Se sueña lo que se puede. No hace mucho las élites europeas ambicionaban, en el marco de la estrategia de Lisboa, convertir a la Unión Europea en “la economía del conocimiento más competitiva y más dinámica del mundo, capaz de una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y de una mayor cohesión social”. Pero la crisis se ha instalado por este continente y con ella un largo cortejo de convulsiones económicas y políticas. Nada queda hoy de las ambiciones de antaño de las clases dirigentes del viejo continente. La agenda de la competitividad y de la innovación no ha generado ni crecimiento ni progreso social ni, menos aún, soluciones a los grandes desafíos ecológicos de nuestro tiempo.
¿Con qué sueñan ahora las elites europeas? Con la estabilidad que les deje un poco de respiro, aunque sea por un tiempo. Saben además que los periodos de crisis, suelen generar endurecimientos autoritarios y conforme a esta regla, el estancamiento reinante da lugar a procesos de regresión democrática con el fin de controlar las dislocaciones sociales que puedan producirse.
Euskal Herria se adelantó a los acontecimientos económicos y políticos. Nuestro País, viene padeciendo los rigores del autoritarismo desde hace demasiado tiempo. Las leyes de excepcionalidad se siguen aplicando a pesar del repliegue de la insurgencia armada vasca. Claro que, lo que se pensó que era un problema, la existencia de ETA, resulta que no es tal y que todo el fondo del asunto gira alrededor de combatir un método de lucha.
Se pueden distinguir en estos momentos de crisis, tres posiciones que combaten contra la futura indignación en una clave superior a la actual:
En primer lugar se encuentra la izquierda estética o nominal, bien instalada en el juego democrático sistémico que pide paciencia, esperanza y no violencia. Nos dicen por algunos medios de comunicación, que a través de la razón todo volverá a su cauce, que la luz mítica que siempre se avecina al final del túnel, volverá a iluminar tiempos de bonanza económica y alegría colectiva.En realidad, los herederos de los Pactos de la Moncloalo que nos están suplicando a la clase trabajadora y a los sectores populares es que nos acostumbremos a la crisis. Una mezcla a partes iguales de resignación fatal, apetito crítico a la baja y melancolía amarilla. Esta izquierda es la misma que nos vendió que existía un capitalismo humano y esconde su fracaso tras un pasado del bienestar que se ha agotado por sus propias contradicciones.
A esta ola de “izquierdismo republicano” estéticamente correcto se suma en segundo lugar el oportunismo del PNV, que por boca de Urkullu afirma que su partido se mueve ahora en el terreno de la socialdemocracia mientras la violencia de su policía autonómica se despliega de manera descontrolada apoyando a la Guardia Civil en sus operativos contra el Pueblo Trabajador Vasco. Hay que reconocer que manejan una lógica aplastante y consecuente como es, que sólo con mucha policía y dosis increíbles de ideología estatutista podrá mantenerse esta situación de precariedad absoluta en aumento y que para ello es necesario la indispensable negociación para el abandono de las armas y la disolución de ETA. Todo muy diplomático y civilizado. No van a permitir que ningún obstáculo se interponga en su camino, ni tan siquiera el PP. Pero todas estas burdas maniobras, incluso participando en manifestaciones por presos, se esfumarán con el próximo ajuste de cuentas de la clase hegemónica una vez retirados los beneficios de rigor. Una violencia estructural y sistemática a la que ninguna voz se atreve a llamar por su verdadero nombre, “terrorismo de estado”.
Finalmente nos encontramos con el Partido Popular y el regionalismo de UPN, los representantes de un capitalismo español que no se harán el haraquiri por imperativos morales. Inevitablemente chocarán contra los contenidos políticos de la izquierda adosada al régimen neoliberal pero ambas opciones se encuentran al servicio exclusivo de la inmutabilidad social.
La derecha españolista necesita de una derrota sin condiciones de ETA, presionarán por todos los medios para obtenerla y finalmente, se dotarán de una escenificación que sirva de ejemplo contra cualquier otro intento de sublevación futuro contra el sistema.
El miedo a la quiebra total guarda la viña capitalista. Si no lo combatimos y lo rebasamos, sin darnos cuenta, el retórico fin de la historia lanzado por Fukuyama a los cuatro vientos habrá prendido para quedarse durante décadas con nosotros y nosotras.