A los adecos les gusta la comuna. Los copeyanos colaboran con el Plan de la Nación. Unos claman por un nuevo perdón, otros llaman a apaciguamiento… ¿Qué pasó? ¿De pronto nos volvimos hermanos? ¿Esto era todo? ¿El capitalismo ahora es “desarrollo nacional”? ¿Murió de nuevo el Socialismo? ¿Reconciliémonos? El paisaje político toma un extraño color. Analicemos.
La Revolución entra en un período de definición: la economía híbrida y el capitalsocialismo reclaman su correspondiente político. El Socialismo exige pasos hacia su construcción, atrás queda la etapa de transición indefinida.
El momento reclama esclarecimiento de la tendencia, clara muestra de hacia dónde va la sociedad.
Es así, más allá de los vapores electorales afloran las contradicciones sociales. El triunfo de la Revolución en las elecciones presidenciales paradójicamente la coloca en su más importante encrucijada: avanza, para eso aparentemente tiene la fuerza, o retrocede a terrenos restauradores, no es posible permanecer en el llamado “claroscuro”. Que las tensiones sociales se definan a favor de la Revolución dependerá de su robustez ideológica, es allí donde se gana o se pierde la batalla en que estamos sumergidos.
La ideología pequeñoburguesa interna desarrolla una suerte de sistema anarcoide, fragmentador, sin jerarquías ni delegación, que ha minado la base social de la Revolución al punto de que hoy se fragua un movimiento interno que cuestiona el liderazgo de Chávez, y debilita de tal manera a la Revolución que ésta es incapaz de hacer frente a las corrientes restauradoras.
El capitalismo camina entre nosotros, se regodea en su crecimiento, en sus alianzas internacionales, y no hay respuesta. Ni cuestionamiento ideológico ni discusión. Parece que la Revolución está desarmada frente al avance del capitalismo, la sociedad vive una suerte de fiesta embriagada de renta, aislada de la realidad. El Socialismo pasó a ser un recurso retórico, a veces sustituido por otros vocablos, también vaciados de contenido, muletillas que ocultan la superficialidad.
El tiempo se agota, una Revolución no puede permanecer indefinidamente en el “claroscuro”, en las concesiones al capitalismo. No superar rápidamente el dilema de “Reforma o Revolución” conduce inevitablemente hacia la restauración.
A catorce años de Revolución estamos empantanados en una peligrosa convivencia con el enemigo capitalista: hace tiempo que vivimos la contradicción de cuestionarlo pero lo aupamos, lo estimulamos. Un vocero puede hablar de luchar contra las élites oligarcas capitalistas y el mismo día otro vocero aplaude que el sector capitalista creció. Otro día un candidato se reúne a discutir su programa de gobierno con los empresarios de su región, y ese mismo día en la tarde se reúne con los humildes para prometer liberarlos del yugo del capital.
La necesaria consciencia de sociedad, la importante distinción del enemigo, las razones sagradas por las cuales luchar, se pierden, se ahogan en las ambivalencias de la falta de rigor.
Si todos somos iguales, si todos buscamos lo mismo, si Socialismo y capitalismo se mezclan, se toleran, entonces, por qué luchar…
¿Esto era todo? ¿Hasta aquí llegó el camino?
¡Con Chávez Siempre