«Me lo encontré mesiánico, rabino de un templo de sombras, con algo quizá de profeta incomprendido o de sefardita que vuelve del terrible éxodo y se planta en el corazón de Sevilla para levantar amorosamente su salmodia a compás de soleá»
(José Antonio Blázquez)
Casi todo lo que cantó Lole Montoya, su amor de toda la vida, había sido escrito por Manuel. Porque Manuel era, ante todo y sobre todo, un poeta flamenco. Manuel Molina Jiménez había nacido en Ceuta en 1948, pero prácticamente toda su vida estuvo vinculada a su sevillano barrio de Triana, por el cual sentía auténtica veneración:
«Mira si soy trianero,
que estando en la calle Sierpes,
me considero extranjero»
era una de las letras que cantaba, autoacompañándose con su guitarra. Porque Manuel, cuando se arrancaba, era uno de esos pocos artistas que se autoacompañaba, tarea harto dificultosa, a decir de los entendidos. Hijo del guitarrista algecireño conocido como «El Encajero», su familia se trasladó a Triana durante la década de los años 50 del pasado siglo. Según se nos cuenta en el sitio web «El Arte de Vivir el Flamenco», a los 12 años, Manuel ya fue uno de los componentes del trío «Los gitanillos del Tardón», junto con su pariente Chiquetete y «El Rubio», obteniendo mucho éxito. Pero el primer gran hito de Manuel en su carrera artística vino de la mano de su participación en el grupo SMASH, auténtico pionero del rock andaluz, precursor de muchos otros que siguieron su estela, y vivero de otros muchos artistas que incursionaron en lo que se vino a denominar como «Nuevo Flamenco». Sobre finales de la década de los 60 y comienzos de los 70, aunque en principio, según propias declaraciones, «no estaba muy convencido de actuar con aquélla banda de melenudos» (sólo accedió porque su manager prometió sacarlo de la mili, que cumplía por aquél entonces), Manuel Molina se incorporó a SMASH, que a la postre sería reconocido como un destacado y valioso grupo, emblemático del rock progresivo de raíz flamenca, con el cual realizó algunas grabaciones, entre ellas una versión de «El Garrotín» que alcanzó gran popularidad.
Pero Manuel había comenzado mucho antes como guitarrista flamenco al uso, acompañando al cante a figuras como Antonio Mairena, Fosforito o Camarón de la Isla. Después, como hemos comentado, y a raíz de su participación en el grupo SMASH, se entregó a un cierto tipo de experimentalismo musical, sin perder las raíces flamencas. Su triunfo definitivo, no obstante, llegó al conocer y formar pareja artística con la sevillana Dolores Montoya, hija de la cantaora de origen argelino «La Negra». Ambos, Manuel y Dolores, conocidos para el flamenco como Lole y Manuel, de estirpe gitana y rancio abolengo, nos regalarían una de las más bellas aportaciones de la reciente historia flamenca, mediante la unión de una guitarra y una inspiración flamenca memorables (Manuel) y una voz limpia y esplendorosa (Lole):
«En llorar, tantos siglos de llorar,
tantos de andar el camino,
tantos de andar y llorar,
cuando canta el pueblo mío,
más que cantar es llorar»
Con un estilo propio y muy personal, con letras que refrescaban el tradicional catálogo flamenco, pero sin perder ni una pizca de la hondura y de la pasión de nuestro arte, comenzaron a actuar juntos desde 1973, y grabaron su primer disco en 1975, al que le seguirían muchos otros, incluso una versión orquestada de «El Amor Brujo» de Manuel de Falla. Pero Lole y Manuel no sólo formaron pareja artística, sino que también fueron pareja sentimental, contrayendo matrimonio, que duró hasta 1993, cuando se produjo su separación en ambas facetas, aunque después, esporádicamente, hayan actuado juntos en numerosas ocasiones, como el disco que dedicaron a su hija, Alba Molina.
«Me voy a bordar tu nombre,
con las trenzas de mi pelo,
con hilillos de colores,
pa que veas cómo te quiero»
El pasado martes 19 de mayo se nos ha ido Manuel, el «Joan Manuel Serrat andaluz», como su propia pareja lo había catalogado. Murió en su casa del municipio sevillano de San Juan de Aznalfarache, a consecuencia de un cáncer que le habían detectado hace algunos meses. Nos ha dejado a los 67 años, cuando todavía podíamos aprender mucho de su sensibilidad, de su magisterio y de su porte flamenco. Desde esta humilde tribuna queremos rendir tributo y homenaje a una figura colosal del arte flamenco, que contribuyó no sólo a renovar la poesía y las letras clásicas flamencas, sino también a refrescar la imagen y el sonido ligados a este universal arte. ¡Hasta siempre, maestro!