Sentir rabia social nos lleva a hacernos preguntas. Buscar respuestas nos lleva a organizarnos. Organizarse es rebelarse y en ese camino construimos las respuestas.
El marxismo lleva doscientos años respondiendo a nuestras preguntas, reinventándose a sí mismo, devorándose para volverse a parir, entendiendo que todo es dialéctico, que siempre habrá cuestiones que responder y que eso, además de inevitable, es muy positivo. Si deja de haber preguntas, algo estaremos haciendo mal. Tiene que cumplirse el famoso «ladran, luego cabalgamos».
El feminismo de clase plantea muchas preguntas que debemos responder desde las organizaciones de izquierdas. Nos recuerda que dentro de la clase obrera se reproduce la relación estructural de poder entre hombres y mujeres y pregunta por qué no superamos la visión masculinizada de los procesos sociales.
¿Por qué me refiero al feminismo de clase? Porque es el único coherente. ¿Existe esa relación de poder en toda la “ciudadanía”, es decir, también entre quienes nos explotan? Sí, por supuesto, pero centramos nuestro esfuerzo en las mujeres trabajadoras (con o sin trabajo remunerado). Para el resto ya se diseñan buena parte de las políticas oficiales de igualdad (mujeres parlamentarias, emprendimiento, etc).
A modo de ejemplo, en la llamada “crisis del Ébola” la gran mayoría de las personas fallecidas en Liberia, Guinea y Sierra Leona son mujeres[1]. ¿Debilidad biológica?, ¿casualidad? No, opresión de género dentro de la clase. Las muertas son africanas, negras, mujeres trabajadoras responsables de los cuidados, en contacto con las personas enfermas por ser familiares, enfermeras, limpiadoras, encargadas de la preparación tradicional de los cadáveres para ser enterrados. Esta parte esencial de la realidad tiene que ser incorporada a lo que hacemos y decimos.
Nos hemos acercado a los procesos de transformación social comprendiendo la configuración concreta, material e histórica de la clase – saber quién nos explota y cómo- y del territorio o nación – dónde y desde dónde se nos explota. Se trata ahora de incorporar al mismo nivel la comprensión profunda del funcionamiento del Patriarcado: saber cuáles son los mecanismos de opresión dentro de la clase, primero, y ampliar la noción de territorio, a continuación.
En relación con el primer problema, debemos asumir que la experiencia de clase y dentro de la clase no es igual para hombres que para mujeres. La mayor parte de los fenómenos que analizan la explotación específica de las mujeres en el capitalismo – discriminación salarial, feminización de la pobreza y de la precariedad, división sexual del trabajo, doble o triple jornada, reparto desigual de los cuidados, uso del tiempo, estereotipos – tienen además una imbricación en nuestras las relaciones personales y afectivas. En otras palabras, el reparto desigual del poder y del tiempo afecta de forma profunda a las relaciones entre mujeres y hombres. Se trata por tanto de dos fenómenos que debemos diferenciar – explotación capitalista específica de las mujeres y opresión de género dentro de la clase – porque forman parte del mismo círculo que queremos romper.
Para entender las diferentes experiencias de hombres y mujeres puede ser útil tener en cuenta algunas cifras:
- El 35% de las mujeres del mundo han sido víctimas de violencia física y/o sexual por parte de su pareja o de violencia sexual por parte de personas distintas de su pareja. En todo el mundo, casi un tercio (el 30%) de todas las mujeres que han mantenido una relación de pareja han sido víctimas de violencia física y/o sexual. En algunas regiones del mundo, esta cifra es del 38%[2].
- El 91,9% de las mujeres que emplean tiempo en el cuidado del hogar y de su entorno cercano destina una media de 4 horas 29 minutos diarios (el 74,7% de los hombres 2 horas 32 minutos)[3].
- Las mujeres representan casi el 60% de la población inactiva. El 7,35% no trabaja ni busca empleo por “cuidar niños o adultos enfermos, personas con discapacidad o mayores” y el 21,99% no busca empleo por “otras responsabilidades familiares o personales”. Esos porcentajes son, en el caso de los hombres, del 0,38% y 1,76%, respectivamente[4].
En cualquier caso, debe además quedar claro que no se trata de librar una guerra entre grupos oprimidos dentro de la clase, sino de empezar tirando del hilo de la que es la primera división social por múltiples razones:
- o Históricas: la división social del trabajo comenzó con el reparto de funciones entre mujeres y hombres[5].
- o Estructurales: dentro de cualquier grupo humano que se analice se reproducen además las relaciones de género, la discriminación, las estructuras de poder patriarcales y los estereotipos. Dicho de otra forma, las mujeres somos además negras, lesbianas, transexuales, transgénero, bisexuales, indígenas, pobres, discapacitadas, gitanas, precarias, etc. Dentro de los llamados “grupos oprimidos” se reproduce la opresión de género.
