Mucho agua ha corrido bajo los puentes de las izquierdas desde que éstas se felicitaron por la rápida extensión del Estado del Bienestar tras la II G.M., que mucho antes había comenzado el Canciller alemán Otto von Bismark.
Desde al menos 1948 las izquierdas han gestionado el resultado del pacto social con el capitalismo. Un Estado del Bienestar que logró en primer lugar niveles elevados de consumo entre las clases trabajadoras y medias, cierta redistribución social de las rentas nacionales y formas de salario indirecto que protegían sus vidas. Todas ellas fueron posibles, dentro de una estructura mundial capitalista, porque existía un interés mutuo entre el reformismo de un sector de las izquierdas y el proyecto de desarrollista y de crecimiento del capital. Ese interés compartido se llamó pacto social.
Tampoco debemos olvidar que una parte de la plusvalía que el capital cedía a la clase trabajadora europea para poner en píe los Estados del Bienestar era compensada con una sobreexplotación desde el centro a la periferia del sistema capitalista.
Para ganar espacios de poder o frenar tentativas de recortes de conquistas sociales a las izquierdas les bastaba esgrimir amenazas de movilización sindical. El capital solía ceder en las migajas para no poner en peligro el mantenimiento de altos niveles de beneficio empresarial.
Eran tiempos en los que frente a la “planificación económica socialista” se aplicaba la “planificación económica capitalista” o el llamado capitalismo monopolista de Estado. El capitalismo trataba de mostrarse inmune a y superador de sus crisis del pasado.
Durante decenios el invento funcionó. Las izquierdas jugaron a ser gestoras, según su nivel de representación electoral y su capacidad de presión sindical y, en mucha menor medida, política. Tampoco querían forzar nada.
Mientras tanto el discurso pseudoizquierdista coincidía con el de los reformistas en que la clase trabajadora se había aburguesado. A los segundos se les escapaba que ellos se habían convertido en aristocracia obrera que decía representar a los trabajadores pero cada vez lo hacía más a los intereses de las mal llamadas clases medias. Los primeros olvidaban que para hablar de la realidad de la clase trabajadora no está de más vivir sus vidas y su intrahistoria y no las de la pequeña burguesía pseudoradical.
Pero llegó el primer capítulo ‑crisis de 1973- de una larga serie de crisis capitalistas que desde entonces se han producido en distintas partes del planeta y han replicado en otras o que se expandían en fuertes sacudidas de intensidad creciente y mundial. Lo que en aquél momento era presentado como crisis energética (del petróleo) pronto se vería que expresaba los límites de crecimiento sistémico y de realización del capital.
Y las “izquierdas” no supieron responder en aquél momento:
El capitalismo, con la complicidad de las políticas gubernamentales comenzó su desregulación y los Estados empezaron a perder el control del sistema financiero internacional y comercial, a producirse la deslocalización de empresas, la brutal inmersión en la economía sumergida, con la consiguiente pérdida de derechos del trabajador, el inicio del desmonte del Estado del Bienestar en países como Gran Bretaña, las primeras reformas liberalizadoras de los sistemas públicos de pensiones y de la sanidad.
Este ataque brutal de hoy a lo público en realidad comenzó 40 años atrás en Europa, sólo que los españoles comenzamos a extender el Estado del Bienestar ya con fuertes influencias de los intereses privados cuando en el Viejo Continente comenzaba su desmonte.
Las huelgas sindicales en los países europeos de los años 70 – 80 y de parte de los 90 del pasado siglo fueron ante todo resistenciales: de defensa de la estabilidad en el empleo, de los derechos sociales y básicamente salariales, por la pérdida de capacidad adquisitiva que entonces ya se estaba produciendo en términos relativos.
Las izquierdas se fueron tornando más y más reformistas. La vieja socialdemocracia europea se hizo social-liberal y admitió el decálogo de la competitividad, de la alianza de lo público con lo privado y de las incipientes políticas de austeridad y realismo económicos. Laboristas y socialistas franceses darían la puntilla al reformismo “progresista” de unos PPSS cuyo objetivo era volver a ocupar los gobiernos, si bien como zombies, desde entonces, sin proyecto alguno. Los partidos comunistas se hicieron ya abiertamente socialdemócratas (años del eurocomunismo) y trataron de competir con los ex socialistas en un espacio político-electoral cada vez más plano y estrecho dentro de un institucionalismo que cada vez gestionaba menos ‑caminábamos sin prisa pero sin pausa hacia el Estado mínimo- y más justificador de políticas antiobreras.
