Antonio Gramsci [1891 – 1937], uno de los principales pensadores políticos a nivel mundial, marcó a fuego a importantes sectores de la cultura del sur de América. Sus libros se conocieron antes en Argentina que en Inglaterra, Francia, Alemania o EEUU. Un número no pequeño de debates, polémicas y emprendimientos editoriales estuvo impregnado por su reflexión teórica. Sus enseñanzas continúan hoy en día inspirando a nuevas generaciones.
Abordando esa persistente influencia, el investigador argentino (radicado en Brasil) Raúl Burgos acaba de publicar su tesis doctoral Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente [Buenos Aires, Siglo XXI, noviembre de 2004]. Mientras analiza algunos avatares de la cultura socialista y las disputas por la herencia de Gramsci en Argentina, el libro se centra en la figura de José María “Pancho” Aricó [1931 – 1991] y su grupo intelectual, del que también forma parte Juan Carlos Portantiero. Burgos rastrea el itinerario de los (auto)denominados “gramscianos argentinos”, tal el nombre con que el grupo de Pasado y Presente su bautizó en la pluma de Aricó.
Dificultades historiográficas
La investigación de Raúl Burgos constituye un proyecto demasiado amplio y ambicioso para un solo libro. No obstante, aporta abundantes datos, entrevistas e información valiosa sobre dicha experiencia. Su hipótesis de fondo —una de las más discutibles— presupone una continuidad ininterrumpida de Pasado y Presente a lo largo de cuatro décadas. La homogeneidad en el grupo estaría dada por el vínculo entre cultura y política, pero las opciones ideológicas que separan el nacimiento y el final son demasiado disímiles.
Para poder defender esa hipótesis, la reconstrucción de Burgos termina excesivamente apegada a la historiografía oficial que los protagonistas construyeron a posteriori sobre sí mismos. Adoptando ese punto de vista como criterio casi excluyente, Burgos toma abierto partido por las justificaciones tardías de Aricó y Portantiero. Por ejemplo, en la segunda mitad del texto, cada vez que se hace referencia a las posiciones radicalizadas aparecen invariablemente comillas: izquierda “revolucionaria”. Pero la ironía y las comillas desaparecen cuando se escribe: izquierda democrática.
Aricó, un intelectual militante, autodidacta y sin título
A diferencia de los que se aferran a los títulos y membretes académicos y no pueden balbucear ni siquiera dos ideas propias, Aricó, máximo inspirador del grupo en cuestión, nunca terminó una carrera universitaria. Fue un apasionado militante. Un autodidacta brillante. Un lector voraz. Un cerebro en acción. Quizás por esa forma juvenil de vincular la teoría con la pasión política contrariando las normas que regían el campo intelectual es que logró ir construyendo un pensamiento propio. Incluso de viejo, habiendo cambiado totalmente sus opciones políticas radicales, seguía entusiasmándose cuando los jóvenes militantes se le acercaban para consultarlo por temas del socialismo. Nos consta.
Agosti, la tragedia del maestro
La primera difusión argentina y latinoamericana de Gramsci comienza con Héctor Pablo Agosti [1911 – 1984] quien edita las cartas del italiano en 1950 y los Cuadernos de la cárcel entre 1958 y 1962, mucho antes que en las principales capitales del mundo. Con su Echeverría [1951] Agosti inicia la recepción productiva de Gramsci. Distante del revisionismo histórico, rosista-peronista, y del liberalismo antiperonista, Echeverría no glosa al italiano ni es un manual introductorio. Allí Agosti utiliza sus categorías para comprender la cultura nacional del siglo XIX y “la impotencia política de la burguesía argentina”, en el XX. Concluye que “se agotó el papel histórico de la burguesía argentina”, pues “esta clase nace desvalida de impulsos desde antes de emprender la marcha”.
