El sociólogo Luis Martinez Andrade reseña la más reciente biografía de Karl Marx, escrita por periodista británico Françis Wheen. En un tiempo desorientado como el que corre, Marx vuelve a ser uno de los faros de lo que queda de la civilización. No es fortuito que durante sus exequias, su cómplice de juergas, mecenas desinteresado y amigo entrañable, Federico Engels sentenciara: “Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.
Karl Marx, Francis Wheen, Fourth Estate, London, 1999, p. 431.
En 1907, el historiador italiano Benedetto Croce, bajo la frase lapidaria “Marx está realmente muerto para la humanidad”, intentó sepultar el pensamiento, la praxis y la genialidad del autor del Capital. Sin embargo, siempre intempestivo, Marx regresaba de su tumba para ser partícipe en la toma del Palacio de Invierno, en la Larga Marcha al interior de China, en la Sierra Maestra de La Habana o en las luchas de liberación de la Nicaragua somocista, por mencionar algunos de los pasajes más significativos del siglo XX donde el filósofo de Tréveris era algo más que un “perro muerto”. No es fortuito que durante sus exequias, su cómplice de juergas, mecenas desinteresado y amigo entrañable, Federico Engels sentenciara: “Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”. Francis Wheen no parece disentir de Engels (1999: 1, 382).
De ahí que Francis Wheen, escritor y periodista británico, nos presente una biografía de Carlos Marx compuesta de doce capítulos y tres anexos –destacando una partida de ajedrez con Gustav Neumann – . A través de una especie de bestiario, pues los capítulos se titulan The Little Wild Boar, The mouse in the Attic, The Magalosaurus, The Hungry Wolves, The Bulldogs and the Hyena, The Shaggy Dog, The Rogue Elephant o The Shaven Porcupine, el autor intenta detallar la vida de Marx.
La biografía de Wheen tiene como marco la victoria ideológica del neoliberalismo representada en las medidas propuestas por el Consenso de Washington. No es fortuito que a raíz de los problemas –intrínsecos– del sistema capitalista, en Octubre de 1997 el New Yorker planteara que Marx es el siguiente “big thinker”[1]. Sus libros fueron leídos nuevamente, incluso, por aquellos que se decían marxistas y nunca habían leído ni seria ni sistemáticamente su obra.
A través de una narrativa ágil, donde por cierto el humor ácido suele hacerse presente, esta biografía recupera los pasajes más significativos de la vida de Marx. Wheen nos recuerda los orígenes judíos del también llamado “Moro” –por el color azabache de sus barbas y de su larga cabellera – , de la inclinación ideológica y de la “conversión” por oportunismo de su padre Heinrich Marx –otrora Herschel Mordachai – , de su madre de origen holandés que nunca logró dominar el alemán, de sus hermanas a las que atormentaba, de su paso por el Trier High School que dirigía Hugo Wyttenbach que posteriormente calificará la disertación final de Marx titulada Reflexiones de un joven al elegir profesión como “rica en ideas y con una exposición metódica y bien ordenada, sin embargo, con tendencia a utilizar expresiones originales figuradas” (Longuet, 1997: 31). A vuelo de pájaro, Wheen menciona la debilidad física de Marx y cómo ésta lo libró del servicio militar, de su paso por Bonn, de su arresto en Colonia, de su llegada a Berlín en 1837 para estudiar Derecho y, por supuesto, sus principales pasiones: Hegel y Jenny von Westphalen (p. 21). Al doctorarse en Filosofía en 1841, Marx parte hacia Colonia donde con tan sólo 24 años de edad es nombrado editor en jefe de la Rheinische Zeitung y permanecerá allí hasta principios del 1843 pues la licencia para continuar publicando el diario fue suspendida por el gobierno prusiano (p. 47).
