El singular Wert ha perpetrado un curriculum escolar que impone el 100% de la historia y de las humanidades a las comunidades autónomas. No es la política del ministro más cuestionado del gobierno, sino la de Mariano Rajoy. Ahora toca abrir este frente. El año que acaba ha tocado lengua.
Luisa Fernanda Rudi, la inventora del lapao («lengua aragonesa propia del área oriental», por no decir «catalán»), ha empezado a hacer declaraciones según las cuales los catalanes quieren apropiarse de la historia de Aragón, y ha organizado un simposio de largo recorrido que comenzará con una ponencia que lo dice todo: “Fernando II de Aragón y el nacimiento de España”.
La historia es, no hace falta decirlo, una estructura de Estado y estamos ante un nuevo proyecto coordinado por las mentes preclaras de la FAES. Aznar & Co. están obsesionados por demostrar que Cataluña no fue una nación jurídica, sino un simple apéndice del españolísimo Aragón. Tres estudiosas como Botella, Cospedal y Aguirre insisten mucho en este punto histórico.
El embajador en Londres, Federico Trillo, héroe de Perejil, lo quiso proclamar urbi et orbi en una carta al Financial Times (7/XI/2012): «Escocia fue una nación independiente y ha sido parte del Reino Unido desde que el parlamento escocés decidió libremente unirse a él en el siglo XVIII. Por el contrario, Cataluña era parte del más amplio Reino de Aragón y ha sido una parte integral de España desde sus orígenes, hace más de cinco siglos». Si Trillo supiera inglés, se daría cuenta que dijo “Reino” y no “Corona”, que viene a ser como confundir el Aragón actual con España. Es el nivel.
Vivimos tiempos historicistas. Mas ha felicitado las fiestas con una imagen del sitio austriacista de Barcelona de 1705, que terminó en victoria catalana: todo un mensaje. Algunos la han acusado de anacronismo, pero hay tradición de ello. Franco esperó tres días a entrar en Barcelona el 26 de enero de 1939 para que el desfile por la Diagonal coincidiera con el aniversario de la derrota que sufrió el ejército de Felipe IV a manos de la Generalitat en la batalla de Montjuïc, en 1641. Lo argumentaron de manera inequívoca: «El glorioso Ejército español tiene memoria».
Este año que comienza tendremos un montón. El españolismo no para de cargar contra los actos del tricentenario y reiteran que aquella fue una guerra dinástica internacional y no un conflicto por la libertad catalana. Otro erudito, Enric Millo, aseguró que «en 1714 los catalanes no luchaban por la independencia y estaban defendiendo una manera de entender España». Se olvidan, entre otros detalles, de que la paz de Utrecht se firmó en abril de 1713 y que el primer Borbón prosiguió la guerra hasta arrasar Barcelona y Cataluña entera. Y durante décadas, y hasta hoy.
Sus libros ‑los otros estaban prohibidos- han dicho siempre que Felipe V salvó a los catalanes de la decadencia. Tuvimos que esperar a que Albert Garcia Espuche fuese a la raíz, a las actas de los notarios barceloneses, para ver que Barcelona era en 1700 una ciudad rica, dinámica y cosmopolita.
La cuestión no es nada banal porque si Cataluña había tenido un Estado y lo perdió por la fuerza y de manera ilegal, el derecho internacional lo deberá reconocer. No se trataría de ganar la soberanía, sino de recuperarla, que es bastante diferente. La cuestión puede ir aún más lejos, como plantea Albert Pont: en caso de recuperación, 300 años después, del Estado catalán ¿quién sería el heredero de la actual España? ¿Quién se quedaría con sus activos? ¿Con qué argumentos? Rusia sucedió en los foros internacionales a la URSS, pero fue porque las quince viejas repúblicas lo pactaron así. Pero la turbulenta España en descomposición no quiere pactar nada.
Hace falta, pues, que los catalanes expliquen los hechos desde su punto de vista. Para eso son necesarias plataformas que divulguen la historia, como el Centro Cultural Born, o simposios como “España contra Cataluña”. De hecho, es bastante más que la historia: están tergiversando el mismo presente, basta con un vistazo a los medios de Madrid o a los mensajes que llegan desde el establishment. Basta con Wert.
Si lo hacen delante de nuestros ojos, ¿qué se puede pensar de los documentos de los archivos, la mayoría copias de copias? El “Tirant”, por ejemplo, fue durante siglos un “clásico castellano anónimo”, hasta que Marian Aguiló descubrió un ejemplar del mismo en catalán y lo publicó en 1873. Antes, la edición original era la que se había publicado en Valladolid en 1511 sin nombre de autor y sin mencionar que fuera una traducción. La filóloga Gloria Sabaté explica en un estudio que «el traductor actuó sobre todos aquellos aspectos que relacionaban el “Tirant” a una cultura diferente y ajena a la castellana». Esta novela había sido un bestseller, por eso se salvó algún ejemplar. ¿Cuántas veces se repitió la jugada? El filólogo Pep Solervicens prueba que buena parte de las obras editadas en la época de Carlos I desaparecieron durante el reinado de Felipe II.
¿Nadie se ha planteado, por ejemplo, cómo puede ser que Ferran (Fernando) II cediera los derechos sobre el Nuevo Mundo a Castilla, de donde terminó expulsado por “catalanote”? ¿Era un irresponsable? ¿Era muy generoso? ¡Pero si inspiró “El príncipe” de Maquiavelo! Había sido su tesorero, Luis de Santángel, quien había financiado a Colón. El erudito Jaume Ramon Vila explicaba un siglo más tarde (1602) que había visto en el Archivo Real de Barcelona los documentos firmados por él que lo probaban. Después desaparecieron.
Este archivo, heredero del Condal y radicado siempre en Barcelona, pasó con la Nueva Planta borbónica a ser denominado Real y General de la Corona de Aragón y de otras maneras, hasta que terminó en el “Archivo de la Corona de Aragón”. Ahora Aragón reclama la parte correspondiente “que los catalanes se han apropiado”. Cierran el círculo, una vez más.