I
Ayer miércoles apareció en el diario Gara un interesante artículo de Joxe Mari Olarra en torno a la constitución de Sortu, el proceso de debate que se está realizando para tal labor y las perspectivas de cara al futuro de la unidad popular en el proceso de liberación. Ciertamente es de agradecer tener de primera mano la opinión de los presos y presas políticas. Yo echo en falta que ésto no ocurra, ni haya ocurrido, con más asiduidad en los medios ya que el capital político que atesoran los cientos y cientos de militantes que permanecen secuestrados es enorme.
El artículo, titulado “La herramienta para ganar el porvenir de la nación vasca”, se podría decir que es una síntesis y ampliación de algunas reflexiones y posturas que han ido defendiendo algunos de los portavoces de la izquierda abertzale en los últimos tiempos y me atrevería a decir que aceptada de manera bastante desigual desde la amplia base social, sobre todo con el paso del tiempo. Al menos en algunos de sus apartados y en sus formas de ejecución. Es por ello que me gustaría tratar punto por punto algunas de las reflexiones lanzadas y lo haré en diferentes artículos.
En un contexto de desventaja y manifiestamente hostil, afrontamos el compromiso adquirido con la sociedad vasca para alcanzar un porvenir diferente y poner a Euskal Herria en el camino más eficaz hacia la recuperación de la soberanía y la integridad territorial. Con esa responsabilidad se adoptó la fórmula de la unilateralidad para dar pasos que provocaran el avance. En apenas tres años, digamos desde «Zutik Euskal Herria», se han sucedido acontecimientos que nos han llevado de la ilegalidad y persecución a la ostentación de la mayor presencia política nunca alcanzada.
Una de las contradicciones base que se produjo desde la misma fase previa a Zutik Euskal Herria consistió en presentar dos análisis enfrentados como uno solo. Por una parte, que Euskal Herria había llegado a las puertas del cambio político y social, que las condiciones para abrir una nueva fase estaban dadas debido a la lucha de décadas y que era hora de rentabilizarlo, para por otro lado decir que la izquierda abertzale se encontraba al borde del abismo. Resultando en sí mismo una incoherencia. Es probable además que ni una cosa ni la otra fuera del todo cierta. Y ese, en mi opinión error de análisis, es una de las claves para entender algunos de los desajustes que se han dado desde que se puso en activo tal estrategia. No se ha llegado a abrir realmente un nuevo tiempo político, sino una fase diferente. No se ha abierto ningún proceso de solución ni de paz. Sigue igualmente de bloqueado que tras las ruptura del último proceso negociador aunque hayamos actuado en muchos aspectos como si eso no fuera verdad.
Si bien es cierto que Sortu superó la fase ilegalizadora. La legalización de Sortu es un elemento que sintetiza todas las estrategias políticas existentes que inciden en el tablero del conflicto político. Para la izquierda abertzale supone contar con una herramienta legal imprescindible y necesaria pero el coste político, ideológico y organizativo requerido ha sido muy elevado. Ese era precisamente uno de los objetivos posibilistas de los procesos ilegalizadores. Cerrar la puerta a la izquierda abertzale en el ámbito institucional abriéndole una nueva por donde solo se pueda pasar moldeado. Algo que por otra parte se puede corregir, pero solo si somos conscientes de ello. La ilegalización y la persecución siguen vigentes, sin lugar a dudas. No solo porque la represión no ha cesado y porque todas las organizaciones ilegalizadas lo sigan siendo sino principalmente porque el estado ha asumido un papel de control chantajista y amenaza a todo lo que permite bajo peligro precisamente de ilegalización.
La izquierda abertzale no ha conseguido a nivel electoral la mayor presencia política nunca alcanzada. Lo ha hecho junto a otros. Lo cual es correcto y una dinámica de unidad de fuerzas beneficiosa para este país. Pero una cosa son los resultados electorales y otra muy diferente los avances netos en el proceso de liberación nacional y social. No siempre coinciden. Y si bien es cierto que el caudal electoral ha tenido éxito, aunque en las últimas elecciones hayamos sufrido cierta erosión, esto no se ha traducido en un avance de la lucha sino que en los últimos tiempos hemos visto desde cierta desuníón del sindicalismo abertzale, el reforzamiento del impasse del movimiento popular, la incapacidad para activar luchas con la intensidad requerida, debilidades en el ámbito institucional, retroceso ideológico y cierta desactivación general de las primeras lineas militantes y simpatizantes. Todo esto también es corregible pero solo si somos conscientes de ello y no maquillamos con resultados electorales nuestras carencias, somos acríticos, o ponemos la responsabilidad de ello donde no está.
