La primera vez que tuve la suerte de tenerlo cerca, yo era parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, donde hacíamos todo tipo de música, hasta rock; allí le escuché afirmar que cada pueblo tenía su cultura y que debía defenderla de la influencia de los más poderosos. Después nos vimos otras veces. En una de ellas recorrimos Italia homenajeando a Víctor Jara, junto a cantores chilenos exiliados. Él terminaba la reunión haciéndonos cantar en alguna lengua africana, y sobre el coro contrapuntístico, que armaba con sectores de la audiencia, hacía gorjeos en falsete.
Otra vez me invitó al teatro de su pueblo y allá fuimos, bajo una nevada impresionante. Esa noche le escuché una canción que me fascinó. No hablaba de luchas obreras ni de pueblos oprimidos. Era una parábola sobre la nieve que caía. Se la pedí y me dio un pentagrama con las notas. Algo que tengo pendiente.
Tuvo el inmenso gesto de ir a saludarnos a Nueva York, hace tres años. Al final del concierto me dijo, con un pesar visible, que Latinoamérica no era mejor por culpa de su país, pero que él esperaba que en unos 15 años aquella realidad cambiaría. Algo descifraba él en las mareas políticas para hacer aquella afirmación tan cargada de disculpa.
En estos días en que se ha hablado aquí sobre quienes definen más las políticas, si los gobiernos o los pueblos, yo me acordaba de él y pensaba en su pueblo, en su gobierno, y veía –o creía ver– lo común y la excepcionalidad de este hombre.
¿Por qué tenía la visión que le faltaba a otros?… ¿Sería porque nunca viajó por el mundo comprando suvenires, esas mentirillas? ¿Sería porque prefirió coleccionar culturas, porque de cada lugar sabía escoger canciones que expresaban la historia, las penas y esperanzas más legítimas?
Además de símbolo de compromiso con la sociedad, la naturaleza y la libertad, Pete Seeger es un hombre de su propia Nación. Incluso lo creo parte del mejor arquetipo de norteamericano: combinaba el ímpetu, la naturalidad de aquellos primeros inmigrantes, capaces de atravesar el inmenso país a pie y después talar con sus manos un pedazo de bosque para construirse una vivienda, con el espíritu de un niño que cazaba canciones para después, como Maestro, fascinar auditorios.
Además de su música, Pete nos deja su buen ejemplo, su vida útil. Sin duda también por eso sigue entre nosotros.
28 de enero de 2014
http://segundacita.blogspot.com