La ortodoxia “anti-engelsiana”
El centenario de la muerte de Friedrich Engels ofrece una oportunidad inmejorable para re-examinar y reivindicar la figura y los legados teóricos de quien fuera el alter ego intelectual y político de Karl Marx durante cuarenta años. Reexamen y reivindicación que no pueden hacerse en términos puramente conceptuales, como si se tratara de la obra de un geómetra como Euclides a un siglo de su muerte, sino que deben ser hechos a la luz de lo efectivamente acontecido en el siglo que concluye, es decir, teniendo como telón de fondo el marco ofrecido por el desenvolvimiento histórico de las sociedades capitalistas en sus transformaciones y en sus luchas sociales. Un siglo especial, cuya “densidad” se proyecta en el doloroso tránsito que va desde las iniciales revoluciones mexicana y rusa, la revolución china al promediar el siglo, la descolonización de la India y de Asia y África, la revolución cubana, la derrota norteamericana en Vietnam y el ignominioso “cierre” que le pone la contrarrevolución neoliberal de los años ochenta y noventa en cualquiera de sus variantes, desde los originales forjados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher hasta la vergonzante copia representada por la “tercera vía” de Tony Blair y Gerhardt Schröeder y la gaseosa y anodina “centroizquierda” latinoamericana. La ventajosa perspectiva que ofrece la culminación de un siglo tan “marxista” como el actual, según viéramos en el capítulo anterior, crea el ámbito propicio para intentar una evaluación objetiva del legado teórico de Friedrich Engels.
Claro está que de partida es fundamental es tablecer algunos deslindes y precisiones sustantivas. Engels fue un intelectual cuya amplitud de conocimientos e intereses abarcaba desde la filosofía y la historia hasta la antropología y la sociología, pasando por la política y la economía (Mayer, 1978). Va de suyo que en estas páginas ni se nos ocurriría emprender una tarea de semejantes dimensiones, que intentara extraer un balance de las aportaciones de Engels en cada uno de esos campos. El eje de nuestra preocupación, por eso mismo, se encuentra en el terreno de la teoría política. Las contribuciones efectuadas por Engels en otros campos, muchas de ellas polémicas, no serán tema de indagación en nuestro trabajo.
Difícilmente podría exagerarse la importancia que para el desarrollo de la teoría marxista de la política adquiere la concreción de la tan largamente demorada “reparación teórica” de Engels. Como sabemos, éste fue menoscabado y escarnecido desde las más distintas posturas político-intelectuales. En el repudio a Engels coinciden arrogantes “marxólogos”, rencorosos “ex marxistas”, pensadores burgueses de los más diversos colores y los supremos inquisidores que –en una flagrante violación al espíritu y la letra de la obra de Marx y Lenin– pergeñaron el reseco e indigesto “marxismo-leninismo” que tanto perjudicara el desarrollo teórico del marxismo. “Marxólogos” y renegados concuerdan en sus acusaciones: Engels habría sido apenas un mediocre “divulgador” de la obra teórica de Marx, a la que simplificó y distorsionó al popularizarla en clave positivista y evolucionista debido a su radical ineptitud para comprender la dialéctica y para captar las profundidades del pensamiento marxiano. En cierta historiografía de inspiración liberal, por su parte, Engels aparece como poco más que un bondadoso mecenas del iracundo filósofo de Tréveris, pero insanablemente huérfano de ideas propias. Por último, para los burócratas de las academias de ciencias de los “socialismos” del Este el destino de Engels estuvo sellado desde el vamos: la desaparición. Su legado teórico no podía correr una suerte distinta de la que le cupo a aquella inquietante imagen de Trotsky junto a Lenin, plasmada en una indiscreta fotografía tomada en los fragores de Octubre. Los diligentes cortesanos del poder retocaron oportunamente la fotografía para, con la “desaparición” de Trotsky, facilitar el ascenso de Stalin al poder absoluto. De este modo, el nombre de Engels se desvaneció en la larga noche del dogmatismo.