ETA, desde su propio análisis estratégico, decidió caminar en el mismo sentido, y tras varios pasos previos adoptó la histórica decisión de finalizar su campaña armada. Hace un año quedaba, así, cerrado un ciclo de cinco décadas caracterizado por el enfrentamiento armado para pasar al actual, de orden exclusivamente político, civil y democrático.
Tema demasiado peliagudo. En cualquier caso, la fase actual sigue siendo no democrática, armada y represiva por parte de los estados.
Este cambio radical de escenario se ha producido en un plazo relativamente breve de tiempo y ello ha provocado en la izquierda abertzale algunas disfunciones que hay que reconducirlas lo antes posible para asentar debidamente el camino por el que transitamos, así como los instrumentos para hacerlo.Una disfunción fundamental es la falta de una organización política estructurada y establecida que sea motor y correa de transmisión del proceso de liberación nacional y social.
Las disfunciones principalmente han llegado por el impulso de intentar convertir el MLNV en un partido político desmantelando la forma de movimiento, el incremento de la verticalidad y la falta de información, la desaparición de organizaciones, el desarrollo de la estrategia con toma de decisiones no lo suficientemente consensuadas y la prominencia del electoralismo y el institucionalismo. Obviamente la falta de una organización legal que pueda llevar a cabo el trabajo político-institucional afecta mucho pero nos engañaríamos si pensamos que esa ha sido la razón.
De la falta de esa herramienta derivan otras disfuciones. Son, por ejemplo, el desfase organizativo por venir de la precariedad y clandestinidad, o el desequilibrio entre la práctica política bien sea a nivel nacional o local. (…) la izquierda abertzale está demostrando que tiene un plan integral sobre el que desarrolla dinámicas de carácter nacional. Mientras, en la órbita de pueblos o barrios, se detectan grandes carencias. Es necesario alertar también sobre la mala costumbre de mirar hacia arriba para esperar lo que venga dado. (…) Esto, unido a las otras disfunciones, ha provocado una cierta dejadez de ánimo, algo así como un estado pasivo de espera en el que aguardar acontecimientos.
No es agradable hincar el diente a este tema porque las conclusiones que se pueden sacar chocan con el nivel de moral necesario e imprescindible que se necesita para enfrentarse a los retos que están delante. Pero en algún momento tendrá que ser tratado en profundidad ya que de no hacerlo, de no ir a la raíz de los síntomas, no se podrá curar una enfermedad que en mi opinión pone en peligro el sistema inmunológico de la izquierda abertzale.
Ante esta enfermedad, que en mi opinión es evidente su existencia, los antídotos vistos hasta el momento se han reducido a dos tipos de terapias de shock totalmente opuestas entre ellas. Por un lado la del “todo va bien” que en sí mismo sería la negación de la propia enfermedad, sobre todo a base de tiritas electorales que cubren la herida pero que no la sanan, y la del “todo va mal”, que se permite el lujo de echar constantemente sal en la herida. Obviamente ninguna de las dos está dando resultado. Y entre el “todo va bien” y “el todo va mal” no queda mucho espacio más que para entrar en un estado de pasividad a verlas venir y “a ver que pasa”.
Sobra decir que la verdadera energía y “secreto” de la izquierda abertzale resídia en los barrios, pueblos y ciudades, y que si se va perdiendo el “punch” ahí, siendo sustituido por titulares de prensa o macro-política, quizás aparentemente abarquemos mucho pero de tanto abarcar al final no quede potencia para apretar.
Un juguete es algo muy bonito, sin embargo un juguete roto se refiere al objeto que ha perdido su función y que ya no posee valor. Revalorizar lo ya casi inútil aún cuando es necesario es una tarea ardua. Sobre todo lo es cuando los valores y las coordenadas del empuje que han provocado esa desgana y falta de ilusión no se ponen en entredicho.
