Nota: ponencia escrita para la revista Laberinto
1. Trabajo libre contra tripalium
La crisis actualiza un debate anterior al comunalismo inglés del siglo XVII que recuperaba tierras baldías de la nobleza bajo el lema de omnia sunt communia: todo es de todos. Müntzer lanzó esta consigna a comienzos del siglo XVI siguiendo una de las dos «almas enemigas» que corroen a las religiones precapitalistas como «medios de integración y protesta»1: la que guardaba la memoria herida de la propiedad comunal, mientras que las iglesias protestantes y el catolicismo seguían el «alma» de la propiedad privada que se imponía sobre la comunal conforme se afianzaban los Estados tributarios. Recordemos que hasta poco antes del capitalismo a muchos pueblos «les era totalmente desconocida la propiedad privada del suelo»2.
Muchos textos escritos en la Mesopotamia del ‑3000 giraban alrededor de la explotación del trabajo, como la Epopeya de Gilgamesh y El poema del muy sabio Atharasis que narra en forma mítica la lucha entre los igigi, cansados de la sobreexplotación agotadora, y los anunnaki, que vivían apropiándose de los bienes producidos por los campesinos igigi3. Para acabar con las resistencias de los explotados igigi los anunnaki lanzaron el Diluvio Universal y crearon una nueva raza humana pasiva, explotable eternamente e incapaz de pensar en su autogestión e independencia de todo amo.
Roma conocía la fluctuante pervivencia del «alma» comunalista en sectores campesinos y en el siglo XIII Tomás de Aquino admitió que in extrema necessitate omnia sunt communia. Surge aquí un debate que recorre la pugna entre la doctrina social católica que asume una autogestión respetuosa con la propiedad privada, para lo que tal vez podría recurrirse in extrema necessitate al muy limitado derecho a la rebelión de Tomás de Aquino4, y la autogestión socialista que asume la autodefensa violenta contra la explotación, según el principio de que «tomado en el más estricto sentido del término, el pacifismo es sumamente inmoral»5.
Ideales de igualitarismo existen en el Islam: «Según el propio Mahoma, la riba, es decir, la ampliación de la fortuna, es un pecado muy grave»6. Si vamos al otro extremo del mundo, «el mito utópico del comunismo agrario del jingtian estará muy vigente en China hasta pleno siglo XX. Los primeros marxistas vieron en él la versión del “comunismo primitivo”; los teóricos del “modo de producción asiático” se refirieron a él hacia 1930, haciéndolo suyo»7. Conocemos la resistencia tenaz y polivalente8 de los pueblos originarios americanos para defender sus tierras comunales y sus identidades9 pero casi desconocemos el rechazo de los indios a aceptar el dinero10 de los blancos a finales del siglo XVIII, por sus destructivos efectos, ya que facilitaban la especulación sobre sus tierras y destruían sus redes comunitarias. Intuitivamente los indios sabían que «el dinero es un depósito de poder social»11 y esa esencia inhumana termina pudriendo toda experiencia de «banca ética», «moneda social», etc.
Una mezcla de especulación, proteccionismo y «libertad de comercio» que imponían los Estados a los pueblos precapitalistas y Estados débiles ayudó al auge capitalista. M. Beaud ha definido estas formas brutales de acumulación como «lo antiguo y lo nuevo»12. Los actuales TTIP, TiSA y TLC son mejoras contemporáneas de la «libertad de comercio» de aquellos siglos iniciales. Por ejemplo, el Tratado de Methuen de 1703 mediante el que el imperio portugués anulaba de facto su independencia económica a cambio de la protección internacional de la expansiva Inglaterra13. C. Andrés Ortiz sostiene que los intentos de la Unión Europea para forzar tratados de libre comercio con Mercosur y Unasur siguen la estela del Tratado de Methuen que enriqueció a la minoría y empobreció a la mayoría14.
La acumulación originaria del capital15 muestra la destrucción salvaje de lo comunal y de la autogestión de pueblos precapitalistas, proceso consustancial al capitalismo como bien demostró Rosa Luxemburg y D. Harvey confirma en el presente16. Luego Marx insiste en el papel creciente del capital ficticio, ya denunciado por Gilbart en 1834 con una frase: «Todo lo que facilita los negocios, facilita también la especulación y que ambos van, en muchos casos, tan íntimamente unidos, que resulta difícil decir dónde acaban los negocios y dónde empieza la especulación»17.
La historia del capital es despiadada: expropia los comunales e ilegaliza y reprime el derecho consuetudinario que permitía a los pueblos sobrevivir con su uso, derecho precapitalista que Marx18 defiende y justifica. El capital recurre al terror, a las corrupciones y especulaciones para impulsar al capital-dinero y especulativo, creándose una espiral de explotación sistemática que multiplica las corrupciones y violencias extremas. Ante esto, ocurre que «los obstáculos que la solidez y la estructura interiores de los sistemas nacionales de producción precapitalista oponen a la influencia disgregadora del comercio se revela de un modo palmario en el comercio de los ingleses con la India y con China»19 porque la pequeña agricultura, la industria doméstica y la propiedad comunal oponen la más tenaz resistencia «a la producción de la gran industria»20.