Derrotados los sectores históricos, más organizados, conscientes, sindicalizados y con mayor capacidad de movilización de la clase trabajadora (ejemplo de las huelgas de mineros y ferroviarios británicos), el movimiento obrero y las organizaciones de la izquierda política comenzarían ya a entrar en una espiral de desconcierto, renuncias, crisis y virajes tacticistas sin respuesta estratégica que han llevado hasta la debacle agonizante de las izquierdas de hoy.
En todo el período desde el inicio de la crisis del 73 hasta nuestros días, frente al sindicalismo reformista de la CES, el alternativismo sindical europeo ha sido incapaz, salvo excepciones particulares, de erigir un modelo de organizaciones de trabajadores amplio, sólido y con presencia significativa en una clase trabajadora que se ha ido ampliando pero, a la vez, descentralizando en unidades productivas mucho más reducidas que las del “obrero masa” de las grandes concentraciones fabriles.
Las llamadas izquierdas radicales o alternativas acabarían pasando desde el 68 pequeñoburgués a un variado abanico de posiciones ‑situacionismo, violencia urbana, radicalismo democrático, intelectualismo, obrerismo nominal sin anclaje real, movimientismo,…- para finalmente caer la mayoría de ellos en un radicalismo verbal de tipo interclasista y antiglobalización que convirtió a una parte de ellos antes en coordinadora de movimientos sociales transversales que en organizaciones de clase y de vanguardia.
En la izquierda revolucionaria de cultura política más dogmática sólo sobrevivieron como opciones con posibilidad de resistencia las que se asentaron sólidamente en sindicalismos combativos, en su anclaje como organizaciones de clase, en una cultura de resistencia al capitalismo y en tradiciones societarias que mantuvieran la conciencia de clase en determinados segmentos de los trabajadores.
La perdida de iniciativa de la clase trabajadora europea en las luchas de clases de los años 70 – 80 y 90 del pasado siglo tendría un momento especialmente significativo en torno a la aprobación del Tratado de Maastrich de la Unión Europea y ello por diversas factores, todos ellos de gran relevancia:
a) Porque constituía un momento de inflexión especialmente importante en cuanto a la pérdida de soberanía de los Estados respecto a la UE, lo que habría de crear especiales dificultades al movimiento obrero europeo, apenas articulado a nivel continental, y de las posibilidades de actuación desde los gobiernos de los países miembros para unas izquierdas reformistas débilmente coordinadas en el mismo plano supranacional
b) Porque conllevaba un salto cualitativo enorme que acentuaba el carácter de Europa de los mercaderes que ya tenía de origen la UE y la subordinación de la unión política a unos objetivos económicos del gran capital.
c) Por la ceguera en unos casos de la gran mayoría de la la izquierda reformista europea, aceptación en otros e incapacidad de movilización continental y de alternativa política global del conjunto de las izquierdas frente a la estrategia de los capitalistas europeos y sus gobiernos conservadores y social-liberales.
d) Por las consecuencias posteriores que dicho tratado tendría con posterioridad en lo relativo al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, al Tratado de Lisboa, el BCE, la instauración del euro y las sucesivas Cumbres de jefes de Estado europeos auténticos pilares de las políticas de austeridad, recortes sociales y salariales y desmonte de los Estados del Bienestar europeos, impulsadas desde la fase de la crisis capitalista de los años 90 del pasado siglo hasta nuestros días.
