón intermedia entre la afirmación y la negación sobre una cosa. Como los otros dos principios, y como toda la lógica formal, esta tercera ley es válida para conocer las cosas simples y estáticas, aisladas del resto, pero en la realidad cada vez más compleja y rápida, cada vez más conectada con otros problemas circundantes, en esta situación real, la ley del tercero excluido muestra sus limitaciones. Arriba hemos hablado de situaciones de doble poder, es decir, de situaciones en las que la lucha del contrapoder emancipador llega a tener la misma fuerza que el poder opresor al que se enfrenta, pero no la suficiente todavía como para vencerle. El doble poder es muy frecuente en todas las luchas, y también en todos los procesos que van agudizando sus contradicciones internas, que avanzan de lo simple a lo complejo. Y en todo proceso llega un momento de «doble poder» situado entre la afirmación y la negación, que demuestra la estrecha valía del principio del tercero excluido y de la lógica formal en su conjunto.
Vemos, pues, que la acción y no la palabra ‑la Biblia dijo: «En el principio fue el verbo», pero Goethe precisó: «En el principio fue la acción»-, va chocando con los dogmas, mentiras y represiones físicas e intelectuales que nos impiden penetrar en el desarrollo de las cosas, y va superando las trampas de la ideología y valía relativa de la lógica formal. Impulsado por la acción, el verbo, la palabra, la teoría en suma, va concretando y sintetizando lo descubierto por la práctica humana, y al fundirse con la acción, ambos crean la praxis. Para la cultura clásica esclavista griega, la praxis era la capacidad de las personas libres, no esclavizadas, de crear cosas nuevas, bellas, creativas, artísticas.
La praxis, o sea, la fusión de la mano y de la mente, va descubriendo la dialéctica de la realidad mientras supera las limitaciones de la lógica formal, de los principios de la identidad, de la no contradicción y del tercero excluido. Durante este proceso, la praxis va descubriendo que el control del tiempo, su liberación, es inseparable de la superación de las formas de propiedad privada dominante en cada época, del modo de producción dominante en ese época. La lógica formal requiere una temporalidad formal, casi inmóvil o muy lenta, y siempre acorde con el sistema de explotación existente. La dialéctica, por el contrario, requiere el movimiento permanente, acelerado, crítico. En la vida cotidiana, en la vida asalariada, en la asociativa y en la militante, el tiempo va cogiendo velocidad y va asumiendo sus contradicciones, lo que hace que se agudice el choque entre la ideología y el pensamiento dialéctico. En este momento puede aparecer un cuello de botella que paralice el proceso de concienciación porque la persona ya no es capaz de desatascar la obstrucción mental que se forma cuando la cruda realidad supera la ficción ideológica. ¿Cómo desatascarlo?
7.- MÉTODOS DE BÚSQUEDA DE LA DIALÉCTICA:
La organización aparece aquí, en esa búsqueda de la dialéctica que bulle en el interior de las luchas, de nuevo como el único desatascador posible, porque sólo ella puede aportar el conocimiento necesario para guiar con nuevos y más efectivos recursos teóricos la búsqueda de la dialéctica inherente a la lucha. Tales recursos son los métodos del pensamiento científico-crítico, el método dialéctico, que la organización ha de aportar a sus militantes, y que estos deben pedir, deben exigir, a la organización. Que nadie crea que ese desatascador puede aportarlo la Universidad, la casta académica. Sin restar méritos a una reducida minoría de intelectuales y profesores, cuyas aportaciones valiosas son innegables, la realidad es que la casta académica es incompatible con la dialéctica materialista por razones fáciles de comprender y que podemos sintetizar en una sola: la dialéctica marxista, su praxis, es irreconciliable con la mentalidad asalariada de la casta intelectual.
Acabamos de ver a qué dificultades se enfrenta la militancia cuando ha de descubrir en su quehacer diario cómo funcionan en la cuádruple realidad que aquí analizamos los principios dialécticos de objetividad, concatenación y desarrollo, y hemos visto además lo arduo que resulta superar las limitaciones de la lógica formal –identidad, no contradicción y tercero excluido– si no es mediante la lucha práctica, en el interior de la realidad, de los conflictos sociales. Muy meritorios intelectuales y académicos pueden aportar y aportan con extrema coherencia personal sus conocimientos y su experiencia, pero como institución y como casta, la Universidad y los intelectuales están sujetos al poder y la mayoría lo acepta y hasta lo justifica conscientemente.
