“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”
Se ha señalado a menudo que el marxismo hizo confluir tres grandes corrientes intelectuales: la filosofía alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa. A cada una aportó sus propias modificaciones e interpretaciones, conformando una nueva totalidad a partir de dichas corrientes.
Pero, aún siendo tan inmenso esfuerzo de una importancia tal que sus implicaciones han estremecido la tierra, la clave de la importancia del marxismo hay que buscarla, creo, en las “Tesis sobre Feuerbach” escrita en 1845, y especialmente en la undécima y última tesis cuando se afirma que “Los filósofos solo han interpretado el mundo; lo esencial, sin embargo, es cambiarlo”.
Ello no significa que se esté negando la necesidad de comprender e interpretar el mundo; es la afirmación de que el propósito de comprenderlo es sentar las bases para el cambio. Por consiguiente, el marxismo tuvo, desde sus comienzos un carácter dual; por un lado como ciencia de la sociedad y la historia y por otro, como proyecto para transformarlo, o, dicho en otros términos, un modo de comprender el mundo (materialismo histórico y dialéctico), y la forma en que éste podía y sería cambiado (la revolución proletaria).
Aunque desde el principio Marx y Engels afirmaron que el objetivo final de la revolución es el comunismo, van reconociendo, cada vez más, la necesidad de un periodo de transición que en 1875 Marx llamara primera fase del comunismo y que sus seguidores llamaran socialismo, sobre la idea de que, básicamente, la negación del capitalismo desarrollaría su propia identidad positiva (comunismo), a través de la lucha revolucionaria en el que el proletariado reharía la sociedad, rehaciéndose a si mismo en dicho proceso (léase al respecto la Tercera Tesis sobre Feuerbach). Una interpretación apresurada y esquemática del marxismo ha generado criticas que ya son históricas;
Se ha cuestionado el papel del proletariado como sujeto revolucionario sobre la base de la constatación de que, ya a partir de finales del siglo XIX, la lucha de clases en los países económicamente más desarrollados de Europa se desarrolló tomando como objetivo, por parte de los trabajadores y de sus organizaciones, la mejora de las condiciones dentro del marco del capitalismo, aunque continuaran proclamando su devoción a los objetivos revolucionarios. No podemos afirmar en absoluto que Marx y Engels fueran ciegos o indiferentes a este devenir de los acontecimientos.
Por el contrario, en la muy conocida declaración de Marx en la “Crítica al Programa de Gotha”, arremete contra el reformismo plasmado en el borrador de programa preparado para la unificación de los dos grandes partidos obreros de Alemania en 1875. También nos puede servir de ejemplo una carta que Engels escribe a Marx el 8 de abril de 1863, en el que se lamenta de que “La energía revolucionaria del proletariado inglés se ha desvanecido prácticamente del todo, y el proletariado inglés declara su completo acuerdo con la dominación de la burguesía”. El combate incesante contra el reformismo ha sido pues una constante en el marxismo a lo largo de la historia, por más que en multitud de ocasiones autores y organizaciones reformistas se reclamen del marxismo para enmascarar la falta de coherencia entre la teoría y su práctica.
A modo de ejemplo, ya en el siglo XIX autores que se reclamaban del marxismo elaboraron la tesis según la cual el capitalismo se derrumbaría por si mismo, objetivamente, lo que venía a poner en cuestión la propia necesidad de la acción revolucionaria.
Dicha teoría se basa en una lectura del Tomo III de “El Capital”, efectuada según una interpretación hegeliana (léase idealista) del prólogo de 1859 a la “Contribución a la crítica de la Economía Política”. Aunque en la actualidad nadie sostiene dicha tesis, si que el nuevo reformismo bebe de dichas fuentes al interpretar que, puesto que es preciso tomar en consideración tanto los elementos objetivos como los subjetivos a la hora de afrontar los cambios revolucionarios, los cambios sociales se producirán por si solos (o no se producirán), de un modo pretendidamente objetivo, sin valorar el papel de la subjetividad de las organizaciones en la transformación de la realidad, lo que equivale a defender el mantenimiento del sistema capitalista y la subsunción de toda lucha en el trabajo institucional con el argumento de que no hay condiciones, objetivas o subjetivas, para la revolución.
