En uno de sus últimos discursos públicos, conocido como el Golpe de Timón, el Presidente Hugo Chávez echó un cuento sobre un sacerdote evangelizador. El sacerdote bautizó a un pueblo indígena, les dio nombres cristianos, les impartió la comunión y les dijo que no debían comer carne los viernes, que ese día solo debían comer pescado o chigüire. El sacerdote regresó al tiempo y se encontró a la comunidad asando un cerdo un día viernes. “¿Qué está pasando aquí?” preguntó el sacerdote, a lo cual la gente le respondió: “No se preocupe, le echamos agua a la cabeza del cochino y dijimos: Tú que fuiste cochino, ahora te bautizamos chigüire”.
Chávez advirtió que lo mismo estaba ocurriendo con el capitalismo en Venezuela: lo que antes se conocía como tal está siendo rebautizado “socialismo”. Esta historia sobre un pueblo indígena y un sacerdote no sólo ilustra el punto, sino que también plantea una serie de interrogantes interesantes sobre el destino del socialismo en el proceso bolivariano. ¿En Venezuela se percibe el socialismo como algo impuesto desde afuera? ¿Las tradiciones y hábitos heredados de la cultura de resistencia, de la lucha contra el colonialismo, operan en contra de la transición al socialismo en la República Bolivariana?
Según Bolívar Echeverría, las sociedades latinoamericanas están regidas por el barroco. Más que un simple período de la historia del arte europeo, el barroco constituye un ethos cultural que caracteriza a las sociedades sincréticas como las de la Europa mediterránea y América Latina. Cuando se introduce un elemento ajeno (como el cristianismo y su simbología), en lugar de ser rechazado, éste es escenificado, teatralizado. El elemento foráneo es incorporado pero también mediado e incluso subvertido en su teatralización. (Recordemos aquí la rica decoración floral y la mis en scène de la Virgen de Guadalupe, la sensualidad y el exceso que apuntan a una recodificación sofisticada de la figura.)
De acuerdo con esta lógica, el socialismo se convierte en “el socialismo”. La repetición y multiplicación en el uso del término en formulaciones como motocicletas socialistas, panaderías socialistas, farmacias socialistas, etc., da una bienvenida aparente al proyecto, pero al mismo tiempo reafirma fundamentalmente la rica cultura popular criolla. Podemos decir que esta cultura local es en parte producto del capitalismo, pero también representa (a contrapelo) una afirmación de valores específicamente locales y populares como la solidaridad, la sociabilidad y la generosidad. Esta cultura tiene de por sí muchas virtudes y es de hecho una cultura de resistencia, pero tras su encuentro con la propuesta del socialismo no ha avanzado (ni retrocedido) sustantivamente hacia el socialismo; en otras palabras, no ha cambiado la relación materialde la sociedad con el capitalismo.
Es precisamente ésto sobre lo que advertía Chávez en el Golpe de Timón. Evidentemente esta no es razón para renunciar al socialismo como proyecto en Venezuela. Por el contrario, el problema es que “socialismo”, “capitalismo” y “clases sociales” se han convertido en entelequias abstractas. (Aunque muchos marxistas han participado en esto, el trato con entelequias no caracteriza el pensamiento de Marx en absoluto.) El capitalismo criollo, al igual que la clase obrera criolla, son productos históricos. Como argumenta Ellen Meiksins Wood, una clase no es consecuencia mecánica del aparato productivo, sino que es un producto histórico: se construye, y en parte se autoconstruye en un proceso histórico. E.P. Thompson, el marxista más conocido por seguir esta línea de pensamiento, le puso como título a su obra maestra La formaciónde la clase obrera en Inglaterra.
Tal vez el caso cubano nos ofrece un paralelismo interesante. Desde principios de 1960 y hasta finales de esa década los revolucionarios cubanos experimentaron con un proyecto socialista endógeno en el que José Martí, el patriotismo radical, el antiimperialismo y el tercermundismo eran elementos centrales. Por una serie de razones –incluyendo la muerte del Che Guevara y el no alcanzar la zafra de los diez millones– el proyecto entró en crisis a finales de los 60. En lugar de abandonar el socialismo (o “aceptarlo y abandonarlo”, que podría ser un peligro en Venezuela) los cubanos optaron por descargar el modelo soviético. Entonces comenzaron los “años grises” en los que, a pesar del dogmatismo, la homofobia y otros errores graves, los cubanos continuaron avanzando en muchos aspectos como la educación, la salud y el internacionalismo heroico.
La evaluación de este período no es una cuestión de mera especulación académica. La historia misma dictó la sentencia cuando la URSS comenzó a desmoronarse trágicamente. Fidel y el pueblo cubano regresaron a su proyecto endógeno. Citando a Antonio Maceo, Fidel dijo: ¡El futuro de Cuba será un eterno Baraguá! Entonces el pueblo hizo de tripas corazón y haciendo suyo el profundo legado martiano, llevó a cabo una de las más heroicas (y menos conocidas) luchas en los últimos tiempos: el Período Especial. El escritor Fernando Martínez Heredia, quizás el marxista cubano más cercano a E.P. Thompson por su convicción de que el socialismo ha de ser una construcción profundamente popular, fue rescatado de su marginalización y volvió a hacer vida publica a finales de los ochenta. Hoy podemos decir que en algunos sectores (aunque todavía no son hegemónicos), la cuestión de cómo construir el socialismo desde lo existente, incluyendo la sociedad y las clases en movimiento, se ha puesto sobre el tapete.
Creo que este es el único camino para Venezuela, la única manera de responder a la idea –implícitamente interiorizada incluso entre algunos militantes del proceso– de que “el socialismo ha fracasado” (y que por lo tanto es necesario un pacto con la burguesía). El socialismo no puede fracasar o dejar de funcionar como si fuera una maquinilla de afeitar u otro cacharro comprado en la Web. Tampoco puede decretarse, como nos recordó Chávez con su cuento. La verdad es que el proyecto de construcción de la futura sociedad desde lo que tenemos podría estar pasando un mal momento, pero el reto de construir el socialismo con los elementos propios y las fuerzas de esta sociedad en movimiento –incluyendo el espíritu de lucha Bolivariano y su resurgimiento Chavista, el carácter progresista de la cultura latinoamericana, y la resistencia y creatividad de sus pobladores urbanos– sigue presente. Por eso decimos que un socialismo construido a partir de la carne y la sangre de esta sociedad sigue siendo una posibilidad que nos inspira.