Conforme se aproximan las elecciones en Estados Unidos, con gran cautela se vuelve la política exterior uno de los puntos a debatir. No es secreto que durante los últimos 50 años ha existido cierta consistencia de largo plazo en la política exterior estadunidense. Las diferencias internas más agudas ocurrieron cuando George W. Bush asumió la presidencia y lanzó un intento supermacho, deliberadamente unilateral, por restaurar la dominación de Estados Unidos en el mundo mediante las invasiones de Afganistán e Irak.
Bush y los neoconservadores confiaban en intimidar a todos en el mundo utilizando la fuerza militar para cambiar los regímenes que el gobierno estadunidense juzgara poco amistosos. Como resulta claro hoy, la política neoconservadora falló en su propio objetivo. En vez de intimidar a todos, tal política transformó la lenta decadencia estadunidense en una precipitada caída. En 2008, Obama compitió con una plataforma que proponía revertir estas políticas, y en 2012 alega que ya cumplió su promesa y que, por tanto, deshizo el daño que ocasionaron los neoconservadores.
Pero, ¿acaso sí deshizo el daño? ¿Pudo haber deshecho el daño? Lo dudo. Pero mi intención aquí no es discutir qué tan exitosa es o no la política exterior estadunidense en este momento. Más bien quiero discutir lo que el pueblo de Estados Unidos piensa acerca de ésta.
En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadunidense es la incertidumbre y la falta de claridad. Las encuestas recientes muestran que por vez primera una mayoría de estadunidenses piensa que las intervenciones militares que emprendió Bush en Medio Oriente fueron un error. Lo que todas estas personas parecen ver es que hubo un enorme derroche de vidas y dinero estadunidenses, con que se obtuvieron resultados que a la gente le parecen muy negativos.
Perciben que el gobierno iraquí está más cerca en sentimiento y en política al gobierno iraní que a Estados Unidos. Perciben que el gobierno afgano tiene bases muy endebles –con un ejército infiltrado por los suficientes simpatizantes talibanes que pueden disparar a los soldados estadunidenses con quienes trabajan. Quieren que las tropas de Estados Unidos abandonen Afganistán en 2014 como lo prometieron, pero no creen que, una vez que las tropas se retiren, vaya a haber un gobierno estable en el poder, uno que sea relativamente amistoso hacia Estados Unidos.
Es significativo que, en el debate entre los dos candidatos a la vicepresidencia, el demócrata Joe Biden haya afirmado con vigor que no enviarían tropas estadunidenses a Irán. Y que el republicano Paul Ryan dijera que nadie en su bando estaba pensando en enviar tropas. Ambos pueden o no estar diciendo la verdad acerca de sus posturas. Lo notable es que ambos piensen que cualquier amenaza de su parte relacionada con enviar tropas de tierra podría lastimar las posibilidades de su partido con los votantes.
Entonces, ¿qué? Ésa es precisamente la cuestión. La misma gente que dice que las intervenciones estadunidenses fueron un error todavía no está dispuesta a aceptar la idea de que Estados Unidos no debería continuar manteniendo o expandiendo el alcance de sus fuerzas militares. El Congreso estadunidense continúa votando en favor de presupuestos para el Pentágono que son mucho más vastos de lo que el propio Pentágono solicita. Esto es, en parte, resultado de que los legisladores quieren mantener empleos en distritos donde tales empleos se vinculan con las fuerzas armadas. Pero también es porque el mito de la superpotencia estadunidense sigue siendo un compromiso emocional muy fuerte para virtualmente todos en el país.
¿Hay en la perspectiva un aislacionismo oculto? Hasta cierto punto, no hay duda. Hay, sin duda, votantes más a la izquierda o más a la derecha que comienzan a afirmar con más contundencia lo deseable y necesario que es reducir el involucramiento militar estadunidense en el resto del mundo. Pero creo que al momento esto no representa una gran fuerza. No todavía.
En cambio, lo que podemos esperar es una lenta y callada revisión, no por eso menos importante, de cómo sienten los estadunidenses acerca de series particulares de aliados. El alejamiento de Europa, sea cual fuere la forma en que definamos Europa, lleva ya largo tiempo ocurriendo. A Europa se le considera un tanto “ingrata”, tomando en cuenta todo lo que Estados Unidos hizo por ella en los últimos 70 años militar y económicamente. Para muchos ciudadanos estadunidenses Europa parece muy poco deseosa de respaldar las políticas de Washington. Actualmente se están retirando tropas de Estados Unidos de Alemania y de otras partes.
Por supuesto, Europa es una categoría grande. ¿Acaso el estadunidense ordinario tiene diferentes puntos de vista acerca de Europa oriental (los satélites ex soviéticos)? ¿O acerca de Gran Bretaña, con quien se supone que Estados Unidos mantiene una “relación especial”? La “relación especial” es más un mantra de los británicos que de los estadunidenses. Estados Unidos recompensa a Gran Bretaña cuando se mantiene en la línea, pero no cuando se sale de ésta. Y el estadunidense ordinario apenas si es conciente de este compromiso geopolítico.
Europa oriental es diferente. Ha habido presiones reales de ambas partes para mantener una relación cercana. Por el lado estadunidense, ha habido un interés del gobierno por utilizar el vínculo con Europa oriental como forma de contrarrestar las tendencias de actuación independiente que mantiene Europa occidental. Y hay presiones por los descendientes de los migrantes de estos países para expandir los vínculos. Pero Europa oriental comienza a sentir que el compromiso militar estadunidense se adelgaza y se torna poco fiable. Comienza a sentir que los lazos económicos con Europa occidental, Alemania en particular, son más importantes para ellos.
El antagonismo hacia México debido a los migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.
En Asia, golpear a China es un juego que crece en popularidad, pese a los esfuerzos de los gobiernos estadunidenses (tanto republicanos como demócratas) de mantenerlo a raya. A las firmas chinas se les impiden algunos tipos de inversión en Estados Unidos que incluso Gran Bretaña permite.
Y finalmente está Medio Oriente, área central de preocupación estadunidense. Actualmente el foco está puesto sobre Irán. Y al igual que en América Latina, el gobierno parece frustrado con sus limitadas opciones. Está presionado constantemente por Israel para hacer más, aunque nadie está muy seguro de lo que significa ese “más”.
El respaldo para Israel de todos los modos posibles ha sido una pieza central de la política exterior estadunidense desde por lo menos 1967, si no es que desde antes. Poca gente se atreve a cuestionarla. Pero esos “pocos” comienzan a tener el respaldo de figuras militares que sugieren que la política de Israel es peligrosa en términos de los intereses militares estadunidenses.
¿Continuará imbatible en los próximos 10 o 20 años el penetrante respaldo hacia Israel? Lo dudo. Israel puede ser el último de los compromisos emocionales de Estados Unidos que se desvanezca. Pero es casi seguro que habrá de esfumarse.
Es probable que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo poderosa, sino simplemente uno de los cuantos loci de poder geopolítico. El cambio en la perspectiva será impulsado por la evolución en los puntos de vista de los estadunidenses ordinarios, quienes continúan estando más preocupados por su bienestar económico que por los problemas que yacen más allá de las fronteras. Y conforme el “sueño americano” atrae a menos y menos no estadunidenses, se vuelve hacia dentro en Estados Unidos