Pero el problema es más grave porque la voluntad individualizada y aislada de algunos intelectuales «independientes», sin eso que se llama «compromiso organizativo», justo llega a grupitos muy reducidos de estudiantes y excepcionalmente, de trabajadores. La historia socialista muestra que todos los «frentes culturales» sobreviven en la medida en que sean alimentados por organizaciones revolucionarias con una muy clara estrategia al respecto. Pero la razón fundamental es que sólo la organización de vanguardia posee la experiencia, la determinación y las ramificaciones suficientes para profundizar en la formación teórica, en dotar a la militancia de los conocimientos que desatasquen la obstrucción que impide o frena el doble proceso de, uno, descubrir la dialéctica objetiva y, dos, descubrir que se desarrolla según los grandes principios del método dialéctico general.
En el caso que ahora tratamos, cuando la militancia descubre lo objetivo de las contradicciones, su concatenación y su desarrollo permanente, cuando aprende a ir más allá de la lógica formal, sin negarla en absoluto, pero superándola, llegados a este punto, la organización ha de poner al alcance de la militancia lo básico del método científico-crítico en su aplicabilidad a la lucha de clases en los niveles que analizamos. La experiencia muestra que de todo el «arsenal teórico» disponible, cuatro son los métodos decisivos en la militancia cotidiana, diaria, lo que no niega que existan otros muchos también necesarios pero no urgentes para este corto escrito. Son estos: el análisis y la síntesis, la inducción y la deducción, lo lógico y lo histórico, y lo teórico y lo hipotético. Lo óptimo es que sean empleados simultáneamente, respetando sus especificidades pero siempre buscando una sinergia.
En la práctica diaria y sin percatarnos de ello, empleamos estas categorías pero no en su unidad dialéctica, sino que por separado y casi siempre utilizando mucho más lo analítico que lo sintético, lo histórico que lo lógico, lo hipotético que lo teórico y lo inductivo que lo deductivo. Antes de explicar las negativas consecuencias que este error acarrea, debemos estudiar con detalle la aplicación de esas categorías.
La ideología burguesa y la forma de pensamiento que genera, no está apenas capacitada para el ejercicio de la síntesis, limitándose al del análisis. En nuestra vida, pensamos con algún detalle sobre aquellos aspectos concretos que más nos afectan de un problema: aplicamos el análisis sin darnos cuenta cuando pensamos sobre nuestras relaciones familiares, afectivas, laborales, sociopolíticas, etc. Analizar quiere decir descomponer el problema en sus partes y estudiarlas una a una en su especificidad. Solemos hacerlo frecuentemente, aunque la mayor parte de las veces no analizamos todas las partes sino las que nos parecen más importantes, o nos impactan más, o nos irritan y molestan, o nos agradan especialmente; aquí, la subjetividad nos juega malas pasadas porque desconocemos el principio dialéctico de la totalidad concreta, es decir, que el empresario que nos explota y que el capitalismo, por ejemplo, no son cosas distintas y separadas, sino una unidad, una totalidad concreta, precisa, aunque en apariencia no sea así.
Para encontrar la unidad del problema al que nos enfrentamos y sobre todo para descubrir su verdadera naturaleza, sus contradicciones, fuerzas y debilidades, tenemos que pasar del análisis a la síntesis, es decir, a la unión de lo que antes habíamos separado. Pero en esa unión, en esa síntesis escogemos lo esencial, lo común y constante en las partes que hemos analizado, lo que les recorre internamente a todas. La síntesis es así lo básico y permanente del problema visto en su unidad, en su totalidad. Cuando analizamos la violencia patriarcal en las fábricas y en las familias, vemos casos diferentes pero en la síntesis descubrimos el sistema patriarco-burgués vital para el capitalismo, sobre todo en crisis. La síntesis nos permite ver el funcionamiento interno del problema al que nos enfrentamos porque concentra en pocas palabras lo decisivo. No realizar la síntesis es quedarnos con una visión fragmentada, una especie de caleidoscopio, que no nos sirve para descubrir el punto crítico en el que debemos volcar nuestra militancia. Por ejemplo, la síntesis de todos los análisis que hagamos en las cuatro áreas afectadas por la crisis, nos muestra que el punto crítico no es otro que el del poder.
De la misma forma en la que nos limitamos generalmente al momento del análisis, también solemos limitarnos en nuestra vida cotidiana al momento de la inducción, es decir, a sacar una conclusión en base a un número limitado de informaciones, ideas, análisis y experiencias. La inducción es una forma válida de pensamiento, pero siempre que vaya dialécticamente unida a la deducción. Usamos las inducciones cuando «suponemos» que sucederá tal cosa, o que tal problema es grave, sólo en base a un número limitado de informaciones sobre ese problema: por ejemplo, en base a lo que nos han dicho amigos, hemos leído y oído en los medios de prensa, y sin apenas una investigación rigurosa, «creemos» que no hará falta ir a la huelga, que el gobierno no endurecerá las restricciones, que se manifestará mucha gente, que nuestro padre ya no vendrá borracho a casa, etc. Algunas veces acertamos, pero otras muchas veces no, o solo a medias. La inducción sirve para elaborar pensamientos simples, basados en situaciones cercanas que dominamos en parte, lo que nos permite suponer o aventurar hipótesis plausibles porque atañen a problemas no complejos. Pero la realidad es compleja y más en situaciones de crisis.