Interlocutor de Henri Lefebvre, con quien se carteaba, Agosti fue el “padrino” intelectual del joven Portantiero. Aricó, que vivía en Córdoba, se vinculó con él poco después. Ambos fueron alentados por Agosti, director de Cuadernos de Cultura, donde los dos jóvenes comenzaron a escribir. En esa mítica revista comunista, en 1957, Aricó arremetió duramente contra Rodolfo Mondolfo. En 1960 Portantiero hizo lo mismo escribiendo contra la nueva izquierda.
Pero los jóvenes discípulos se hartaron del stalinismo. Buscaron nuevos rumbos. Así nació —todavía dentro del PCA— Pasado y Presente, lo que motivó la expulsión de todo el grupo. El maestro, en cambio, se quedó a mitad de camino. No se animó a enfrentar a Victorio Codovilla y a Rodolfo Ghioldi, los principales dirigentes del PC. En ese gesto Agosti sacrificó lo más sugerente de su brillante reflexión.
Nace Pasado y Presente
Rompiendo con todas las normas y violentando las jerarquías establecidas, Aricó, Portantiero, Oscar del Barco, Héctor Schmucler y otros jóvenes brillantes fundan una revista que hará época. Frente a la cristalización dogmática y sectaria y los peores prejuicios antintelectualistas, promovieron la libertad de discusión y una aproximación abierta al marxismo heterodoxo, permitiendo que éste dialogara con lo más avanzado de la cultura de la época. Gramsci era el guía, mediado por la influencia de la revolución cubana, el Che Guevara y la ruptura chino-soviética. De fondo, el refinado marxismo italiano ejercía su seducción.
Al abrirse a través de Gramsci a la galaxia de la nueva izquierda Pasado y Presente marcó un derrotero para la radicalización de varios núcleos intelectuales que pasaron de la moderación del PCA a la experiencia de la lucha armada.
Del partido comunista a la guerrilla
Uno de los aspectos menos conocidos de la trayectoria de Aricó y su grupo es su pasaje por las posiciones del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), dirigido en la provincia norteña de Salta por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti. El EGP respondía a la dirección política del Che Guevara, quien planeaba regresar a la Argentina. Burgos aporta datos valiosísimos sobre este vínculo orgánico entre Pasado y Presente y el EGP. Aunque no figura en el libro, algunos de sus antiguos compañeros recuerdan que Aricó marchó a entrevistarse personalmente con Masetti. Casi se ahoga al cruzar un río de corriente rápida. Se quedó atado a un árbol y el agua le llegó hasta el pecho.
Tras la derrota del EGP y la muerte de Masetti, Pasado y Presente realiza un viraje teórico. Comienza a enfatizar la autonomía obrera retomando el consejismo por sobre la guerra revolucionaria. Pero ese viraje no fue mediado por una explicación sobre el cambio de orientación. Ya en esa oportunidad emerge al primer plano una constante de este colectivo intelectual.
La falta de autocrítica
Aunque en líneas generales sigue al pie de la letra la interpretación oficial del grupo de Aricó, en un pasaje puntual Burgos toma una distancia importante. Cuestiona la ausencia de autocrítica en los intelectuales de Pasado y Presente. Señala el tránsito del cuarto editorial, donde se apoya la insurgencia del EGP, al predominio posterior de una línea obrerista clásica. El lector puede pensar que fue un error circunstancial. Sin embargo, refiriéndose más adelante al apoyo a Raúl Alfonsín de los ‘80, Burgos llega a idéntica constatación. Allí describe las mutaciones y virajes políticos del grupo caracterizados por un modo “autocomplaciente que consiste en criticar posiciones asumidas como si no hubiesen sido propias, sin mencionar la responsabilidad por las mismas y sus consecuencias”. La falta de autocrítica tras cada mutación, el ir saltando de posición en posición (siguiendo la onda de momento), sin la necesaria explicación intermedia, no quedó limitada al cuarto editorial de Pasado y Presente. Fue un modus operandi de mayor alcance.
