Los movimientos sociales de la región latinoamericana se activan en
contra de un método nocivo. (Foto: www.taringa.net)
Desde el inicio del segundo semestre de 2014, el precio del petróleo comenzó a caer y ha mantenido una tendencia a la baja que aún no ha encontrado piso. El desplome se hizo más notable cuando rebasó la barrera psicológica de los 70 dólares por barril. Diversos son los análisis que han tratado de explicar esta situación. Las tesis van desde una conspiración orquestada por Estados Unidos y sus aliados del golfo Pérsico contra Rusia, Irán y Venezuela, hasta los que aseguran que es un vaivén natural del mercado.
En medio de estas posturas extremas existen dos hechos objetivos difíciles de soslayar: el incremento de la producción en Estados Unidos (también en otros países) y el estancamiento de la economía mundial, especialmente de la europea, lo que supone una sobresaturación del mercado petrolero en un escenario de reducción de la demanda.
Sin pretensiones de agotar el tema, trataremos de abordar otras importantes causas que, a nuestro juicio, están incidiendo de forma combinada, directa e indirectamente, en la actual cotización del oro negro.
Guerra de mercados
En noviembre, cuando el descenso de los precios se aceleró, los miembros de la OPEP se reunieron en Austria para definir una estrategia conjunta ante la preocupante situación. Allí confrontaron dos posturas: una encabezada por Venezuela e Irán, que propusieron reducir la producción para defender los precios; y otra encabezada por Arabia Saudita y respaldada por la mayoría de los emiratos del golfo Pérsico, que subrayaba la necesidad de mantener el volumen actual.
¿Por qué Arabia Saudita y otros países del Oriente Medio se negaron a defender los precios? Esta posición parece irracional si se calculan los miles de millones de dólares que dejan de ganar cada vez que el precio de cada barril se reduce en un dólar. Sin embargo, el análisis no puede encaminarse por lógicas económicas primarias, sino por rumbos que nos lleven a entender los intereses geoeconómicos y geopolíticos que hay detrás de esta postura.
Arabia Saudita, junto con Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, ha estado observando con preocupación cómo Estados Unidos y Canadá incrementan paulatinamente sus producciones de petróleo por el método no convencional conocido como fracking. En el caso estadounidense, la suma de esta con las producciones convencionales sobrepasa los niveles productivos del reino wahabita.
Este novedoso “bombeo” con destino local reduce las importaciones norteamericanas, especialmente las procedentes de África y también del Oriente Medio. Consecuentemente, los productores africanos se han visto obligados a buscar nuevos mercados para sus inventarios y los han encontrado en Asia y Europa, donde Arabia Saudita está bien posicionada y a los que no está dispuesta a renunciar.
La perforación petrolera por fracking supone un serio riesgo
ambiental. (Foto: es.wikipedia.org)
Al mismo tiempo, el mercado chino ha atraído a otros productores, como Venezuela y Rusia, que han firmado con el gigante asiático sendos contratos millonarios para abastecerlo de crudo y gas.
Esta reconfiguración del mercado energético asiático, catalizado por el fracking en Estados Unidos y el estrechamiento de las relaciones energéticas entre China, Rusia y Venezuela, con la presencia, además, de Irán y otros países productores, ha sido determinante para que Arabia Saudita, en vez de defender los precios, haya comenzado una lucha por los mercados.
Riad y sus aliados del Consejo de Cooperación del Golfo tienen a su favor tres ventajas fundamentales: grandes reservas de hidrocarburos, bajos costos de producción y grandes reservas de divisas, lo que les permite afrontar por más de un año bajos precios del petróleo sin grandes contratiempos fiscales ni económicos.
Pero el desplome no solo ha tenido como causas los factores objetivos y condicionados apuntados. Antes de que los precios llegaran a los 70 dólares por barril se supo de importantes descuentos hechos por Arabia Saudita en sus ventas a Estados Unidos y diversos mercados asiáticos con el fin de fortalecer o ganar nuevas cuotas de mercados, acelerando la caída en picada de las cotizaciones.