¿De dónde surge ese potencial de resistencia anticapitalista? De la dialéctica del trabajo, es decir, del hecho de que antropogenia y trabajo sean prácticamente la misma praxis liberadora que queda, sin embargo, anulada por la dominación de la clase propietaria de las fuerzas productivas21. El capitalismo anula el potencial liberador del trabajo mediante la unidad dialéctica de la explotación asalariada y de su subsunción en el capital, en un proceso simultáneo sometido a la ley general de la acumulación. Mientras que el trabajo libre es una actividad orientada a un fin y modelada «según las leyes de la belleza»22; bajo el capital el trabajo es alienante, forzado, enajenado. «Trabajo» en el lenguaje de quien tiene que trabajar para vivir también significa «dificultad, impedimento, perjuicio, penalidad, molestia, tormento, suceso infeliz, estrechez, miseria, pobreza o necesidad con que se pasa la vida»23. La palabra «trabajo» viene del instrumento romano de tortura llamado tripalium.
Autogestión24, asociación cooperativa25, cooperación26, consejismo27, sindicalismo y sindicatos28 y otras prácticas son praxis diversas en sus formas pero unidas contra el tripalium. Diversidad apreciable en las cinco acepciones del término autogestión: social revolucionaria; pedagógica y cultural; popular, de comunidades y colectivos; en el trabajo en comités y comisiones; y sobre todo «la gestión por parte de los productores directos de los medios de producción en una escala general ‑en un pueblo, una comarca e, inclusive, en el conjunto de la economía social de un país. En este caso se habla de la autogestión social generalizada siempre en sintonía con las aspiraciones y necesidades de un autogobierno popular ejercido por los propios trabajadores ‑y sin intermediarios»29.
Según L. Carretero: «el conjunto del movimiento obrero pasa a centrarse en la construcción de un modelo social que tenga a la cooperación y a la autogestión como elemento fundamental. Buena prueba de ello es el siguiente fragmento de la relación introductoria al problema de la gestión colectiva por parte de los obreros, redactada en el Congreso de Ginebra de la Primera Internacional en 1866:
Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad actual, fundada sobre el antagonismo de clase. Su gran mérito es el de mostrar en la práctica que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, despótico y pauperizante, se puede sustituir por el sistema republicano de las asociaciones de productores libres e iguales. El sistema cooperativo, reducido a su forma minúscula, nacido de las fuerzas individuales de los esclavos asalariados, no puede, por sí solo, transformar la sociedad capitalista. Son indispensables cambios generales para convertir la producción social en un amplio y armonioso sistema de trabajo cooperativo30.
Una forma de cooperativismo es parte de la autogestión socialista porque al organizarse en forma de cooperativa obrera de producción y consumo, actuando «con arreglo a un plan común» significan el «comunismo “realizable”»31, que puede y debe ser una praxis revolucionaria contra el capitalismo, o degenerar en su aliado. Según M. López «las cooperativas se han desarrollado dentro del capitalismo, por lo que integra, hacia fuera de la cooperativa, los mismos comportamientos de una empresa cualquiera, en la medida que debe competir en calidad y precio, reducir costes, usar técnicas de marketing y gerencia, etc.». La Corporación Mondragón es un ejemplo de ello, lo mismo que el cooperativismo impulsado por el Estado burgués32.
2. Autogestión como autodefensa nacional
Las crisis tienden a reabrir antiguos ideales borrosos y contradictorios que laten en la historia popular, con especial incidencia en las «cuestiones feministas»33 por su vital conexión con la propiedad patriarcal. No es casual que las luchas feministas, si son tales, radicales34, son las más impulsoras de la autogestión revolucionaria. Dentro de esta recuperación teórica intentamos adecuar el texto Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista, algunas lecciones para Euskal Herria, de 2002, colgado en la red y en formato libro en Boltxe Liburuak, 2013. Empieza así:
Erich Gerlach narra en su Introducción a ¿Qué es la socialización? -la imprescindible obra de Karl Korsch, (Ariel nº 115, 1975)- que el 19 de noviembre de 1941 Bertolt Brecht escribía a Korsch instándole a que hiciera una «imprescindible» investigación histórica de las relaciones entre los consejos o soviets y los partidos. Según Brecht esta investigación es un «asunto de vital importancia para nosotros…» y, siempre según este, Korsch era el más capacitado para ello. Gerlach concluye: «No contamos, por desgracia, con un trabajo de Korsch sobre el tema. Pero situó en todo momento el sistema de los consejos o, de manera más general, el derecho de autodeterminación de los trabajadores en su trabajo y en su vida en el centro mismo de la lucha política y del trabajo teórico»35.
