Rosa, Polo­nia y los pola­cos (car­ta a John Ber­ger)- Maciek Wisniewski

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¡John!, ya una vez nos escri­bi­mos. Te pre­gun­ta­ba algo sobre uno de tus tex­tos. Con­tes­tas­te rápi­do y abier­ta­men­te. Yo anda­ba fue­ra de mi Polo­nia natal; tú, en tu Fran­cia adop­ti­va. Nos escri­bi­mos en inglés, aun­que podía­mos tener más opcio­nes. Pero tú –como tú mis­mo dices– no hablas pola­co (aun­que te gus­ta el idio­ma); y yo –como yo digo– no me ani­ma­ría con mi fran­cés (que nun­ca me ha gus­ta­do lo sufi­cien­te). Aho­ra qui­sie­ra escri­bir­te nue­va­men­te: esta vez en cas­te­llano y no directamente.
Otra vez será sobre un tex­to tuyo –Un rega­lo para Rosa ( La Jor­na­da, 7/​3/​15), bello, ale­gre, humano – , pero ya no pre­gun­tan­do, sino res­pon­dien­do. O más bien: que­rien­do acom­pa­ñar­te en tus refle­xio­nes sobre Rosa Luxem­bur­go (1871−1919), la gran teó­ri­ca y revo­lu­cio­na­ria ¿pola­ca?, ¿judía?, ¿ale­ma­na? (…de eso más ade­lan­te). Aun­que sien­to que pen­sar en Rosa sig­ni­fi­ca tras­pa­sar todas las fron­te­ras (polí­ti­cas, con­cep­tua­les, geo­grá­fi­cas), siem­pre aca­bo pen­san­do tam­bién –pare­ce que nos pasa lo mis­mo– en Polo­nia y en los polacos.
Escri­bes que a la mayo­ría de noso­tros no nos intri­ga el poder, por­que hemos sobre­vi­vi­do a toda la mier­da del poder. Sí. Pero a la vez somos una nación ultra­con­ser­va­do­ra suma­men­te pro­pi­cia a mani­pu­la­cio­nes, fobias y ope­ra­cio­nes de fal­sa con­cien­cia indu­ci­das des­de el poder, la Igle­sia y cen­tros de man­do (ayer Mos­cú, hoy Washing­ton). Ya lo dijo la escri­to­ra Maria Dabrows­ka (1889−1965): Los pola­cos, la nación más reac­cio­na­ria del mundo.
Escri­bes que somos exper­tos en dar­le la vuel­ta a los obs­tácu­los. Sí. Pero a la vez somos cam­peo­nes en meter­nos en cul-de-sacs polí­ti­cos y socia­les, una mis­te­rio­sa dia­léc­ti­ca que tal vez sólo un acto del sicoa­ná­li­sis colec­ti­vo explicaría.
Evo­cas las huel­gas de los 70 y su supre­sión por el régi­men diz­que obre­ro (algo que Rosa veía venir); evo­cas Soli­dar­nosc. Pues sí. Sólo noso­tros éra­mos capa­ces de crear un movi­mien­to social con base sin­di­cal tan amplio y diver­so; pero tam­bién sólo noso­tros éra­mos capa­ces de des­per­di­ciar su poten­cial y some­ter­nos a la tera­pia del cho­que neo­li­be­ral con la volun­tad del perro de Pavlov (tú mis­mo –siguien­do a Nao­mi Klein– escri­bías de esta per­ver­si­dad: Borrar el pasa­do, La Jor­na­da, 15/​6/​07).
Escri­bes que en el diz­que socia­lis­mo inven­tá­ba­mos tác­ti­cas para irla lle­van­do; evo­cas las amas de casa –como Jani­na– y sus esfuer­zos para lidiar con esca­sez y colas. Pero lo que ayer fue sobre­vi­ven­cia heroi­ca fren­te al sis­te­ma absur­do hoy es sólo cosa de pobres. Como la sopa de ace­de­ra sil­ves­tre que men­cio­nas. Te entris­te­ce­ría como este tru­co mile­na­rio para lle­nar ollas y estó­ma­gos fue secues­tra­do por la ideo­lo­gía de lais­sez-fai­re.
El otro día un pro­mi­nen­te miem­bro del par­ti­do gober­nan­te (PO), cues­tio­nan­do la cifra de 800 mil niños des­nu­tri­dos en Polo­nia, dijo que si tie­nen ham­bre que se vayan a reco­ger ace­de­ra y fru­tas sil­ves­tres cómo él hacía de chi­co (Gaze­ta Wybor­cza, 6/​3/​13). Este polí­ti­co se lla­ma Ste­fan Nie­sio­lows­ki y en los 70 que­ría volar un monu­men­to de Lenin, por lo que aca­bó en la cár­cel. Por casua­li­dad vive enfren­te de la casa de mis abue­los. Mi abue­la de 91 años dice que cuan­do se lo topa en la tien­di­ta éste se por­ta como vete­rano de la lucha por la liber­tad y nun­ca quie­re hacer cola, como si fue­ra sólo cosa del socia­lis­mo; y dice algo más: que la dife­ren­cia entre el socia­lis­mo y el capi­ta­lis­mo es que antes había dine­ro pero no había mer­can­cía y aho­ra hay mer­can­cía pero no hay dinero.