Lo contrario de la inducción es la deducción, por eso hay que utilizar ambos métodos en su complementariedad dialéctica. La deducción consiste en emplear la mayor cantidad de información disponible para, a partir de ella, elaborar un conocimiento acertado. Para el común de las personas, y también de la militancia, el método deductivo es muy difícil de practicar porque exige una sistematicidad y exhaustividad difícil de mantener en las sobrecargadas condiciones diarias de malvivencia. La deducción exige, si quiere ser tal en su sentido pleno, disponer del tiempo y de la costumbre intelectual necesarias para acceder a la suficiente información previa en base a la cual elaborar nuestro pensamiento. Las clases explotadas no tienen esas condiciones, peor aún, lo tienen cada vez peor en ese y en otros sentidos.
La militancia, por su parte, apenas ha sido concienciada en la necesidad del método deductivo, y menos aún del hipotético-deductivo, que es como se define a la unidad dialéctica entre la inducción y la deducción. Presionada por las urgencias crecientes provocadas por la crisis, la militancia no sabe ordenar su tiempo para poder aplicar la deducción sino que se limita a la inducción. Peor aún, educada en la aceptación a‑crítica y obediente de las directrices «que vienen del arriba», la militancia incluso reduce el método inductivo a pequeñas cuestiones inmediatas, porque en el resto espera pasivamente a recibir la directriz de su organización.
Además, el método inductivo viene facilitado por le rotura de la unidad dialéctica entre lo histórico y lo lógico. Lo primero que hacemos cuando tenemos que resolver una cuestión es recurrir a la experiencia práctica anterior, por ser lo más fácil, sencillo y rápido, pero también por ser uno de los principios de la dialéctica, el del desarrollo, la evolución, la historia del problema al que nos enfrentamos. El método histórico es la aplicación del principio de desarrollo a un problema concreto, a las relaciones paternofiliales en situaciones dramáticas como la drogadicción en una familia al romperse sus lazos afectivos, etc.; en este caso tan frecuente, por ejemplo, el método histórico es aplicado algunas veces por los padres para intentar descubrir en qué han fallado en la educación de sus hijos e hijas, o en ellos mismos. Se intenta revisar el pasado para encontrar la causa del presente. Otro tanto hacemos en el resto de problemas y facetas de la vida.
Pero el método histórico por sí sólo únicamente nos ofrece información muy concreta del problema que tratamos, porque no lo compara con otros problemas idénticos. Por ejemplo, cuando la patronal reduce el salario, el obrero aislado, sin conciencia ni formación crítica, se limita a comparar el sueldo de ese mes con los anteriores, pero un obrero concienciado sabe que no se trata de un caso aislado sino de un ataque general de la burguesía contra el proletariado. Ha llegado a esta conclusión aplicando el método lógico, comparando otros casos, comparando otras historias, buscando sus coincidencias e investigando si son meras coincidencias o si se trata de planes de la burguesía, apoyado por su Estado, aplicados contra la clase obrera. Otro tanto ocurre en la familia que ve cómo la droga, el alcohol, etc., destroza a sus hijos y/o al marido: el método histórico les descubre errores en el trato infantil o en las relaciones en pareja, o problemas económicos, etc., pero el método lógico les explica que la droga es un arma de destrucción biopolítica del capital para destrozar a la juventud popular, que el narcocapitalismo es parte muy vigorosa e imprescindible del capitalismo «legal», que el Estado no combate decididamente la droga por estas y otras razones.
Pero existe una unidad entre lo lógico y lo histórico que nunca debe ser rota aunque practiquemos por separado uno y otro método. La unidad viene precisamente de la materialidad del mundo, es decir, de que la realidad material, objetiva, es una que está en cambio permanente y en múltiples formas de expresión. Tanto su objetividad, o sea, que existe al margen de nosotros, como su permanente desarrollo y sus múltiples expresiones, todo esto hace que el pensamiento lógico aun unido al histórico en el devenir, vaya siempre un poco por detrás de la evolución de la historia. Lo primero es lo histórico y lo segundo es lo lógico, pero en una unidad de proceso. Lo histórico aporta la base material a partir de la cual surge casi de inmediato la reflexión lógica que van descubriendo las leyes de evolución de la materia y del tiempo, de la historia. Pero en el proceso de pensamiento, lo histórico y lo lógico han de mantener su interacción permanente y su síntesis.
