Con el 60% de los votos y una diferencia de casi 40 puntos sobre Samuel Doria Medina, de la opositora Unión Democrática, Evo Morales Ayma logró un triunfo contundente que abre su tercer mandato presidencial hasta 2020. El gobierno del MAS, instrumento electoral de los movimientos populares en Bolivia, consolida un proceso de transformaciones sociales, culturales y económicas iniciado hace 8 años que lo ubican como una de las experiencias más avanzadas de Nuestra América de horizonte emancipatorio en la región.
I
El principio de incertidumbre es una de las marcas de los tiempos políticos contemporáneos. Unas pocas certezas, a modo de hipótesis –de todos modos– han guiado durante estos años las interpretaciones de este nuevo siglo: Latinoamérica, dentro de la geopolítica mundial, se ha convertido en los últimos 25 años en el lugar privilegiado para repensar las políticas emancipatorias, puesto que fue aquí, y no en otros sitios, donde experiencias novedosas abrieron paso a nuevas prácticas y modos de entender la política. Sin tutelajes euro-céntricos, orgullosos del pensar-hacer nuestramericano, pretérito y actual, hemos asumido, de todos modos, el desafío de pensar y actuar apostando a la mezcla de tradiciones, legados y escuelas teóricas, sin excluir de la Patria Grande los aportes teóricos y prácticos de otros continentes.
La derrota y el fracaso de las corrientes transformadoras del siglo XX nos llevaron a tener que repensar nuevamente hoy conceptos centrales de las políticas emancipatorias. Las luchas sociales contra el modelo neoliberal, primero, y la experiencia acotada de una serie de procesos estatales –fundamentalmente la “Revolución Democrático-Cultural” en Bolivia, conducida por Evo Morales; la “Revolución Bolivariana de Venezuela”, dirigida por Hugo Chávez Frías, y en menor medida la “Revolución Ciudadana” a cuya cabeza se encuentra Rafael Correa – , incitan a llenar de nuevos contenidos, acordes a las realidades del Siglo XXI, conceptos claves como Revolución, Socialismo y Democracia.
II
Como estaba previsto, siguiendo las encuestas previas a las elecciones del pasado domingo 12 de octubre, la fórmula Evo Morales-Álvaro García Linera arrasó en los comicios, con un 60% de los votos. Según las cifras que se manejaban a último momento, el Movimiento al Socialismo (MAS) ocupará 24 de las 36 bancas en el Senado y 80 de las 130 en Diputados. Así, el oficialismo tendrá 104 de los 156 escaños de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Atrás y a lo lejos, el candidato Samuel Doria Medina, de Unidad Demócrata, quedó en segundo lugar, con el 24% de los votos. En tercer lugar, Jorge “Tuto” Quiroga, del Partido Democrática Cristiano, con apenas 9%. Fernando Vargas, del Partido Verde de Bolivia, y Juan del Granado, del Movimiento Sin Miedo, con un escaso 3% cada uno, ocuparon el cuarto y quinto lugar.
Al hablar desde el balcón del Palacio Quemado, Evo Morales dedicó el triunfo a Fidel Castro y a Hugo Chávez (“que en paz descanse”, dijo), y a “todos los pueblos que luchan contra el capitalismo y el imperialismo”. Una frase que, tomada al pasar, formaría aporte de las diatribas dichas al pasar, pero que tomada en toda su significación histórica, abonan el terreno para repensar un programa que exceda la denominación emblemática de “capitalismo andino-amasónico”, formulada hace unos años por el vicepresidente Linera.
Programa que, de querer ser llevado adelante, requerirá de masivos procesos de movilización de las bases sociales que, hace ya años, entendieron que el “Instrumento político” debería ampliar los “campos de posibilidad” de las luchas emprendidas hace ya años.