E inmediatamente después:
En cuanto a lo escrito por Gerlach surgen, entre otras muchas, estas cuatro preguntas fundamentales: ¿qué relaciones existen entre los consejos y soviets, o la autogestión socialista, y las formas de cooperativismo? ¿Por qué renacen periódicamente las prácticas consejistas o autogestionarias y qué relaciones guardan con los cooperativismos? ¿Qué significa realmente la autodeterminación de los trabajadores y qué relaciones tiene o puede tener con la de los pueblos oprimidos? ¿Qué relación existe o puede existir, por tanto, entre consejismo y autogestión y la autodeterminación nacional? La respuesta ya nos la dio Lucio Cornelio en su texto Introducción a la autogestión (El Cid Editor, Buenos Aires, 1978, p. 161): «Aunque a menudo distintos formalmente, los dos actuales movimientos para la autogestión por una parte, y para la independencia de las naciones por otra, están íntimamente ligados y se explican en profundidad por las mismas causas»36.
D. Day hace constar que «cuando los lazos entre la gente y la tierra son más débiles, el control del territorio está más expuesto a la llegada de un extranjero poderoso»37 y entre varios ejemplos cita a la Corea de 1909 ocupada por Japón. Entonces los coreanos escribían clandestinamente su historia nacional manteniendo los irrompibles lazos entre territorio e identidad38: verdadera autogestión nacional. En 1941, el nazifascismo aplastaba a los pueblos provocando su autogestión defensiva en forma de guerrillas más allá de Europa: India, Vietnam e Indonesia39, China, Filipinas, Birmania, etc. La autogestión clandestina fue decisiva en las insurrecciones urbanas, destacando la de Varsovia capaz de crear su propio Estado40, al igual que la disciplinada cooperación clandestina en campos de exterminio nazis. Tras 1945 las luchas de liberación nacional recurrieron al mismo método autoorganizativo para conquistar la independencia41.
Desde la década de 1970 el capitalismo impuso la desregulación financiera y la aplicación implacable de las seis medidas que contrarrestan la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (como describió Marx): aumento del grado de explotación del trabajo; reducción del salario por debajo de su valor; abaratamiento de los elementos que forman el capital constante; superpoblación relativa; comercio exterior, y aumento del capital-acciones42. Una de las plasmaciones más acabadas de estas medidas la encontramos en el llamado Consenso de Washington43, diseñado entre otros objetivos para destruir la independencia autoorganizada de los pueblos saqueables.
El sistema capitalista también se autoorganiza y hasta impulsa determinados niveles de autogestión reaccionaria siempre sometidos al telecontrol estratégico realizado por el «Estado vigilante»44 que entre otras muchas más tareas tiene también la de actualizar la «lógica cultural del Miedo… solo posible mediante la estimulación mediática de ese Miedo en el contexto de la rentabilidad económica, y las posibilidades infinitas de control social vinculadas a la provocación recursiva de amenazas de diverso signo: medioambientales, financieras, epidémicas, alimentarias y, por supuesto, terroristas»45. Y debe realizar esta producción de miedo social porque las contradicciones irreconciliables del capitalismo hacen que tarde o temprano incluso dentro de «la complementariedad (auto-organizadora) de la(s) violencia(s)», y que por su esencia antagónica, tienda a surgir la autoorganización de la «violencia de los excluidos» y no solo de los excluyentes46.
3. Autogestión obrera y popular
Sabemos que la autogestión es muy anterior a la década de 1970: «En general, las cooperativas, como formas autogestionarias de asociación, con fines sociales, económicos y culturales, constituyeron, junto a otras fórmulas como los sindicatos, mutualidades, sociedades obreras, de socorro, etc., las instituciones de resistencia que crearon las clases populares a mediados del siglo XIX frente a las duras condiciones de vida y trabajo que la naciente sociedad industrial imponía a la mayoría»47. En un ejemplo de autogestión nacional de clase, el argentino Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura (FATRAC) se opuso en 1969 al «Proyecto Marginalidad»48 destinado a conocer la realidad social primero del Cono Sur latinoamericano y luego de toda Nuestra América. La Fundación Ford subvencionaba el «estudio científico neutral» de las «capas marginales» con fines de contrainsurgencia. Tras un detenido análisis crítico del proyecto, el FATRAC afirmó que:
Los intelectuales que pretenden tener un rol progresista no deben realizar estas investigaciones dentro de los marcos y con la financiación de instituciones del sistema, ya se trate de fundaciones norteamericanas o de los organismos de sus aliados locales –reparticiones estatales, institutos privados al servicio del sistema, etc. pues esto asegura totalmente que ellos instrumentarán sus resultados para reforzar su dominación. Por el contrario, dada la ya reconocida relevancia política del tema, una investigación de este tipo solo se justificaría si se asegura que sus resultados solo serán conocidos por aquellos sectores enrolados realmente en la lucha por la liberación nacional y social. […] aun en el supuesto que los datos de esta investigación se hagan públicos solo permitirían un uso residual por parte de estos sectores, puesto que tendrían la misma información pero menor poder o facultad que la derecha49.