La militancia que lucha en asociaciones populares, en sindicatos y colectivos sociales, está más acostumbrada a simultanear el método histórico con el lógico por la misma exigencia de su praxis; sin embargo, debido a la desidia por la formación permanente en la mayoría de las organizaciones revolucionarias, por esta y otras razones, la militancia tiende a menospreciar el método lógico priorizando el histórico. Por ejemplo, tras decenas de años de luchas nacionales de liberación contra el imperialismo español, la mayoría de la militancia revolucionaria de este Estado sigue interpretando sólo en términos históricos el derecho/necesidad de la independencia de los pueblos oprimidos por su Estado; eso es cierto, pero aquí, como en todo, el método lógico llega al fondo del problema: el Estado español como espacio simbólico-material de acumulación capitalista, es decir, la «nación española» como enmarque ideológico-represor del proceso histórico de acumulación interburguesa en una parte de la península ibérica.
El método lógico es más exigente que el histórico, del mismo modo que el deductivo lo es más que el inductivo y la síntesis más que el análisis. Sucede así porque los tres primeros requieren de mayor información, de un tratamiento más sistemático y profundo para descubrir las conexiones que recorren todas las formas del proceso que aparecen en su historia y estudiadas concretamente en el análisis, y supuestas en la inducción. Del mismo modo, la simultaneidad de los tres al completo requiere de una práctica que sólo se domina con la militancia organizada, con el apoyo decidido y permanente de la organización ya que sólo esta puede hacer el seguimiento y aportar los datos, la bibliografía, los debates y la coordinación con otras experiencias prácticas imprescindible para manejar correctamente el análisis y la síntesis, la inducción y la deducción, y lo histórico y lo lógico.
Precisamente, es esta interacción entre los tres métodos de donde surge la teoría, siempre relacionada internamente con la hipótesis. Y viceversa, es del desarrollo práctico de la teoría y de la confirmación o negación de sus hipótesis de donde se deriva la necesidad de enriquecimiento del análisis/síntesis, inducción/deducción e historia/lógica. Una teoría es un sistema o concatenación de conocimientos probados, de síntesis, deducciones y argumentos lógicos que mantienen una coherencia con la realidad sobre la que trata, con los problemas que resuelve efectivamente, coherencia y efectividad demostradas mediante la práctica y siempre sujeta al criterio objetivo de la práctica. Una teoría, por tanto, es un conocimiento válido en su especificidad pero inmerso en la espiral infinita de la praxis de modo que siempre está sometida a examen, confirmándose y negándose en todo momento. No existe ni puede existir una teoría inmutable, definitivamente cerrada y estática, sino siempre abierta a la mejora autocrítica.
Una hipótesis es una conjetura o suposición fundamentada en un estudio analítico, histórico e inductivo más elaborado que lo normal, pero que por falta de conocimientos más profundos no puede llegar todavía al rango de conocimiento probado, de teoría demostrada por los hechos, por lo que necesita ser confirmada o negada. Por su propia naturaleza, el pensamiento humano tiende ha adelantar suposiciones, conjeturas o «intuiciones» con las que guiar sus actos posteriores hacia un objetivo. La experiencia muestra en este sentido que es mejor tener una mala hipótesis que ninguna, porque aunque aquella sea mala siempre se basa en alguna experiencia anterior que de algún modo nos ilumina en la oscuridad de la vida, de modo que en vez de actuar a ciegas al menos disponemos de una tenue visión siquiera a corto plazo.
Por ejemplo, en nuestra vecindad se han producido violaciones y agresiones machistas, y la gente consciente investiga, busca información, pregunta y en base a ello elabora una hipótesis sobre cómo el deterioro de las relaciones interpersonales por la crisis, de la vida en el vecindario al aparecer el tráfico de drogas con la tolerancia o pasividad policial, al reducirse el transporte público por los recortes introducidos por el ayuntamiento derechista, etc., facilitan el terrorismo patriarcal. Se trata de una investigación que aúna el análisis, la inducción y lo histórico en el barrio, pero también profundiza en la síntesis, en la deducción y en lo lógico.
Como resultado de todo ese esfuerzo colectivo, que se ha ramificado a otros vecindarios al pedir información y consejo, se elabora una hipótesis muy plausible: para acabar con esas y otras agresiones, hay que organizar al vecindario, movilizarse, luchar, denunciar y crear centros de ayuda, debate y concienciación que lleguen a ser prácticas de contrapoder popular capaces de expulsar del barrio a las mafias de la droga, y capaces de llegar a crear situaciones de doble poder que obliguen al ayuntamiento derechista a multiplicar masivamente el gasto social; y esta hipótesis plantea también la necesidad de llegar a instaurar el poder popular en la forma de una alternativa de izquierdas que gane las siguientes elecciones municipales, echando del ayuntamiento a la derecha.