La Rosa Blindada, prima hermana de Pasado y Presente
En la tesis doctoral de Burgos resulta notoria la ausencia de la otra gran revista emblemática de los ’60, paralela a Pasado y Presente (también expulsada del PC). Se trata de La Rosa Blindada, dirigida por José Luis Mangieri, que no es mencionada ni una sola vez en las 430 páginas del texto. Cabe recordar que La Rosa Blindada editó en Argentina no sólo libros de Antonio Gramsci sino también textos sobre su obra. Además, Pancho Aricó colaboró estrechamente con Mangieri y llegó a preparar volúmenes enteros de esa editorial y otros sellos por él dirigidos (por ejemplo ediciones Del Siglo). Todo esto Burgos, centrado en Aricó, ni lo menciona. Sin embargo, sin La Rosa Blindada, no se puede comprender a fondo el contexto de Pasado y Presente.
Esta omisión inexplicable —la principal de toda la investigación— se complementa con otros silencios, como las investigaciones del CICSO (Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales) cuyos libros y cuadernos utilizaban a Gramsci desde un ángulo sociológico distinto al de Portantiero y Aricó. Tampoco aparecen en la bibliografía textos producidos en Argentina donde se estudia a Gramsci, a Pasado y Presente o a la obra de Aricó desde una perspectiva distinta a la versión historiográfica oficial del Club de Cultura Socialista.
A la búsqueda de un sujeto
En su primera época Pasado y Presente publica nueve números. El último en septiembre de 1965. Con la crisis de la revista se consolida la decisión de no formar una agrupación política propia (como intentó hacer Portantiero, recién expulsado del PC, con Vanguardia Revolucionaria-VR). Se abre entonces la búsqueda desenfrenada de su propio perfil, a mitad de camino entre la política y la cultura. El grupo termina de perfilarse como proveedor de ideología, portador de ideas sin sujeto, consejero a la distancia y, en definitiva, corriente organizada de opinión. Quizás gran parte de los sinsabores, equívocos y amarguras que este segmento intelectual fue padeciendo en sus sucesivas —heteróclitas y hasta encontradas— apuestas políticas tengan que ver con ese deambular en busca de un escurridizo sujeto político. Alguien que escuchara sus consejos ideológicos y les permitiera mantener autonomía cultural. Aunque esos disgustos fueron muchos, sin duda el mayor de todos se debió a los tropezones del gobierno de Alfonsín que ellos fielmente acompañaron.
Las editoriales de Aricó
El cierre de la revista en 1965 y el aplastamiento que la dictadura del general Juan Carlos Ongañia le impuso a la cultura no alcanzaron para aplacar la voluntad de José Aricó. Así fundó primero EUDECOR (Editorial Universitaria de Córdoba) y luego GARFIO (nombre irónico sobre las ediciones piratas e ilegales que se hacían).
De allí en más, a partir de marzo de 1968, nacen los legendarios Cuadernos de Pasado y Presente. Sin duda el aporte más importante y perdurable. Se publicaron en total 98 títulos marxistas, todos heterodoxos y radicales. Gracias a esa labor se formaron varias generaciones de militantes y académicos de América y España (donde se difundían clandestinamente). En los principales países de América latina nunca faltan intelectuales que recuerden cuánto pudieron estudiar gracias a estos memorables y míticos cuadernos.
Más tarde, nace la editorial Signos y luego Siglo XXI Argentina. En esta última aparecerá una impecable edición crítica de El Capital de Marx que supera las ediciones en muchos otros idiomas. Aricó lo publicó en nueve volúmenes (ocho más un noveno con el capítulo sexto inédito). También por este sello, Aricó dirigió la Biblioteca del pensamiento socialista, con los clásicos más importantes de la izquierda a nivel mundial.
Uno de los tramos mejor logrados del libro de Burgos está centrado en el debate entre Cátedras nacionales (peronistas) y Cátedras marxistas a comienzos de los ’70. En ese marco de radicalización de la intelectualidad, Aricó y Portantiero se vinculan con Montoneros y las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias).