De todos modos, tal como destaca Katu Arkonada en un artículo reciente (“Sostener para profundizar, profundizar para sostener”, 13 de octubre de 2014), no está demás prestar atención a ese proceso que, pareciera, lleva a que el voto del MAS se mantenga pero se redistribuya territorialmente. En concreto, esto significa “un descenso del voto del núcleo duro del proceso de cambio en beneficio de un aumento de un voto blando como puede ser el momentáneo pero magnífico resultado en Santa Cruz”, donde la candidatura de Evo obtuvo casi el 50% de los votos, una cifra notable dentro del histórico reducto racista de la “media luna”, donde de todos modos la derecha se mantuvo firme en Beni, único de los nueve departamentos bolivianos donde no triunfó el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos. Así y todo, superando el porcentaje de votos que obtuvo en las elecciones de 2005 y cercano a los números de 2009 (64%), luego de casi nueve años en el gobierno, Evo Morales se convertirá en 2020, cuando termine este tercer mandato, en el presidente que más tiempo haya gobernado Bolivia en toda su historia.
III
No solo de pan vive el hombre (y la mujer), pero sin el pan es difícil de que sobreviva. Esto no parece ser un dato menor, y mucho menos no tenido en cuenta por las bases que han votado nuevamente por el MAS. Antes de 2006, Bolivia era un país extremadamente pobre. Tan pobre que ocupaba el triste lugar se segundo país más pobre del continente, luego de Haití. Desde entonces, la extrema pobreza se redujo 21 puntos, llegando al 18 % en 2013, y la apuesta por erradicarla en la próxima década figura entre las prioridades del presidente y su equipo de gobierno. Claro que la nacionalización de los hidrocarburos posibilitó implementar políticas que favorecieran la redistribución de la riqueza. Políticas en las que tuvieron prioridad los adultos mayores de 65 años, las mujeres con muchos hijos y los niños y adolescentes en edad escolar. El analfabetismo se erradicó por completo del país, logro que fue incluso reconocido por la UNESCO.
Pero no solo de pan vive el hombre (y la mujer). Cuando el hambre acecha, las políticas de resistencia suelen centrarse en la subsistencia. Y lo bien que hacen. Pero cuando las condiciones materiales mejoran, resulta insoslayable avanzar por más. Y avanzar por más no puede tener como parámetro el modelo cuantitativo de consumo capitalista, sino que deberá gestar una dinámica cualitativa en la que más y mejor nivel de vida no puedan medirse con esa vara, sino con la del buen vivir, al vida digna o como quiera que se la llame, pero que seguro, deberá ser una vida no-capitalista.
IV
Alguna vez, Álvaro García Linera utilizó el concepto de “tensiones creativas” para denominar la dinámica del proceso boliviano. Parece que ha llegado la hora de profundizarlas.
Resulta difícil, pero quizás sea hora de que asumamos que tendremos que acostumbrarnos a transitar la incertidumbre, tanto como evitar buscar modelos cerrados que sustituyan los que ya no están, los que –definitivamente– quedaron en el pasado. “No necesito modelos para hacer lo que yo quiero hacer”, cantaba Ricky Espinoza, líder de Flema, la emblemática banda de punk-rock argentino. Algo semejante planearon años atrás los pensadores franceses Gilles Deleuze y Féliz Guattari, cuando intentaron “sustraer el pensamiento al modelo del Estado” y, más recientemente y más cerca de muchos de nosotros, el dramaturgo Jorge Villegas y el Grupo Zéppelin Teatro, cuando en su obra KyS(“Kosteki y Santillán”), abordaron al modelo como inscripto en las lógicas del poder, como modelo económico, modelo de vida burgués, modelo que debe ser derribado sin modelos.
Claro que la figura de Evo sintetiza hoy, en gran medida, los avances del proceso político boliviano. Pero no puede o no debería ser su límite. La política de nombres propios parece ser más un lastre del siglo XX que una invención política del nuevo siglo.
Una política sin nombres propios, una camada de liderazgos colectivos que “manden obedeciendo” –como el propio Evo Morales sostuvo, citando a los zapatistas, en su discurso de asunción como presidente en 2006– parece ser el desafío que la hora reclama para América Latina.