La voluntad revolucionaria del Marx y Engels se pone de manifiesto para toda persona que no haga una lectura tramposa y descontextualizada de sus textos, basta citar como ejemplo “La Comuna de Paris” para ilustrar al respecto. Hemos de constatar también como en sus últimos años el propio Marx se dedica a estudiar realidades externas al centro del desarrollo capitalista de la época, y en concreto analiza la situación en Rusia; a este respecto, en sendas cartas fechadas en 1877 y 1881 (ésta última remitida a Vera Zasulich, antigua combatiente armada, ex populista Rusa y futura co-editora del periódico marxista Iskra), polemizando sobre las comunas campesinas rusas, Marx cuestiona análisis incluso suyos precedentes sobre el principio evolutivo lineal según el cual a mayor desarrollo capitalista de un país más factible es la revolución socialista. Faltan en este momento muchos años antes de que Lenin publique “El Imperialismo, fase superior del capitalismo”, que explica, entre otras cosas, como el desarrollo capitalista está desplazando a la periferia la sobreexplotación, por lo que es ahí donde las contradicciones se agudizan en mayor medida, lo que explica en parte la base material del triunfo mayoritario de la ideología reformista en las clases trabajadoras del los países de capitalismo más desarrollado, ya que el excedente generado por la explotación de la periferia es compartido por las élites locales, las clases dominantes en el centro y, en cierta medida, la clase obrera del propio centro.
El reformismo clásico, que en mi opinión sigue siendo la corriente principal del reformismo en la actualidad, se sigue nutriendo de una concepción evolucionista de la realidad, basada en una transpolación de las teorías de Darwin y del positivismo de Comte, totalmente ajena a la epistemología materialista y la dialéctica de las contradicciones de Marx. La realidad histórica de los últimos 170 años nos demuestra como la realidad no se mueve de un plano lineal sino de un modo traumático y contradictorio, y el propio sistema capitalista está en una constante crisis, que se manifiesta con especial virulencia en momentos como el actual de profunda crisis de superproducción, por más que ideológicamente aparezca públicamente como un vencedor. Uno de los momentos históricos de mayor relevancia en cuanto a la lucha entre reformismo y revolución fue en 1914, cuando los partidos de la II Internacional se dividieron en el interior de ellos y entre si en torno al apoyo que prestarían o no a las burguesías de sus respectivos países en la Primera Guerra Mundial.
El momento más crítico fue paradójicamente el más esperanzador, por cuanto el papel de Lenin propicia el triunfo del Partido Bolchevique en la Revolución Rusa en 1917. El pensamiento de los revolucionarios de la época y también de Lenin era que la Revolución Rusa era la antesala de la propia revolución alemana, argumentando que las condiciones objetivas de la guerra imperialista eran garantía de que la revolución no se limitaría á la revolución rusa. Así por ejemplo señala en 1918 en su texto “¡La Patria Socialista está en peligro!” que: “Hasta que el proletariado alemán se alce en armas y venza, el deber sagrado de los obreros y campesinos de Rusia es defender con abnegación la República de los Soviets contra las hordas de la Alemania burguesa e imperialista”. Existes numerosos textos y discursos de la época que abundan en esta valoración.
Como sabemos, la derrota de la Revolución alemana de 1919 demuestra lo errónea de esta valoración, solamente señalar que de algún modo Lenin era entonces también tributario de las interpretaciones más clásicas del marxismo, que consideraba más viable la construcción del socialismo en los países de capitalismo más desarrollado. No obstante, ya en 1913 Lenin, en algunos textos tales como “El despertar de Asia” (7 de mayo de 1913), y “La Europa atrasada y el Asia avanzada” (10 de mayo de 1913), entre otros, advierte sobre las posibilidades revolucionarias en ese continente al calor de las luchas contra el colonialismo, lo que demuestra que tenía una visión más avanzada y menos euro céntrica que muchos autodenominados marxista un siglo después.
Tras la victoria frente al fascismo, régimen de terrorismo capitalista institucionalizado (“El fascismo en el poder, camaradas, es la dictadura terrorista descarada de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero» dijo Jorge Dimitrov), se abrieron procesos revolucionarios en diversos países de la periferia, China, Vietnam, Cuba… Pero en la Unión Soviética se estaba desarrollando un proceso cuyo momento más sonoro es el XX Congreso del PCUS, en el cual se declara a la Unión Soviética “estado de todo el pueblo”, y se acuña la doctrina de la coexistencia pacífica con el capitalismo. El marxismo de la URSS pasa de ser de un método de análisis para la transformación a una doctrina esquemática y anquilosada (en resumen, la negación del propio marxismo).
La aportación de Mao Tse Tung y el proceso que se da en China viene a poner sobre el tapete que en las sociedades post-revolucionarias se sigue desarrollando la lucha de clases, por lo que es precisa una lucha de líneas constante si se quiere alcanzar el comunismo. Tal posicionamiento, que explica, a mi juicio, lo ocurrido en la URSS, se plasma en la llamada Revolución Cultural, que tiene la ventaja de explicar de un modo dialéctico y materialista los problemas de la transición al comunismo.