Wheen señala que muchos de los biógrafos de Marx han abordado solamente “de pasadita” (p. 55) el libro Sobre la Cuestión Judía y aunque acertadamente menciona que en realidad es una respuesta a Bruno Bauer, nos parece que Wheen no observa que es más que una simple respuesta a Bauer pues es el inicio de su teoría del fetichismo. Recordemos que Sobre la Cuestión Judía es redactado en el verano del 43, después de su viaje de “luna de miel” en Bad Kreuznach (Elleinstein, 1981: 69 – 73) y por aquella época Marx ya había incluso escrito una crítica a la Cristiandad como religión positiva hegemónica (Dussel, 1993: 38). En su cuaderno de Bonn de 1842 se encuentra anotada la referencia de Sobre el culto de los dioses fetiches de Charles Debrosses (Dussel p. 40; Elleinstein, p. 57). El concepto de fetiche le permitirá, posteriormente, desarrollar su concepto de alienación que, dicho sea de paso, es poco desarrollado en la primera biografía publicada sobre Marx en 1918, aquella escrita por el social-demócrata alemán Franz Mehring.
La estancia en París (1843−1845) así como la de Bruselas (1845−1848) son abordadas en tres capítulos. Más allá de los lugares comunes que han sido relatados por otros biógrafos como cuando su primo, el poeta alemán, Heinrich Heine salvo la vida de su primogénita Jenny en su apartamento de la Rue Vanneau, su esfuerzo por editar los Anales franco-alemanes, su lectura sistemática de los economistas liberales (Adam Smith, David Ricardo, James Mill), sus relaciones con los trabajadores y obreros franceses, su encuentro con Proudhon, con Bakunin y, por supuesto, con Federico Engels. Wheen reconoce que el periódico radical Vorwärts (dirigido a alemanes que huían de Prusia) dio cobijo a poetas y críticos inmigrantes entre los que se encontraban Heine, Herwegh, Bakunin y Ruge (p. 67). Wheen menciona el interés que los artículos de Engels, enviados a losAnales franco-alemanes, así como el contacto con el proletariado francés despertaron en Marx pero no da cuenta del impacto que dichos eventos tuvieron en él para su “ruptura” tanto filosófica como ideológica. En esta época, el joven burgués liberal se convierte ahora en un socialista “con consciencia de clase”[2].
En un contexto de represión política, Marx es notificado, por medio de un decreto firmado por el Ministro del Interior François Guizot, de abandonar Francia y dirigirse a Bruselas. La Bélgica de Leopoldo I, era un lugar medianamente tolerante, siempre y cuando sus nuevos residentes no se metieran con la política del país. Pasados algunos meses de su arribo a Bruselas, en septiembre de 1845, nace su segunda hija: Laura. Sabemos que durante su embarazo, Jenny Marx obtuvo, por recomendaciones de su madre, la ayuda de una joven alemana de nombre Helene Demuth (Lenchen) y quien estará al lado de la familia Marx hasta el ultimo día de su vida. Wheen (p. 171), incluso, advierte un pasaje muy interesante de la vida de “Lenchen” cuando en junio de 1851 nace su hijo. La paternidad del vástago por mucho tiempo será discutida pues aunque algunos biógrafos aseguran que era de Marx, otros piensan que era de Engels. Si bien Wheen infiere que la paternidad pertenece a Marx, la única prueba con la que cuenta es un documento –publicado en 1962 por Werner Blumenberg– de Louise Freyberger (ex esposa de Karl Kautsky) donde asegura que en el lecho de muerte de Engels, éste le había confesado que el padre del niño de Lenchen era Marx. Asimismo se dice que Engels le habría hecho la misma confesión a Samuel Moore (traductor del Capital al inglés). Sin embargo, tanto Fritz Raddatz como Heinz Monz aseguran que no existen pruebas contundentes de dicha paternidad (Elleinstein, 1981: 228 – 229). Sea como fuere, esta anécdota muestra ciertos atavismos pequeño-burgueses incrustados no sólo en la consciencia de Marx sino también en la de la Inglaterra Victoriana ¿no es, finalmente, el ser social quien determina la conciencia de los hombres?
