El Gobierno mexicano intenta presentar las desapariciones de los normalistas como un asunto local y excepcional, parte de la “guerra contra el narco”. Siguen esa tesis gobiernos con fuertes intereses en México, como el de España, así como instituciones internacionales que han dirigido y respaldado las políticas recientes del Gobierno de México. La usan también medios y analistas que compraron la visión idílica y rosada que el Gobierno mexicano les había vendido, y celebraron las “reformas estructurales” del presidente Peña como un paso visionario y heroico para lanzar el país hacia delante.
La fallida noción de Estado fallido se aplicó hace unos años a México, junto con Congo y Pakistán. La sustituye ahora la de “narcoestado”, para despolitizar el debate y sugerir que un grupo de traficantes de drogas habría tomado por asalto los aparatos estatales. México es una ilustración extrema de una condición general, un espejo atroz de lo que pasa en el mundo.
No se puede entender lo ocurrido sin referirse a sus múltiples contextos.
1. En el Estado de Guerrero hay una gran tradición de organización desde abajo y de lucha social y política, así como de feroz represión.
2. La guerra sucia caracteriza desde los 60 la política mexicana ante los disidentes. Se vuelve periódicamente contrainsurgencia y se encubre como “guerra contra el narco”.
3. La Escuela Normal de Ayotzinapa tiene larga historia. Fue fundada en 1926 con una perspectiva emancipadora e indígena. Cinco años después se fundó la Normal de Warisata, en Bolivia, con la misma orientación. De ambas normales salieron luchadores sociales y dirigentes campesinos reconocidos y ambas saben de masacres y desapariciones. Los asistentes al funeral de los normalistas de Warisata, asesinados en 2003, juraron no descansar hasta deshacerse del presidente masacrador, lo que consiguieron años más tarde. Quienes se movilizan hoy por Ayotzinapa se han comprometido a no descansar hasta encontrar a los desaparecidos y desmantelar el aparato estatal podrido que alimenta el horror actual.
4. La narcopolítica no es local: abarca todo tipo de actores, dentro y fuera de los gobiernos, en todo el continente americano y más allá. La élite y los poderes constituidos se alían para aplastar resistencias populares y facilitar el despojo.
En el lodo es imposible distinguir el agua de la tierra; en el escenario mexicano actual es imposible distinguir el mundo del crimen del mundo de las instituciones. Forman un lodo social y político. Era un secreto a voces. Todos lo sospechábamos o lo sabíamos. Ayotzinapa lo hizo de pronto evidencia pública: apareció como hecho incontestable. En la gran manifestación del 18 de octubre se sembró en el zócalo de la ciudad de México un lema: “Fue el Estado”. Recogía bien el ánimo general. Era ya imposible negarlo. Lo intentó el secretario de Gobernación al señalar: “Iguala no es el Estado”, pero ya no pudo engañar a nadie. La gente sabe. Y se duele, se enoja y se angustia por saberlo.
Se comenta que, por Ayotzinapa, México es una olla de presión próxima a estallar. En realidad, muchas ollas de presión, de diversos tamaños y formas, estallaron ya. Han salido de las botellas innumerables genios de todo el espectro ideológico, lo mismo magníficos que maléficos; será imposible regresarlos a ellas.
Los zapatistas nos enseñaron la secuencia de su creación innovadora: dolor-rabia digna-rebeldía-liberación. Ayotzinapa se hizo dolor nacional. Para el 18 de octubre era ya una ola de indignación que se convertía en la digna rabia que será rebeldía y liberación; algunos enojados, sin embargo, sólo expresaban odio y resentimiento acumulados.
La digna rabia
No hay en México, en la actualidad, lugar para el optimismo. Seguirá habiendo la violencia irracional y torpe de un Gobierno debilitado, en pánico. Estará también la violencia de abajo, el odio acumulado que sale a la calle y se mezcla con el de quienes incluyen la violencia en su estrategia política y con los provocadores del Gobierno. Hay lugar para la esperanza, ya que no para el optimismo, porque el ingenio en la lucha popular, nacido de la experiencia, está descubriendo cómo evitar, paralizar o al menos limitar la violencia de arriba e inventa formas de dar cauce al odio y al resentimiento de abajo. Lo único claro es lo que no debemos hacer: cerrar los ojos y quedarnos quietos.
La conciencia pública de que son ellos, los de arriba, que el cielo institucional cae sobre nosotros, multiplica la vieja pregunta de Lenin: ¿qué hacer? La pregunta es la misma, pero las condiciones han cambiado y la propia experiencia leninista exige explorar otras respuestas. El consenso general sobre la necesidad de articular y coaligar resistencias, movilizaciones y organizaciones estimula llamados cotidianos a la unidad, el diálogo constructivo y la concertación. Pero no hay consenso sobre lo que debe hacerse con esa articulación.
México es una ilustración extrema de una condición general, un espejo atroz de lo que pasa en el mundo
Una de las caravanas de Ayotzinapa que recorrieron el país se encontró el 15 de noviembre con los zapatistas, en Oventic. El EZLN presentó al terminar la visita una declaración en la que destaca “que el sistema político entero está podrido” y que crimen organizado, narcotráfico, desapariciones, asesinatos y demás son ya parte de su esencia. “Corrupción, impunidad, autoritarismo, crimen organizado o desorganizado, están ya en los emblemas, los estatutos, las declaraciones de principios y la práctica de toda la clase política”.
El EZLN hizo ver a los padres de Ayotzinapa que no están solos. Los acompañan familiares de las víctimas cotidianas que saben, en todos los rincones del país, que los atropellos continuos vienen de la autoridad, “a veces con la ropa de organización criminal y a veces como Gobierno legalmente constituido”. También están con ellos “los pueblos originarios que atesoran la sabiduría para resistir y que no hay quien sepa más del dolor y la rabia”.
Su palabra tiene fuerza, les dijeron, porque en ella “se han visto reflejados millones”. Tras ese encuentro, será posible “vueltear” el mundo que tenemos.
Según el EZLN, “habrá un cambio profundo, una transformación real en este y en otros suelos dolidos del mundo. No una sino muchas revoluciones habrán de sacudir todo el planeta. Pero el resultado no será un cambio de nombres y de etiquetas donde el de arriba sigue estando arriba a costa de quienes están abajo. La transformación real no será un cambio de Gobierno, sino de una relación”. Quienes gobiernen, mandarán obedeciendo. Los zapatistas observan con rigor el momento y analizan el terremoto social que estamos viviendo. Saben del cambio. Saben que no será fácil ni rápido ni un mero cambio de nombres y letreros en el criminal edificio del sistema. “Pero sabemos que será”, dicen.
No regresarán los genios a la botella. Habrá incontables vicisitudes, tropiezos, retrocesos. Es un camino de muchas vueltas. Pero algo ha dejado ya de ser lo que era.