«Para esos «demócratas» de boquilla, dichas víctimas ni siquiera llegan a ser de tercera y por eso no les debió de hacer ninguna gracia lo que dijo respecto a la tortura el antes mencionado Xabier Etxeberria que es uno de sus principales referentes intelectuales en lo que respecta al tema de las víctimas de ETA.
El Catedrático de Ética afirmó con rotundidad, en su artículo “Sobre las víctimas del terrorismo”, que el terrorismo de Estado ‘tiene en la tortura su expresión máxima’. ¿Cuánto tiempo seguirán empeñados en ocultar como sea a esas miles de víctimas del terrorismo de Estado?.
Conocemos muy bien a esos «demócratas» de boquilla que clasifican a las víctimas en tres categorías. Para ellos, tan sólo las de ETA son víctimas de primera. Las de la guerra sucia son víctimas de segunda, y las de «abusos policiales», de tercera. Encima, durante décadas han ocultado a decenas de miles de víctimas; sobre todo, las de la tortura. Las han ocultado negándoles toda verdad, sin la que son imposibles la justicia y reparación, con garantías de no repetición, que tanto necesitan.
Esos «demócratas» han reprochado a la sociedad vasca no haber mostrado la suficiente empatía con las víctimas de ETA durante los años en que dicha organización causó la mayoría de sus víctimas, finales de los setenta y principios de los ochenta. Sin embargo, ocultan deliberadamente la actitud que tuvieron ellos en aquellos años.
Basta repasar la hemeroteca para darse cuenta de que durante los «años de plomo» no tenían el interés que después tuvieron por hablar tanto de las víctimas, salvo en casos especiales. Entonces, les interesaba minimizar el alcance de los atentados, a la mayoría de los cuales los grandes media prestaban bien poca atención. Una actitud que tuvo no poco que ver con el sentimiento de abandono y soledad de muchas víctimas de ETA en aquella época.
Véase, por ejemplo, el testimonio de la viuda de Francisco Berlanga, policía armada muerto en atentado en Iruñea en 1979. Afirma que lo primero que le dijeron los altos mandos de la Policía fue que «por favor no hablara», y añade dolorida que «teníamos que reventar, guardarnos nuestro llanto, nuestra pena».
Según el general Andrés Cassinello, «1980 fue el año de mayor debilidad del Estado respecto a ETA. Fue el año de la desilusión y del desencanto». No es de extrañar, porque fue un año en que ETA causó casi cien víctimas mortales y venía precedido de otros dos similares. Después, la media anual de víctimas fue mucho menor, y fue entonces cuando empezaron a dar un tratamiento bien diferente a los atentados, y sobre todo a las víctimas.
Fue entonces cuando empezaron a seguir unas directrices que nada tenían que ver con las de los «años de plomo». Unas directrices que dibujaron por primera vez en el famoso Plan ZEN y fueron después, año tras año, afinando y perfeccionando:
Máxima difusión informativa de los atentados; sobre todo, si había víctimas civiles; insistir en la inocencia de las víctimas, fueran o no civiles; hacer todo lo posible para que la gente las sintiera muy próximas, dando datos sobre sus familias, etc.
No cabe duda que esas directrices han sido muy adecuadas para que, año tras año, se acrecentara la empatía por dichas víctimas. Por eso, si hubieran querido conseguir otro tanto con las víctimas de la tortura habrían hecho lo mismo en su caso, pero es obvio que han aplicado unas directrices totalmente opuestas:
1. Ocultar las denuncias de torturas, y cuando en casos muy graves no sea posible, difundir mentiras, como la de «los manuales de ETA para denunciar falsas torturas», para contrarrestarlas.
2. Recalcar la culpabilidad de quienes denuncian torturas, imputándoles graves delitos.
3. Deshumanizarlos, no dando difusión a sus testimonios personales y no hablando de su familia, amigos, etc.
En su trabajo “Sobre la tortura: perspectiva ética y propuesta pedagógica”, el Catedrático de Ética de la Universidad de Deusto Xabier Etxeberria explicó muy bien la importancia de esos factores que funcionan igual para todo tipo de víctimas. Dependiendo de ellos sentimos mayor o menor empatía por ellas. Los cómplices de los torturadores han sido siempre muy conscientes de ello y por eso han actuado tan diferentemente en los casos de las víctimas de ETA, por un lado, y las de torturas por otro.
En el caso de la tortura, han aplicado las directrices antes mencionadas para conseguir que la sociedad española no reaccione ante dicha lacra ni muestra empatía alguna con los torturados. Algo que han conseguido con creces, tal y como denunció el añorado periodista Javier Ortiz quien afirmó que dicha sociedad prefiere no saber nada de la tortura, «porque le viene muy bien no saber nada de la tortura».
Ortiz apuntó muy certeramente que ello se debía a la actitud bien humana de no querer saber nada de ningún mal que no se esté en condiciones de afrontar, de remediar. Somos muy propensos a aceptar sin mayores dificultades las buenas excusas que nos sirven para persuadirnos de que no existen los males que no nos conviene que existan.
Los negacionistas de la tortura lo saben de sobra y se han dedicado a alimentar dicha actitud aplicando a rajatabla las antes mencionadas directrices. Y también socializando un mensaje tan sencillo como eficaz: «las denuncias de torturas son puras invenciones de los terroristas y sus cómplices». Una mentira goebbelsiana para que los ciudadanos puedan tranquilizar fácilmente sus conciencias y que ha sido muy eficaz a la hora de ocultar a miles de víctimas de la tortura.
Para esos «demócratas» de boquilla, dichas víctimas ni siquiera llegan a ser de tercera y por eso no les debió de hacer ninguna gracia lo que dijo respecto a la tortura el antes mencionado Xabier Etxeberria que es uno de sus principales referentes intelectuales en lo que respecta al tema de las víctimas de ETA. El Catedrático de Ética afirmó con rotundidad, en su artículo “Sobre las víctimas del terrorismo”, que el terrorismo de Estado «tiene en la tortura su expresión máxima».
¿Cuánto tiempo seguirán empeñados en ocultar como sea a esas miles de víctimas del terrorismo de Estado.