No hay espacio en este ensayito para explorar las vías abiertas por el párrafo relacionadas con la autogestión, pero, como síntesis, recurrimos a esta cita: «Eso exige, como primer paso, encontrar métodos organizativos básicos que colectivicen la acción de los intelectuales, hoy dispersos y atomizados […] uniéndonos a otras muchas incitaciones que hoy provienen de diferentes ángulos, consiste en unir fuerzas en un frente de lucha, en el que cada uno de nuestros esfuerzos, cada una de nuestras experiencias, se confronten, enriquezcan y potencien con las de otros, en una acción en común»50. Se trata de autoorganizarse no solo fuera del poder imperialista, en una falsa e imposible neutralidad cognoscitiva y apolítica51, sino directamente en su contra por cuanto movimiento de liberación nacional y social antiimperialista, por tanto de trata de una autogestión nacional de clase.
Fue terrible la suerte corrida por el FATRAC bajo las dictaduras, pero vive en la autogestión actual de las naciones trabajadoras52 que se oponen a sus burguesías y a los amos internacionales, como es la resistencia diaria del hospital oncológico de Atenas, que funciona en buena medida gracias a la autogestión de sus trabajadoras y trabajadores53, en un pueblo que se autogestiona y autoorganiza54 porque el Estado se hunde y los barrios se organizan55 para defenderse de la crisis provocada por su burguesía en connivencia con la Unión Europea. También en estas luchas las mujeres han jugado un papel fundamental56.
A otra escala, el auge de muchas formas de cooperativismo en Catalunya57, o la cooperación de bases amplias para resolver problemas de vivienda, terrenos cultivables, suelo urbano y rural en Centro América58. La autogestión de cuatro empresas integradas en redes de coordinación a nivel europeo bajo el título de «Economía de los trabajadores», en colaboración con el movimiento argentino59. O la televisión comunitaria creada por trabajadores uruguayos60 mostrando la estela a la televisión autogestionada griega antes de la vuelta a la emisión oficial61.
La asamblea obrera es básica como confirma la empresa VIOME abandonada por sus propietarios, recuperada por la clase obrera después de dos años de lucha y en propiedad colectiva de sus trabajadores que se autogestionan formalmente bajo la figura legal del sindicato que:
Legalmente debe tener una serie de cargos, como el presidente, el tesorero, etc. Pero los propios trabajadores decidieron no darles validez a estas figuras. Trabajan y toman las decisiones de manera asamblearia; cada trabajador tiene un voto. Makis Anagnostu, el presidente del sindicato, funciona a modo de portavoz, transmitiendo las decisiones de la asamblea a los medios de comunicación y a otras organizaciones, pero no tiene ningún poder propio62. De hecho, se constata que la autogestión obrera y popular de empresas recuperadas por sus trabajadores «está dando sus primeros pasos»63.
La autoorganización resurge entre el pueblo afroamericano: «en el marco de estas protestas comienza a oírse otro rumor: suma de voces que se va tejiendo entre movimientos sociales, agrupaciones barriales, grupos de derechos humanos y otros que confluyen hacia la conformación de un nuevo movimiento»64. Coordinación de base que aúna fuerzas espontáneas activadas por el endurecimiento represivo, con fuerzas organizadas que se expresan en forma de movimientos populares y sociales de bases amplias centralizadas por sus objetivos básicos, con, por último, pequeñas organizaciones militantes que han mantenido vivas las brasas de luchas anteriores, de forma que:
[…] las tácticas que practicamos parten de un legado que viene de nuestros antepasados, quienes ocuparon una biblioteca en 1939 para reclamar su derecho al alfabetismo, o a las ocupaciones de restaurantes de los años 60 para exigir la derogación del sistema de segregación. Intervenimos en espacios donde nuestra mera presencia incomoda al sistema y a la gente que nos ve como asunto ajeno»65.
Dinámicas iguales en lo sustantivo descubrimos en la lucha de las famosas «mareas». En ellas los grupitos de militantes autogestionados, formados política y teóricamente han mantenido años de «lucha gris y subterránea» hasta que empiezan a emerger dentro de movimientos más amplios. Las movilizaciones en el Estado español en defensa del sistema educativo público coinciden sustancialmente con las tenaces luchas actuales de los sindicatos de maestros y profesores en México66.
La cultura liberadora de las mareas de maestros es asumida por la experiencia argentina en «La Fábrica, Ciudad Cultural», centro cultural autogestionado en IMPA, en el que funcionan talleres y cursos, se realizan fiestas, funciones de teatro, cine, etc., representa un buen intento de articulación con la comunidad67. Nos hacemos una idea de la cultura que se imparte cuando leemos que «las empresas recuperadas trascienden la producción y se constituyen, en algunos casos, en ejes de organización popular a partir de la articulación de distintas formas de lucha. Así encontramos la formación de centros culturales, bibliotecas, centros educativos, proyectos de construcción de viviendas, etc.»68.