Se trata de una hipótesis elaborada a partir de la experiencia propia y ajena, y por tanto a partir de una teoría ya demostrada como eficaz en otros pueblos y barrios en los que el movimiento popular, vecinal, asociativo, intersindical, ecologista, y sobre todo el feminista, ha contactado como militantes sociólogos, médicos, arquitectos, etc., para elaborar programas alternativos con los que demostrar que es posible vencer a la burguesía. Por tanto, en ese pueblo, los vecinos se lanzan a someter al criterio de la práctica su hipótesis y la teoría aprendida de otras experiencias. Vemos así que existe una esencial conexión entre hipótesis y teoría, de manera que la primera, la hipótesis es un paso más de la teoría llevada a la práctica y puesta a examen bajo el veredicto de los hechos, de la victoria o de la derrota; y la teoría es la hipótesis validada, confirmada positivamente por la victoria o negativamente por la derrota.
Si el pueblo logra reducir o acabar con las violaciones, con la venta de drogas, aumentar los gastos públicos y sociales, recortar drásticamente los espacios urbanos peligrosos, oscuros, acabar con el racismo e integrar a los emigrantes, si logra, en suma, conquistar el ayuntamiento y derrotar a la derecha, la teoría habrá sido corroborada y enriquecida con nuevas experiencias, y su capacidad para elaborar nuevas y más avanzadas hipótesis habrá aumentado al abrir la reflexión popular sobre por qué no dar el siguiente paso y lanzarse a la coordinación con otros pueblos y barrios para crear un movimiento más amplio que se plantee, si así lo decide democráticamente, llevar a lucha al interior mismo del parlamento, por citar una posibilidad.
Es indudable que en esta dinámica ascendente la intervención de la militancia organizada es decisiva, pero siempre después de haberse ganado la legitimidad con su ejemplo, sus aciertos y su capacidad teórico-política. Es innegable que en este proceso, la teoría estará siempre proponiendo proyectos más avanzados, que no son sino hipótesis más precisas y exigentes, más arriesgadas porque amplían los objetivos y los retos más complejos. A la vez, por ello mismo, la teoría será sometida cada vez a más pruebas prácticas, acelerándose así la espiral infinita entre la teoría y la hipótesis que es una parte de la espiral de la praxis, de la unidad entre la mano y la mente. Pues bien, el método dialéctico solamente es comprensible y asequible intelectualmente en su majestuosa grandeza crítica y revolucionaria, implacablemente autocrítica, si se aprende en el interior mismo de las luchas contra toda explotación, dominación y opresión. La teoría no puede nunca elaborarse en el limbo impoluto y manso de la pasividad obediente.
8.- CONFIRMACION DE LA DIALÉCTICA EN LA LUCHA
Es en la acción en donde descubrimos el funcionamiento objetivo de las contradicciones, su desarrollo, su concatenación, su objetividad al margen de nuestras creencias y opiniones. Es en la lucha cuando nos cercioramos de las limitaciones de la lógica formal, la que se basa en las leyes de la identidad, de la no contradicción y del tercero excluido. Es contra la explotación cuando nos damos cuenta que necesitamos simultanear el análisis con la síntesis, la inducción con la deducción, y la historia con su lógica interna para, de este modo, confirmar y mejorar una teoría, la revolucionaria, que a su vez genera hipótesis factibles y probables que de confirmarse mejorarán la teoría en una espiral inacabable.
Insistimos en que es imposible aprender el dominio efectivo, práctico, de este método si no lo comprobamos en nuestra práctica cotidiana, dividida en cuatro espacios en este breve texto. Nos damos cuenta mejor de esta dificultad cuando llegamos al último capítulo en el que volvemos a toparnos con la necesidad de la organización revolucionaria para que ponga a nuestra disposición los textos adecuados que nos sirvan de síntesis teórica de lo que estamos descubriendo con nuestra lucha. La síntesis teórica no es otra que la comprensión del desarrollo de las tres leyes fundamentales de la dialéctica materialista, al que nosotros, nuestra especie, ha puesto nombres: ley de la unidad y lucha de contrarios, ley del aumento cuantitativo y cambio cualitativo, y ley de la negación de la negación. Aunque por su misma naturaleza, la dialéctica acepta y esperar que surjan nuevas leyes al mejorarse el conocimiento del desarrollo de la materia, y aunque ya hay marxistas que proponen añadir como cuarta ley la del desarrollo desigual y combinado, nosotros vamos a limitarnos a las tres más conocidas.