La caída del muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y la involución de China a fines del pasado siglo fue el momento álgido de la negación de la vigencia del marxismo, los ataques contra el pensamiento marxista recrudecieron, los reformistas de toda laya y condición abandonaron sus ropajes teóricos y se instalaron en un nihilismo que se podría resumir en la idea de que, si mayoritariamente las sociedades socialistas han fracasado, esto se debe a que la propia idea del marxismo está equivocada, abrazando ideas supuestamente nuevas que abarcan desde la ensoñación de un capitalismo de rostro humano hasta un refrito de antiguas doctrinas utópicas sin base material.
En muchos centros académicos los defensores del marxismo revolucionario han sido calificados como obsoletos y anacrónicos. Llegados a este punto, podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Por qué hablar de Karl Marx, pensador y revolucionario del siglo XIX en el siglo XXI? ¿Se puede argumentar a favor de la vigencia del marxismo si los países del llamado campo socialista se fueron a pique y se constituyeron en sociedades capitalistas? Partamos de la pregunta que hace referencia a por qué hablar de Karl Marx en el siglo XXI. Primero que todo veamos brevemente algunos datos sobre la situación social en la que la humanidad vive en la actualidad: La quinta parte de la población está en la miseria; más de 800 millones de personas padecen de hambre física; más de ochocientos cincuenta millones son analfabetas; mil millones carecen de agua potable estimándose que para el año 2025 la cifra sea de 3.500 millones de personas; 2.400 millones no tienen acceso a servicios Sanitarios (datos de la ONU de 2004).
En la mayoría del planeta la educación y la salud no reciben los recursos necesarios por parte de los gobiernos, los mismos que cumplen fielmente las disposiciones del FMI y de los organismos económicos internacionales dominados por EE.UU.
Los grupos humanos más afectados son las y los niños, las mujeres y los ancianos, a quienes el modelo neoliberal los considera desechables o simplemente como mano de obra sujeta de una explotación mayor, tal como se hace con el trabajo infantil en las fábricas de la India, de Malasia, de Singapur, donde las y los niños trabajan de doce a catorce horas diarias en condiciones infrahumanas para producir los juguetes de McDonalds, de Kentucky, de la Coca Cola, la ropa de Zara y El Corte Ingles.
Por otro lado la situación de la contaminación del medio ambiente es cada vez más grave, producto de un sistema basado en una producción irracional y desmedida de cosas superfluas. Quienes detentan el poder económico, político y mediático pretenden confundir a la gente argumentando que la pobreza es algo coyuntural en unos casos y en otros el resultado de la vagancia de ciertos pueblos a los que, inclusive, bajo criterios racistas, han calificado como inferiores. El marxismo señala que se debe a la explotación de una clase social sobre otra y el dominio de ciertas naciones por medio de la violencia, del saqueo y de la imposición ideológica sobre otras naciones. «La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestro días es la historia de la lucha de clases» decían Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, documento histórico que hoy tiene una vigencia innegable para quienes no vean el mundo con las anteojeras de su visión de “ciudadano/a” del puñado de países más desarrollados.
El marxismo ha demostrado su vigencia cuando hace referencia a la polarización cada vez mayor de la riqueza entre la burguesía, la oligarquía, las naciones capitalistas y el proletariado, los trabajadores en general y las naciones subdesarrolladas. Cifras emitidas por la ONU en 2009 señalan que más del 50 % de la riqueza disponible está en manos del dos por ciento de la población del mundo; 1,2 mil millones de seres humanos viven en la más absoluta miseria y de esos, 8 millones de hombres mujeres y niños mueren todos los años por falta de recursos económicos. Pero no solamente por ello se debe insistir en el estudio y la vigencia de su pensamiento.
La obra de Marx es un sistema abierto de ideas y un método revolucionario de transformación de la realidad que nos ha posibilitado el análisis y la reflexión sobre los más diversos hechos y sucesos que tienen que ver con la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano tal como lo demuestra en El Capital donde expone la teoría de la plusvalía; la ley del valor-trabajo; la ley de caída tendencial de la tasa de beneficio y la diferencia entre valor de uso y valor, diferencia que confirma la historicidad del modo de producción capitalista y, por tanto, la posibilidad de construcción de otra sociedad no basada en el valor y en la mercancía, sino en el valor de uso. El desarrollo de la ciencia también ha confirmado las tesis marxistas.