Durante todo este período, caracterizado por la pérdida de iniciativa de las antaño organizaciones de “izquierdas” y del movimiento sindical y la consiguiente recuperación de la hegemonía del capital en la lucha de clases, se habían producido importantes transformaciones sociales, económicas y políticas entre las que cabe destacar: la privatización de las grandes empresas públicas de los Estados, la ruptura de la homogeneidad estructural de la clase trabajadora, una paulatina pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios en términos relativos, una tendencia hacia la salarización y pérdida de estatus de determinados sectores profesionales, el inicio de la entrada paulatina de capital privado en el espacio de los servicios sociales, los primeros ataques al pacto social en las negociaciones colectivas entre trabajo y capital en las grandes corporaciones europeas, la desregulación y flexibilización del mercado laboral, la externalización de ramas enteras de la producción industrial y de los servicios, la deslocalización de las grandes multinacionales en Europa hacia Asía principalmente, el cambio de la arquitectura legal europea y su consiguiente repercusión en los marcos legales que sustentaban los modelos de constituciones con contenido social en los Estados miembros de la UE, la tendencia hacia un incremento del paro que se iría haciendo paulatinamente estructural,…
Por el camino los partidos socialdemócratas se habían convertido ya en partidos social-liberales y estos finalmente en partidos de centro y centro-derecha en la práctica. Los partidos comunistas, golpeados en su psicología política por el fin del socialismo real en el este de Europa y la disolución de la URSS, intentaban resituarse hacia la derecha, tratando de ocupar el espacio político de los ex PPSS, con más fracaso electoral que éxito y el alternativismo a su izquierda era ya una especie de mezcla de socialdemocracia y radicalismo al estilo del antiguo Partido Radical Italiano de Panella y Bonino.
Todos ellos habían ido siendo cada vez menos representantes de los intereses de la clase trabajadora para dirigirse hacia un electorado interclasista, a “toda la sociedad” (los PPSS), pivotando centralmente sobre los sectores profesionales asalariados, el funcionariado y la pequeña y mediana burguesías. En la práctica, las “izquierdas gobernantes”, en realidad ex izquierdas, lo hacían ya de facto para los intereses del gran capital, combinando estos con algunos guiños a sus electorados de rentas medias y medias-bajas.
A partir de aquí se inicia la imparable agonía de las izquierdas europeas:
Y llegó la crisis de finales de 2007 y las izquierdas, que se habían hecho conservadoras para mantener sus posibilidades de gobierno y ser aceptadas por los poderes reales del capital, se encontraron ante la gran paradoja de la mayor crisis estructural del capitalismo que, sin embargo, desaprovecharon sin recuperar la iniciativa de lucha social y política.
Pero ¿porqué han fracasado las izquierdas en su papel transformador al menos durante estos 7 últimos años de la crisis capitalista mundial que afecta a Europa?
La respuesta no es sencilla y, por mi parte, evitare caer en la simpleza de los calificativos morales, tan aplaudidos ahora por la masa airada, porque sirven para desahogarse al que los emite y para lograr el aplauso fácil pero son inútiles para comprender la realidad y para cambiarla.
En cualquier caso, y con la conciencia de que el listado es inevitablemente incompleto, las razones del fracaso de las izquierdas en su respuesta ante la crisis capitalista son múltiples:
1.- Los Partidos de nombre Socialista, que ya están dejando de gobernar en casi toda Europa, siguen pensando en los gobiernos como palancas de acción política cuando ya hace mucho tiempo que ha muerto la escasa autonomía de la política sobre la economía. Hoy los gobiernos y los Estados carecen de mecanismos para impedir los paraísos fiscales, la deslocalización de las grandes corporaciones empresariales (salvo dando todas las facilidades fiscales, bajos salarios y despido libre) o la capacidad coercitiva de una fiscalidad realmente progresiva, si quieren permanecer en los gobiernos y no caer rápidamente por la presión del capital y sus múltiples medios.
2.-No existe un espacio para políticas económicas socialdemócratas, ya sean de los PPSS o cualesquiera otras organizaciones a su izquierda porque las políticas socialdemócratas de tipo keynesiano exigen un pacto social entre trabajo y capital que éste ya no necesita porque está ganando la lucha de clases por goleada.
3.-Las ex izquierdas que han gobernado durante este último período de crisis han realizado políticas económicas propias de las derechas liberales, lo que les ha extrañado de su base social original, la clase trabajadora, y también de aquellas en las que luego se asentaron, las llamadas clases medias. Ello ha impedido una conexión con sectores populares que esas ex izquierdas pudieran haber utilizado como aliados de presión y movilización para enfrentar un contrapoder a la hegemonía de fuerzas del capital y suavizar en alguna medida dicha coacción.
