Desde hace tiempo en Venezuela se ha venido popularizando la frase que titula este artículo: “esto es lo que hay”, incluso un grupo de jóvenes músicos sacó una canción bastante jocosa sobre la frase en cuestión. En ese sentido, el chiste suele ser una forma propia de nuestra idiosincrasia para describir toda una cultura que no sólo le dice al ciudadano de nuestro país rentista-petrolero ¡¡Confórmate!!, que “esto es lo que hay”, sino que le dice ¡¡Cálatela!! en cuanto a la mala atención que recibimos de aquel o aquella que nos ofrece algún tipo de mercancías o “servicios”.
A propósito de lo que significa una cultura de consumo, vale recordar que una de las efemérides del mes de marzo es precisamente la celebración el día quince del día internacional del consumidor. Se supone que es un día para celebrar una cultura de consumo consciente en la que los y las ciudadano(a)s luchan por defender sus derechos no sólo a obtener productos de calidad sino a recibir un trato digno por parte de las empresas que proveen servicios o mercancías.
En la revista mexicana Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo, el editor Elio Villaseñor plantea que: “…los consumidores han innovado nuevas formas de protesta que van desde boicotear los productos, hasta promover campañas y cadenas para difundir los abusos de las empresas en materia medio ambiental, productos dañinos para la salud y la sobrexplotación laboral a niños, niñas, mujeres y hombres”.
No hace muchos años algunos medios nos mostraban como ejemplo de consumidor educado, cómo los franceses ante la intención de los proveedores de leche de aumentar los precios de todos los productos lácteos –incluyendo la mantequilla que es básica en la gastronomía gala, llevaron a cabo un boicot en contra, es decir: NO COMPRARON más los productos como medida de presión para que no se ejecutara el aumento. En ese país y sin ir muy lejos en otros países como Colombia, Argentina o México ‑con sus singularidades de idiosincrasia y cultura- la frase “el cliente siempre tiene la razón” parece tener mayor sentido en cuanto al trato al público y la prestación de servicios que ofrecen los comerciantes.
En Venezuela, se da una situación muy distinta. En nuestro país parece tener mayor sentido decir que los comerciantes “tienen a Dios agarrado por la chiva” porque no existe una práctica de “cuidado” al cliente. En el ámbito del turismo por ejemplo, pese a que se han hecho esfuerzos para rescatar precisamente el carácter simpático del venezolano con la palabra “chévere”, el turista que sufre cualquier tipo de maltrato incluyendo la “viveza criolla” de la especulación o sin subterfugios: el robo descarado, no puede asimilar que ese comerciante o proveedor de cualquier servicio, como por ejemplo, puede ser un taxista del aeropuerto con tarifas dolarizadas, sea tan chévere.
Ante esa situación cuando nos preguntamos ¿quién tiene la culpa? la respuesta lugar común desde hace varios años, incluso antes de “Chávez” y ahora “Maduro”, ha sido: el gobierno. Es decir el gobierno que no controla, el gobierno corrupto, el gobierno, el gobierno, el gobierno…Jamás se le atribuye responsabilidad al comerciante ni al mismo ciudadano. Pareciera como aquel cuento de Fuenteovejuna, que todos y todas tenemos un gran rabo de paja porque todos incurrimos en mayor o menor medida en prácticas de rebusque o venta de cualquier cosa para aumentar nuestros ingresos y esa conducta, en un contexto de guerra económica puede ser desde “raspar” cupos CADIVI hasta re-vender pañales, papel toilet, café o “harina pan”.
Y es que en Venezuela pareciera que “ser comerciante” es el mejor negocio de este mundo, sobre todo si compras con dólares preferenciales, vendes con tasa dólar today y atiendes a las patadas a los “clientes”, que dicho sea de paso, ni siquiera tienes que atraer con mejores precios o mejor trato porque si le dices que ¡¡esto es lo que hay!! saldrá corriendo desesperado a hacer colas gigantescas para comprar dos, tres, cuatro o cinco bultos de papel toilet o 10 o más kilos de harina pan para consumo familiar (traducido por cierto en kilos de sobrepeso) para revender o simplemente para calmar la ansiedad consumista.