El deterioro deliberado de barrios empobrecidos para, sobre sus ruinas, construir residencias burguesas con policía privada generalmente de ultraderecha69 ha dado lugar a formas de autodefensa del entorno vital. Estos procesos resurgen siempre que hay una previa autoorganización de base como es el caso de la lucha vecinal de Brixtol, «símbolo de resistencia y de cultura popular»70 en el extremo urbano del nuevo proletariado británico tan bien estudiado por O. Jones71, que se ha puesto en pie para impedir el desahucio masivo de sus condiciones materiales de vida. Destrucción de barrios populares, construcción de residencias burguesas: frases del capital72 que el pueblo combate.
La autogestión dirigida al socialismo es practicada por las izquierdas turcas, por ejemplo en el barrio de Küçük Armutlu combinando la iniciativa popular, la autogestión y la lucha antiimperialista por la soberanía del pueblo, creando jardines, mercados ecológicos con precios justos, producción endógena y regional que se vende en supermercados populares, se previene la delincuencia social mediante medidas sociales y educativas, etc.: «Es importante poner esos proyectos en el contexto de la política imperialista de Occidente y la relación neocolonial con los países dependientes. Desarrollando ese tipo de iniciativas se reduce la dependencia del pueblo de la oligarquía local y especialmente de las políticas que Unión Europea y Estados Unidos imponen destruyendo la industria alimentaria, no solo de los países de tercer mundo, sino la de los nuevos miembros de la unión»73.
En los barrios empobrecidos la autogestión vecinal mediante comedores populares74 abre la posibilidad de una radical crítica del principio burgués de la propiedad privada de la industria alimentaria: la salud y la alimentación se integra en la soberanía popular75. Otra denuncia práctica aunque todavía no política ni teórica del capitalismo, es la autoorganización contra la pobreza realizada mayoritariamente por mujeres76. Y en Centroamérica se da un paso decisivo: «la vivienda, entre el derecho y la mercancía»77 con la aguda reflexión de Gustavo D. González.
La consigna «ocupar, resistir, producir» expresa las lecciones del movimiento obrero alrededor de la empresa Zanon que ha «levantando la bandera de la ocupación, la puesta a producir y la estatización bajo control obrero como una bandera de lucha para el conjunto de los trabajadores, alentando con su experiencia, una salida por izquierda a la crisis capitalista»78. El movimiento de las «fábricas sin patrón» en julio de 2015 mostraba su potencia en los diez meses de control obrero de Donnelley, perteneciente a las 500 más grandes del mundo, cerrada por sus propietarios dejando en la calle a 400 familias, y que tras ser recuperada recibió el nombre de Madygraf79.
El proceso de coordinación y autoorganización de las fábricas recuperadas por la autogestión obrera que avanzan a una red de empresas cooperativas80, puede ser impulsado por el gobierno o frenado por este según las relaciones de fuerza en la lucha de clases y el conflicto político, como sucede en Argentina. Sucede lo mismo con toda lucha autoorganizada, por ello el sistema de autodefensa debe ser efectivo. Las dificultades abrumadoras que debe superar la recuperación obrera de empresas abandonadas y puestas a funcionar dentro de la legalidad capitalista, son verdaderamente tremendas porque se enfrentan a mil y una maniobras diarias del sistema para derrotarles. La empresa Flasko81 lleva once años liberada y siempre debe vencer nuevos ataques.
La empresa italiana RiMaflow82 es una fuerza de emancipación frente al capitalismo en cada vez más áreas de la vida productiva, social, cultural, afectiva y emocional, sexual, ecologista, deportiva, etc., que intentan superar la dictadura del mercado en la medida de lo posible: es uno de los ejemplos que muestran por qué es reprimida la autogestión revolucionaria, sobre todo cuando el lema es «fábrica cerrada, fábrica tomada»83. Las defensas ante las permanentes agresiones contra la autogestión social pueden resumirse, al menos, en una docena de acciones de autodefensa84: economía, ecología, gobierno, cosmovisión, vivienda, seguridad, comunicación, salud, energía, finanzas, ciencia, y educación.
¿Cómo pensar y organizar la autodefensa? Con «la asamblea como centro»85 que se organiza, gestiona, determina y se defiende. Cuando las clases explotadas adquieren la fuerza y recuperan lo que les han quitado deben articular estrategias de auto-defensa realistas: Por ejemplo, en México grupos de autodefensa popular contra el narco-capitalismo devuelven a los campesinos las tierras que los narcos les habían arrebatado86, haciendo suyo un lema de la autogestión argentina: «“Jaque al patrón, todo el poder al peón”»87.
