En 2002 escribí un artículo titulado “El velo y la corbata” en el que decía:
El velo que las mujeres tienen que llevar obligatoriamente en algunos países islámicos, es lamentable, desde luego. Pero aún más lamentable es la actitud de muchos occidentales que se creen superiores o más civilizados porque nuestras mujeres pueden ponerse o quitarse lo que les venga en gana (o casi: muy pocas se atreverían a ir por la calle con el torso desnudo). Esos bobos occidentocéntricos se olvidan de varias cosas. Por ejemplo, de la corbata.
En Occidente, la mayoría de los hombres se ven obligados a llevar corbata en su trabajo y en muchos lugares y situaciones. Y la corbata, amén de antifuncional y ridícula, es tan lamentable como el velo. Es clasista y es, sobre todo, machista: es el estandarte (o el pendón, más bien) del “señor”, que tradicionalmente lo distingue tanto de la mujer como del obrero, y, junto con su inseparable chaqueta, constituye el uniforme del macho dominante.
La mujer, cuando se pone “elegante” (es decir, cuando reafirma su estatuto social mediante la indumentaria), tiene innumerables opciones. El varón, solo una: el uniforme. ¿Y quiénes llevan uniforme? Los militares, los policías, los curas… Es decir, las personas cuya pertenencia a un cuerpo o estamento determinado les confiere algún tipo de autoridad.
La corbata es un símbolo (uno de los más relevantes, a pesar de su inofensiva apariencia ornamental) de nuestra cultura patriarcal y clasista. La corbata es vanidosamente reaccionaria, chillonamente falocrática. Desconfiemos de los que la eligen. Y combatamos a los que la imponen: no son mejores que quienes obligan a llevar velo o cuelgan crucifijos en las aulas donde las niñas y niños deberían aprender a pensar.
Desconfiemos de los que eligen la corbata, insisto doce años después, sobre todo si llevan coleta. Porque unir la coleta a la corbata es una burda escenificación de esa “fusión de contrarios” que solo es posible en los sueños y en los discursos demagógicos. “Soy progre, pero dentro de un orden”, intenta decirnos el coletudo encorbatado; pero en realidad lo que está diciendo es: “Soy tonto u os tomo por tontos”.
Algunos, desde la izquierda despistada, piensan que es un tonto útil o un buen reclamo electoral para los millones de tontos que sueñan con transformar la sociedad sin sacar los pies del tiesto; pero, en contra de lo que piensan algunos marxistas de neandertal (que nunca leyeron a Marx o nunca lo entendieron), los tontos solo son útiles para la clase dominante.