La amenaza de escasez, además de ser una estrategia política creada en los laboratorios psicológicos de perversos al estilo de J.J. Rendón, se ha convertido en un recurso fabuloso para aumentar las ganancias de manera inimaginable. Si no pregúntese cómo precisamente en estos años de revolución y amenaza permanente de escasez comunista, han crecido más las cadenas de supermercados como Excelsior Gamma, que antes de la revolución no era más que un simple abasto de portugués en Los Palos Grandes. Del mismo modo puede rastrear el origen de otros abastos tipo Central Madeirense, Luvebras, etc. etc. todos sin excepción, han crecido en cantidad y se han expandido geográficamente como probablemente nunca se hubiesen imaginado.
De esa manera, ha quedado al descubierto con las inspecciones que ha llevado a cabo el gobierno en algunos establecimientos, que acaparar productos comprados con dólares preferenciales y venderlos después –incluso vencidos- con márgenes de ganancia hasta del 3000% es un negocio más que redondo. También lo es comprarlos y “bachaquearlos” para Colombia donde se pueden vender a precios exorbitantes. Es, definitivamente, más que una lógica capitalista en la que se supone debería funcionar “la competencia”, una lógica saqueadora y terriblemente malandra, un modus operandi en el que los comerciantes se ponen de acuerdo para fijar ellos mismos los precios y cuando compiten parece que es por quién los aumenta más rápido.
Sin embargo, vale preguntarse ¿por qué se ha llegado a este extremo de “sálvese quien pueda”? ¿quiénes son los grandes ausentes? ¿cuál es el rol de los ciudadanos-consumidores por no decir del pueblo? Al hacernos estas preguntas sabemos que existen algunas personas que responden a sus intereses como consumidores o como parte de un pueblo consciente, pero también que hay una masa de venezolano(a)s que ni remotamente llevarían a cabo protestas tipo boicot, mucho menos campañas de desprestigio hacia empresas abusadoras. Por eso no es extraño que 93% de lo(a)s jóvenes encuestado(a)s en la ENJUVE 2013, declararon querer emprender un negocio propio mayoritariamente (81%) en el sector comercio y servicios en lugar de innovación, agro o manufactura.
En ese contexto, hasta ahora no hemos visto que algún “consumidor” se haya tomado la molestia de tomar fotografías que comparen la propaganda que hacen algunos supermercados como el Central Madeirense para promocionar sus verduras todas lindas, verdes y “frescas” con las que en realidad y sin vergüenza alguna venden en sus anaqueles: marchitas, podridas y contaminadas. No hemos visto aún “manifestaciones” de ciudadanos protestando por el maltrato que reciben de empresarios y comerciantes. Al contrario, muchas veces se escucha que son “defendidos” porque los “pobrecitos” no tienen los dólares para sus sacrosantos negocios o cierran cuando les parece porque “¡pobrecitos! en este país la inseguridad es terrible”.
En fin, dentro de esa terrible cultura de “esto es lo que hay”, hay un gran sendero por transitar para pasar a lo que el Presidente Maduro plantea como “de rentistas a productivos”, porque ello significa pasar de la cultura del corto plazo a las visiones a largo plazo con la incorporación de ciencia y tecnología en los procesos productivos, para mejorar la calidad e incluso ir más allá de ser “chéveres” y comprometerse verdaderamente con el modelo socialista, humanista y solidario que Chávez soñó.
Allí el gran desafío para el Socialismo del siglo XXI.
Irama La Rosa
Directora de la Línea de Investigación Sociología del Gusto, Juventudes
y Cultura, del Grupo de Investigación Social Siglo XXI (GISXXI).