Feli­pe VI y Ana Botín, dos vidas para­le­las- Manuel Medina

Nin­gún refrán enca­ja­ría mejor en el for­tui­to encuen­tro entre el rey Feli­pe VI y la here­de­ra de Emi­lio Botín, que aquel de «A rey muer­to, rey pues­to». En efec­to, toda­vía con el cadá­ver tibio de don Emi­lio, tan solo 48 horas des­pués de su muer­te, una Patri­cia Botín son­rien­te tuvo a bien entre­vis­tar­se con el here­de­ro del here­de­ro del autó­cra­ta Fran­cis­co Franco.

La sig­ni­fi­ca­ción del encuen­tro no deja de tener un para­le­lis­mo agria­men­te sim­bó­li­co. La saga Botín acu­mu­ló su for­tu­na a lo lar­go de los 40 años de dic­ta­du­ra. Es hoy una indu­bi­ta­ble ver­dad his­tó­ri­ca que el levan­ta­mien­to de los mili­ta­res en 1936 tuvo lugar para pre­ser­var el poder de los ban­que­ros como su padre, de los terra­te­nien­tes, de los gran­des indus­tria­les y, tam­bién, para ase­gu­rar la con­ti­nui­dad de la mal­tre­cha dinas­tía de los Bor­bo­nes. La cru­za­da béli­ca con­sis­tió, sobre todo, en un cruel y san­grien­to ges­to de auto­con­ser­va­ción de las cla­ses pode­ro­sas espa­ño­las. Había que impe­dir que las masas des­he­re­da­das a lo lar­go de siglos pudie­ran ale­jar con sus luchas a estas éli­tes socia­les del con­trol de los resor­tes del poder eco­nó­mi­co y polí­ti­co. En aque­lla san­grien­ta con­tien­da cen­te­na­res de miles de los de aba­jo ‑de un ban­do y de otro- fue­ron sacri­fi­ca­dos para hacer posi­ble la per­pe­tua­ción del domi­nio de una cla­se social sobre las res­tan­tes. Esa es la reali­dad del con­te­ni­do de aque­lla fac­tu­ra histórica.

Vidas para­le­las

A lo lar­go de las cua­tro déca­das que duró el poder auto­ri­ta­rio fran­quis­ta, la for­tu­na de la saga de los Botín, al igual que la del res­to de los ban­que­ros espa­ño­les, se vio toca­da por el mági­co efec­to mul­ti­pli­ca­dor que la exis­ten­cia mis­ma de la dic­ta­du­ra les pro­por­cio­na­ba. La exis­ten­cia de un esta­do auto­ri­ta­rio posi­bi­li­ta­ba que las gran­des for­tu­nas pudie­ra cre­cer «ad infi­ni­tum» sin répli­ca algu­na, sin que la pro­tes­ta de una socie­dad famé­li­ca y mal­tre­cha encon­tra­ra eco en casi nin­gu­na par­te. Al fin y al cabo, ese había sido el obje­ti­vo del cer­te­ro gol­pe con­tra el Fren­te Popu­lar y con­tra la mis­ma Repú­bli­ca. Emi­lio Botín, naci­do en 1934, for­mó par­te de una gene­ra­ción de jóve­nes vás­ta­gos de la bur­gue­sía de la pos­gue­rra espe­cial­men­te entre­na­da para man­dar, domi­nar… e incre­men­tar tam­bién sus beneficios.

Duran­te aque­llos mis­mos años, otro joven naci­do ape­nas cua­tro años des­pués que Botín, pero este per­te­ne­cien­te a la aris­to­crá­ti­ca estir­pe de los Bor­bo­nes, era edu­ca­do por la mano fir­me del dic­ta­dor para que en su día pudie­ra estar en con­di­cio­nes no ya de here­dar su régi­men polí­ti­co ‑que al fin y al cabo el mis­mo Fran­co con­si­de­ra­ba como ins­tru­men­tal y tran­si­to­rio- , sino sobre todo de garan­ti­zar a tra­vés de su per­so­na la con­ti­nui­dad de la hege­mo­nía de las cla­ses socia­les des­ti­na­das his­tó­ri­ca­men­te a man­dar. Des­de que en el año 1948 Juan de Bor­bón enco­men­da­ra a Fran­co la edu­ca­ción de su hijo mayor, éste fue entre­na­do con rigor en el cono­ci­mien­to de la estruc­tu­ra del Esta­do fran­quis­ta. Duran­te esos años, Juan Car­los pudo esta­ble­cer las rela­cio­nes polí­ti­cas, socia­les y eco­nó­mi­cas que le per­mi­ti­rían fami­lia­ri­zar­se pos­te­rior­men­te con el entra­ma­do del poder real­men­te exis­ten­te. Juan Car­los y Emi­lio Botín fue­ron, pues, adies­tra­dos para pro­por­cio­nar con­ti­nui­dad a unas estruc­tu­ras que hun­den su ori­gen en los prin­ci­pios de la Espa­ña contemporánea.

El año 2014 ha sido, pues, espe­cial­men­te ale­gó­ri­co. Con la abdi­ca­ción de Juan Car­los y la muer­te de Emi­lio Botín, se cie­rra un ciclo genea­ló­gi­co. Pero has­ta aho­ra solo genea­ló­gi­co. El domi­nio de las cla­ses socia­les que ellos encar­na­ban con­ti­núa incó­lu­me. De ahí que el encuen­tro entre Feli­pe VI y la hija de Botín encie­rre toda una peda­gó­gi­ca lec­ción que nadie debe­ría olvi­dar. Patri­cia Botín nació en el año 1960. Feli­pe Bor­bón lo hizo ocho años des­pués. Per­te­ne­cen tam­bién, como sus res­pec­ti­vos pro­ge­ni­to­res, a una gene­ra­ción simi­lar. Tam­bién como ellos han sido entre­na­dos en lo que común­men­te cono­ce­mos como «el arte del poder».

Las per­so­na­li­da­des en la His­to­ria de la huma­ni­dad son efí­me­ras. Jue­gan la fun­ción que les otor­ga la cla­se social a la que per­te­ne­cen. Cuan­do los ava­ta­res polí­ti­cos o la muer­te les arre­ba­tan la fun­ción que les había sido enco­men­da­da son sus­ti­tui­dos auto­má­ti­ca­men­te por otros per­so­na­jes, entre­na­dos igual­men­te para ejer­cer simi­la­res fun­cio­nes que sus pre­de­ce­so­res. En los cam­bios de ciclos genea­ló­gi­cos lo que per­du­ra intac­to es el poder y el domi­nio de la cla­se. Para que el hecho de la libe­ra­ción social se pue­da pro­du­cir resul­ta pre­ci­so aca­bar con ese domi­nio y con ese poder. El res­to son siem­pre cues­tio­nes de carác­ter secundario.

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