Con el triunfo del presidente peronista Cámpora en 1973, regresa fugazmente la revista Pasado y Presente. Lo hace apoyando teóricamente al obrerismo consejista (del joven Gramsci) y políticamente a Montoneros. Paradójicamente, aunque en 1973 ellos defendían la centralidad social de la fábrica, no eran los Montoneros –de origen mayoritariamente estudiantil— quienes hegemonizaban la lucha sindical antiburocrática sino principalmente las corrientes clasistas de izquierda (desde Agustín Tosco y René Salamanca hasta los sindicatos clasistas SITRAC-SITRAM).
Genocidio y exilio
Y vino la represión, el peor golpe de Estado de la historia argentina y el brutal genocidio de nuestro pueblo. El grupo de Aricó se exilia en México en mayo de 1976. Allí se incorporan a la universidad y a la editorial Siglo XXI. Todavía mantenían posiciones de izquierda radical (véase al final de esta nota apéndice con un texto de Aricó correspondiente al año 1977).
Durante el exilio, Aricó aprovecha para investigar. Produce dos excelentes estudios: una extensa introducción a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (junio de 1978) y Marx y América Latina (marzo de 1980).
Ambas relecturas seguían inspirándose en la heterodoxia del marxismo. Recuperando a Mariátegui, el principal marxista de América Latina anterior a Ernesto Guevara, Aricó profundiza su crítica al positivismo. Lee al peruano trazando un paralelo con Gramsci. Su rescate resulta de lectura obligatoria. En el caso de Marx, indaga sobre los obstáculos que le impidieron comprender mejor a Simón Bolívar y a la historia latinoamericana, a pesar de haber roto con el europeísmo. Este texto también es imprescindible.
Eurocomunismo y socialdemocracia
Por esos años, la izquierda en México recibe el impacto de la izquierda moderada europea (principalmente del eurocomunismo de Italia, Francia y España pero también de la socialdemocracia), en crisis por sus frustraciones electorales.
En el grupo de Aricó y Portantiero comienza a ganar terreno el rechazo de toda opción radical. Moderación creciente acompañada por el distanciamiento de la otrora admirada Cuba.
Aunque Burgos se permite algunas pocas observaciones críticas, su investigación se mimetiza con su objeto de estudio y termina siendo condescendiente con este viraje político. Tratando de rechazar las impugnaciones que Pablo González Casanova, Atilio Borón, James Petras, Agustín Cueva y otros destacados cientistas sociales realizaron frente a esa impactante mutación política, Burgos intenta amalgamar procesos sumamente distintos.
Por ejemplo, asimila la reevaluación sobre Marx y Mariátegui con la conversión socialdemócrata. Como si de esos libros de Aricó —originales en el plano analítico— se dedujera… el apoyo entusiasta a Felipe González o Raúl Alfonsín.
Las Malvinas y la dictadura militar
La reflexión teórica de alto vuelto sobre Marx, Mariátegui y el socialismo latinoamericano no tuvo equivalencia cuando se trataba de cuestiones políticas más mundanas.
Así lo corroboró León Rozitchner en su libro Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia” (Caracas, 1982) donde crítica sin piedad el fervor con que el grupo de Aricó y Portantiero apoyó desde México la guerra de Malvinas. Años más tarde, en la revista Punto de vista (N°28, 1986), Emilio de Ipola, uno de los miembros del grupo de Aricó, reconoció que la crítica de Rozitchner era justa.
Rozitchner permite observar lo que ya había sucedido en Pasado y Presente ante la derrota del EGP, el apoyo a Montoneros y otras mutaciones similares: la falta de autocrítica. Rozitchner afirmó: “Un intelectual tendría que dar cuenta de sus tránsitos y sus desvíos, para que comprendamos sus nuevas propuestas. Si lo explicara, ayudaría a comprender un poco mejor en qué estamos, y podría ayudarnos también a comprender nuestras propias dificultades en el pasado, como quizás comprender también las suyas”. Aunque Burgos termina cediendo a la historia oficial del grupo, no deja de reconocer la justeza de esa crítica.