4. Autogestión reformista
Hay dos autogestiones opuestas: la socialista88, que busca acabar con el tripalium recuperando el trabajo como creación de bello valor de uso dentro de la propiedad comunista89, y la burguesa, que integra pequeñas áreas de cogestión y propiedad cooperativa sin combatir al capital y hasta defendiéndolo por activa o por pasiva, aislándose de la lucha obrera y popular, o enfrentándose a ella90. El punto crítico que les separa estalla cuando deben enfrentarse a la propiedad del capital: o se la ataca o se la acepta.
Hay muchas formas de atacar o aceptar la propiedad del capital. Una forma de atacarla es no hipotecarse con préstamos y deudas de la banca privada o de las instituciones oficiales porque toda deuda económica es deuda política e ideológica. Por ejemplo, en el decisivo campo de la libertad de expresión critica audiovisual, la autogestión socialista recurre a la solidaridad popular, a la ayuda mutua, al trabajo colectivo, como es el caso de Alba TV91. La autogestión burguesa se mueve por el contrario dentro de las leyes del mercado y de respeto a la ley del capital afirmando incluso que su quehacer es bueno para el sistema en su conjunto. Este es el caso de una de las versiones existentes sobre el «consumo colaborativo»92. La aceptación de la ley del capital puede llegar al esperpento de recibir y agasajar al monarca español en la empresa emblemática del cooperativismo burgués: Corporación Mondragón93.
Por ejemplo, el derecho de autoproducción y autoconsumo energético94 se enfrenta a empresas energéticas con la consigna «el gobierno contra el sol»95, el capitalismo contra la naturaleza. La autogestión energética roza de inmediato la propiedad burguesa porque lucha contra quienes manipulan la producción, distribución y precio con métodos mafiosos y corruptos96. La radical diferencias entre la propiedad burguesa y la socialista que descubre la autogestión energética es la de «cambiar el mercado eléctrico o cambiar el sistema eléctrico»97, reformar o revolucionar. Y de la autogestión en la producción y consumo eléctrico se avanza a otras necesidades vitales para la población empobrecida como son las gasolinas y la telefonía98. Si se trata de cambiarlos hay que cambiar sus formas de propiedad, como sucede con el derecho al agua99. Entrados en este sendero los problemas se multiplican a cada instante.
Cualquier práctica de autogestión ha de ser consciente y prepararse para la autodefensa como hemos visto arriba, y sobre todo viendo como el capital profundiza sus ataques100:
Un proyecto de producción o elaboración de alimentos, un proyecto de construcción o conservación de viviendas, de ayuda a personas mayores o dependientes, un proyecto de escuelita, una universidad popular, un teatro donde nos podamos reconocer, pensarnos y sentirnos, un medio de comunicación social, de edición y distribución de libros, un centro de creación artística, incluso un proyecto de defensa del activismo o de la rebeldía organizada…, cualquier proyecto puede empezar detectando una necesidad, un ámbito asequible a la eficacia autogestionaria, los insumos necesarios y el modo de relación con otros proyectos autogestionados, y ponerse a trabajar, duro, largo, difícil, sin duda, pero al tiempo viviendo en el mundo que queremos construir, en el presente que cambiamos con nuestras prácticas. En esta trama, propuestas como las cooperativas integrales, colectivos más o menos organizados o informales, grupos de ayuda mutua o incluso de mera afinidad, son herramientas disponibles a poco que nos juntemos unos cuantos y las queramos afilar101.
Pero la autogestión reformista se limita a la superficie del problema. En un texto antimarxista102 que asume los principios de la encíclica Laborens Exercens103 de Juan Pablo II, pontificado caracterizado por su beligerancia proimperialista, el autor defiende la propiedad privada en base a cuatro ejes: el destino universal del hombre, la propiedad privada de los medios de producción, la justificación histórica de la propiedad privada y la propiedad personal104. El Estado debe ser respetado porque es una parte de la sociedad civil; es la encarnación superior de la nación; sirve al bien común; y es una estructura impersonal que funciona racionalmente, cuyo deber es restablecer la justicia cuando la lucha social se encrespa105.
La autogestión, que políticamente se inscribe en la corriente democristiana, se integra en la «economía comunitaria» que se divide en tres niveles: la economía capitalista como tal; la cogestión en la que la empresa es codirigida por trabajadores y empresarios; y la autogestión en su sentido cristiano, abierta a la participación del Estado, consumidores, vecinos, etc.106. Sus objetivos son: maximizar la producción, maximizar la satisfacción de las necesidades reales, y elevar el nivel de participación a todos los niveles de la actividad productiva107 dentro de un «proyecto histórico» destinado a recuperar los valores de los cristianos primitivos108.
