El 2014 termina con la decisión de Barack Obama de restablecer relaciones con Cuba, luego de medio siglo de bloqueo y ataques a la soberanía de la isla. La alegría que suscita la noticia debe matizarse. El acercamiento se produce en el momento en que Estados Unidos muestra marcadas tendencias hacia la provocación de conflictos y guerras, como parte de estrategia de crear caos sistémico para seguir dominando.
El año que finaliza fue uno de los más tensos e intensos, ya que la Casa Blanca desplegó un conjunto de iniciativas que pueden llevar a la guerra entre países que poseen armas atómicas. El caso más crítico es el de Ucrania. Washington pergeñó un golpe de Estado en la frontera de Rusia, con la intención de convertir a Ucrania en plataforma para la desestabilización y, eventualmente, la agresión militar contra Rusia. La estrategia estadunidense se orienta a establecer un cerco militar, económico y político a Rusia, para impedir todo acercamiento con la Unión Europea.
Entre los hechos más graves de 2014, debemos recordar que Estados Unidos no movió un dedo para impedir los bombardeos indiscriminados de Israel sobre la Franja de Gaza. La política de la Casa Blanca en Medio Oriente es de una hipocresía alarmante. Avaló unas elecciones más que dudosas en Egipto, luego de un golpe de Estado contra el primer gobierno democrático, que llevaron a su incondicional aliado Albdelfatah Al-Sisi al poder.
La situación caótica que atraviesan Siria, Sudán, Irak y Libia es una muestra clara de que se ha diseñado una estrategia del caos
, como vienen denunciando varios analistas, como medio para rediseñar las relaciones de poder a su favor. Siguen siendo un misterio cómo las poderosas fuerzas militares occidentales no pueden abatir al Estado Islámico, haciendo crecer las sospechas de que la organización terrorista trabaja en la misma estrategia que impulsa el Pentágono.
En América Latina, llama la atención el silencio de la administración Obama sobre las masacres en México. Por mucho menos, funcionarios del gobierno de Venezuela están siendo denunciados y perseguidos por la Casa Blanca.
No deja de llamar la atención que la nueva escalada contra el gobierno de Nicolás Maduro sea simultánea con el acercamiento a Cuba. Parece obligado preguntarse: ¿qué intenciones abriga Estados Unidos con esta nueva política hacia la isla?
Es evidente que no hay una política estadunidense hacia Venezuela y otra hacia Cuba, o hacia México. El objetivo es el mismo: seguir imperando en el Caribe, en Centroamérica, México y todo el norte de Sudamérica, el área donde Estados Unidos no admite desafíos. Para evitarlo, todo vale. La guerra contra los sectores populares en México (con la excusa del narco) fue diseñada para impedir un levantamiento popular, que era posible en los primeros años del nuevo siglo.
Pero en México, Estados Unidos puede contar con una clase política
entrenada y financiada por ellos, fiel y sumisa. Algo con lo que no pueden contar en Venezuela (donde la oposición no tiene ni la cohesión ni la capacidad como para dirigir el país), mucho menos en Cuba, donde los cuadros técnicos y políticos no son manejables por las agencias del imperio.
En Venezuela se está apostando fuerte por el caos, como se desprende del tipo de acciones llevadas adelante en los primeros meses de este año por los sectores más radicalizados de la oposición. Es probable que intenten llevar la estrategia del caos en Cuba, con todo lo que implica: desde la introducción de la cultura capitalista (en particular consumismo y drogas) hasta las formas venales de la democracia electoral al uso en occidente.
Al parecer, porque aún es pronto para saber si la Casa Blanca está promoviendo un viraje en su política exterior, existe la intención de jerarquizar el papel de América Latina. El análisis del Diario del Pueblo, apunta en esa dirección. La estrategia de Estados Unidos de influir en la zona Asia-Pacífico fue una decisión trasnochada y ya se han dado cuenta. Ahora Estados Unidos mueve sus piezas hacia otros derroteros. La normalización de las relaciones con Cuba intenta eliminar la gran piedra para su activa participación en los asuntos de América Latina, y desliza una discreta adecuación en su fallida estrategia de regresar a Asia-Pacífico
( Diario del Pueblo, 19 de diciembre de 2014).
Es cierto que Obama en su alocución hizo referencia a que la política hacia Cuba distanció a Estados Unidos de la región y limitó las posibilidades de impulsar cambios en la isla. A través de Cuba, simbólicamente, Estados Unidos enfatiza su interés por la comunidad americana
, concluye el diario oficialista chino.
Si es cierto que la potencia apunta sus baterías hacia América, estaríamos ante un viraje de proporciones a la vez que se estaría evidenciando la escasa consistencia de su política exterior, que desde 1945 estuvo focalizada en Medio Oriente y en los dos últimos años se propuso bascular hacia Asia-Pacífico.
En todo caso, los latinoamericanos estamos ante problemas nuevos. En los últimos años el poder blando
de Estados Unidos provocó dos golpes de Estado exitosos (Honduras y Paraguay), una guerra de alta intensidad contra un pueblo (México), puso en jaque la gobernabilidad en varios países (Venezuela y en menor medida Argentina) y ahora la emprende contra la mayor empresa del continente (la brasileña Petrobras). Es cierto, todo hay que decirlo, que la incompetencia de algunos gobiernos les facilita la tarea.
Todo indica que 2015 será un año difícil, en el cual las tendencias hacia la guerra, la desestabilización y el caos sistémico crecerán de forma probablemente exponencial. Esto va a afectar a los gobiernos conservadores y a los progresistas, entre los cuales hay cada vez menos diferencias. Para los movimientos de los de abajo y para quienes seguimos empeñados en acompañarlos, toca aprender a vivir y a resistir en escenarios de agudas tempestades. Es en ellas donde se forjan los verdaderos navegantes.