Los muñidores de Podemos parecen irse aclarando ideológicamente. O mejor dicho, aclarando a los numerosos daltónicos de este país cuál es el color de la piragua en la que navegan políticamente.
La verdad es que los «Complutense boys» han ido dejando, a través de los poderosos canales de televisión que los promocionaron, una vaporosa estela de ambigüedades, contradicciones y abstracciones ideológicas, cuyo exclusivo objetivo ha sido lograr la confusión tanto del personal de la diestra como de la siniestra. A la vista está que ese objetivo ha sido ampliamente cubierto, de acuerdo con lo que indican las encuestas sobre el origen social y político de sus potenciales votantes.
La técnica utilizada por estos disidentes de IU no es novedosa, ni ingeniosa. En la historia del marketing electoral estos procedimientos engañosos han sido empleados, con mejor o peor fortuna, en no pocos países y circunstancias históricas.
Sin embargo, es preciso reconocer que en el Estado español los artífices de Podemos han encontrado un terreno especialmente abonado para lograr el encandilamiento de los crédulos y de otros, que sin serlo, actúan como si lo fueran. En efecto, el caldo de cultivo para que las técnicas electoralistas de estos vendedores de crecepelo fructificaran no venía propiciado solamente por la profundidad de una crisis económica sin precedentes. También ha contribuido a crearlo la generalizada y programada despolitización que ha dominado la sociedad española a lo largo de los últimos 30 años de Monarquía franquista. Una población que ha carecido de referentes ideológicos durante tanto tiempo está predispuesta a aceptar cualquier discurso político que finja arremeter contra «los de arriba», aunque tales embestidas carezcan de un proyecto concreto con voluntad política para cambiar las bases económicas sobre las que se asienta esta sociedad.
EL LERROUXISMO PODEMITA
La historia del siglo XX español nos proporciona algunos ejemplos en este sentido. Durante la II República, cuando amplios sectores sociales identificaban, con razón, a la Iglesia española con las clases explotadoras, el mero ataque a la jerarquía eclesiástica era interpretado por no pocos ciudadanos como un ataque al sistema económico que los oprimía. Esa extendida creencia popular facilitó que personajes como el demagogo Alejandro Lerroux obtuvieran una enorme popularidad entre la población. Con frases incendiarias como “Levantemos el velo de las monjas para elevarlas a la categoría de madres!” o “Romped los archivos de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para purificar la infame organización social”, Lerroux lograba hacer cuajar en favor suyo la ira popular existente contra las clases dominantes. Pero Alejandro Lerroux no tenía entre sus objetivos ningún proyecto de transformaciones revolucionarias, ni tampoco ningún propósito de cambio social. Ello quedó palmariamente demostrado cuando en julio de 1936 este pintoresco politico español terminó decantándose a favor de Franco y de su golpe militar.
Con todas las distancias históricas que se deben tener en cuenta, algo de eso ha ocurrido con Iglesias, Monedero y el resto los suyos. Contando con la enorme proyección que de manera significativa le proporcionaron los medios de comunicación, Pablo Iglesias logró señalar algunos de los males del sistema político heredado de la dictadura, muy evidentes para la población. Los primeros que aparecen ante la sociedad española como culpables de la situación que atraviesa el país son, evidentemente, los políticos que forman parte del escaparate de las instituciones del Régimen. Ellos son la primera «imagen» que el ciudadano común tiene de la corrupción y de las trapisondas que cotidianamente aparecen en los medios. Iglesias no solo comprendió ese hecho – como otros muchos – sino que, además, los propietarios de los medios responsables de la construcción de la opinion publica de este país durante las tres últimas décadas le proporcionaron el trampolín mediático para poder decirlo. El «mensaje» de Iglesias ha sido acogido con similar entusiasmo al que en los años treinta generaban las furibundas diatribas de Lerroux en contra una jerarquía católica estrechamente comprometida con los poderosos. Adhesiones multitudinarias de ese tipo solo son posibles cuando un importante sector de la población no dispone todavía de instrumentos políticos que le permitan comprender que esa es solo la fachada de un escenario, que los tramoyistas del sistema económico no están a la vista aunque en realidad sean ellos los verdaderos dueños del «teatro».
¿CUÁL ES LA IDEOLOGÍA DE PODEMOS?
Iglesias y los suyos, de forma calculada, han dirigido los tiros hacia una parte no esencial del sistema. Al igual que Lerroux en la década de los treinta, dirigen sus dardos hacia una diana intencionadamente equivocada. Soliviantan la indignación popular contra los políticos institucionales que, al fin y al cabo, no son otra cosa más que los esbirros administrativos del gran capital. Esa es la razón, y no otra, por la que en reiteradas intervenciones públicas destacados «dirigentes» de Podemos tratan de salvar a determinados banqueros de la quema. O precisan, diligentemente, que «Podemos necesita a los ricos». O parlotean sobre la quimérica necesidad de construir un capitalismo que defienda los «intereses nacionales». O vuelven del revés algunas de sus ambiguas reivindicaciones iniciales, que podían parecer a ojos de los que realmente mandan como excesivamente «revolucionarias». Son sabedores de que los juegos de la confrontación tienen unos límites marcados e infranqueables.
