El Pentágono no lo esconde. La lucha contra el Estado Islámico en Siria e Iraq durará años (War on Terror II, la secuela). Como en principio el Gobierno ha descartado el uso de fuerzas de tierra, son noticias estupendas para los fabricantes de misiles Tomahawk. Van a tener que completar las existencias muy pronto. Y los generales volverán a figurar omnipresentes en las pantallas de las televisiones de EEUU, como ya está ocurriendo.
Estando Iraq de por medio, no es extraño que haya una marcada diferencia entre la retórica y la realidad. Según la primera, el Estado Islámico es la mayor amenaza a la que se enfrenta Occidente ahora mismo. Es otra encarnación del mal absoluto. Pero luego en el mundo real no hay tanta urgencia. Los ataques aéreos de EEUU no derrotarán por sí solos a los yihadistas, ha dicho John Kerry, 24 horas después de que se extendieran a Siria. “No deberían pensar que se producirá una gran retirada en las próximas dos semanas”, ha dicho el secretario de Estado a CNN.
Eso ya lo sabíamos. Con los bombardeos, se puede frenar a una fuerza militar en movimiento e impedir el avance de los yihadistas sobre el Kurdistán iraquí. Para lo que no sirve, por ejemplo, es para expulsar al Estado Islámico de Mosul, a menos que se esté dispuesto a destruir la mitad de la ciudad.
Cualquier análisis sobre las consecuencias reales del primer ataque norteamericano en Siria debe ponerse en el contexto de lo que está ocurriendo en Iraq. Como cuenta el NYT, seis semanas después de que aviones y drones comenzaran a atacar al Estado Islámico allí, el Ejército iraquí no ha conseguido aprovechar esos bombardeos para recuperar posiciones. Antes al contrario, se suceden espectaculares ejemplos de incompetencia militar.
El último caso: hay en la provincia de Anbar centenares de soldados en una posición rodeada por el enemigo, de los que no se tiene información desde hace varios días: podrían estar aún resistiendo el sitio, haber muerto o o haberse rendido.
Entre los objetivos atacados en Siria, se encuentran los de un misterioso grupo llamado Khorasan, que ha pasado en semanas de ser muy poco conocido a ser presunto responsable de la organización de un ataque “inminente” en EEUU. Que sean miembros de Al Qaeda que se han refugiado en Siria no es sorprendente. Que sus objetivos no tengan que ver con la guerra siria, sino con la idea de Bin Laden de atacar directamente a los países occidentales es algo muy diferente, y eso sólo pueden saberlo los servicios de inteligencia, que nunca son muy explícitos con las pruebas con las que cuentan.
[También hay fuentes, anónimas claro, que dicen que ese plan no era inminente. No habían elegido un objetivo del atentado, ni el momento o el método de llevarlo a la práctica.]
En este artículo, quedan patentes algunas dudas sobre este grupo, incluido su nombre. La conclusión a la que llega es que no se trata de una organización por sí misma, aunque los titulares parezcan decir eso. La hipótesis más probable es que respondan ante Al Zauahiri –se supone que escondido en Pakistán– y que hayan recibido ayuda del Frente Al Nusra, el grupo insurgente sirio enfrentado al Estado Islámico y que prestó lealtad a Al Qaeda.
La coincidencia de las informaciones sobre Khorasan y el debate producido en septiembre en EEUU y Europa sobre qué hacer con ISIS es, cuando menos, sospechosa. Supone para la Administración norteamericana una forma excelente de vender a una opinión pública reticente la idea de implicarse militarmente en la guerra siria. Es también una forma de justificar legalmente los ataques en ese país.
Las operaciones en Iraq están cubiertas por el hecho de que el Gobierno de Bagdad ha pedido ayuda. No ha habido tal petición desde Damasco. Pero atacar a un grupo que es parte de Al Qaeda dentro de Siria tiene la ventaja de que permite usar el argumento de que el Congreso ya dio la autorización pertinente después del 11S. Esa aprobación es un chicle que se ha extendido a lo largo de los últimos 13 años para atacar objetivos relacionados de una forma u otra con Al Qaeda por todo el planeta. Son las ventajas de la guerra que nunca terminará.