II
(…) las maniobras de carácter unilateral no avanzarán por inanición (…)
La unilateralidad está en su última fase, al menos en todo lo que no está relacionado con dar pasos unilaterales hacia la independencia y el socialismo donde está prácticamente todo por hacer. Desde un punto de vista unilateral, ETA, al haberse colocado en un carril de una sola vía donde no hay espacio a la estrategia solo puede unilateralmente tirar las armas y desaparecer. Sin más opciones unilaterales salvo pedir perdón. En las cárceles solo existe una opción unilateral y en la izquierda abertzale y la sociedad vasca en general, pedir perdón por el daño causado porque reconocerlo se ha hecho siempre. No existen más opciones unilaterales. ¿A dónde lleva todo eso?. Puede llevar a muchos sitios diferentes pero en ningún caso a la solución del conflicto ni a acelerar el proceso de liberación nacional y social sin plantear una estrategia global de presión para derribar el muro impositivo.
si la base no genera acontecimientos, difícilmente podrán tener el recorrido deseado los producidos a otros niveles, por muy buenos que sean. (…) lo que nos venga de estadios más elevados carecerá de aliento imprescindible. Porque esta gran marcha hacia la independencia y el socialismo no ha hecho sino dar el primer paso y si no avanzamos nos hundimos en el barro, que es lo que busca el Estado.(…) Si estas disfuciones son, podríamos decir, objetivas, hay otras de carácter subjetivo pero que no por ello son menos importantes ya que son inercias de la fase anterior y tenemos que superarlas para afirmarnos debidamente en el presente garantizando el recorrido futuro. Así, venimos de décadas de enfrentamiento violento, con una cultura de confrontación y resistencia fuertemente interiorizada en nuestra personalidad y comportamientos políticos. (…) Estamos comenzando a rentabilizar décadas de lucha, de resistencia militante y, al mismo tiempo, articulando las bases democráticas para lograr lo antes posible una mayoria hegemónica que permita alcanzar la independencia.
Ya se comentaba en el anterior artículo algunas de las razones que creaban las condiciones para que existan muchas dificultades para que se puedan generar acontecimientos. En el momento que se pone encima de la mesa que las condiciones ya están dadas para el cambio, en el momento que se llega a a la supuesta conclusión de que es tiempo de soluciones cuando no existe ningún indicador realista de que exista la más mínima voluntad por parte de los estados, en el momento que se buscan los acuerdos amplios para “normalizar”, en el momento que se suaviza la imagen de ciertos enemigos de clase o de Euskal Herria o se da a entender indirectamente que “lo pasado” está mal hecho y merece una revisión histórica, si le añadimos que se traslada a la sociedad que existen estructuras internacionales que “están con nosotros” o que “arriba” se están moviendo muchas cosas. Todo ello va creando el caldo de cultivo que empuja hacia la pasividad y a la distensión bajando las ganas de luchar, no porque no existan sino porque no hay caminos adecuados e intensos para vehiculizarlas. No es necesario luchar sino “solucionar”.
En las últimas décadas la presión generada por la izquierda abertzale y el movimiento popular han impedido la asimilación de Euskal Herria y han movido al estado en muchas ocasiones. Si bien es cierto que no se ha conseguido una acumulación y correlación de fuerzas suficiente para dar el paso final, a lo que habría que unir el sabotaje permanente del PNV, lo cual ha ayudado al estado a dar marcha atrás en muchas ocasiones, no se puede obviar esto y pensar que simplemente mejorando la correlación de fuerzas electoralmente se pueda terminar el trabajo. Ya que faltará la otra pieza clave; La presión que derribe el muro de la imposición.
En este nueva fase política, la aceptación de la confrontación, tensionamiento y su entendimiento puede resultar clave para que se produzcan avances en la lucha, de lo contrario las limitaciones serán cada vez más pronunciadas llegando incluso a la posible desactivación de la lucha convirtiendo a la sociedad exclusivamente en mera espectadora, votante, etc..
En estos momentos no existe una estrategia tensionadora, de presión y de calado que derribe ese muro impositivo y pueda crear condiciones para la solución. Lo prioritario es la solución. Contradiciendo la historia internacional de los pueblos y la clase obrera.
El nuevo tiempo que estamos poniendo en marcha requiere una nueva cultura política de la izquierda abertzale. Con esto no pretendo decir, ni por lo más remoto, que debamos asimilar los canones de eso que llaman ahora «la política» y antes se decia política burguesa. Esta no es la idea. Entre otras cosas, porque nosotros tenemos una cultura diferente que emana de nuestra personalidad y tradición política y sus señas propias de identidad derivadas de la nación a la que pertenecemos y por la que luchamos.