4.-Por otro lado, esta posible estrategia hubiera exigido una escalada de tensión social que las izquierdas con posibilidad de alcanzar los gobiernos no estaban dispuestas a asumir en toda la radicalidad que la dinámica de lucha de clases les hubiera podido llegar a exigir. Las izquierdas políticas, pasadas o presentes, se han hecho temerosas, gestoras en sus declinantes espacios de gobierno y conservadoras como consecuencia de la función que se niegan a sí mismas.
5.-Los sindicatos reformistas agrupan a la mayor parte de la clase trabajadora organizada y actúan como freno a una dinámica de movilización sostenida en el tiempo, entre otros motivos porque carecen de perspectiva y estrategia en cuanto al modo de lograr unos objetivos siquiera de reparto de la carga de la crisis que dicen pretender. Pero también porque temen que, si se radicalizan, tras años de sindicalismo de concertación y paz social, sus bases no les sigan ante la capacidad de imposición y chantaje de los empresarios. El descrédito creciente que han ido acumulando les impide recuperar unas energías que están perdiendo a chorros. Y la posibilidad de realizar sindicalismo en las pequeñas empresas y en la economía sumergida es realmente difícil.
6.-Ante la evidencia de la dificultad de movilizar a la clase trabajadora golpeando contra la producción, cuando el consumo presenta una línea plana, los sectores a la izquierda de los PPSS han establecido programas de acción política dirigida hacia lo institucional y el énfasis en el déficit democrático de los Estados y las sociedades, vinculando Estado de Bienestar con democracia, lo que sólo es parcialmente cierto, y planteando estrategias constituyentes que alteren la correlación de fuerzas sociales, mediante un bloque antihegemónico al capital (al que no suele apenas aludirse en los programas ni en las consignas de lucha sino a los Gobiernos), y conformen un nuevo régimen de partidos. Pero éste es un camino cerrado por varios motivos:
6.1) Vuelve a repetir el esquema erróneo del fetichismo parlamentarista y la acción institucional como mecanismos de cambio político, cuando es evidente que gobiernos y Estados perdieron hace mucho las palancas de acción sobre la economía y cuando los países han perdido en gran medida su antonomía frente al BCE, la UE y las grandes corporaciones multinacionales.
6.2) Para que un esquema de acción política reformista de este tipo tuviera al menos una mínima posibilidad de éxito habría necesitado de una movilización sin precedentes en masividad y sostenimiento en el tiempo en estos años de crisis capitalista pero la realidad es que la movilización social se ha venido abajo. La clase trabajadora, que es la única que podría aportar esa masividad, no siente que los 15M, los Jaques al Rey, los 25‑S, las exigencias de más democracia, de denuncia contra la corrupción o los cansinos discursos anticasta vayan a resolver los problemas de 6 millones de parados o la situación bajo el umbral de pobreza del 21% de la población española. Saben que la respuesta a sus necesidades tiene una expresión claramente económica y no de nueva política institucional.
Y ello supone dar alternativas al capitalismo; alternativas a las que casi nadie se atreve a dar nombre porque eso de “otro sistema” o de “sociedad postcapitalista” suenan a fraude porque no significan nada y lo de “economía del bien común”, el “procomún”, la “economía colaborativa” y demás conceptos no les llegan a la clase trabajadora y, si les llegasen, probablemente los vería como ideas bienintencionadas, con ruido pero sin las nueces que impliquen una auténtica redistribución de la riqueza que resuelva sus situaciones vitales.
6.3) Pero además esa capacidad de movilización sin precedentes tendría, para tener alguna posibilidad de imponerse sobre la férrea voluntad del capital, que estar dispuesta a llegar hasta el choque de trenes. Ello supone dejar claro que se asume llevar a cabo posiciones de fuerza hasta un grado cuasi-insurrecional. Pero lo que hoy repite el reformismo como un mantra es que las revoluciones y las tomas de la Bastilla pasaron a la historia.
7.-Mientras los dirigentes y los partidos de las ex izquierdas o de las izquierdas reformistas mantengan intereses personales o de grupo vinculados de algún modo con los del capital serán vistos como parte del sistema. No voy a volver entrar en la cuestión de las tarjetas black de Bankia porque es un asunto muy obvio en relación con lo que digo.