Vemos aquí las «dos almas» de las religiones precapitalistas, pero en un proyecto autoritario pese a su palabrería ambigua como «economía comunitaria», «autogestión», «bien común», etc. Otro tanto sucede en el texto que ahora analizamos, que sigue las tesis de E. Ostrom, (Nobel de Economía en 2009) lo que debe alarmar al pensamiento crítico. Conocemos que el extermino de los comunes fue debido al proceso de acumulación capitalista, pero algunos autores dicen que no, que la «tragedia de lo común» no responde a fuerzas materiales, sino ideológicas:
La representación hegemónica, esencialmente fundada en el darwinismo social, hace de la competencia, de la lucha y de la emulación entre todos la esencia de la realidad. Esa concepción surgió como resultado de una «modernización de progreso» de las fuerzas del mercado que se apoyaron en las instituciones políticas públicas. Es así como se fueron acabando, colonizando o residualizando, como ya hemos dicho, los bienes y la vida comunal109.
Convertir a la ideología en la causa de la evolución social, y no a sus contradicciones internas y los procesos económicos paralelos, permite afirmaciones que niegan la evidencia histórica: «Lo común no es mercantilizable (transmisible, enajenable) y no puede ser objeto de posesión individualizada. Expresa por tanto una lógica cualitativa, no cuantitativa. No “tenemos” un bien común, “formamos parte” de lo común, en la medida que formamos parte de un ecosistema, de un conjunto de relaciones en un entorno urbano o rural, y por tanto el sujeto forma parte del objeto. Los bienes comunes están inseparablemente unidos y unen a las personas, las comunidades y al propio ecosistema».110.
No es cierto que lo común no sea mercantilizable: lo es siempre que sea rentable y pueda vencerse la resistencia popular que lo impida. Si vislumbra negocio, el capital invierte en I+D+i para que sea rentable, y/o presiona al Estado para que aplaste la resistencia popular y los valores sociales comunalistas inherentes a lo común; si no vislumbra negocio todavía, tal vez llegue el día que sí sea rentable y entonces pondrá en marcha su apisonadora111 recurriendo a la violencia sin fronteras112 más atroz para lograrlo y para aniquilar los valores comunalistas. La compra masiva de tierras, que la FAO denunció hace seis años113, sigue creciendo por ejemplo para producir café114, y la pugna por la privatización del Ártico se agudiza. Ante esta realidad se propone escapar de la «lógica binaria que nos obligaba a escoger entre propiedad pública o privada»115: «La existencia de esos espacios de economía social y solidaria pueden coexistir e hibridarse con otros espacios regidos por las lógicas de mercado o de la economía dirigida»116.
Bajo sus diferencias superficiales la autogestión católica y la «progre» coinciden en lo sustantivo: la autogestión respeta la propiedad burguesa, no la combate, evita el problema del poder de clase y de la explotación social, y cree que volcándose en el área de la circulación y consumo de mercancía va a terminar dominando en área decisiva de la gran industria mundial, la productora de valor. Es significativo el silencio de ambos ante el plusvalor y la plusvalía, uno de los abismos que separa al cooperativismo reformista de las empresas socialistas117.
Abismo apreciable comparado con los debates del IV Encuentro Internacional «Economía de los trabajadores» donde se han fortalecido las «fábricas socialistas»118. La unidad de producción-consumo, el papel del Estado y otros poderes locales, constituyen una reflexión permanente de la autogestión y del cooperativismo campesino de soberanía alimentaria opuesto a la agroindustria, que ha sufrido en 2013 un duro golpe119. El poder político es fundamental como se ve en los obstáculos que ha de superar la agricultura familiar campesina para resistir los ataques de la agroindustria120. Un ejemplo positivo lo tenemos en la Gipuzkoa gobernada (entonces) por EH Bildu, la cual ayudó a Truke, (red de «consumo colaborativo»)121.
Separar la producción del consumo y escaquearse del Estado, es ocultar el papel clave de la propiedad privada. Este es el caso de la falsa versión histórica del origen del llamado «consumo cooperativo»122. Este diario burgués ofrece una imagen que retrotrae el cooperativismo al paleolítico pero sin hablar de la «producción cooperativa» ni de la propiedad común de las fuerzas productivas, o mejor decir el «comunismo primitivo». Otro diario oficial informa que la «economía colaborativa»123 se centra por ahora en transporte y alojamientos, y que el llamado «consumo colaborativo»124 se extiende entre personas mayores por razones de ahorro. Y un tercero elogia la moneda social y la banca alternativa: más de 70 monedas sociales en el Estado español, 8.000 usuarios y 500 comercios que las aceptan, e informa que un masaje en Madrid cuesta 10 boniatos, y un curso de teatro en Sevilla 55 pumas125.
Las monedas sociales están restringidas a espacios limitados en donde no suponen peligro para el sistema monetario capitalista. El Banco de España advirtió que era «imposible además de indeseable» crear una moneda social para el Ayuntamiento de Barcelona, parecida a la que se pensaba para Valencia126. El inconmensurable poder del capital financiero tolera la escasa acción de la «banca ética» cuyas diferencias127 no le suponen riesgo ni ahora ni cuando existieron las cooperativas, mutuas, cajas de ahorro del socialismo utópico y de la doctrina social cristiana.