Con la reducción de los precios, Arabia Saudita logrará hacer incosteable la producción de petróleo mediante fracking. Según especialistas, esta forma de obtener crudo, además de representar un serio peligro para el medioambiente, se hace rentable con un precio del barril por encima de los 70 dólares. Igualmente, el desplome de las cotizaciones frenará la explotación de viejos yacimientos y de aquellos ubicados en aguas profundas, así como las nuevas inversiones, con el consecuente impacto tanto para las empresas productoras como para los mercados financieros.
¿Sesgo geopolítico o efectos colaterales?
Además de luchar por cuotas de mercado no debemos olvidar que Arabia Saudita mantiene con Irán una vieja disputa por la hegemonía regional. Riad no ve con buenos ojos los tibios avances de las negociaciones entre Teherán y el 5+1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania) sobre el programa nuclear iraní, ni el alivio de las tensiones ni de las sanciones. De lograrse un acuerdo, este fortalecería las posiciones persas en la zona, pues tendría menos obstáculos financieros para sus exportaciones de petróleo y gas hacia Europa y Asia. Es por ello que, con esta medida de fuerza petrolera, Arabia Saudita intenta poner sus puntos sobre las íes en una región cada vez más convulsa.
En el plano global, la dura oposición de la Casa Saud al fracking no debe interpretarse como un gesto filantrópico proambientalista, ni como una acción antiestadounidense. Tanto en Washington como en Riad todos están claros de que business are business. Más allá de los relativos impactos que la operación saudita está provocando en pequeñas y medianas empresas petroleras estadounidenses dedicadas a esta nueva modalidad de explotación, el grueso de la economía norteña se verá estimulada con la reducción de los precios del petróleo, lo que redundará en un aliento al consumo y en un impulso a la economía doméstica.
Europa es otra que respira profundo con el nuevo escenario. En medio de un crecimiento estancado y a las puertas del invierno, la reducción de los precios de los combustibles es más que una buena noticia.
Y por si fuera poco, Bruselas y Washington no dejan de frotarse las manos al ver cómo Moscú hace malabares para sortear esta escaramuza político-económica. Sin duda, Rusia está entre los que salen perjudicados en esta historia. Su principal fuente de divisas está cayendo en medio de sanciones financieras, y las tensiones contra su moneda no ceden. No obstante, Moscú cuenta con mercados seguros, con unas reservas financieras robustas y con la alianza china, pues en Beijing hay conciencia de la importancia de preservar la estabilidad macroeconómica de su inmenso vecino.
Y en América Latina, Estados Unidos esboza una leve sonrisa, pues todo está saliendo como si lo hubiera diseñado. El aterrizaje de los precios del petróleo está ejerciendo sobre la economía venezolana una tremenda presión, en un momento en que la República Bolivariana está sometida a una guerra económica sin cuartel. Las ganancias petroleras en Venezuela representan alrededor de 95 por ciento de las divisas que ingresan en el país. No obstante, esa nación cuenta con un importante potencial económico y productivo no petrolero capaz de equilibrar la balanza a favor del proceso revolucionario que allí se desarrolla.
Ecuador es otro país latinoamericano que ha visto con preocupación la situación actual de los precios. Miembro también del ALBA, a pesar de la reducción en los ingresos, ha encontrado con éxito paliativos financieros que le permitirán capear el temporal.
En fin, que con tantos “efectos colaterales” favorables a los intereses estadounidenses, a muchos nos cuesta trabajo creer que no hay un ingrediente norteño en este ajiaco.
Lo cierto es que aún no hay evidencias sólidas y la situación actual se alza como un ejemplo metodológico para apreciar la complejidad de las relaciones internacionales actuales, la frondosa interconexión de los conflictos e intereses de todos los actores, grandes, medianos y pequeños; la aparición de nuevas manifestaciones conflictuales; y el despliegue de novedosas proyecciones geopolíticas con sus subyacentes intereses económicos determinando el curso de los movimientos.
Esta guerra por los mercados petroleros en pleno siglo XXI, con impredecibles consecuencias geopolíticas, se ha convertido en un interesente botón de muestra que reafirma la emergencia de una época multipolar, que carga consigo, aún, viejos peligros.