Prefiero hablar del hecho de que Alexis Tsipras, Presidente de Syriza, la principal organización del Partido de la Izquierda Europea, al que pertenecen tanto IU como Podemos, haya sido patrocinado, pagado su viaje y estancia en USA por «The Institute For New Economic Thinking» (INET) del bimillonario, buitre especulador financiero internacional, promotor de revoluciones de colores como la de Maidan en Ucrania, de movimientos reaccionarios y secretos como Otpor y “benefactor” de las izquierdas reformistas mundiales (también, entre otros, del Transnational Institute de Susan Georges), George Soros.
Espero que ningún lector pretenda tomarme por bobo de solemnidad y contarme aquello de que los servicios secretos alemanes durante la II GM y en colaboración con Alexander Helphand, el millonario marxista, más conocido como Parvus, permitieron que un tren blindado atravesara Alemania con Lenin y otros camaradas bolcheviques hasta la Estación de Finlandia en Petrogrado y que eso no comprometía en absoluto a Lenin porque la cuestión primera no tiene punto de comparación con la segunda.
Soros no es marxista como era Parvus sino un intrigante criminal que además con sus especulaciones ha provocado la ruina de miles de familias en el mundo y Tsipras no va a hacer una revolución comunista en Grecia sino a establecer un gobierno socialdemócrata de corte kesynesiano, cuyos límites ya pactó en su día con Alemania y con buena parte de los embajadores de países de la UE en Atenas, y es partidario de los eurobonos en cuya emisión está particularmente interesado George Soros, el hombre que en su día hundió la libra esterlina y que provocó la crisis financiera de los Tigres Asiáticos.
No, lo que hizo el señor Tsipras se parece, mucho más que al tren blindado que llegó con Lenin a la Rusia revolucionaria, al viaje de Santiago Carrillo en 1977 a la Universidad de Yale en USA. Los viajes de Tsipras y de Carrillo representaron su homologación por el imperio como izquierdas “serias y sensatas” y el deseo de ambos de tranquilizar al corazón del sistema capitalista mundial, afirmando que no caerían en aventuras revolucionarias ni arriesgadas. Meras abejas sin aguijón.
No quiero saber a qué otras organizaciones del Partido de la Izquierda Europea alcanzan el largo brazo de las decenas de “ONGs” injerencistas que maneja el señor Soros, las cuáles indefectiblemente acaban en los servicios secretos USA, pero temo que acabaré sabiéndolo, que acabaremos muchos sabiéndolo, excepto aquellos que nunca quieren saber nada que rompa su “ilusión” o pueda decepcionarles.
La izquierda que un día fue reformista hace tiempo que ya es sólo derecha democrática. La izquierda que un día fue comunista hace mucho que se transformó en socialdemocracia. Una parte de la que que en su día fue izquierda radical es hoy también socialdemocracia con un neolenguaje transformista y extraño y unas derivaciones francamente peligrosas hacia un populismo que aún no sabemos en qué acabará. Pero ninguna de ellas es ya motor de revolución social ni bandera de la clase trabajadora.
En su lugar son los populismos, las extremas derechas y los neofascismos los que hoy levantan la bandera de la rabia, de una rabia que, de nuevo, será empleada contra los trabajadores. Mientras, las izquierdas agonizan defendiendo los intereses de unas clases medias que, temerosas por su pérdida de estatus, se rebelan para no proletarizarse, sin comprender que no pueden ser motor de cambio porque el que desean mira a un pasado que no volverá, sus demandas empiezan y acaban en una clase que sólo se mira a sí mima, y tampoco se reconocen en esas izquierdas porque lo que queda de ellas ni siquiera es capaz de garantizarles su continuidad como estrato; algo que, de cualquier modo, el capitalismo hará desaparecer en una dualización cada vez más radical entre poseedores y desposeídos.
Pero no se sienten explotados ‑a lo sumo expropiados, algo muy distinto- porque su cultura política y vivencial de origen es otra. Hasta el trabajador menos consciente sabe, en cambio, qué es ser explotado porque lo vive desde su propia condición aunque ello, en la mayoría de los casos, no le permita por si sólo elevarse a un nivel de conciencia política superior que sólo la organización colectiva de la propuesta puede aportarle.
