Ya hemos hablado, y mucho se ha escrito y analizado, sobre las causas que producen los problemas de salud como los accidentes, aunque el último ocurrido en Santiago de Compostela es de una magnitud y tragedia tal que nos motiva esta reflexión sobre sus causas. Y para ello es esencial comprender la relación dialéctica entre el azar y la necesidad, entre lo casual y lo causal. No es una retórica gratuita, no es un superficial y frívolo juego de palabras, es pura praxis, es pura intención de poner las cosas en su sitio, a los responsables y responsabilidades de un drama. Es, en definitiva, poner en su lugar todas las causas para señalar a los verdaderos culpables y a las auténticas responsabilidades y actuar para erradicarlos y evitarlos en el futuro.
Decíamos en cierta ocasión que «frente al determinismo y el mecanicismo que aún predominan en los análisis de las ciencias de la salud debemos considerar un hecho básico: que hay determinación en la indeterminación e indeterminación en la determinación. ¿Qué quiere decir esto? Si analizamos cualquier acontecimiento de la naturaleza (viva o inerte) o de la sociedad podemos comprobar que se produce por una serie de causas, de cadenas causales (necesarias y determinadas) que chocan y se entrecruzan entre sí de forma causal o azarosa (indeterminada)».
Este accidente de tren ocurrido en Santiago de Compostela, nos obliga a indagar y mostrar todas las cadenas causales que lo han producido. Solo el cruce de esos procesos causales, que deben ser analizados minuciosamente, es casual. Ese punto donde se encuentran una serie de circunstancias, el posible «despiste» del maquinista producto de su situación y estado psicosomático concreto, y otras relacionadas con las condiciones de seguridad de un tren de «alta velocidad» (TAV), que parece que solo fue alta en velocidad, pero baja en seguridad, así como de las condiciones de la vía, curva excesivamente cerrada para un trayecto TAV entre otras posibles circunstancias. Solo es casual y fortuita la coincidencia en el tiempo y el espacio de ese conjunto de procesos que originaron el accidente.
Cuando machaconamente los medios de comunicación y los diferentes dirigentes políticos centran el origen del problema, la causa, en la imprudencia del maquinista, en la responsabilidad individual, nos están mostrando una visión mecanicista y determinista de los problemas que no va a la raíz, al conocimiento completo y dialéctico, y eluden hablar de las responsabilidades económicas, sociales y políticas. Solo promoviendo ese conocimiento completo y hasta sus últimas consecuencias de las circunstancias involucradas nos permitirá evitarlas en el futuro, porque cuanto más conozcamos y podamos intervenir sobre todas las causas, más podremos evitar el fatal desenlace, el accidente, y menos posibilidades le dejaremos al azar.
Pero para analizar en profundidad las condiciones de un accidente como este también tenemos que considerar otra importante relación dialéctica, la de la realidad y la posibilidad. Los fenómenos o hechos se consideran reales porque son posibles que ocurran, frente a lo imposible. Es sabida la posibilidad real de que se produzca un accidente de cualquier tipo, y por tanto, ante dicha posibilidad, todo nuestro esfuerzo debe ir dirigido a conocer y evitar los elementos que lo hacen más probable y fomentar los que lo hacen más improbable. En el caso que nos ocupa, tenemos un trazado antiguo, una curva que se conservó pese a no ser adecuada para una vía de alta velocidad. Tenemos, además, que a dicho trazado no adecuado a una máquina ferroviaria más potente no se le incorporan los correspondientes y sofisticados sistemas de seguridad que minimicen a casi cero el riesgo de medios de transportes que alcanzan tan altas velocidades. Y en estas circunstancias adversas descritas todo depende del factor humano, del trabajo humano que es bien diferente al que se tenía en el pasado, porque las consecuencias en caso de accidente son ‑con más probabilidad- graves y mortíferas. Porque también las condiciones del trabajador que pilota el tren son diferentes. Pongamos un ejemplo: el juez le pregunta al piloto que si tenía 4 kilómetros para frenar antes de la curva, parece que con cierta extrañeza, como es que en un recorrido tan «largo» no pudiera haber tenido tiempo suficiente de darse cuenta de su «despiste»; pero en el tramo anterior el tren circula a 200 km/hora, y a esa velocidad el maquinista tiene exactamente 1 minuto y 12 segundos desde que debe realizar la frenada hasta la entrada a la defectuosa curva. Sin disponer de toda la información ni detalles del suceso, y cuando parece confirmarse que el piloto atendía una llamada telefónica de su compañero en ese momento, cualquiera puede entender que dejar toda la responsabilidad a un ser humano, que puede sufrir cualquier imprevisto de salud, u otros, de una máquina con esa velocidad y con tal cantidad de viajeros es, cuanto menos, escandaloso.
Frente a la necesidad de defender y reivindicar un conocimiento exhaustivo, una visión dialéctica que analice todos los elementos interrelacionados, nos encontramos unos medios de comunicación que machaconamente se centran en la responsabilidad individual, una visión determinista y culpabilizadora del individuo que lo único que hace es ocultar las raíces del problema, las contradicciones socio-económicas y políticas de esta sociedad en crisis que prioriza el beneficio económico, monetario e inmediato frente a los beneficios sociales, amplios y a largo plazo de la salud de su población. Insistimos, la responsabilidad individual debe combinarse con la social, haciendo cada vez menos posible la primera porque cuidamos hasta el último detalle la segunda.
En definitiva, en los análisis de un problema de salud, como el accidente que analizamos, como en cualquier otro campo del conocimiento, es común caer en la trampa de los modelos deterministas que tienen la incapacidad de no dejar libertad para la acción y transformación de la realidad y que, por lo mismo, terminan cayendo en el idealismo, la fatalidad y la impotencia ante los acontecimientos. Si un accidente de estas características se centra en la unicausalidad del error humano, estamos justificando y perpetuando las posibles responsabilidades sociales, y haciendo inamovible el sistema social y político. Pero pese a esta mentalidad que reiteradamente nos quieren inculcar, la lucha por el conocimiento científico y crítico debe ser una constante, pues el conocimiento verdadero siempre es crítico y revolucionario. La idea que debe prevalecer es que podemos actuar y transformar, incluida nuestra sociedad y aunque choquen con determinados intereses del sistema. Que tenemos la «libertad» de intervenir sobre la posibilidad de aparición de accidentes como este. Que es la propia población, y el pueblo trabajador en su conjunto, la que debe proponer y reivindicar políticas de transportes públicos seguros, equitativos y rápidos (por ese orden). Y señalar y corregir a todos los responsables y a todas las responsabilidades sociales y políticas si se cometieran errores.
Concepción Cruz Rojo, militante del SAT
Cádiz, 1 de agosto de 2013