La embajadora de EEUU en la ONU ha dado a Ban Ki-moon otra justificación legal: los ataques en Siria son necesarios para defender al Gobierno iraquí, ya que el Estado Islámico opera a ambos lados de la frontera y el Gobierno sirio no está en condiciones de impedir su actividad.
Pero lo que cuenta no es tanto la cobertura legal en EEUU (no parece que el Congreso norteamericano esté muy interesado en cuestionar los motivos de Obama en esta ofensiva), sino sus posibilidades de éxito y sus consecuencias en todas las crisis que están teniendo lugar en Oriente Medio. Respecto al segundo punto, ya nos podemos olvidar de la Primavera Árabe y de cualquier esfuerzo por propiciar la defensa de la libertad y de los derechos humanos en la zona.
Las banderas de la imagen de arriba dejan lugar a pocas dudas sobre los aliados de Occidente en la última operación militar: Arabia Saudí, Bahréin, Emiratos, Qatar y Jordania. Los cuatro primeros países son las monarquías del Golfo que imponen un régimen teocrático en el que las libertades no tienen cabida. Qatar es el origen de la ayuda más importante que probablemente hayan recibido los grupos insurgentes sirios, y de esa ayuda se han terminado beneficiando al Estado Islámico y Al Nusra, ese mismo grupo que da cobijo a Khorasan.
Las espantosas imágenes de la decapitación de rehenes tienen su reverso en las decenas de ejecuciones que se produjeron con el mismo método en Arabia Saudí en agosto (en una de ellas la víctima fue condenada por “brujería”). Las circunstancias no son las mismas, pero sólo considerando que el sistema judicial saudí es similar al de España o Francia se puede sostener que la comparación es absurda.
Al igual que en 1990, tras la invasión de Kuwait, EEUU intenta hacer ver que no es una cruzada particular contra un enemigo declarado, sino una coalición internacional formada por decenas de países contra un ejemplo paradigmático de barbarie. Invadir un país es desde luego una acción que merece ser respondida. Intervenir en la guerra civil de otro país es, por el contrario, lo que se puede denominar como una guerra elegida. Y por espectacular que sea la intervención (algo que deberíamos tener presente por lo ocurrido en Iraq desde 2003), el desenlace no tendrá que ver tanto con el número de divisiones o aviones empleados, sino por la situación interna de ese país (la relación de fuerzas, la capacidad de un Estado de imponer su autoridad sin necesidad de desatar un baño de sangre, etc.)
En Iraq no hay aviones extranjeros que puedan sustituir las funciones de un Estado fallido. El Estado Islámico no será expulsado de Mosul o de Faluya a menos que el Ejército iraquí pueda intervenir sin ser considerado una fuerza de ocupación por la población local.
Por dar un ejemplo, 31 civiles (incluidos 24 niños) murieron en un bombardeo de la Fuerza Aérea iraquí sobre una escuela cerca de Tikrit el 1 de septiembre que albergaba a refugiados. La alternativa no puede ser destruir todas esas ciudades para poder ‘liberarlas’.
El nuevo Gobierno iraquí ha ordenado que no se repitan ataques aéreos como ese en zonas civiles, pero eso hará que su contraofensiva sea lenta e incierta. Lo más que se puede esperar en estos momentos es que consiga defender sus propias posiciones. Mientras los generales y coroneles sigan huyendo y los soldados sean abandonados a su suerte, no habrá ninguna posibilidad de hacer frente a los yihadistas.
El Estado Islámico ha prosperado gracias a la falta del legitimidad del Gobierno de Bagdad y a la corrupción de sus fuerzas militares y de seguridad. Sin solucionar esos problemas, no habrá opciones de cambiar la situación sobre el terreno.