- o Cuantitativas: las mujeres – es decir todas las personas que tienen una vagina (hayan o no nacido con ella) o que sin tenerla se sienten como tales – somos más de la mitad de la población mundial.
Es además esencial entender que el «dónde» para las mujeres es bicéfalo: explotadas en el territorio que pisan y en el cuerpo que habitan. Dicho de otra forma, el capitalismo hace uso y abuso de todos los seres humanos, pero se ensaña a todos los niveles de forma específica con el cuerpo de las mujeres, que es además utilizado como mecanismo de compensación poblacional, político y sexual en función de sus necesidades históricas. En palabras de Silvia Federici, desde los comienzos del sistema capitalista, «el útero es mirado literalmente como una fábrica de trabajadores»[6]. La autora concibe la matanza de brujas como elemento fundacional de un sistema capitalista que domestica a las mujeres, imponiéndoles la reproducción de la fuerza de trabajo como un trabajo forzado y sin remuneración alguna[7].
En el contexto actual de crisis del capitalismo la agresión específica contra las mujeres también se recrudece: «se produce en todos los campos y desde todos los frentes: desde el judicial y el laboral hasta el doméstico, concretándose también en la eliminación de las prestaciones sociales y de la educación sexual, y en la imposición de la “moral” católica y la ideología misógina y homófoba, financiada directamente desde los estados a través de la misma Iglesia y de las campañas a favor de la familia heterosexual y, por supuesto, patriarcal»[8].
La relación entre el capitalismo, el Patriarcado y la explotación del cuerpo y la sexualidad de las mujeres es devastadora y hay cifras que no admiten matices: cada día mueren en todo el mundo más de 800 mujeres por complicaciones relacionadas con el embarazo o el parto. La casi totalidad (99%) de la mortalidad materna tiene lugar en los (mal)llamados «países en desarrollo»[9].
En este contexto, debemos trabajar de forma sistemática en dos líneas complementarias: avanzar en la Transformación radical de las relaciones personales y sociales, porque la lucha antipatriarcal nos afecta y beneficia a tod@s (cada organización debería tener un plan de trabajo específico y vinculante en este sentido) aplicar la Acción positiva sin complejos y a todos los niveles, porque la libertad sólo se aprende ejerciéndola.
En definitiva, las bases patriarcales y machistas forman parte del núcleo duro de un sistema capitalista que hace buen uso de ellas, dando forma además a nuestra identidad, a nuestro cuerpo, a nuestra estructura mental, sexual, afectiva y social. Esto implica para las mujeres una doble explotación específica por parte del sistema pero plantea, además, el reto personal y colectivo de abordar desde ya de forma urgente la transformación de nuestras relaciones personales a todos los niveles.
No sólo duelen los golpes. Yo era un ser precioso, increíble, pero frágil. Como las alas de una mariposa, eso dijeron. Al ser frágil, debo ser protegida, cuidada. Tengo talentos naturales, esa suavidad, esa comprensión, esa habilidad para cuidar y dar cariño. Pero no la fuerza, ni la voluntad; eso es coto privado de otros. Yo soy bella, y comprensiva, y frágil, y necesito que alguien me cuide para no ser una mariposa en una tormenta. Pero nadie nace débil. Cuando cedemos la fuerza cedemos la libertad, y entonces nuestra integridad depende sólo de la buena voluntad de otros. Entonces el nudo corredizo se cierra.
Siempre he pensado que la sangre tiene un sabor salado. Como las lágrimas.[10]
Elisa. Militante de Red Roja
[1] https://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/23872-por-ebola-mata-mas-mujeres.html
[2] Informe de la OMS publicado en 2013: Estimaciones mundiales y regionales de la violencia contra la mujer: prevalencia y efectos de la violencia conyugal y de la violencia sexual no conyugal en la salud.
[3] Fuente de los datos: Encuesta de Empleo del Tiempo (2009−2010). Instituto Nacional de Estadística. Más información en:
http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=%2Ft25%2Fe447&file=inebase&L=0
[4] Fuente de los datos: Encuesta de Población Activa. Instituto Nacional de Estadística. Más información en:
http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=/t22/e308_mnu&file=inebase&L=0
[5] «El primer enfrentamiento de clase que se produce en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en el matrimonio monógamo, y la primera opresión de clase coincide con la del sexo femenino por el masculino». F. Engels “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”
[6] Intervención de Silvia Federici en Bilbao bajo el título “Ley del aborto: caza de brujas en el siglo XXI”
[7] Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Silvia Federici (2004).
[8] Declaración de Red Roja para 8 de marzo (2014) http://redroja.net/index.php/comunicados/2365-en-primera-linea-para-abortar-este-sistema
[9] Datos de la Organización Mundial de la Salud http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs348/es/
[10] «No sólo duelen los golpes». Miguel, 2014