Las izquierdas, entendidas en su sentido histórico y matriz corren el peligro de desaparecer de Europa porque se han negado a sí mismas y sienten vergüenza y miedo al futuro en lugar de levantar sus banderas caídas y agitarlas con la energía emancipadora de quienes saben que el futuro les pertenece.
No ha muerto la idea de lo que representa la izquierda. No ha muerto su significado de igualdad, fraternidad, esperanza emancipadora, racionalidad, justicia y libertad. Habita en la mente de los encadenados, como concepto muy básico y primitivo, como conciencia de que sigue habiendo oprimidos y opresores.
Pero si esas ideas básicas, esos reflejos instintivos de base moral, no toman cuerpo organizado, forma estructurada de proyecto y lugar en la barricada, permanecerán flotando en el inconsciente colectivo y en la aspiración personal de los sueños humanos sin posibilidad de llegar a materializarse en un futuro.
Ante este panorama tan desolador, de nuevo es pertinente la pregunta ¿Qué hacer?
Desde la más plena conciencia de las limitaciones de quien esto escribe, siento el casi irrefrenable deseo de responder al perenne interrogante leninista con un atropellado “todo lo contrario de lo hecho en los últimos 40 – 50 años”.
Pero, además de que ello sería falso y enormemente injusto porque en este tiempo también se dieron luchas, expresiones y formas válidas y enriquecedoras como aprendizajes para el presente y el mañana, una respuesta así sería algo inútil, un mero desahogo que de muy poco sirve porque la negación es sólo el primer nivel de la conciencia, aquella que nos permite saber qué rechazamos, pero carece de la utilidad para construir a partir de propuestas concretas que nos permitan saber qué queremos ser y a dónde queremos ir.
No me dirijo a las dirigentes de las organizaciones de izquierdas. Es inútil. Se que la gran mayoría de ellos ni me leen ni comparten mi diagnóstico, atrapados entre su electoralismo de cortos vuelos, su sectarismo particular o su diagnóstico de que el diluvio de esta crisis capitalista capeará y será posible volver a los viejos tiempos de la abundancia, o bien que si estamos ante la gran crisis capitalista sólo hay que sentarse y ver pasar el cadáver del enemigo, mientras es el propio el que se descompone.
Me dirijo a la mayor parte de sus militancias, a quienes están dispuestos a volver a empezar, conservando los mejores aprendizajes del pasado y sin medio a experimentar de nuevo, a los que no son miembros de ninguna organización pero se consideran de izquierda y, como a mí mismo me pasa también, no se reconocen en las izquierdas actualmente existentes y mucho menos en los telepredicadores de ilusión que se dedican a vender humo envuelto en consignas fáciles más cercanas a un libro de autoayuda inmediato que a un tratamiento de la enfermedad que a todos nos devora.
Trataré de apuntar algunas cuestiones que considero claves para empezar a caminar, mientras se continúa en la pelea cotidiana. Un camino que será inevitablemente lento porque lo desandado y destruido es mucho.
Entre esas claves para recuperar la identidad y la función de la izquierda que, a la altura de los tiempos sólo veo posible si es revolucionaria, porque el reformismo es un camino cerrado, creo necesarias las siguientes:
Recuperar la lucha ideológica como elemento central de la acción política.
Posiblemente nunca como hoy los reaccionarios, la derecha política, el pensamiento teórico y la propaganda del capitalismo hayan llevado una iniciativa tan ventajosa frente a quienes defendemos la lucha de clases y un proyecto de sociedad socialista. Dispone de medios, fundaciones, aparatos ideológicos, educativos, religión, transmisión a través de la cultura y el ocio, etc. La pedagogía político-ideológica revolucionaria necesita ser sencilla a la vez que muy explicativa, muy apegada a la realidad, donde la teoría encaje como elemento elucidatorio y no como listado de consignas y dogmas, como textos de difícil comprensión o como “literatura” pedante del neolenguaje que ahora tanto se prodiga. Invertir un esfuerzo especial en la formación de cuadros militantes de la organización. Siempre fue fundamental para el partido revolucionario formar intelectualmente a sus miembros en aspectos políticos, económicos, culturales, filosóficos,… para invertir esos cuadros en un trabajo como activistas capacitados que transmitan reflexiva y críticamente sus posiciones y las de su organización en el entorno social (frentes de lucha, movimientos sociales, relaciones personales,…) donde desarrollan sus actividades militantes y dentro de la propia organización, enriqueciéndola y siendo dinamizadores de la misma. Hoy el cuadro político y la formación de cuadros son más necesarios que nunca. Y ese esfuerzo de formación ha de ser aún mayor.
