Avanzamos este artículo que hará las veces de editorial del siguiente número de la revista de Red Roja, la cual verá la luz en unos días.
Decía Lenin que para los cambios revolucionarios no basta con que los de abajo no aguanten más, sino que los de arriba ya no puedan dominar como hasta entonces. Nos hemos atrevido a añadir: “y cuando los de abajo se dan cuenta de esas debilidades”. Hablar de estafa –por más que muchos compañeros lo hacen con buena intención para “dopar” la indignación– da a entender que todo es producto de una maquinación, brindando un dominio exagerado a quienes tenemos que derribar; lo que no deja de alimentar la falta de confianza en las propias fuerzas, en la lucha que realmente hay que afrontar. Lo cierto es que estamos ante una crisis sistémica e internacional, sin parangón, de largo alcance en el tiempo pasado… y en su persistencia futura. En el estado español, además, se refleja con especial incidencia en el ámbito político, incluido el cuestionamiento a nivel de masas (más allá del cómo) del propio poder. En este terreno las voluntades y hasta el factor sorpresa juegan un papel relativamente mayor. También las responsabilidades son superiores. Pues aquí sí que tenemos definidas las estafas políticas sobre las que hay que alertar en la briega por salir realmente de esta crisis real.
Al fin y al cabo era lógico que esta crisis global tuviera una especial incidencia política en nuestro marco estatal. Pues tampoco hace tanto tiempo que se fraguó la Estafa (con mayúscula): la de la Transición. Una estafa que se hizo para principalmente cargarse lo que ha sido el último ciclo de movilización política de masas, en búsqueda de una verdadera ruptura democrática tras el agotamiento del franquismo. Hemos escrito suficientemente sobre todo lo que actualmente se está poniendo en solfa: la propia monarquía, el bipartidisimo, y ya también el “Café para todos” de las autonomías, ese invento del suarismo para conculcar el anhelo histórico del derecho de autodeterminación. Dentro del tinglado que montaron surgen fuertes disensiones y desconfianzas internas después de décadas de idilio. Nadie quiere perder los sillones y las parcelas de poder mafiosamente ganadas. A algunos se las dio en herencia casi genética el Dictador. Otros, más a la “izquierda”, por rompernos la ilusión de una verdadera ruptura democrática, consiguieron puestos de alto nivel en consejos de administración y comisariados europeos. Hasta el “ala sindical”, por tanto pactismo antiobrero, obtuvo su recompensa en otros menestERES.
Pues bien, es la crisis la que también hace que se publique lo que se repartieron en secreto. De nuevo –como en tiempos de los GAL cuando los que venían del franquismo querían también gobernar la “democracia postfranquista”– surge no la corrupción (indisociable a todos ellos), sino el arma de la acusación de corrupción. Entonces lo hacían para ver quiéngobernaba Madrid. Ahora (caso Pujol) la sacan para ver hasta dónde gobierna Madrid. Por supuesto que, de nuevo, con el mejor Lenin, no vamos a lamentar que le saquen las vergüenzas al molt honorable. Compartimos con nuestros compañeros de clase en las naciones sin estado del estado español que los límites de la degradación burguesa no conocen fronteras. Como tampoco “los recortes”. Pero no vamos a reírle la gracia a quienes conocían (y coprotagonizaban) desde hace treinta años estas prácticas nada honorables. Seguiremos reclamando con efecto retroactivo lo que negó la farsa de la Traisición: el derecho a la autodeterminación y a la independencia. Incluso sabemos que la persistencia en esa reivindicación obra a favor del objetivo prioritario de sacar a toda esta caterva del poder. Por eso el 11 de septiembre y el 6 de noviembre abans que res sabrem ser companys.
Ciertamente la crisis económica ha agotado a una transición que venía viciada desde su origen. Pero, precisamente, si queremos neutralizar intentos de reeditar estafas y farsas, toca advertir que no habrá revolución verdadera en este país que se limite a superar aquella transición por agotamiento y no por lo que de traición de una izquierda político-sindical bien “apoltronada” ha supuesto. En cualquier caso, tanta es la convicción gubernamental del papel que en toda esta degradación ha jugado una crisis económica que ellos no controlan, que sueñan con que (nos creamos) que la crisis va quedando atrás y ello ayude a “recentrar” a una serie de sectores sociales “recortados” en la esperanza de que no pierdan la confianza en volver al redil del “bienestar y seguridad perdidos”. Y así es como desde hace meses andan en una estrategia comunicativa de hacer ver que no está lejos la salida del túnel.