En Siria, no hay ni siquiera esa posibilidad. EEUU y Europa no van a volcar todo su esfuerzo para que Siria derrote a sus enemigos. Lo que queda es una quimera: debilitar mes tras mes al Estado Islámico hasta que un ‘caballero blanco’ resurja de sus cenizas y venza primero a los yihadistas y luego a Asad. Es la tesis de los que buscan descubrir a los “rebeldes moderados”, que es el equivalente a la promesa de Dios a Abraham de que no destruiría Sodoma si conseguía encontrar a “50 justos”. Buena suerte, Abraham.
Una guerra se hace con sangre y con dinero. Si quieres vencer, la sangre la tienen que poner los otros y tú debes tener acceso al dinero para comprar armas, equipamiento y alimentos para tus tropas. Mientras los insurgentes del FSA (al que se llama moderado y casi ha desaparecido de la mayor parte de las zonas no controladas por Damasco) cobren unos 50 dólares al mes, y los miembros del Estado Islámico reciban 300, 600 o hasta mil dólares al mes (porque todas esas cifras se han manejado), no habrá ninguna duda del desenlace de ese conflicto.
Su implantación en amplias zonas de Iraq y Siria ha permitido al Estado Islámico controlar pozos petrolíferos en ambos países. Extraer petróleo no sirve de nada si no lo puedes vender. La gente se sorprendería al saber lo fácil que es hacerlo en las zonas fronterizas de Iraq, Siria, Turquía e Irán desde hace varias décadas, en especial desde que comenzaron las sanciones contra Iraq en 1990.
De entre todos los artículos que he leído, el más revelador es este del FT, que apunta a la colaboración de (y esto es una nueva paradoja) uno de los mayores enemigos del Estado Islámico, precisamente porque lo tiene muy cerca: el Gobierno del Kurdistán iraquí.
Desde hace casi 25 años, decenas de miles de barriles de petróleo iraquí pasan de contrabando hacia Turquía, sobre todo, y otros países. A mediados de los 90, ese tráfico llegó a provocar una miniguerra civil entre los grandes partidos/tribus kurdas. Los beneficios eran y son inmensos. Cuando se dice que el Kurdistán iraquí ha conseguido mantener un nivel apreciable de prosperidad desde 2003, es porque ese petróleo de contrabando ha mantenido llenos los bolsillos de todo el mundo.
Como explica en el artículo un profesor de la universidad de Suleimaniya, esa red es posible gracias a varias pequeñas refinerías en el Kurdistán. El Gobierno no puede cerrarlas porque buena parte del combustible que usa la población procede de allí. Si las cerrara, subiría el precio de la gasolina. No puede hacerlo, porque depende de esos ingresos para pagar los salarios de sus funcionarios, que se aprovechan también del combustible barato. No puede pagar esos salarios, porque el Gobierno de Bagdad no ha entregado fondos para su presupuesto desde hace ocho meses.
Y así volvemos al punto de partida. Iraq no funciona como un Estado normal, además de por su alto nivel de corrupción, por las pésimas relaciones entre Bagdad y todos aquellos centros de poder que no estén controlados por chiíes. Dicho en términos coloquiales, los kurdos se buscan la vida haciendo lo que llevan décadas haciendo, y no les molesta demasiado porque todo lo que no sea depender de Bagdad les beneficia políticamente.
En mitad de ese caos, el Estado Islámico se aprovecha para hacer negocio. Y es un negocio de entre uno y dos millones de dólares diarios. Con eso se puede financiar un Ejército bastante grande.
En el discurso en que dio a conocer su nueva política, Obama se refirió a Yemen como un ejemplo de intervención permanente de EEUU contra grupos terroristas. ¿Y qué ha pasado en Yemen?: años de ataques con drones, eliminación de dirigentes de los insurgentes pero al mismo tiempo reforzamiento del poder de esos grupos gracias precisamente a esos ataques, progresiva debilidad del Gobierno.
Sí, el Pentágono no se equivoca. Esto va a durar años. Otra década de guerra sin fin.