La ofensiva anticapitalista en los años ’60
¿El capital constituye un sujeto automático, una sustancia dotada de vida propia o, por el contrario, no es más que una relación social histórica atravesada por los avatares de la lucha de clases? Ya desde los tiempos de Karl Marx esa pregunta quitó el sueño a los revolucionarios, cada vez que se propusieron estudiar la sociedad (para modificarla). La respuesta, aunque parezca sencilla y quizás obvia, dista de serlo. Aparentemente, si nos situamos en la perspectiva de la concepción materialista de la historia, la teoría crítica y la filosofía de la praxis —como es nuestro caso— todo conduce a aceptar que el capital es una relación. Cualquier otro tipo de respuesta implicaría deslizarse en los brazos del fetichismo más grosero, opción de la que no siempre han logrado escapar algunas corrientes de moda en el pensamiento social contemporáneo.
No obstante, a pesar de esta aparente sencillez del problema, todavía sobreviven relatos que pretenden explicar la génesis, emergencia y hegemonía mundial del neoliberalismo durante el último cuarto de siglo como si hubiese brotado por generación espontánea a partir de los dictados mismos del capital. ¿El denominado “nuevo orden mundial” que se instaló de manera prepotente en todo el planeta tiene acaso una lógica autocentrada? ¿El mercado y el capital giran espontáneamente sobre sí mismos? La mayor parte de los discursos legitimantes que hoy pretenden convencernos de su “ineluctabilidad”, de su “imparable” avance y su “incontenible” despliegue, así parecen presuponerlo. Muchos de esos discursos pretendidamente “científicos” se olvidan del modo cómo las dictaduras de los generales Pinochet y Videla en América latina y los gobiernos autoritarios de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en el capitalismo metropolitano, operaron con fórceps para que nacieran el neoliberalismo y sus mercados “espontáneos”.
Sin embargo, la perspectiva de los oprimidos —que en forma creciente comienza a cuestionar al neoliberalismo— es bien distinta. Si observamos el mundo desde las clases subalternas, desde los millones de explotados y sojuzgadas, el ángulo cambia notablemente. Desde este otro horizonte, el neoliberalismo, los nuevos patrones de acumulación capitalista y la lógica cultural del capitalismo tardío no tienen una lógica autocentrada. No son completamente autónomos. No giran sobre sí mismos ni son autosuficientes. Se constituyen a partir de un antagonismo. Se alimentan de sus oponentes. Su “espontaneidad” es ficticia y aparente.
Los cambios económicos, sociales, políticos, ideológicos y culturales que cristalizaron a fines del siglo XX en la figura del “neoliberalismo” no se han generado de manera automática. Entre estas mutaciones no pueden soslayarse la nueva modalidad de imperialismo y el nuevo patrón de acumulación capitalista tardío. Si el nuevo imperialismo disemina sus guerras de conquista por todo el orbe, repartiéndose el planeta, sus recursos naturales y la biodiversidad entre unas pocas firmas y empresas, el nuevo patrón de acumulación profundiza la subsunción real del trabajo en el capital, intensifica la explotación de la fuerza de trabajo ocupada, genera millones de trabajadores desocupados, destruye sistemáticamente el medio ambiente, refuerza el patriarcalismo —y otras formas “arcaicas”, ahora resignificadas— y somete toda la sociedad a la mercantilización, a ladominación de la subjetividad, al control del pensamiento y a la vigilancia. Junto con el militarismo multiplicado a escala universal, en el capitalismo contemporáneo tampoco puede obviarse la construcción de una inédita hegemonía cultural norteamericana a escala planetaria basada en los monopolios de la comunicación masiva y en el complejo industrial hollywoodense de la imagen que imponen a todo el mundo el american way of life.
En el campo universitario dicha hegemonía mundial ha tenido variadas formas de legitimación ideológica y teórica según sea la disciplina en cuestión. Sus propulsores han apelado tanto a los postulados monetaristas de la economía neoclásica como a los discursos posmodernos de “la diferencia”, la “identidad” y el “giro lingüístico”, sin olvidarnos tampoco del posestructuralismo y el posmarxismo, entre muchos otros relatos académicos (Kohan, 2005c).
Pues bien, en el presente ensayo partimos del presupuesto que si analizamos la sociedad capitalista mundial y la historia de sus últimas décadas en América Latina desde una perspectiva crítica, la emergencia del neoliberalismo y muchas de estas transformaciones que lo acompañaron —tanto en el mundo terrenal del mercado capitalista como en el cielo cultural de la teoría posmoderna— conforman una respuesta frente a un desafío. La ofensiva capitalista de las últimas décadas no ha constituido en realidad más que una contraofensiva. El avance neoliberal, ni espontáneo ni automático, ha sido, evidentemente, un contraataque.
¿Un contraataque frente a qué y quién? ¿Una contraofensiva para enfrentar cuál ofensiva? Comenzar a responder estas preguntas en América Latina constituye un primer paso para resolver el enigma de la Esfinge. Desde nuestro punto de vista, el neoliberalismo ha constituido una respuesta capitalista frente a la crisis de hegemonía que el capital padeció a escala continental y mundial durante los años ’60.
Del mismo modo que hoy no puede comprenderse la reacción del fascismo, del franquismo y del nazismo de los años ’30 (y ni siquiera el estado de bienestar y las políticas keynesianas preventivas posteriores a 1929) si no damos cuenta de la inmensa amenaza política y cultural que significó para la dominación mundial del capital la revolución bolchevique de 1917 y la ofensiva consejista de los ’20; así tampoco puede comprenderse la contraofensiva capitalista que se inicia a nivel mundial tras la crisis del petróleo de los ’70 (signada en América latina por toda una serie de dictaduras militares) si no se da cuenta de la aguda amenaza política y cultural que se inicia con la revolución cubana y otros procesos sociales contemporáneos (como la revolución cultural china o la guerra de Vietnam).
Una amenaza que atravesará toda la década de los ’60 y llegará hasta principios de los ’70. Un asedio frente a las aceitadas redes de la dominación social (económica, política, militar, ideológica y cultural) que comienza con la revolución cubana y que probablemente se extiende —a nivel mundial— hasta la victoria vietnamita de 1975, pasando por toda la serie de levantamientos obreros y estudiantiles de 1968 en las metrópolis del imperialismo capitalista occidental (tanto en Europa y Japón como en los EEUU).
Por lo tanto, sostenemos como hipótesis que sin dar cuenta del aporte específico que produjo la revolución cubana a esa ofensiva mundial de los explotados y oprimidas, que originó como respuesta una contraofensiva del capital hoy conocida popularmente como “neoliberalismo”, no se puede comprender a fondo las raíces de éste último.