Aunque la comunicación capitalista ha transformado a las personas en consumidores de un discurso previamente elaborado por los transmisores de la ideología dominante, la realidad es que las personas hoy son menos ignorantes que hace 40 años y requieren respuestas menos simplistas en la comunicación interpersonal. Desde los medios de comunicación del capital y sus aparatos ideológicos la falacia de la idea simplista, lanzada como un trallazo y repetida obsesiva y sistemáticamente acaba operando como verdad indiscutible. Pero en la comunicación del tú a tú, donde el cuadro político puede operar con mayor éxito, es fundamental su capacidad para responder a preguntas más complejas y menos evidentes.
El cuadro político no puede ser formado dogmática sino crítica y reflexivamente, de modo que pueda elaborar por sí mismo, aunque dentro de la corriente de pensamiento de la organización, y contribuir a renovar permanentemente la tensión necesaria entre teoría y praxis, base de un marxismo vivo. Superar el concepto de partido de masas para recuperar el del partido de cuadros. La dinámica política, social e histórica de los partidos políticos actuales demuestra que las organizaciones de masas son inoperantes porque acumulan afiliados sin que muchos de ellos lleguen a dar el salto a un compromiso activo tan necesario hoy y, a su vez, tienden a fomentar la figura del afilado acrítico, poco formado pero con exceso de devoción de partido, propio de quien suple su escasa formación con un dogmatismo derivado de la fe casi religiosa y no de la reflexión y el debate colectivos. En el sentido práctico, el afiliado pasivo sólo es un proveedor de cuotas y una persona que suma muy poco a la energía colectiva de la organización. Afirmar las organizaciones como partidos de la clase trabajadora, abandonando un ciudadanismo interclasista que pretende representar a todos (pueblo, ciudadanos) desde donde no es posible apuntar a unas contradicciones de clase que son la base de una lucha anticapitalista real. Pero la condición de partido de clase no debe quedarse en una declaración de principios. No se trata de recuperar la idea de clase como consigna sino de hacerla real. Un partido de izquierda para los trabajadores debe volver al centro de trabajo como espacio en el que conectar con la realidad del mundo obrero, al escenario que aporta toda la realidad de una explotación a partir de la que puede hacerse pedagogía concienciadora.Pero ese asentamiento en el principal espacio de las contradicciones sociales del capitalismo, la empresa (con el reconocimiento de la dificultad que encontraron en el pasado quienes hicieron esto mismo y la añadida de que hoy las empresas son mucho más pequeñas), es también un espacio de aprendizaje para el militante revolucionario y su organización, al acercarle a la realidad de la vida del trabajador, a las limitaciones de su conciencia política, a sus esperanzas y miedos, a su desconfianza hacia el compromiso o a su necesidad de sentirse colectivo para defenderse, aún cuando él mismo no llegue a comprenderlo.
Quien piense que ese trabajo es arduo e inútil o que los trabajadores están tan alienados de su realidad que no hay modo de hacer labor militante con ellos, que se vaya con quienes creen que la conciencia política se adquiere en las tertulias televisivas porque de militante revolucionario tiene muy poco ya que se niega a operar en el terreno de lo concreto. No es aceptable que hoy sea más difícil hacer labor política que en el siglo XIX cuando no había televisión ni ocio pero sí analfabetismo, ignorancia profunda, religión alienante, temor al patrón y dura represión hacia la labor agitativa; peor incluso que hoy, pero entonces se hacía. Quizá el éxito consistía en que el militante revolucionario escuchaba sin anteojeras y sin llevar ya cargada la escopeta con el consignazo antes de escuchar. Sabiendo que en la relación dialéctica con nuestra clase hay un aprendizaje mutuo, que es el que enriquece la labor de concienciación. En un marco como el laboral, frente al reformismo sindical imperante es un error canalizar la actuación militante sólo desde el mundo sindical.Prolongar la labor militante entre nuestra clase más allá del mundo del trabajo.