La ley de la unidad y lucha de contrarios es básica y fundamental, como las otras dos, y está presente en cualquier realidad vital humana, social y en el pensamiento, también en la naturaleza. En toda sociedad basada en la propiedad privada de las fuerzas productivas la lucha entre el explotador y el explotado recorre y determina toda la existencia. En el capitalismo esta lucha adquiere no sólo la forma de lucha de clases entre burguesía y proletariado, sino a la vez tantas formas como modos de explotación, dominación y opresión existan. La vida cotidiana, familiar, afectiva, sexual, etc., está estructurada no sólo en función de procrear fuerza de trabajo dócil y obediente, que ha aprendido la obediencia en la familia patriarco-burguesa, en el sistema educativo, etc., sino también para crear canales de desagüe del malestar social a los sumideros de la pasividad y/o de la delincuencia social controlable mediante una efectiva, compleja y ramificada jerarquía de micropoderes materiales, afectivos, culturales, étnicos, etc., que además de mantener el orden también crean sumisión y colaboracionismo con los poderes superiores.
El feminismo, la emancipación juvenil, la liberación sexo-afectiva, y otras reivindicaciones en estos niveles cotidianos son expresión práctica de la unidad y lucha de contrarios, del choque permanente, larvado y oculto, o abierto y descarado, entre el marido y la mujer que quiere emanciparse, entre los padres y la juventud, entre la represión sexo-afectiva y las necesidades de liberación plena, por poner unos ejemplos básicos. La unidad y lucha de contrarios en estas esferas decisivas de la vida es tan real como en el resto, pero pasa más desapercibida porque hemos caído en la trampa de su «apoliticismo», de su «privacidad», lo que nos lleva a creer que en la «intimidad» no rigen las contradicciones socioeconómicas, políticas, patriarcales, culturales, nacionales, etc., que aparecen en la llamada «vida pública». El aumento de los divorcios y de las separaciones, el vaivén de su tasa de crecimiento al calor de las coyunturas de la crisis, por ejemplo, es un indicador aplastante de la ley de la unidad y lucha de contrarios y de su agudización mediante la ley del aumento cuantitativo y el salto cualitativo, que analizaremos muy en breve.
Otros datos son el aumento del terrorismo patriarcal intra y extrafamiliar, el aumento de las depresiones y malestares psicosomáticos, el aumento del fracaso escolar y de las tensiones intergeneracionales y en las relaciones paternofiliales como consecuencia de la crisis, el aumento del consumo de alcohol y otras drogas en la adolescencia, y un largo etcétera. La ley de la unidad y lucha de contrarios nos explica cómo y por qué se desarrollan estos conflictos inseparables de la estructura de explotación capitalista y de las resistencias conscientes o inconscientes de quienes la sufren.
Debemos aclarar que esta ley también rige pero de forma muy suave y atenuada en la vida organizativa, en los partidos y sindicatos revolucionarios, en los movimientos populares con sólida conciencia de su objetivo democrático-radical y hasta socialista. Rige de forma tenue mientras que la organización no se burocratiza y no gira al reformismo, es decir, mientras que no existen contradicciones irreconciliables, antagónicas con sus objetivos históricos irrenunciables, y con su estrategia y tácticas revolucionarias. Pero cuando el burocratismo comienza a pudrir la vida interna y cuando, casi a la vez, el reformismo abierto o encubierto y solapado comienza a negar en la práctica los objetivos, la estrategia y la táctica, en este proceso las pequeñas tensiones siempre existentes pasan a ser contradicciones, y si el reformismo y el burocratismo avanzan y se imponen, entonces las contradicciones pasan de ser no antagónicas, secundarias, menores y pasajeras, resolubles en definitiva mediante la democracia socialista aplicada en los debates y resoluciones congresuales, a ser contradicciones antagónicas, irresolubles, entre el sector revolucionario y el reformista. La ley de la unidad y lucha de contrarios actúan abiertamente desde ese momento.
La ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo es un desarrollo de la anterior, y muestra cómo esos y otros conflictos en la vida laboral, en la asociativa y a otra escala en la militante, van agudizándose, acelerándose hasta llegar a ser irresolubles dentro del contexto en el que bullen a su máxima presión. Las movilizaciones en una fábrica por motivos salariales, o en un pueblo contra irracionales planes urbanísticos, o en una escuela o universidad, o en defensa de un total, gratuito y efectivo servicio público de salud, estas y otras luchas empiezan por pequeños actos de una minoría y dependiendo de su gravedad y del contexto pueden agudizarse y extenderse rápida o lentamente, o pueden ser derrotados o sobornados. Pero aun en esta segunda y probable situación también está presente la ley de aumento cuantitativo y salto cualitativo, aunque sin terminar su desarrollo para el bando explotado, que ha sido vencido; por el contrario, esa ley sí ha estado activa y muy activa para el bando explotador, que ha ganado, es decir, que ha empezado acumulando fuerzas reaccionarias hasta terminar con el salto cualitativo de su victoria.
