El mono­po­lio del idio­ma- Luis Brit­to García

La pri­me­ra esta­ble­ce un úni­co idio­ma legí­ti­mo, el cas­te­llano según la gra­má­ti­ca de Nebri­ja, cuyo autor la ofre­ce a los reyes Cató­li­cos como ins­tru­men­to para el mejor mane­jo de las tie­rras con­quis­ta­das pues “La len­gua siem­pre ha sido com­pa­ñe­ra del Impe­rio”. En Espa­ña se hablan más de media doce­na de idio­mas: en la Amé­ri­ca ibé­ri­ca, sólo castellano.

El mono­po­lio de la Fe

La segun­da deci­sión impo­ne la reli­gión cató­li­ca. El tra­ta­do de Tor­de­si­llas asig­na a Espa­ña gene­ro­sa por­ción del Nue­vo Mun­do, a con­di­ción de ase­gu­rar la con­ver­sión de sus habi­tan­tes. La Espa­ña de la épo­ca aca­ba de expul­sar ára­bes y hebreos, con­si­de­ra la uni­for­mi­dad reli­gio­sa pre­con­di­ción de la domi­na­ción polí­ti­ca, y la tole­ran­cia le resul­ta impen­sa­ble. El cris­tia­nis­mo que se tras­plan­ta a Amé­ri­ca es el uni­fi­ca­do por el Con­ci­lio de Tren­to, pur­ga­do de refor­mas y cis­mas his­tó­ri­cos y doble­men­te fil­tra­do por el cui­da­do con el cual la Igle­sia eli­ge sus pre­di­ca­do­res y por la pre­cau­ción con la cual el Esta­do los selec­cio­na en vir­tud de su dere­cho de Patro­na­to y los vigi­la con el San­to Oficio.

El mono­po­lio de la Iglesia

El apa­ra­to cul­tu­ral que ten­drá tarea deci­si­va en los pro­ce­sos de acul­tu­ra­ción de Amé­ri­ca es la Igle­sia. El con­quis­ta­dor ani­qui­la y redu­ce la resis­ten­cia, pero la obe­dien­cia pro­duc­ti­va del indí­ge­na y del escla­vo traí­do del Afri­ca sólo esta­rá segu­ra en la medi­da en que entien­da las ins­truc­cio­nes del domi­na­dor y com­par­ta las creen­cias y valo­res de éste. Pero la Coro­na subor­di­na de una vez a la Igle­sia con el régi­men del Patronato.

El mono­po­lio de la Educación

Coro­na e Igle­sia regu­lan con mayor rigor toda­vía el ingre­so de la lec­tu­ra. Sólo pue­den entrar libros no veta­dos en el Índi­ce. Se prohí­ben la lec­tu­ra y la escri­tu­ra de obras de fic­ción. La pri­me­ra impren­ta se ins­ta­la en ciu­dad de Méxi­co en 1539. Si la Gra­má­ti­ca de Nebri­ja es ins­tru­men­to de Impe­rio, la admi­nis­tra­ción de las letras es mono­po­lio del poder. Reli­gio­sos, bar­be­ros y pre­cep­to­res indi­vi­dua­les las dosi­fi­can en prin­ci­pio para la cas­ta domi­nan­te de los blan­cos. La ense­ñan­za de pro­fe­sio­nes libe­ra­les depen­de de la Uni­ver­si­dad des­de que en 1538 se fun­da la de San­to Domin­go, pri­me­ra o “pri­ma­da” de 32 que el sis­te­ma colo­nial ins­ti­tui­rá en Amé­ri­ca Lati­na, de las cua­les la últi­ma será la de León de Nica­ra­gua, decre­ta­da en 1812. Como la de Cara­cas, crea­da en 1721 a par­tir de un cole­gio reli­gio­so, en su mayo­ría son reales y pon­ti­fi­cias, vale decir, bajo doble tute­la de la Coro­na y la reli­gión. Son medie­va­li­zan­tes, teo­lo­gi­zan­tes, aris­to­té­li­cas, tomís­ti­cas, con tri­vium. qua­dri­vium, lec­ción magis­tral en latín y acce­so dis­cri­mi­na­to­rio reser­va­do a los varo­nes “noto­ria­men­te blancos”.

La rup­tu­ra de los monopolios

Una mino­ría de ape­nas 1,3% de blan­cos penin­su­la­res naci­dos en Espa­ña, difí­cil­men­te podía hacer valer pri­vi­le­gios exclu­si­vos con­tra el res­to de la pobla­ción. Esta tarea se le haría asi­mis­mo difí­cil al 20,3% de los blan­cos crio­llos, naci­dos en Vene­zue­la, que inten­ta­ron limi­tar la Inde­pen­den­cia a un sim­ple cor­te de subor­di­na­ción polí­ti­ca con Espa­ña, apro­pián­do­se de los pri­vi­le­gios exclu­si­vos y exclu­yen­tes de los penin­su­la­res. La con­tien­da inevi­ta­ble­men­te abri­ría el paso a la par­ti­ci­pa­ción polí­ti­ca y mili­tar del otro 79,7 % de la pobla­ción, inte­gra­do por las “cas­tas viles” de par­dos, negros e indios, que bus­ca­rían con­quis­tar dere­chos socia­les, eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos lar­ga­men­te pos­ter­ga­dos mili­tan­do pri­me­ro en las filas de la Coro­na y lue­go en las patrio­tas. Su abru­ma­do­ra mayo­ría deter­mi­na­ría la caí­da de la Pri­me­ra y la Segun­da Repú­bli­ca, y final­men­te el triun­fo de la Inde­pen­den­cia cuan­do ésta supo atraer­los a sus filas. Sabe­mos así cómo se man­tie­ne el mono­po­lio del pen­sa­mien­to, prohi­bién­do­se­lo a todos menos a los ricos, y cómo inevi­ta­ble­men­te se rompe.

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