Sin embargo, hasta los anuncios de “salida de la crisis” disputan titulares con los de más “entradas”… Tras Francia, la crisis-boomerang sobrevuela la misma Alemania, y se anuncia una tercera recesión. A la persistencia de los factores estrictamente macro-económicos que auguran que la crisis estructural del capitalismo no encuentra la salida, se le suma un factor de primera magnitud en la escena internacional: la necesidad imperiosa de la primera potencia imperial de desestabilizar la situación mundial, incluso para no dejar que sus aliados de la Guerra Fría quieran ir por su cuenta y riesgo. Cada vez se reconoce más que EEUU lleva décadas incendiando aquí y allá –digámoslo claramente ya– incluso contra las prioridades de agenda euroalemanas, que no les van a la zaga en intenciones imperiales pero si que van con retraso en poder materializarlas sin que se les disloque su penosamente trabajado “euro-modelo expansionista”. La necesidad interna de EEUU para desestabilizar permanentemente se constituye así en factor de primer orden. Este país no busca tanto extender de forma clásica dominios económicos como mantenerse artificialmente como primer dominador con toda la cuota de parasitismo económico-financiero que ello conlleva a expensas, como decimos, de sus propios aliados. Y para eso sólo le queda salpicar de belicismo activo todo lo que pueda cocerse a su espalda en las relaciones internacionales. Pues bien, si los capitalistas no controlan sus propias crisis y estallidos estructurales, ¿qué decir de la validez de sus previsiones cuando todo se mezcla con una situación geoestratégica (literalmente) explosiva y otra vez con la guerra a las puertas mismas de la Unión Europea, en esta ocasión, con un contrincante ruso decididamente más duro de pelar que lo fue, por ejemplo, Serbia?
En este contexto, y volviendo al “ruedo nacional”, cobran aún menos credibilidad las previsiones tipo Rajoy. En realidad, ni siquiera confía él mismo en que se le crea como necesita. De ahí que se preste raudo a legislar para su particular parcela mafiosa política. Así, acelera una ley electoral municipal que prolongue el poder de los suyos –incluso asumiendo el daño colateral de que los nacionalismos más enemigos salgan favorecidos– dando por descontado que por aquellos lares tienen poco futuro “partidista”. Calculan que la “unión a la izquierda”, demasiado llena de contradicciones organizativas internas y de poses varias, no está para coaliciones previas a las elecciones. Y al fin y al cabo, los del PP, con su apuesta de imposición dictatorial en cuestiones como “la catalana”, no son precisamente los que más daños electorales relativos van a recoger en ámbitos donde, como decimos, dan por descontada su condición de minoría. Resultado: para la periferia perdida, imposición del “interés de estado” por encima de derechos y elecciones en el mejor espíritu de la transición pactada; para el resto, ingeniería electoral para desterrar sorpresas que pudieran incluso deparar eventuales presiones populares que se tomasen en serio eso de que sí se puede cambiar las cosas. Sea como fuere, es importante aprender de la historia y en línea con lo que apuntábamos al principio, no pensar que lo tienen todo previsto y calculado.