Y es que esta ley como todas las que afectan a la vida social, son leyes tendenciales, es decir, que su desarrollo depende de la relación de fuerzas en lucha. Quiere esto decir, que la evolución de la ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo requiere, en el plano social, de la intervención consciente, tenaz, organizada y plantificada en base a una teoría sociopolítica, como hemos visto arriba. Si los obreros, los vecinos, las mujeres, los estudiantes, los enfermos, el pueblo trabajador en suma, no ha sabido luchar con efectividad y sido derrotado, si ha sido así, por el lado opuesto y en base a la ley de unidad y lucha de contrarios, la patronal, la burguesía financiera e inmobiliaria, la casta universitaria, la industria de la salud, el sistema patriarco-burgués, la clase capitalista en suma, sí ha sabido acoplar sus métodos de lucha al desarrollo de la ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo. Ha ido sobornando al reformismo, debilitando la unidad y la moral de lucha, amenazando y reprimiendo a los sectores más concienciados, extendiendo esa represión a los demás o dosificándola y alternándola con concesiones mínimas y con promesas a los sectores menos concienciados, para, de este modo tan explicado en la teoría sociopolítica, ir aumentando el poder burgués hasta dar el salto cualitativo a la derrota popular.
La ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo, además de regir en toda la materia, incluida la social, actúa también pero a otra escala en el interior de las organizaciones de izquierda, como lo hace la ley de la unidad y lucha de contrarios una vez que ha estallado el conflicto interno entre revolución y reforma. Abierta esta lucha, la fracción reformista que por lo general, en la mayoría inmensa de los casos es a la vez la burocrática, y viceversa, recurre a todos los mecanismos internos y externos para vencer a la revolucionaria, desde sanciones y expulsiones de sus militantes más representativos, hasta pactos secretos con la burguesía para obtener el apoyo de su industria político-mediática, pasando por trampas internas de todo tipo, especialmente en debates y publicación de ponencias, oferta de cargos a militantes corruptos fieles a la burocracia reformista, manipulación de listas de representantes en el debate congresual amañado en beneficio del reformismo burocrático, etc. Tras el aumento de las tensiones internas llega el estallido de la crisis, el salto cualitativo mediante la expulsión de los revolucionarios o de los reformistas, y la aparición de dos organizaciones nuevas, cualitativamente diferentes.
La ley de la negación de la negación expone cómo y por qué las contradicciones internas que impulsan a las dos leyes anteriores, dan en este tercer momento de su desarrollo paso a una realidad cualitativamente nueva, diferente a la anterior, que no existía antes en lo esencial aunque en apariencia parezca ser la misma o muy parecida. El ejemplo típico y clásico del divorcio nos lo muestra a la perfección: aunque luego vuelvan a casarse cada uno o una por su lado, y aunque la familia patriarco-burguesa aparente recomponerse de nuevo, la realidad es que han surgido realidades nuevas con los divorcios, y que incluso el sistema familiar se debilita lenta o rápidamente. La experiencia del divorcio, como cualquier otra experiencia cualitativa, novedosa, que marca una ruptura drástica aunque no quiera reconocerse así, abre expectativas nuevas, marca cualitativamente aunque no se sea del todo consciente de ello, o no quiera ser admitido por razones personales, de orgullo, de despecho y odio, o por lo que fuere.
La ley de la negación de la negación explica que se suceden dos momentos de crisis, de negación, en el primero, en la llamada primera negación, se rechaza lo existente, se rechaza al marido por seguir con el ejemplo, o a la patronal si es una lucha obrera, etc.; se le niega en cuanto poder al que hay que someterse, y es el momento negativo, destructor, de esta ley dialéctica. Pero luego viene la segunda negación, o momento constructivo, positivo de la ley, que es cuando tras el divorcio o tras las larga huelga obrera, o estudiantil, o tras la larga movilización popular, sucede la victoria, el salto cualitativo, que supera al momento malo anterior porque se produce el paso a una realidad nueva. La segunda negación se realiza cuando a lo destructor, a la lucha y a sus sacrificios le sucede lo constructor, la victoria y sus beneficios. Incluso aunque con el divorcio la mujer pase a tener menos dinero, viéndose en la necesidad de buscar trabajo si no lo tenía, etc., incluso en este caso lo ganado supera a lo perdido, es cualitativamente superior a la vida insoportable con el marido, es una realidad nueva deseada con anterioridad.