Y es que el grupo de universitarios de la Complutense está constituido, ciertamente, por oportunistas, pero no por tontos. Son conscientes de que si hurgan en determinadas áreas sensibles del sistema se pueden encontrar con hueso y, consiguientemente, sin televisión, sin medios y sin popularidad. Al fin y al cabo, Podemos, en estos momentos, no es más que una artificial burbuja mediática, sin una estructura consistente y sin más apoyos que los virtuales, que puede desaparecer en el mismo instante que los poderes reales, dueños de esos medios, descubran en ella la más mínima capacidad perturbadora.
Tanto Pablo Iglesias como quienes integran su segunda fila se han dedicado en los últimos tiempos a limar las aristas más «provocativas» de su discurso político inicial. Iglesias, por ejemplo, invitó solícito al nuevo monarca Felipe VI a que se presente a unas elecciones para revalidar el puesto que ocupa porque, dijo, «esta seguro de que obtendría una amplia mayoría». Tales sugerencias son acompañadas por razonamientos tales como que la contraposición histórica república-monarquía no es esencial en el momento que vive el país. Como si de un pavo real se tratara, Iglesias, pretencioso y egocéntrico, luce sus plumas ante los medios, jactándose de que pronto concertará una reunión con el Borbón para hablar de no se sabe qué cosas. Otro día nos sorprende con una ristra de elogios hacia el Papa Francisco, silente colaborador de la sangrienta dictadura militar argentina e inmisericorde fustigador de las mujeres que abortan.
Este giro táctico de Pablo Iglesias y de su «estado mayor» no carece de sentido. Una vez que se ha producido el duro despegue de los primeros tiempos, la nueva formación requiere ganar «respetabilidad social», hacer entender al poder fáctico que no vienen a revolverlo todo, sino tan solo a aparentar que lo hacen.
Ese es el sentido que tienen también las recientes manifestaciones del segundo de Iglesias, su inefable lugarteniente Juan Carlos Monedero. Según informa la agencia AFP, en unas declaraciones al programa «Els Matins» de TV3, Monedero expresó su opinión acerca de la clamorosa reivindicación independentista que tiene lugar en el seno de la sociedad catalana. A propósito del derecho a la autodeterminación de Catalunya, Monedero resolvió el problema con un par de abracadabrantes frases mágicas: «el sueño de comenzar de nuevo puede ser atractivo, pero no es real».
El segundo de a bordo de Podemos, sin abandonar el juego malabar de la ambigüedad que lo caracteriza, agregó que «se debe reinventar España», para lo que valoró «la libre elección de quienes la componen», precisando que «el derecho a decidir es una aventura más amplia que un territorio concreto».
Según manifestó, las fuerzas soberanistas «utilizan la independencia para estigmatizar» a la población, mientras que, según él, «Podemos tiene un discurso honesto, que es una práctica igual en Badajoz o Barcelona».
Al ser preguntado sobre por qué no entiende la independencia como una opción real, Monedero contestó con un «poderosísimo» argumento: «que el Estado español lleva cinco siglos de andadura conjunta».
Cuando desde el espacio de televisión se le reprochó la ambigüedad que esta formación mantiene en múltiples áreas de su programa político, el que fuera un estrecho asesor de uno de los coordinadores más derechistas de IU tuvo la osadía de contestar que «si alguien me dice que es de izquierdas no sé qué me está diciendo, mientras que sí entiendo la realidad distinta de Barcelona o Madrid».
Como se puede observar, Podemos ha entrado en su «fase adaptativa». Trata de buscar su acoplamiento en el sistema. Carecen de la convicción y de la voluntad para cambiarlo, y por eso recurren al principio lampedusiano de modificar algunas cosillas para que esencialmente nada cambie.
Este tipo de finales de ciclo que estamos viviendo se repite recurrentemente en nuestra historia, cada vez que una crisis politica o económica sacude las bases de nuestra sociedad. Las clases poseedoras crean su propio «cuerpo de bomberos» al que encargan apagar los fuegos sociales que amenazan con incendiar sus dominios. Unas veces, los «bomberos» son conscientes del papel que estan desempeñando. Otras veces no. Pero eso, a la postre, importa poco. Lo fundamental son los efectos alcanzados. Y en el caso de Podemos, no han logrado solamente, en apenas un año, contribuir decisivamente a la desmovilización de los trabajadores y el conjunto de la sociedad, sino también crear un espejismo de ilusiones colectivas que cifran el fin de nuestras desgracias en el acceso de la nueva formación a las instituciones del establishment.
Para ilustrarse convenientemente sobre la trascendencia del papel que juegan estos «bomberos sociales» al lector le bastaría con acudir a las hemerotecas y consultar una fecha y un nombre: 1982 y PSOE.