En la Alemania nazi y en la Italia fascista, millones de judíos perseguidos y desamparados buscaron refugio en su religión. ¿Habría sido muy progresista, en aquel momento, escarnecer o tan siquiera ridiculizar el judaísmo? Pues bien, tras las masacres perpetradas en el mundo islámico por el neofascismo occidental, tras los holocaustos de Palestina y el Sáhara, de Irak y Afganistán, de Libia y Siria, que han llevado a millones de musulmanes desesperados a buscar refugio en el Corán, para burlarse de sus creencias desde los privilegios del autodenominado primer mundo hay que ser un idiota moral o un idiota a secas. Y para convertir en bandera de la libertad de expresión a quienes escarnecen en su desesperada fe a los oprimidos y los masacrados, hay que ser tan canalla como los políticos occidentales y los medios de comunicación a su servicio.
Si un comando de rabinos ultraortodoxos se hubiera dedicado a poner bombas en el Berlín de Hitler, hoy serían recordados como héroes (aunque hubieran matado a algún humorista alemán poco respetuoso con el judaísmo), y seguramente tendrían un monumento en Tel Aviv y Spielberg les habría dedicado una emotiva superproducción. No nos extrañemos de que los nuevos perseguidos consideren héroes o mártires a quienes se inmolan luchando contra los nuevos perseguidores, por cruentas o absurdas que sean sus acciones. Extrañémonos más bien de que gentes y organizaciones supuestamente de izquierdas llamen “terrorismo” a la desesperación de los pobres y “guerra humanitaria” al terrorismo de los ricos. Ni Al Qaeda ni Estado Islámico: la única multinacional del terrorismo digna de ese nombre es la Organización Terrorista del Atlántico Norte, y los únicos estados terroristas son los que la integran.
Lamento profundamente la absurda muerte del genial Wolinsky y sus compañeros, y defiendo sin reservas el derecho de Charlie Hebdo a reírse de cualquier dios y de sus profetas; pero yo no soy Charlie, como rezan las estúpidas pancartas esgrimidas por los estúpidos manifestantes franceses y su séquito de políticos corruptos (responsables últimos del supuesto “terrorismo islámico”). Yo no soy Charlie, porque me indignan quienes cifran la libertad de expresión en el escarnecimiento de los desesperados, de su ingenua fe en un más allá que les devuelva lo que nosotros, los cultos y acomodados seudodemócratas occidentales, les hemos arrebatado.