Pero además de esto, la ley de la negación de la negación explica por qué lo nuevo, la segunda negación o momento positivo y constructor, liberador, incluye en su contenido novedoso a partes de lo viejo pero no ya como partes dominantes, sino dependientes, subordinadas. No desaparece todo lo viejo sino aquello que tenía de bueno, de progresista y de enriquecedor se integra en la nueva realidad pero de forma secundaria. Con el divorcio la mujer se libera ella y libera a sus hijos del malestar cotidiano bajo el marido, de manera que ya puede generalizar a todos los días los buenos pero excepcionales momentos felices vividos con sus hijos, o puede disfrutar de la soledad tranquila, o puede relacionarse con las personas que desee sin miedo a la violencia patriarcal: la mujer independizada ha aumentado su autoestima, se conoce más a sí misma, sabe de su fuerza personal porque ha luchado para liberarse y ha ganado. Incluso aunque al final no obtuviera la victoria del divorcio, la mujer ha cambiado en algo, ha aprendido cosas nuevas, sabe qué errores no debe repetir, y si no se da por vencida, si no claudica, la siguiente batalla por su libertad la planteará mejor, o simplemente se irá de casa tomando las medidas para que no puedan acusarla de «abandono del hogar».
Exactamente lo mismo debemos decir con respecto a todos los procesos de unidad y lucha de contrarios y de aumento cuantitativo y salto cualitativo que han llegado al punto crítico en el que surge una nueva realidad. La teoría revolucionaria se enriquece con la victoria, aprende y amplía su capacidad, del mismo modo en el que los sujetos, las personas, experimenta cambios cualitativos positivos en su vida, aunque pueda que sean pequeños pero son nuevos porque entran en una realidad objetiva y subjetiva mejor: menos horas de trabajo explotado, mejores condiciones de vida y de ocio, menor tensión y agotamiento psicosomático, más autoconfianza y optimismo vital al reducirse la precariedad inherente a la malvivencia en el capitalismo. Y aunque nos se hubieran logrado todas las reivindicaciones, aunque lo obtenido fuera menor de las exigencias y expectativas iniciales, al menos se ha logrado algo, y en el menos malo de los casos, se ha detenido en seco la ofensiva del capital que iba a aumentar la explotación, la opresión y la dominación.
Debemos decir lo mismo incluso si también fracasan, si son derrotados: una lucha obrera, estudiantil, popular, un contrapoder y un doble poder alcanzado por estas u otras movilizaciones pueden ser derrotadas y sucede a menudo, pero incluso entonces ha surgido una realidad nueva y contradictoria. Por un lado, la burguesía sí ha aplicado para ella la ley de la negación de la negación, mejorando su teoría sociopolítica y sus fuerzas represivas, como aplicó antes las otras dos leyes de la dialéctica. Por otro lado, las luchas sociales, el movimiento revolucionario en su conjunto, aun siendo contenido o vencido, también aprende de sus fracasos porque la ley de la negación de la negación saca a relucir el momento crítico en el que se pierde, ya que al expresar el desarrollo práctico de las otras dos leyes, la lucha de contrarios unidos y el aumento cuantitativo y el salto cualitativo, por ello mismo indica qué ha fallado y por qué, reactivando así el proceso de autocrítica y de mejora de la teoría mediante los métodos dialécticos arriba expuestos.
Las tres leyes de la dialéctica han de descubrirse en su materialidad concreta, en el vibrar de las contradicciones objetivas en desarrollo e interconectadas. Pero en esta experiencia práctica siempre aparece el momento en el que es imprescindible el paso a la síntesis teórica de tales experiencias concretas, y es entonces cuando, de nuevo, debemos recurrir a la organización revolucionaria con especial insistencia. En realidad, siempre debe estar presente, desde el inicio de toda lucha, pero su necesidad se hace patente en el momento de la elaboración teórico-revolucionaria. Sin su apoyo, el conocimiento empírico aprendido corre el alto riesgo de quedar en un saber no sistematizado en sus conexiones esenciales.
9.- RESUMEN:
La militancia revolucionaria no puede seguir enfrentándose al capitalismo actual, el de comienzos del siglo XXI que pretende aplicar a sus necesidades actuales algunas de las formas de explotación del siglo XIX, mejoradas con los más modernos adelantos en las ciencias de la explotación, con las viejas concepciones premarxista, mecanicistas y economicistas. Debe, por el contrario, recuperar lo mejor y lo más radical y crítico del marxismo, a saber, la fuerza de su método dialéctico, que no se intimida por nada ni ante nadie, que expone sin tapujos ni componendas interclasistas y reformistas el movimiento de las contradicciones irreconciliables que lucha a muerte en cualquier problema, injusticia u opresión; que no se calla ni acepta endulzar su crítica mediante una transacción reformista y corrupta; que siempre dice, siempre advierte con argumentos, que al poder reaccionario solamente se le vence con un superior poder revolucionario, y que para crearlo hay que aprender el uso de la dialéctica materialista dentro mismo de la propia lucha, en el calor de sus conflictos y en la esperanza de la victoria. De lo contrario, la militancia se verá abocada al fracaso, previo peregrinaje por el desierto de la ignorancia y de la claudicación última.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 26-X-2012