«Hoy, hacer televisión es como fabricar un producto cualquiera. Es la gestión la que, siguiendo las pautas del mercado, decide. Todo debe satisfacer al mercado y es la economía la que modela el producto.» Investig’Action tiene el gusto de presentar a sus lectores un extracto del libro de entrevistas con Ken Loach, realizado por Frank Barat y publicado por Indigène Éditions [“Défier le récit des puissants”, que se podría traducir como “Desafiar la historia de los poderosos”]. En este resumen de alcance, Ken Loach tiene el mérito de subrayar la creciente pérdida de poder de los trabajadores en los media ante la presión de los poderosos; pérdida que repercute en la calidad de una información accesible a todos.
Yo tuve la suerte de trabajar en la “BBC” en los años 60. Entonces la televisión era aún un medio joven y el estado de ánimo de la época permitía, dentro de unos ciertos límites, abrir la cultura y las antenas a las clases populares. Con el tiempo, la cosa fue estando cada vez más controlada. A medida que los años pasaban, se fue desarrollando y haciéndose más rígido un formato que funcionaba en términos de audiencia. Todo se fue burocratizando, jerarquizando y, como una industria cualquiera, la presión sobre la producción se fue intensificando considerablemente.
La tendencia va en el sentido de la reducción de equipos y la multiplicación de “managers” que, para asegurarse su puesto, tienen que intervenir en todos los ámbitos, desde el plató al casting. En los años 60, nadie te decía qué actores debías contratar. Hoy el equipo de actores tiene que ser aprobado por los representantes de la productora, por los de la BBC o por los de la ITV, por el responsable de departamento, por el responsable de la cadena,… toda esta gente que nunca has conocido tiene que dar su placet. De repente, el realizador, a quien se le han impuesto los actores, ya no puede trabajar en el plató sino bajo supervisión, apenas si tiene poder alguno. Esta presión, esta desposesión, aniquilan toda originalidad.
Esto es lo que los sindicatos deben denunciar y combatir con firmeza. De otro modo es casi imposible para los realizadores. La utilización que se hace de la televisión no es de recibo. Este medio tiene un potencial enorme pero lo que se ve en la pantalla está extraordinariamente limitado. Los mismos famosos, los mismos films difundidos en circuitos, la misma restringida visión política, los programas de cocina, de decoración del hogar, los concursos,… ¡todo es tan aburrido!
Hoy hacer televisión es como fabricar un producto cualquiera. Es la gestión la que, siguiendo las pautas del mercado, decide. Todo debe satisfacer al mercado y la economía es la que modela el producto.
Es difícil resistir individualmente.
En Europa tenemos la suerte de tener un hueco que nos permite, si somos razonables, hacer las películas que queremos hacer. Pero el presupuesto disponible está limitado. La audiencia genera unos ingresos que van a definir cuánto puedes gastar en una película. Así que dependes del público; tienes que ser rentable.
Lograr cambiar todo esto se inscribe en la perspectiva de un cambio político más amplio. Las grandes cadenas de televisión hacen parte del aparato del Estado; esto es un hecho. Están administradas por gente nombrada por el Estado según un sistema jerárquico muy vertical. El gobierno hace concesiones a las sociedades comerciales y nombra a los dirigentes de la BBC que, junto con la prensa de derechas, es la principal suministradora de ideología e información de nuestra época. La influencia de la televisión sobre la población es enorme. Es una institución estatal cuya misión principal es transmitir la ideología del poder dominante. Estos nombramientos son por tanto cruciales porque sería desastroso para el Estado que esta herramienta cayese en lo que se considera “malas manos”. Y esto es más verdad aun en la prensa. Tendría que estar gestionada por cooperativas y que ninguna empresa pudiera poseer ningún periódico. Pero éstas son reivindicaciones revolucionarias que el Estado, tal y como está organizado en el momento actual, nunca aceptaría.
www.michelcollon.info – Traducido por Red Roja
Yo tuve la suerte de trabajar en la “BBC” en los años 60. Entonces la televisión era aún un medio joven y el estado de ánimo de la época permitía, dentro de unos ciertos límites, abrir la cultura y las antenas a las clases populares. Con el tiempo, la cosa fue estando cada vez más controlada. A medida que los años pasaban, se fue desarrollando y haciéndose más rígido un formato que funcionaba en términos de audiencia. Todo se fue burocratizando, jerarquizando y, como una industria cualquiera, la presión sobre la producción se fue intensificando considerablemente.
La tendencia va en el sentido de la reducción de equipos y la multiplicación de “managers” que, para asegurarse su puesto, tienen que intervenir en todos los ámbitos, desde el plató al casting. En los años 60, nadie te decía qué actores debías contratar. Hoy el equipo de actores tiene que ser aprobado por los representantes de la productora, por los de la BBC o por los de la ITV, por el responsable de departamento, por el responsable de la cadena,… toda esta gente que nunca has conocido tiene que dar su placet. De repente, el realizador, a quien se le han impuesto los actores, ya no puede trabajar en el plató sino bajo supervisión, apenas si tiene poder alguno. Esta presión, esta desposesión, aniquilan toda originalidad.
Esto es lo que los sindicatos deben denunciar y combatir con firmeza. De otro modo es casi imposible para los realizadores. La utilización que se hace de la televisión no es de recibo. Este medio tiene un potencial enorme pero lo que se ve en la pantalla está extraordinariamente limitado. Los mismos famosos, los mismos films difundidos en circuitos, la misma restringida visión política, los programas de cocina, de decoración del hogar, los concursos,… ¡todo es tan aburrido!
Hoy hacer televisión es como fabricar un producto cualquiera. Es la gestión la que, siguiendo las pautas del mercado, decide. Todo debe satisfacer al mercado y la economía es la que modela el producto.
Es difícil resistir individualmente.
En Europa tenemos la suerte de tener un hueco que nos permite, si somos razonables, hacer las películas que queremos hacer. Pero el presupuesto disponible está limitado. La audiencia genera unos ingresos que van a definir cuánto puedes gastar en una película. Así que dependes del público; tienes que ser rentable.
Lograr cambiar todo esto se inscribe en la perspectiva de un cambio político más amplio. Las grandes cadenas de televisión hacen parte del aparato del Estado; esto es un hecho. Están administradas por gente nombrada por el Estado según un sistema jerárquico muy vertical. El gobierno hace concesiones a las sociedades comerciales y nombra a los dirigentes de la BBC que, junto con la prensa de derechas, es la principal suministradora de ideología e información de nuestra época. La influencia de la televisión sobre la población es enorme. Es una institución estatal cuya misión principal es transmitir la ideología del poder dominante. Estos nombramientos son por tanto cruciales porque sería desastroso para el Estado que esta herramienta cayese en lo que se considera “malas manos”. Y esto es más verdad aun en la prensa. Tendría que estar gestionada por cooperativas y que ninguna empresa pudiera poseer ningún periódico. Pero éstas son reivindicaciones revolucionarias que el Estado, tal y como está organizado en el momento actual, nunca aceptaría.
www.michelcollon.info – Traducido por Red Roja