Los avances científicos demuestran la validez de la dialéctica materialista para la comprensión de los hechos y fenómenos de todo tipo; lo cual se confirma con los avances en el campo de la física cuántica, de la biología, de la química. Pero los ataques al marxismo no son nuevos ni originales, a lo largo del último siglos se ha desarrollado, muchas veces por autodenominados marxistas, tesis tendentes, subjetiva u objetivamente, a desvirtuar el carácter revolucionario del pensamiento de los autores clásicos: surge la tesis del economicismo y del determinismo mecánico por medio de la cual se señalaba que era la base económica la que determinaba los cambios y el funcionamiento de la superestructura; olvidando que Marx y Engels entendieron a la sociedad como un sistema dinámico complejo, como un todo estructurado y dialéctico en donde la base económica y la superestructura ideológica están interconectados y que, por lo tanto ejercen una influencia mutua; siendo el ser social solamente en última instancia el que determina las transformaciones sociales. Citemos a ese respecto la célebre carta de Engels a Bloch, de 21 de septiembre de 1890: «Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda.
La situación económica es la base, pero las diversas partes de la superestructura: las formas políticas de la lucha de clases y sus consecuencias, las constituciones establecidas por la clase victoriosa después de ganar la batalla, etc., las formas jurídicas, y, en consecuencia, inclusive los reflejos de todas esas luchas reales en los cerebros de los combatientes: teorías políticas, jurídicas, ideas religiosas y su desarrollo ulterior hasta convertirse en sistemas de dogmas, también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas y en muchos casos preponderan en la determinación de su forma».
El ascenso de la socialdemocracia tras la segunda guerra mundial, y los acontecimientos en la URSS a finales de los años 50 del pasado siglo, suponen otro elemento que provocó la distorsión del pensamiento marxista. El surgimiento de modas intelectuales que tomaron como base al estructuralismo y al funcionalismo y lo pretendieron unir con el marxismo, también significó una adulteración del pensamiento de Marx y Engels. Todo esto fue difundido a través de los manuales de la academia de ciencias de la ex-URSS y por las universidades europeas, sobre todo en Francia e Italia.
Ernesto Che Guevara fue uno de los críticos de ese pensamiento pseudo-marxista. En este sentido no es el marxismo el que ha fracasado; por el contrario, hoy ha adquirido mayor fuerza y vigencia; y no porque Marx y Engels sean autoridades del pensamiento a las que haya que acudir cual si fueran dioses.
Es la realidad misma la que confirma su validez histórica. Ya se han señalado algunos datos sobre la situación en la que sobreviven la mayoría de los habitantes del planeta, lo cual se ha agravado por la prepotencia del imperialismo estadounidense y el surgimiento del neofascismo. Vemos como los EE.UU. y sus aliados masacraron al pueblo Iraquí, como mantienen una constante política de agresión a Cuba y fomentan la contrarrevolución financiando a mercenarios que los medios del engaño pretenden calificar como «disidentes», observamos la intromisión de los Estados Unidos (y no solo) en los asuntos internos de la República Bolivariana de Venezuela y de Colombia donde los militares y los grupos terroristas de derecha pretenden derrotar a la insurgencia.
Pero también asistimos a una fase de ascenso de las luchas populares que, aunque dispersas, constituyen elementos importantes en el desarrollo de la revolución mundial; así la radicalización del proceso revolucionario en Venezuela, la defensa de la revolución y las conquistas del socialismo en Cuba, la lucha de los pueblos iraquí, sirio, libio y su resistencia contra los invasores, la firmeza del movimiento guerrillero colombiano, el combate popular en Bolivia, el avance de la guerra popular en la India, la lucha contra el fascismo en Ucrania, etc. En todos ellos está el pensamiento de Karl Marx como una guía de acción revolucionaria. También aquí, en las entrañas de la bestia capitalista, los pueblos del mediterráneo, se observa un claro resurgir de la resistencia y la lucha, lastrada sin duda por la falta de un referente organizativo y de una estrategia revolucionaria, aunque esto debe ser objeto de otra reflexión.
La obra de Marx y Engels y demás autores marxistas aparece en la actualidad como el único método que, además de explicar coherentemente el pasado, permite comprender qué está sucediendo a escala mundial y, lo que es más importante, cuales son las tendencias ante el futuro. Estas son las razones de la actual vuelta al estudio del marxismo (en 2009 El Capital fue el libro más vendido en Alemania), y también las que explican que éste reaparezca, renazca de sus cenizas, cada vez que, tras haberlo dado por muerto, las exigencias de la lucha de clases a escala mundial imponen su vuelta a escena.
Ahora bien, cada vez que el marxismo es dado por muerto se produce en su interior una verdadera autocrítica creativa, un repaso de las causas que le han llevado a esa situación y, a la vez, por su mismo contenido dialéctico, un enriquecimiento de su método para responder a las nuevas formas que adquieren las contradicciones esenciales del capitalismo. Lo más significativo de estos resurgimientos radica en que se producen tras grandes convulsiones sociales que han demostrado el creciente distanciamiento entre la realidad y la teoría.
Francisco García Cediel Iniciativa Comunista