A Engels le gustaba esta lapidaria frase de Hegel sobre la esencia aparentemente fija e inmutable: «”En la esencia todo es relativo”»; y a mí también me gusta esta otra de Caro Baroja sobre la misma cuestión: «Toda identidad es dinámica. Es decir, variable». O sea, en la identidad, en la esencia, todo es relativo y variable, todo es dinámico. Entonces la pregunta es: ¿existe lo real si su esencia identitaria es variable y relativa en su movimiento permanente? La respuesta es una: desde luego que existe lo real. Sin revivir el ya afirmativamente concluido debate sobre la dialéctica de la naturaleza, y ciñéndonos a la dialéctica de lo social, es obvio que la realidad objetiva existe. Adegi, por ejemplo, es una organización empresarial objetiva con esencia e identidad burguesa. Y porque lo es, ha propuesto una «nueva forma de contratación» laboral que, de triunfar, abre la vía de retroceso a un estadio social pasado que en lo que nos concierne ahora tuvo dos características demoledoras: una, la total indefensión de la clase trabajadora, y otra, la exclusión del pueblo de la esencia de la nación. Ambas características se fusionan en una sola.
El contrato o convenio colectivo fue una conquista central del movimiento obrero, inseparable de otras como la libertad sindical, las pensiones y las jubilaciones, la seguridad social, etc. Victorias logradas con sangre y sacrificio, pero también con sabia determinación política al aprovechar las disputas tácticas entre fracciones burguesas. Unas, las más obtusas y miopes, querían multiplicar la explotación aunque ello agotara irreparablemente a la clase trabajadora. Otras, las menos miopes y obtusas, comprendieron que había que cuidar un poco más a la gallina de los huevos de oro. La nación burguesa fue creándose por un lado en estas tensiones interburguesas, que siempre desaparecían cuando se trataba de poner orden y disciplina, atemorizar y escarmentar al pueblo; y por otro lado, en medio del creciente saqueo colonial e imperialista del grueso del planeta. Explotación interna e imperialismo externo, estos y no otros son los pilares de la democracia burguesa y del mal llamado «Estado del bienestar» (¿?). Las excepcionales y únicas circunstancias de la segunda postguerra, el pacto keynesiano y taylor-fordista, además de otras condiciones, sostuvieron el mito de la «paz social», de la desaparición de la lucha de clases, etc. Muy contados han sido los países que desarrollaron el Estado-nación keynesiano; pero aún así, su historia está surcada por una contradicción de clase que se agudiza durante los períodos de crisis estructural prolongada.
Hego Euskal Herria no entra en este selecto club. Aquí no se desarrolló el sistema clásico de integración burguesa «democrática» en los contenidos sociales, salariales, lingüístico-culturales y de sexo-género no sólo porque la opresión nacional lo imposibilita sino también porque la burguesía de aquí no quiere hacerlo, limitándose a beneficiarse de la descentralización administrativa tolerada por el Estado español. Además, la especial configuración del capitalismo vasco hizo que la lucha de liberación nacional surgiera con un determinante contenido obrero y popular, en el que la mejora de las condiciones de vida y trabajo era y es una parte sustantiva de la praxis independentista. Mientras que la economía avanzaba mal que bien, con crisis periódicas clásicas, la burguesía sabedora de la combatividad popular intentaba mantener un inestable equilibrio de apariencias reformistas sobre un fondo esencialmente conservador y hasta reaccionario en cuestiones centrales, asestando a la clase obrera cuantos golpes podía. Pero conforme la crisis actual supera a todas las conocidas, entonces el capital afincado aún en Hegoalde ha empezado a mostrar su verdadera faz. Apoyándose en el Estado español y con la excusa de las exigencias de la UE y de las presiones del llamado «mercado mundial», propone un retroceso cualitativo en el sistema de contratación laboral, individualizándolo en parte, por ahora.
No debemos cometer el error de creer que la indivualización de los contratos laborales es un problema que sólo afecta a la gente trabajadora. En realidad afecta a la totalidad social por tres razones: una, porque empieza a destrozar la raíz del pensamiento colectivo del pueblo explotado, raíz que históricamente da un salto cualitativo con la conquista de los derechos sociales, sindicales, salariales, vivenciales, etc., conquista inseparable de la negociación colectiva en las empresas. Luchar unidos contra la burguesía, negociar unidos los salarios, mantener la unidad obrera y popular a pesar de las represiones, trampas, chantajes y sobornos, tal cohesión de la gente explotada para lograr conquistas elementales termina generando conciencia de clase unida, aunque tarde más o menos tiempo; por esto mismo, la burguesía siempre ha buscado reinstaurar los contratos individuales.
Dos, en las actuales condiciones de precarización, desempleo, y empobrecimiento popular, los contratos individuales son el estoque destinado a matar a la resistencia obrera, a atomizarla en unidades aisladas e incomunicadas entre sí. Destrozada la unidad y pulverizada la conciencia colectiva, la ideología individualista burguesa tenderá a rebrotar rápidamente en sectores del pueblo atemorizados por la precarización vital, acogotados por las deudas y el empobrecimiento, inseguros por su presente y por el futuros de sus familias. Miedo, egoísmo insolidario e individualización del contrato son las tres patas de perfecta dominación capitalista, la que apenas necesita de la represión física directa porque cada cual se reprime a sí mismo, rebaja sus peticiones o reniega de sus ideales con tal de firmar un leonino y humillante contrato secreto con una patronal envalentonada, que estipula prácticamente el despido a capricho, fulminante,
Y tres, en un pueblo trabajador nacionalmente oprimido, la unidad obrera lograda y sostenida en la lucha socioeconómica fortalece el proceso de liberación nacional. Dado que la burguesía se ampara en el Estado opresor, dado que utiliza sus leyes para enriquecerse más y más, con suma facilidad se evidencia entonces la comunión de intereses materiales entre ella y el Estado. La conciencia del pueblo oprimido va así forjando una identidad nacional propia, trabajadora, opuesta a la identidad explotadora de la burguesía. Romper esta dinámica es vital para el poder, y junto a otros ataques para lograrlo, la invidualización del sistema salarial penetra como un torpedo por debajo de la línea de flotación en la sala de calderas de identidad nacional popular, reventándola.
La actualización de la maltusiana tesis de la individualización extrema por parte de la burguesía aquí residente se realiza en el mismo momento en el que esta patronal reafirma su total negativa a cualquier posibilidad independentista, reconoce eufórica la débil presencia práctica del soberanismo pese a su alta cota electoral, y deja que el cooperativismo interclasista sufra un varapalo tremendo debido a sus propias limitaciones internas. Es en este contexto relativamente nuevo en el que debemos volver a Hegel y a Caro Baroja, entre otros muchos dialécticos. La identidad y la esencia contradictorias de Euskal Herria siempre están en movimiento por la lucha de sus contradicciones internas y las presiones externas. Ahora mismo, la burguesía aquí afincada refuerza sus ataques para hacer que lo relativo, variable y dinámico de la identidad oscile definitivamente hacia el orden material y simbólico del capital, debilitando o mejor destruyendo si fuera posible la identidad popular antagónica que siempre late en la dinámica esencia contradictoria de todo pueblo.
IÑAKI GIL DE SAN VICENE
EUSKAL HERRIA 22-01-2014