A propósito de Lluvia de ángeles sobre París.…
El humor es la sonrisa de la revolución.
Marco Ménégoz
La tragedia clásica suele plantear un conflicto “irresoluble” (luego aclararé las comillas) entre el individuo y la sociedad, o lo que viene a ser lo mismo, entre la conciencia y la ley (escrita o no). Así, la lealtad de Antígona hacia su hermano Polinices la obliga a dar honrosa sepultura a su cadáver, contraviniendo una orden del rey cuyo incumplimiento supone la pena de muerte.
Pero la irresolubilidad de los conflictos trágicos tradicionales es relativa, cuando no ficticia (de ahí las comillas), pues casi siempre tiene que ver con la asunción (más o menos deliberada, más o menos consciente) de un orden establecido que se da por supuesto y que solo se pone en cuestión de forma superficial o episódica. En este sentido, la tragedia tradicional supone una cierta simplificación ‑ideológica- de la realidad, pues suele incorporar de forma automática ‑adialéctica- el discurso dominante. Por eso provoca la catarsis, pero rara vez la rebelión.
El teatro épico de Brecht constituye un paso importante hacia la superación de esta limitación; pero, como ha señalado Alfonso Sastre, el “distanciamiento” brechtiano no va mucho más allá de la anagnórisis aristotélica, y solo resuelve parcialmente el problema de la simplificación. Por eso Sastre propone ‑y cultiva ejemplarmente- como superación dialéctica de la aparente antítesis entre los dos polos del teatro del siglo XX ‑el didacticismo de Brecht y el nihilismo de Beckett‑, lo que él mismo denomina “tragedia compleja”, en la que el conflicto trágico central no encubre la maraña de sentimientos e intereses contradictorios implicados, sino que pone en evidencia la degradación social y psicológica subyacente. Por eso las tragedias sastrianas incluyen elementos cómicos y hasta ridículos (sin caer en la simplificación de lo tragicómico). El propio autor nos lo explica en La revolución y la crítica de la cultura (Grijalbo, 1970): “Yo me río antes, y cuando usted baje la guardia para reírse conmigo se va a encontrar con que le he contado ‑sí, a traición- la tragedia que usted habría rechazado, o incomprendido, planteada en los términos inalcanzables para usted de una conciencia no degradada en pugna con la degradación”.
Recíprocamente, y como no podía ser de otra manera, las escasas comedias de Sastre siempre incluyen elementos trágicos, más allá ‑y a la vez más acá- del mero humor negro, como se puede ver en Lluvia de ángeles sobre París, la última de sus obras representada en un teatro “normal” (si es que existe tal cosa). Un excelente montaje de Antonio Malonda y su mítico grupo Bululú (de gira por Castilla-La Mancha tras pasar fugazmente por el teatro Lara de Madrid y por algunas salas de Euskal Herria) nos permite disfrutar en vivo (muy vivo) y en directo de esta desternillante y a la vez revolucionaria “comedia compleja” del más grande ‑y por eso mismo el más silenciado- dramaturgo de la lengua castellana.