Desde los ateneos populares que ya existen hasta el mundo del asociacionismo solidario de clase. La crisis económica es una oportunidad que puede ser especialmente fértil para formar los lazos de solidaridad buscando recrear los aprendizajes de las sociedades de socorros mutuos, las mutualidades obreras, las experiencias del Socorro Rojo…actualizando sus formas a las necesidades y condiciones de hoy.
Se están llevando a cabo muchas experiencias de este tipo pero, en mi opinión, algunas de ellas muy desconectadas de una labor ideológica o con una matriz política muy ciudadanista y desde el discurso interclasista de “la gente” y el buenismo naïf. Priorizar, no sólo por economía de medios y limitación de las capacidades humanas, el trabajo en los frentes de lucha y movimientos con mayor potencial anticapitalista. No se trata de abandonar otros espacios de lucha sino de tener claro cuáles ofrecen por su naturaleza o posibilidad de orientación un mayor posibilidad de hacer un trabajo militante en el que prosperen las ideas socialistas.Emplear toda la fuerza de la crítica económica que conlleva la denuncia de lo que representa el capitalismo para para la vida de la clase trabajadora y de la humanidad en general en punto de arranque que eleve esa crítica a un nivel de negación y de conciencia superior, con el finde que sea posible hacer deseable la necesidad de socialismo.Generar argumentario y elaboración política que contribuyan a desarmar la propaganda anticomunista de la derecha y a potenciar el atractivo del socialismo como proyecto. Es necesario que las organizaciones revolucionarias sean capaces de abanderar la rabia de la protesta social pero también que esa rabia vaya acompañada de una idea clara, sincera y categórica, que no oculte lo que somos y a lo que aspiramos sino que lo explicite con claridad. Del mismo modo, es necesario que el proyecto de sociedad socialista muestre sin ambages su compromiso con las mismas libertades democráticas que exigimos para nosotros mismos y que tengamos la valentía de defender los elementos positivos, que fueron enormes, de las experiencias socialistas anteriores, sin negar los errores, pero destacando aspectos atractivos como las formas de democracia obrera en la organización del trabajo y la toma de decisiones, las experiencias como la autogestión, los consejos obreros y los soviets, etc y toda la cobertura y protección social que las experiencias de socialismo en el pasado dieron a sus sociedades desde la niñez a la vejez, mientras hoy la destrucción de las conquistas de la clase trabajadora por el capitalismo la devuelve a marchas aceleradas a una proletarización de sus condiciones de vida propia del siglo XIX.Plantear la línea política de un partido revolucionario actual desde la amplia avenida del marxismo abierto, superador de las callejuelas sectarias de las distintas capillitas y hasta callejones sin salida en que la dogmática de sus ortodoxias negadoras de su esencia lo ha convertido. Es necesario recuperar un marxismo sin guiones que por su propia naturaleza es revolucionario, sin necesidad de añadirle listas de apellidos que lo encajonen o lo limiten. La importancia de otros pensadores marxistas fue la de continuar aportando a un acervo que debe ser común. Ello no significa negar las corrientes internas de la organización sino entenderlas como enriquecimiento colectivo del pensamiento e intercambio de perspectivas respetuoso y leal; nunca como coartadas para cuotas de poder interno o para ajustes de cuentas que tanto daño han hecho al pensamiento y a las organizaciones de izquierda revolucionaria.
Seguramente este listado de enunciados sea menos que insuficiente, le falten muchos otros elementos, posiblemente haya a quienes no les convenzan, otros los considerarán irrelevantes pero quiere ser una contribución al objetivo de buscar la identidad perdida de la izquierda para que ésta pueda volverse a afirmar en el sentido de las últimas palabras que escribió en la última noche de su vida Rosa Luxemburgo:
“¡El orden reina en Berlín!” ¡Estúpidos secuaces! Vuestro “orden” está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”