De niño me refugiaba a menudo en las iglesias. Me arrodillaba en un reclinatorio, juntaba las manos, cerraba los ojos y agachaba la cabeza; pero, más que rezar, solía perderme en interminables soliloquios (“Quien habla solo espera hablar con Dios un día”, decía Machado). Hasta que, con la irrupción de la tormentosa adolescencia, descubrí que la penumbra y el silencio de las iglesias invita al recogimiento, tal vez a la meditación, pero no a la reflexión. La reflexión es dinámica, y se aviene mejor con un vigoroso paseo que con un encogimiento estático. Parafraseando a Pasionaria, es mejor pensar de pie que soñar de rodillas, aunque los sueños reclinados sean más tranquilizadores que los pensamientos erguidos.
Las “jornadas de reflexión” previas a las farsas electorales son, en realidad, jornadas de genuflexión, en las que la mayoría de los votantes se postran ante sus ídolos políticos para reafirmar su fe (que por suerte suele ser débil). Y sin embargo la reflexión es hoy más necesaria que nunca. Y hay un tema de reflexión que debería estar en todas las cabezas: LA DEUDA.
En medio de una situación política y económica confusa, hay una cuestión tan fundamental como obvia, un ojo del huracán clarividente que se traduce en un no rotundo y radical: NO AL PAGO DE LA DEUDA.
No todas las candidaturas son iguales, y no tengo ningún reparo en admitir (aunque se rasguen las vestiduras los que confunden la radicalidad con el maniqueísmo) que en algunas de ellas participan personas sobre cuya inteligencia y honradez tengo pocas dudas. Pero ninguna de las candidaturas mediáticas (y lo no mediático prácticamente no existe en el plano electoral) ha hecho del no a la deuda su consigna, y por eso (y por algunas cosas más) hoy propugno la abstención activa, a pesar de que en las anteriores europeas me impliqué personalmente en la construcción y promoción de una candidatura (Iniciativa Internacionalista).
A quienes no quieran hacer de esta jornada de reflexión una mera jornada de genuflexión, les animo a que piensen detenidamente (o mejor dando un vigoroso paseo si el tiempo lo permite) en lo que significa que, para beneficio exclusivo de la banca y el gran capital, pretendan imponernos el pago de una deuda monstruosa (equivalente al PIB) expoliando a los más desfavorecidos. Y qué significa que ningún partido parlamentario o con aspiraciones parlamentarias se oponga enérgicamente a este brutal atropello.
Ah, sí: algunos proponen una auditoría de la deuda. Es como si, durante el franquismo, alguien hubiera propuesto psicoanalizar a Franco.