Alfonsín, la obediencia debida y el punto final
Burgos trata de defender la nueva moderación política del grupo postulando un supuesto descubrimiento teórico: la “cuestión democrática”. Se abre entonces el interrogante: ¿es posible conjugar democracia y socialismo?
La izquierda radical cree que sí, pero con la condición de no sacrificar el socialismo en el altar de los capitalismos periféricos. En sociedades como la Argentina, luego de la retirada ordenada de los dictadores derrotados en Malvinas, las instituciones políticas emergieron completamente subordinadas a la lógica neoliberal. El acuerdo entre los viejos partidos tradicionales y los militares fue su garantía.
Desconociendo esas debilidades estructurales de nuestra democracia, el grupo de Pasado y Presente (transformado al regreso del exilio en Club de Cultura Socialista) construyó diversos relatos legitimantes. Postuló un supuesto “pacto democrático” (basado en el puro consenso y en un pretendido “contrato”) cuando en realidad lo que existió en los países del cono sur latinoamericano fue una imposición de fuerza que instaló el modelo neoliberal a sangre y fuego. La supervivencia de ese modelo no ha sido producto de ningún “contrato”. Gran parte de las falencias estructurales de nuestro régimen institucional —repudiadas en el popular “que se vayan todos”— son hijas no deseadas de esa gestación forzada.
Pero el Club de Cultura miró para otro lado. Se empecinó en apoyar aún más al gobierno de Alfonsín, formando parte del “grupo Esmeralda”, junto con otros consejeros presidenciales. Y en esa actitud se jugaron a fondo avalando incluso las leyes de obediencia debida y punto final que garantizaron la impunidad para los crímenes militares. Coherentemente, algunos miembros del Club terminaron decretando, a espaldas de lo mejor que produjeron en su juventud, el supuesto “declive” de Antonio Gramsci…
Beneficio de inventario y nuevos desafíos
Catorce años después de la muerte de Aricó, se torna necesario hacer un balance. El libro de Burgos puede ayudar, aunque quizás sea demasiado apologético.
La distancia transcurrida permite un beneficio de inventario con aquel Aricó de la vejez que archivó la rebeldía juvenil y la originalidad gramsciana en aras de la “gobernabilidad” y los fantasmagóricos “pactos institucionales”.
Aunque ese Aricó sea hoy olvidable, existen enseñanzas de su juventud que siguen palpitando: su actitud mental, su modo de ubicarse en el mundo de la política, la cultura y el campo intelectual.
Aprendiendo del joven Aricó, que reflexionó contra las normas y jerarquías instituidas, las nuevas generaciones tienen el desafío de pensar a contramano de la sociedad oficial. Estudiar, como aquellos jóvenes brillantes de Pasado y Presente y La Rosa Blindada, no para tener un título o curriculum ni publicar para ganar plata, sino para cambiar el mundo. Dejar de estar pendientes de la palmadita en la espalda de los que tienen prestigio y carné social. No esperar el permiso de las Academias, los grandes monopolios de la comunicación o las fundaciones para vincularse orgánicamente con las clases explotadas y subalternas y sus nuevas experiencias de rebeldía. Principalmente con las vertientes radicales del movimiento piquetero, el sindicalismo crítico de la burocracia sindical o las fábricas recuperadas por los trabajadores. Allí está el rumbo para las nuevas camadas de gramscianos y gramscianas de nuestros días, críticos tanto del progresismo liberal como del nacional-populismo.
Aunque eso genere incomodidad, disgusto, desprecio, sorna, ironía o hasta indiferencia en los apellidos consagrados del mundillo intelectual. Estamos seguros que el joven Pancho Aricó compartiría esta opinión y se entusiasmaría como un loco ante los desafíos que nuestra sociedad presenta a las nuevas generaciones que se inspiran en Antonio Gramsci.