Como se comentaba, falta la infraestructura y el esquema de pensamiento para las coordenadas donde la otra pieza clave paralela a la hegemonía, es decir. la presión que derribe ese muro de imposición se pueda dar en toda su extensión.
Es por ello que en esta nueva etapa, la cultura de la confrontación y la resistencia debe seguir vigente. Es parte fundamental del ADN de la izquierda abertzale y eso no significa ponerse a la defensiva sino integrar elementos de lucha muy necesarios que de ningún modo contradicen la necesidad de materializar el cambio, cuando llegue, sino que refuerzan esa apuesta y ayudan a derrumbar ese muro impositivo.
La desobediencia, la lucha en la calle, la defensa de la clase trabajadora frente a los cada vez más agresivos ataques del capital, la organización barrio a barrio requieren y necesitan de ese ADN popular y de esa cultura confrontadora. La unidad popular también necesita, como así ha sido siempre, enriquecerse de ese fluir continuo de energía transmitida por el socialismo revolucionario, el comunismo y hasta el movimiento autónomo. Existen muchas culturas en el movimiento abertzale de izquierda y no se puede prescindir de ninguna.
La confrontación y el tensionamiento político usado con inteligencia es un arma imperecedera. Cambiarán algunas formas, cambiarán algunos métodos, algunas herramientas valdrán, otras nó, vendrán nuevas.. se podrá adaptar todo lo que se quiera adaptar pero intentar crear una nueva cultura en vez de contar con todas sin excepción y su desarrollo natural y siempre mejorable es el camino más directo a los cánones de eso que llaman ahora «la política» y antes se decía política burguesa. No es hipótesis. Se está demostrando así, ya que hemos avanzado en ese camino dando algunos pasos.
El Estado español, por ejemplo, se ha clavado en el inmovilismo e intenta distorsionar y confundir a los agente implicados. No dudo de que haremos que se muevan, pero habrá que desarrollar inicativas, movimientos de respuesta a los suyos y otros posicionamientos tácticos que requerirán mucha agilidad y, sobre todo, mucha confianza en lo que hacemos. (…) Debemos hacer de Sortu la columna vertebral del camino a la independencia y el socialismo, fortalecer músculo con el trabajo diario y militante;
Ni ETA, ni Herri Batasuna, ni KAS, ni ninguna organización por grande que sea puede resolver los problemas de la clase trabajadora vasca. Únicamente el Pueblo Trabajador Vasco puede solucionar sus problemas. Ya lo dijo aquel y pese a que han pasado las décadas nadie ha puesto encima de la mesa algún argumento que lo desmienta. Es el pueblo trabajador vasco, el pueblo abertzale de izquierda, todos los que quieren una transformación, los que tendrán que ser sujeto principal para el cambio y para traer la libertad. Desde ese punto de vista toda organización no significa más que un instrumento en tal labor, vehiculizar que la clase trabajadora vasca coja las riendas de su futuro. Y para ello Sortu tiene su papel, pero no es el único, ni mucho menos el que tenga que centralizarlo todo y hacerse endógeno.
Ahí esta el sindicalismo, el movimiento juvenil, el movimiento popular y la labor anónima de miles de militantes y activistas y otras tantas organizaciones y movimientos. Por lo tanto hacen falta más de una herramienta para tal labor ya que la unidad popular ha sido, y como no podía ser de otra manera, un mero acompañamiento del movimiento popular y las diferentes luchas. Imposibilitada para generar, sustentar y alimentarlas. La unidad popular ha sido alimentada por las luchas y no al revés. Lo cual es perfectamente lógico e imposible de revertir porque precisamente unidad popular significa eso; Receptor de los diferentes ámbitos de lucha. La unidad popular es fuerte si el movimiento juvenil, obrero, estudiantil, feminista,ecologista, cultural y popular… es fuerte y no en sentido inverso. Sortu será fuerte bajo esos mismos parámetros. Y encontrar una síntesis para ello es fundamentales para colocar al MLNV a la altura de los retos existentes. Aceptar la diversidad, buscar la comodidad y el encuentro de los diferentes sectores en lucha de este pueblo sin crear grietas entre ellos es algo que debería buscar Sortu y empezar a mirar al futuro con confianza en lo que hacemos.