Recientemente se ha estrenado Torrente 5, la última entrega de esta saga (de momento). Esta película llega más de 15 años después de que se estrenara la primera, allá por 1998: “El brazo tonto de la ley”. En su día Torrente fue la película más taquillera de la historia del cine español.
Esta saga tan exitosa presenta la imagen del típico español medio de una forma caricaturizada y llevada al extremo, pero que reproduce y normaliza, a través del chiste, una serie de actitudes y formas de actuar y expresarse totalmente reprobables. El sexismo, el racismo, la homofobia, y hasta el fascismo se presentan como algo digno de comedia a través de un personaje que pretende encarnar la idiosincrasia española.
Este fenómeno no es nuevo en el cine español. Las películas de Pajares, Esteso y Martínez Soria ya utilizaban el sexismo como algo cómico. En este sentido, cabe recordar la hipersexualización a la que está sometido el cuerpo de la mujer y las consecuencias que esto tiene en la desigualdad y la opresión de género.
La producción cultural y su difusión influyen notablemente en la atmósfera social en la que tenemos que convivir todos y todas juntas. La saga Torrente ha de ser señalada como vehículo que reproduce y alimenta formas de actuar intolerables. Estamos hartos y hartas de escuchar a nuestro alrededor chistes y comentarios que transmiten, bajo un disfraz cómico y desenfadado, planteamientos que serían inaceptables en otro formato. Pues bien, formatos aparte, el mensaje se envía, se difunde, y cala en mayor o menor medida.
Hay una línea que une la normalización de chistes y comentarios que fomentan la intolerancia, con la implementación práctica de estas formas de pensar.
Por más que se intente educar en igualdad y tolerancia, si luego se lanzan mensajes contradictorios desde medios masivos como puede ser el cine, el resultado será que no se avanza o incluso que se retrocede en lo que a igualdad y tolerancia se refiere. El amplio público al que está dirigido Torrente, en gran parte población joven, aumenta el impacto negativo que se produce.
No queremos que Torrente sea una figura con la que se pretenda identificar la forma de ser de nuestra sociedad o de una parte de ella. Para esto es necesario hacer ver que no aceptamos ese icono como algo que nos represente. También hay que denunciar de forma tajante las cosas que no tienen cabida en nuestra forma de relacionarnos, bien sea en el cine, en la calle, en el bar, o donde sea.