[Este trabajo fue publicado, en una versión resumida y editada, por el diario argentino Clarín en su revista de cultura “Ñ” Nro.71, el 5 de febrero de 2005. páginas 10 y 11. Fue escrito a propósito de la aparición de Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente , tesis doctoral de Raúl Burgos (Buenos Aires, Siglo XXI, noviembre de 2004)].
Apéndice
Un texto “olvidado” de José Aricó sobre Ernesto Che Guevara
Los siguientes fragmentos constituyen un texto sumamente expresivo de Aricó e injustamente olvidado por la historiografía oficial del Club de Cultura Socialista (a pesar de lo exhaustivo del libro Los gramscianos argentinos de Raúl Burgos allí ni siquiera se lo menciona).
En él aparece nuevamente el paralelo entre los dos grandes amores de juventud de Aricó: el Che Guevara (a quien conoció personalmente en La Habana) y Antonio Gramsci. Está fechado en México, el 8 de octubre de 1977 y sirvió como prólogo a una antología de Guevara realizada por el gramsciano argentino.
“Queremos reivindicar la figura de un dirigente revolucionario, poseedor de una experiencia no por breve menos rica, de un conocimiento de la teoría no por heterodoxa menos profunda, de una ética no por utópica menos realizable. Queremos mostrar que en su etapa de revolucionario «constructivo» de la nueva sociedad, Guevara supo partir de una concepción clara de lo que se debía y podía lograr y de un conocimiento adecuado de los medios a los que era preciso apelar para conquistarlo. Es posible que sea aún prematuro pensar en la reconstrucción científica y no apologética del pensamiento de Guevara, y que resulte inevitable la etapa presente de exaltación de su ejemplo, de su intransigencia revolucionaria, de sus esperanzas en un hombre nuevo. Es demasiado profundo el sacudimiento que provocó su presencia en la conciencia de los latinoamericanos y de todos los oprimidos del mundo como para que pueda abrirse paso con facilidad el juicio ponderado y justo de la validez de su acción y de su pensamiento. Pero debemos reconocer que ésta sigue siendo una deuda que todos tenemos con él y con la revolución latinoamericana. Porque no se trata simplemente de ajustar cuentas con un pasado, de arribar a un juicio histórico que nos permita explicar, sin mentirnos a nosotros mismos, el sentido de todo lo que ocurrió. El Che murió defendiendo la causa de los explotados y de los oprimidos de este continente y del mundo entero, sacrificó su vida en la realización de un proyecto de nueva sociedad que aún debe ser conquistado. Comprender su pensamiento y acción es también analizar los problemas que hace aflorar la revolución aquí y en el mundo, reconocer las dificultades que debe sortear el socialismo para ser real y no formal. En un momento de crisis y de perplejidades, el rescate del Che representa una toma de partido que divide tajantemente las aguas, que define claramente los campos. Adoptar el partido del Che significa reafirmarse en la convicción de que el socialismo y el hombre nuevo siguen siendo objetivos realizables, por los que vale la pena la lucha y el sacrificio. Cuando se quiere identificar al socialismo con la barbarie y se descree de la capacidad de los hombres de liberarse de las lacras del capitalismo para alcanzar una sociedad sin clases, igualitaria y libre, el pensamiento del Che se revela como el antídoto de la decepción, como esa sabia conjunción de pesimismo de la conciencia y de optimismo de la voluntad que reivindicaba Gramsci como lema de todo revolucionario cabal.
Frente a la socialdemocratización que amenaza disgregar la esperanza socialista en el mundo y empantanarla en una realpolitik devoradora, el ejemplo del guerrillero heroico, del «compañero ministro», del internacionalista sin prejuicios ni chovinismos, del comunista integral, seguirá siendo por muchos años un patrimonio a defender.