El velero Estelle cumplió su misión con toda la dignidad que le cabía y la entereza de la que dio gala durante la travesía. Hubo resistencia, no se acataron las órdenes por ilegales e injustas, además de infractoras del Derecho internacional y del Derecho Humanitario. Pero, una vez más, la fuerza de las armas y la prepotencia e impunidad de un Ejército acostumbrado a avasallar y pasar por encima de los derechos de las personas y de los pueblos, remolcó al velero hasta el puerto de Asdhott, en terreno israelí. Con él, las 30 personas que íbamos dentro, fuimos transportadas de forma obligatoria a su territorio, para ser expulsadas después de unas interminables 30 horas, acusadas ‑oh! contradicción- de estar en el territorio sin autorización para ello. !Sin autorización y sin voluntad, íbamos a Gaza y nos secuestraron!
Esta información es bastante conocida. Ahora me gustaría contar algunas cosas que son menos conocidas, más difíciles de ver a primera vista y que me han llamado a la reflexión.
La vuelta a “casa” fue una alegría incomparable. Los recibimientos, las felicitaciones, los “ongi etorri”, los buenos deseos, las declaraciones de amor, incluso, no paraban de sucederse. Puedo decir que me siento abrumada dentro de la emoción que me palpitaba. Y entre tantas manifestaciones, se repetían las preguntas y enhorabuenas: “gracias por haber ido”, “felicidades por la valentía”, “vaya miedo que has tenido que pasar”, e incluso el cariñoso “quién te mandará ir a estas aventuras!!!”. Por encima de todos estos comentarios, la clave, seguramente, del proyecto solidario: “os seguíamos todo el tiempo, estábamos pendientes de vuestro viaje, cuánta gente ha llamado para darte ánimos”. El sentimiento de la compañía, de la solidaridad, del seguimiento de la gente, es lo que, sin duda nos ayudó en esta resistencia.
No ha sido mucho tiempo el que ha durado este viaje, y en el propio barco, solo estuve cuatro días y medio. Pero sí, fueron días de una intensidad impresionante y se correspondían con la intensidad del recibimiento. En el intento de contestar a las preguntas que me han realizado he ido articulando un relato, muchas veces salpicado de anécdotas y sucedidos de tono divertido, para relajar la agresión, que dejan claras dos conclusiones importantes: ha sido una de las agresiones más violentas que he vivido “in situ” en mi vida, y, por otro lado, es una de las experiencias más bonitas y solidarias en las que he estado. Y a pesar de que el final estaba cantado, ‑no llegaríamos a Gaza‑, creo que la finalidad y el objetivo se han cumplido ampliamente.
La pregunta obligada es la del sentimiento del miedo en un momento de una agresión tan grave, y más, por lo esperada y conocida. El miedo era una hipótesis dada. La violencia, también. Sabíamos que iba a suceder un abordaje y sabíamos que iba a ser con violencia extrema. ¿Cómo responder? Obviamente, la respuesta, era de resistencia pacífica y no violenta. Sin otra finalidad que remarcar únicamente nuestra finalidad y objetivos. Estábamos haciendo una acción solidaria y humanitaria. El abordaje, en aguas internacionales era a todas luces ilegal. Esto lo transmitían nuestras consignas, coreadas en inglés, frente a los soldados que nos rodearon, primero, y nos abordaron y agredieron después: “Estamos en aguas internacionales”, “El Mediterráneo es nuestro libre mar”, “Desobedeced los mandatos del Estado”, “Nosotras estamos en paz, vosotros hacéis la guerra”.…
Juntos, pegados unos a otros, se trataba de tomar una posición en el barco y resistir, los embites de los soldados. Queríamos impedir que subiesen al puente y a la cabina y se hiciesen con el mando del barco, ya que era obvio que no se iban a obedecer por parte de la tripulación sus órdenes de desviar el barco de su rumbo a Gaza. Para lograr esta pírrica victoria de desviar el barco tuvieron que utilizar sus violentos medios, incluso la agresión física mediante las pistolas de descargas eléctricas. El previo intimidatorio, que duró cerca de una hora, antes de la invasión del barco por parte de unos cincuenta efectivos bastante armados, nos sirvió, contra todo pronóstico, para tranquilizar nuestros cuerpos y hacerlos resistentes dentro del evidente nerviosismo. Sin mucho esfuerzo consiguieron rendir a una treintena de activistas que no teníamos más armas que nuestras palabras, nuestra razón y abundante solidaridad.
No puedo dejar de mencionar cuáles fueron mis armas particulares y propias. Se trataba de que, dentro de la estrategia de la resistencia colectiva, individualmente no me perdieran los nervios, los miedos, los descontroles… Se trataba de enfrentar la agresión, dentro de la dignidad y la resistencia. Para ello utilicé por adelantado la solidaridad y el apoyo que recibiría. Como si el tiempo y el espacio no existieran, me trasladé a nuestros lugares e imaginé la febril actividad de mis colegas, convocando manis, ruedas de prensa, haciendo circular los videos, preparando mociones y apoyos; adelanté las muestras de cariño y apoyo que realmente he recibido más tarde y las sentí en vivo y en directo, recibiendo con antelación la energía suficiente que me daba fuerza; me reí, como me gusta, disfrutando del relato que iba a hacer de este “momentico” a mis colegas: sentada en el suelo, agarrada a Jonathan con todas mis fuerzas, teniendo en mi campo visual unas botas militares, bastantes; gritando consignas en un inglés imposible, donde destacaban las palabras peace y war; y, para espanto de la tropa que nos asediaba, cantando a voz en grito “Hator, hator mutil etxera…”. Todo eso y el recuerdo vivo de Gaza, “la cárcel abierta más grande del mundo”, me hizo mantener esta dignidad de vasca solidaria. Pues por todo eso… Eskerrik asko.
Begoña Zabala Gonzále, Emakume Internazionalistak