Tam­po­co (ya) hay monu­men­tos de Lenin. Puro Juan Pablo II y Józef Pil­suds­ki (1867−1935), el padre de la inde­pen­den­cia, a cuyo PPS Rosa y su SDK­PiL repro­cha­ban ante­po­ner los intere­ses nacio­na­les a los del pro­le­ta­ria­do (social-patrio­tis­mo). Curio­so. Fue Pil­suds­ki quien dijo: “ Polacy: naród wspa­nialy, tyl­ko lud­zie kurwy”/Los pola­cos: la nación, mara­vi­llo­sa, sólo la gen­te, putas (no me lo estoy inventando).
Pues yo qui­sie­ra pro­po­ner otra fór­mu­la que igual –recor­dan­do a Witek y Jani­na– te gus­ta­ría, John. Los pola­cos: la gen­te mara­vi­llo­sa, sólo la nación: una mier­da. Le gus­ta­ría a la mis­ma Rosa. Se reiría. Le inco­mo­da­ba ser pola­ca y tenía cla­ro que su lucha era la de cla­ses, por la revo­lu­ción, el inter­na­cio­na­lis­mo, no por la inde­pen­den­cia. Esto no le ganó mucha sim­pa­tía en Polo­nia ni ayer ni hoy. Por eso esta­mos siem­pre lis­tos para rei­vin­di­car la per­te­nen­cia de los famo­sos a nues­tra tri­bu –Copér­ni­co, Cho­pin, etcé­te­ra – ; la Rosa apá­tri­da se la cedi­mos gene­ro­sa­men­te a los ale­ma­nes (y así, como ale­ma­na, por lo gene­ral funciona).
¿Se equi­vo­có en la cues­tión nacio­nal? Qui­zás exa­ge­ró, pero yo digo que el meo­llo de su argu­men­to no tie­ne falla: el capi­ta­lis­mo es un sis­te­ma glo­bal y el nacio­na­lis­mo – at the end of the day– un meca­nis­mo de divi­sión y dis­trac­ción. Bas­ta ver a Polo­nia: des­pués de que Soli­dar­nosc dege­ne­ró en una reac­ción nacio­na­lis­ta y reli­gio­sa, el cato-patrio­tis­mo se vol­vió la prin­ci­pal herra­mien­ta para mane­jar los desas­tro­sos efec­tos de la tera­pia del choque.
Rosa no que­ría ser sólo pola­ca y tam­po­co sólo judía o sólo mujer. Igno­ra­ba a los socia­lis­tas de Bund que que­rían que se suma­ra a la cau­sa judía y se dis­tan­cia­ba de las femi­nis­tas para no aca­bar rele­ga­da a la cues­tión feme­ni­na. Curio­so. Sólo ver a una mujer en la bici le daba risa.
Sien­do obje­to de ata­ques xenó­fo­bos y misó­gi­nos (sobre todo en SPD) se nega­ba a ser víc­ti­ma: que­ría libe­rar­se de todo el peso iden­ti­ta­rio y ser lo que era: teó­ri­ca y revo­lu­cio­na­ria. No sé tú, John, pero yo en tiem­pos del iden­ti­ta­ris­mo com­pul­si­vo encuen­tro este su anti-iden­ti­ta­ris­mo muy refrescante.
Escri­bes que te sien­tes cómo­do con los pola­cos y en Polo­nia como en casa. I wish I could say the same. Pues, la vida… Supon­go que tú tam­bién por algo has deja­do tu Inglaterra.
Hubo tiem­pos en que me inco­mo­da­ba mucho mi ser pola­co, has­ta que empe­cé a pen­sar en esto vía Fanon: no hay camino a lo uni­ver­sal que no pase por lo par­ti­cu­lar (Los con­de­na­dos de la tie­rra, 1961, p. 247). Aun así, I tell you John, los úni­cos pola­cos con quie­nes me sien­to cómo­do y en su com­pa­ñía como en casa son… los cata­la­nes (como les dicen los madri­le­ños que no entien­den su idioma).
Un sen­ti­mien­to –creo– ver­da­de­ra­men­te inter­na­cio­na­lis­ta, y –cómo no– pro­fun­da­men­te luxemburguista.
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