En Bruselas, Marx realizara su “ajuste de cuentas” tanto con Proudhon como con la izquierda radical neo-hegeliana representada por Max Stirner. De esa época son La Ideología Alemana, Las Tesis de Feuerebach y La Miseria de la filosofía –redactado en francés por un alemán que solo había vivido 14 meses en París– pero también, el Manifiesto del Partido Comunista. Aunque Marx no participa en el Primer Congreso de la Liga de los comunistas llevada a cabo en junio de 1847 en Londres, ya en agosto de ese mismo año Marx había creado en Bruselas el Círculo de la Liga Comunista y una Unión de Trabajadores alemanes. En otras palabras, el filósofo que había descubierto en París al “proletariado” es ya un verdadero militante que ha tomado consciencia del principio de “organización de masas”. Después de que el rey Luis-Felipe fue destronado, Marx recibió una misiva de Ferdinand Flocon –miembro del gobierno provisional– donde se manifestaba que “la Francia libre abriría sus puertas a él y a todos los que habían peleado por las causas justas, las causas de todos los pueblos” (p. 126). Esta carta llego, afortunadamente, casi al mismo momento que el decreto de expulsión ya había sido firmado por el rey de Bélgica en marzo de 1848. Marx regresa a la “Capital del siglo XIX” pero solo será por un breve periodo ya que será expulsado nuevamente.
Con treinta años Marx se instala en Londres, donde va a pasar el resto de sus días. Además de mencionar los eventos que ya son conocidos durante el período londinense como las precarias condiciones materiales en las que vivió, el acoso por parte de la policía secreta prusiana, las tensiones con otros militantes inmigrantes, la muerte de sus hijos Franziska y Edgar el “Colonel Mush”, la ambivalente relación con Ferdinand Lassalle, el conflicto con Karl Vogt (miembro liberal de la Asamblea en Frankfurt quien recibía dinero de Napoleón III), los frecuentes enclaustramientos en la biblioteca del Museo Británico, el contacto con Weydemeyer, la preparación de la Primera Internacional, la simpatía por las insurrecciones polacas de noviembre de 1830 y de enero de 1863, las constantes contribuciones para el New York Daily Tribune[3], el meeting en St. Martin’s Hall de 1864, la cuidadosa elaboración del Capital, la minuciosa relectura de Hegel[4], el impacto de la Comuna de París, la creación de la International Working Men’s Association, las diversas confrontaciones con Bakunin, el congreso en La Haya de 1872, el encuentro con Paul Lafargue y Charles Longuet –a la postre esposos de Laura y de Jennychen – , el desacuerdo con el pretendiente de Eleanor “Tussy”, el francés Hyppolyte Olivier Lissagaray, la muerte de su esposa Jenny Marx en 1981 y, por supuesto, los últimos días de Marx, Francis Wheen clarifica dos aspectos significativos de su vida Marx. Por un lado, la relación con Mijaíl Bakunin ya que durante mucho tiempo se enfatizó la admiración y el respeto que le profesaba este anarquista ruso (Mehring, 2009). Sin embargo, Wheen (p. 338 – 347) muestra no sólo las difamaciones de las que Marx era presa sino también la turbia relación entre Bakunin y Sergéi Necháyev. Tal relación llegará a su fin en 1870. Por otra parte, la relación epistolar que entabló Marx con Charles Darwin es abordada en la biografía hecha por Wheen. El 1 de octubre de 1873, Darwin le envió a Marx un acuse donde manifestaba su profundo agradecimiento por haberle hecho llegar el Capital (Wheen, 1999:36; Elleinstein 1981:541; Longuet, 1977:227). Aunque mucho tiempo se discutió la autenticidad de esta carta, tanto paleógrafos como especialistas en la obra de Darwin han dado fe. Por supuesto, sabemos que Darwin apenas y echo un vistazo al texto. Sin embargo, existe otra carta, también escrita por Darwin pero que data del 13 de octubre de 1880 donde el naturalista inglés declina el ofrecimiento para que se le dedique el Capital. Apoyándose en las investigaciones de Margaret Fray, Wheen (p. 367 – 368) explica que la carta de Darwin no tenía como destinatario a Marx sino a Edward Aveling, el compañero de Eleanor Marx quien ya había escrito The Students’ Darwin. Parece que la carta se traspapelo ya que después de la muerte de Engels, Eleanor y Aveling se hicieron cargo de los documentos de Marx. De ahí la confusión.
