Es patético observar la actitud de Rosa Díez ante la descomposición vertiginosa de lo que ella creía su partido, UPyD. A partir del mismo instante en el que aquellos que habían financiado y dado cobertura mediática para su nacimiento y desarrollo dejaron de prestarle apoyo, el proyecto se vino abajo demostrando lo que realmente era, un partido sin base alguna, una superestructura sin autonomía, absolutamente dependiente del poder.
Rosa Díez creía que UPyD era de ella, creía que era su partido, en el sentido propietario; pero ella no era más ‑tal cómo se está demostrando- que la cara de un proyecto totalmente teledirigido al servicio del Sistema. Y ha durado lo que el Sistema ha querido. Son simplemente un juguete roto.
Hay otros dos nuevos juguetes construidos con similar filosofía, características y objetivos a los de UPyD: Podemos y Ciudadanos. De momento son, como decimos, juguetes nuevos; uno para entretener a l@s despistad@s del flanco social de izquierdas, otro para el flanco social de derechas. Como todo juguete nuevo tienen a su favor el de la novedad y muy especialmente el apoyo mediático, pero sus debilidades estructurales son similares a las de UPyD. Cuando el Sistema considere que ya han sido suficientemente utilizados, y sean por tanto juguetes viejos, les dejarán caer igual que lo han hecho actualmente con el hasta ahora llamado partido de Rosa Díez.
Curiosamente a los dos nuevos, puestos de moda ahora, les llaman el partido de Pablo Iglesias y el Partido de Albert Rivera; a lo peor son tan cretinos que se lo creen.
Esos juguetes-opciones electorales, no tienen autonomía alguna con respecto al bloque dominante español, desde luego mucho menos que la que puede tener IU o incluso el PSOE. Su comportamiento es igual de patético y oportunista que el de UPyD.
La imagen difundida urbi et orbe por todos los medios de comunicación del Sistema del eurodiputado Pablo Iglesias participando en el encuentro con el máximo representante del Régimen neofranquista del 78, en contra del boicot planteado por los grupos de izquierda del Estado español, entregándole un obsequio para mayor escarnio ‑eso sí, «rompiendo el protocolo»- es digno de una farsa que no nos merecemos y de un farsante de la peor calaña.