Ya en lo que se refiere a la fase actual del ciclo popular de movilización que ha traído la crisis, partimos de que esta fase está muy modulada por la apuesta política electoral de una parte importante de la protesta social, que se concreta en Podemos. Cuando hablamos de parte importante, somos conscientes del peso político sobredimensionado que cobran lo que hemos dado en llamar “sectores intermedios” ante la ausencia de un movimiento obrero organizado y la incapacidad actual de la línea revolucionaria por el socialismo de liderar la “movilización anticrisis”. En este escenario hemos establecido que la optimización de nuestra necesaria intervención no puede hacerse de forma inmediatista sin tener en cuenta las ulteriores batallas políticas que previsiblemente nos depararán la guerra social en que el capitalismo nos mete y considerando en todo momento, además, el contexto geoestratégico y la propia experiencia histórica. Es por ello que también tenemos que alertar contra las falsas salidas reformistas –aún más falsas si tenemos en cuenta la naturaleza de la crisis y la verdadera historia del “bienestar perdido”– y contra esas maneras falsas de salir, como la electoralista que exagera la importancia del voto. Y no lo hacemos de forma alegre y ligera por puro purismo ideológico. Tampoco lo haremos de forma esquemática y sectaria, analizando sólo a los actores en juego por la calidad y rigor de lo que dicen. Bien sabemos que la crisis estructural capitalista nos llega cuando aún el movimiento revolucionario por el socialismo es tributario de su propia crisis histórica; lo que no podía dejar de afectar al propio lenguaje y justifica incluso que muchas personas de buena intención sueñen con emular (de forma mecánica y forzada, eso sí) procesos bolivarianos “alejados de la ortodoxia” que, al fin y al cabo, hasta enfrentan al yanqui desde “revoluciones ciudadanas y no de manual”. En cualquier caso, nos importa más saber que la realidad es más “ortodoxa” de lo que parece. Y que la crisis es tan profunda que cualquier persistencia en exigir lo que antes se tenía, por nimio que parezca, es motivo de inestabilidad; que el propio reformismo pierde así su base hasta el punto de que se ve obligado a adoptar alas radicales para reivindicar lo que hasta ayer nuestro ciudadano-enemigo de clase tenía a bien concederle sin tanto aspaviento.
Ante tantas crisis, extrañas y propias, lo esencial es intervenir claramente desde nuestra independencia de clase, pero teniendo en cuenta que la clara ausencia de nuestra clase como sujeto autónomo nos hace resaltar la importancia que hoy toma la propia práctica de la lucha como fuente de experiencia para unas masas que buscan un tanto desordenadamente la salida. En este sentido, comprobamos crecientemente cómo a partir de la asunción de la línea de demarcación del no pago de la deuda ilegítima se abren camino la necesidad imperiosa de la salida de las instituciones euroalemanas y hasta la expropiación bancaria. Y, en pura lógica, mucha gente vota convencida de que “no bastará votar para botarlos”. Efectivamente, ante la persistencia de la crisis y de la movilización (en cualquiera de sus aspectos) es de prever una degradación del propio sistema político y una fuerte tendencia a una fascistización de hecho del mismo en un escenario de antagonización de las luchas y de agresión imperialista. Máxime, cuando vivimos prácticamente en el centro del mismo sistema, con una crisis que es internacional y unos estados viejos que no dudarán en actuar de forma “anticuada y ortodoxa”, de manual si se quiere, sin respeto de fronteras ni legalidades. Y lo harán con mayor impunidad en la medida en que remarquen que nuestra resistencia de clase organizada sea menor; tanto menor, cuanto mayor sea nuestra ilusión ciudadanista, hija de una revolución democrático burguesa, esta sí, realmente anticuada y decimonónica que hace tiempo que la burguesía respeta menos que nadie.
Acompañaremos las experiencias de la gente sin esconder nuestras convicciones revolucionarias, que, desde luego, no consisten en recitar frases revolucionarias, sino en “interseccionar” con la realidad tal como es, claro, pero estableciendo lemas y consignas que impulsen y eleven las luchas de masas en su camino de toma y mantenimiento revolucionarios del poder. Ello implica necesariamente contribuir en el presente a un poder popular concreto que vaya estableciendo solidaridades y “tomando la solución por su mano” ante los problemas más acuciantes de la gente. Pero para garantizar todo esto, la experiencia acumulada (ajena y propia) de años de intervención en las movilizaciones populares nos convence aún más de que el aspecto principal de nuestro particular trabajo está en el plano del reforzamiento de la organización revolucionaria. Y en esas estamos, tal como hemos reafirmado en nuestras recientes Jornadas de Formación. Esto pasa, y no podemos dejar de concluir en ese sentido, por insistir en nuestro llamamiento a una confluencia revolucionaria ‑incluso sin esperar a estar en una misma organización- de aquellos que tienen claro que no sólo hay que intervenir hoy y mañana teniendo en cuenta la realidad presente de la movilización en su diversidad, sino que hay que hacerlo con la garantía de poder intervenir pasado mañana, en un futuro que está más escrito de lo que parece. Por cierto, que sobre esto, las mayores evidencias de que se trata del camino correcto no nos vienen “relatadas” ni en ruso ni alemán, sino en el propio castellano más reciente. Todo hay que decirlo: con un marcado acento latinoamericano o bolivariano, tras estar comprobando en carne propia qué clases de ciudadanos y presiones enfrentan las revoluciones cuando pelean por ser verdaderas.