Desde el inicio, Wheen sostiene la importancia de desterrar la mitología para así redescubrir al hombre. En ese sentido, el autor esboza un retrato más cercano a la imagen de Marx dirigido a un público no especializado. Quizá, paradojamente, aquí radica la singularidad y los límites de esta biografía puesto que, en ocasiones, la exégesis que hace Wheen de algunos conceptos y categorías marxistas no es rigurosa. Sin embargo, la intención de recuperar la figura histórica de Marx es necesaria.
A pesar de ser una biografía muy completa, el autor soslaya el ambiente que sirvió de marco para el desarrollo de las primeras ideas y tendencias ideológicas de Marx. Por ejemplo, sabemos que posterior a las manifestaciones –de tendencia liberal – de 1833, el gobierno prusiano prohibió la existencia de los Burschenschaften que eran las asociaciones de estudiantes que aglutinaban a los estudiantes más progresistas de la época. En 1835, cuando Marx llega a Bonn, sólo existen dos organizaciones, por un lado los Korps (compuestos por jóvenes aristócratas) y, por el otro, los Landsmannschaften o “clubs de tabernas”. Por tanto, éstos últimos servirían de refugio para los recién llegados con tendencias liberales, entre ellos, el joven Marx. No es fortuito que el club al que se adhiriera Marx fuera el “Club de poetas”, grupo fundado por Emmanuel Geibel y Kurt Grün (fundador del socialismo verdadero). Posteriormente, en Berlín, Marx estableció relaciones con los miembros del Doctorklub que era un grupo dirigido por Bruno Bauer y que solían reunirse en el “café Stehely”, lugar que se convertirá en un símbolo para el movimiento denominado Junges Deutschland pues representó ¡la repolitización del romanticismo alemán!
Incluso, François Giroud (1992: 29) observa que Jenny Westphalen, desde su juventud también simpatizaba con movimiento Sturm und Drang, y el 27 de mayo de 1832, junto a su hermano Edgar y junto al joven Karl, participaba en la manifestación frente al Palatinado. Al grito de ¡Unidad! y ¡Libertad!
No le reprocharemos a Wheen la falta de rigor en su interpretación sobre las categorías y los conceptos de Marx, sin embargo, como biógrafo debió profundizar en el contexto socio-cultural que influyó en la personalidad de Marx pues, contrariamente a la diferencia establecida por Louis Althusser entre “el joven Marx” y “el Marx maduro”, pienso que las aguas que bebió del romanticismo fueron clave no sólo en la construcción de su arquitectónica sino también componente fundamental de su ethos. Leo –y con esto concluyo– en una carta fechada en abril de 1867: “Todo el tiempo que podía consagrar al trabajo debí reservarlo a mi obra, a la cual he sacrificado mi salud, mi alegría de vivir y mi familia (…) Si fuéramos animales, podríamos naturalmente dar la espalda a los sufrimientos de la humanidad para ocuparnos de nuestro propio pellejo. Pero me hubiera considerado poco práctico de haber muerto sin al menos haber terminado el manuscrito de mi libro”.
Bibliografía:
Bensussan, Gérard (2007), Marx le sortant, Paris, Hermann Editeurs.
Dussel, Enrique (1993), Las metáforas teológicas de Marx, Navarra, Verbo divino.
Elleinstein, Jean (1981), Marx, Paris, Fayard.
Giroud, Françoise (1992), Jenny Marx ou la femme du diable, Paris, Robert Laffont.
Longuet, Robert-Jean (1977), Karl Marx, Paris, Stock.
Mehring, Franz (2009), Karl Marx. Histoire de sa vie, Paris, Bartillat.
Wheen, Francis (1999), Karl Marx, London, Fourth Estate.
[4] Al respecto, Gérard Bensussan analizó la matriz hegeliana del pensamiento de Marx y su expresión en los conceptos de alienación, contradicción y revolución