Sobre Pete See­ger- Sil­vio Rodriguez

La pri­me­ra vez que tuve la suer­te de tener­lo cer­ca, yo era par­te del Gru­po de Expe­ri­men­ta­ción Sono­ra del ICAIC, don­de hacía­mos todo tipo de músi­ca, has­ta rock; allí le escu­ché afir­mar que cada pue­blo tenía su cul­tu­ra y que debía defen­der­la de la influen­cia de los más pode­ro­sos. Des­pués nos vimos otras veces. En una de ellas reco­rri­mos Ita­lia home­na­jean­do a Víc­tor Jara, jun­to a can­to­res chi­le­nos exi­lia­dos. Él ter­mi­na­ba la reu­nión hacién­do­nos can­tar en algu­na len­gua afri­ca­na, y sobre el coro con­tra­pun­tís­ti­co, que arma­ba con sec­to­res de la audien­cia, hacía gor­jeos en falsete.

Otra vez me invi­tó al tea­tro de su pue­blo y allá fui­mos, bajo una neva­da impre­sio­nan­te. Esa noche le escu­ché una can­ción que me fas­ci­nó. No habla­ba de luchas obre­ras ni de pue­blos opri­mi­dos. Era una pará­bo­la sobre la nie­ve que caía. Se la pedí y me dio un pen­ta­gra­ma con las notas. Algo que ten­go pendiente.

Tuvo el inmen­so ges­to de ir a salu­dar­nos a Nue­va York, hace tres años. Al final del con­cier­to me dijo, con un pesar visi­ble, que Lati­noa­mé­ri­ca no era mejor por cul­pa de su país, pero que él espe­ra­ba que en unos 15 años aque­lla reali­dad cam­bia­ría. Algo des­ci­fra­ba él en las mareas polí­ti­cas para hacer aque­lla afir­ma­ción tan car­ga­da de disculpa.

En estos días en que se ha habla­do aquí sobre quie­nes defi­nen más las polí­ti­cas, si los gobier­nos o los pue­blos, yo me acor­da­ba de él y pen­sa­ba en su pue­blo, en su gobierno, y veía –o creía ver– lo común y la excep­cio­na­li­dad de este hombre.

¿Por qué tenía la visión que le fal­ta­ba a otros?… ¿Sería por­que nun­ca via­jó por el mun­do com­pran­do suve­ni­res, esas men­ti­ri­llas? ¿Sería por­que pre­fi­rió colec­cio­nar cul­tu­ras, por­que de cada lugar sabía esco­ger can­cio­nes que expre­sa­ban la his­to­ria, las penas y espe­ran­zas más legítimas?

Ade­más de sím­bo­lo de com­pro­mi­so con la socie­dad, la natu­ra­le­za y la liber­tad, Pete See­ger es un hom­bre de su pro­pia Nación. Inclu­so lo creo par­te del mejor arque­ti­po de nor­te­ame­ri­cano: com­bi­na­ba el ímpe­tu, la natu­ra­li­dad de aque­llos pri­me­ros inmi­gran­tes, capa­ces de atra­ve­sar el inmen­so país a pie y des­pués talar con sus manos un peda­zo de bos­que para cons­truir­se una vivien­da, con el espí­ri­tu de un niño que caza­ba can­cio­nes para des­pués, como Maes­tro, fas­ci­nar auditorios.

Ade­más de su músi­ca, Pete nos deja su buen ejem­plo, su vida útil. Sin duda tam­bién por eso sigue entre nosotros.

28 de enero de 2014
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