Las monedas sociales arraigan con criterios de «bien común»128, que algún autor resume en tres: uno, no es competitiva, es colaboradora; dos, no busca aumentar el PIB y la acumulación financiera, sino el «bien común conseguido», la «felicidad nacional bruta»; y tres, cuestiona la propiedad y la herencia129. Se agradece saber que alguna corriente del «bien común» «cuestiona» la propiedad y la herencia pero es necesario un combate sistemático contra ellas. La ambigüedad es tan grande que los defensores del «mercado» se cuelan por la mínima rendija.
En efecto, la porosidad e imprecisión conceptual que caracteriza a muchas de las prácticas de lo que definimos como autogestión reformista es tal que el fraude puede colarse por cualquier hueco, como es el caso de los llamados «bitcoin»130 que funcionan como monedas virtuales que debieran sustituir al dinero clásico en los negocios en Internet con claras ventajas para sus usuarios. También se puede confundir el «consumo cooperativo» sin afán de lucro con la propaganda empresarial de supuesto «consumo barato» mediante el empleo de internet, como en China Popular donde rebajan un 40% el precio de un automóvil131.
Por ejemplo, la red Uber y otras son un ejemplo de «consumo cooperativo» que no cuestiona los pilares capitalistas sino que adecua al presente la antigua cooperación de consumidores. Al no combatir la lógica capitalista, termina ocurriendo que:
Se está abriendo el debate sobre si deben o no volverse lucrativas estas entidades. Blablacar ya ha empezado a cobrar comisiones por poner en contacto a conductores y viajeros […] Lo cierto es que no todas las plataformas caminan hacia un proceso lucrativo. Desde Segundamano aseguran que no tienen pensado cobrar más que a los profesionales que ofrecen sus servicios, como han hecho siempre […] Los inversores también apuestan por el sector, por lo que las expectativas de crecimiento son muy elevadas de cara al futuro132.
Si «los inversores apuestan por el sector» es que otean beneficios: «La economía colaborativa o consumo colaborativo quiere cambiar el mundo. Plantea una revolución abrazada a las nuevas tecnologías. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) le calcula un potencial de 110.000 millones de dólares (82.000 millones de euros). Hoy ronda los 26.000 millones. Y quienes participan a título personal en este sistema basado en intercambiar y compartir bienes y servicios a través de plataformas electrónicas se embolsan, según la revista Forbes, más de 3.500 millones de dólares (2.580 millones de euros)»133. Surge un sector empresarial que se enriquece con la «economía colaborativa» y el supuesto «comercio justo» que en realidad es «comercio menos injusto»134.
El creciente cooperativismo yanqui crea «hambre de democracia», pero a la vez y por su misma contradicción beneficia a sectores capitalistas: Por ejemplo, la conocida como «economía solidaria» de Lumumba «fue capaz de convencer a la comunidad empresarial de la ciudad de abrazar a las cooperativas de trabajo como un medio pragmático para asegurar que el capital se mantuviera dentro de la ciudad»135, Lumumba sabía que los empresarios se enriquecerían pero esperaba que el hambre de democracia generado por la autogestión empoderaría al pueblo. Un riesgo similar corre el comercio justo que se expande por Nuestra América136, que puede caer parcialmente en manos de la expansiva industria turístico-cultural.
En Euskal Herria existe un movimiento «[…] de empresas cooperativas, sociales y de inserción (todas no lucrativas) que cubren un amplio abanico de productos y servicios: agricultura local y ecológica, hostelería, productos recuperados (muebles, ropa, complementos, etc.), cultura libre, comunicación, limpieza, serigrafía, construcción, servicios a personas, seguros, etc., así como iniciativas relacionadas con sectores clave para la construcción de alternativas económicas: soberanía alimentaria, finanzas éticas, reciclaje y recuperación, inclusión social, energías renovables, comercio justo, moneda social, información alternativa, etcétera»137. Movimiento según el cual: «El principal objetivo del negocio no es el incremento del capital, sino la promoción de las personas que trabajan en ellas, al tiempo que la toma de decisiones se realiza en equipo y de forma colaborativa»138.
En este contexto, surgen debates sobre si la autogestión reformista puede ser la vía socioeconómica que sustente una Euskal Herria «independiente»: esto es imposible porque no puede existir independencia efectiva, real, si no va unida al poder socialista139. Como estamos viendo, la autogestión reformista acepta la propiedad privada. La mundialización de la ley del valor y del capital financiero hace que incluso Estados formalmente libres sean en realidad «vasallos financieros»140 de los grandes Estados. Las naciones oprimidas, sin Estado propio, seremos independientes de verdad cuando seamos propietarios colectivos de nuestras fuerzas productivas.
A. Mendizabal está en lo cierto cuando defiende el papel del cooperativismo en la construcción de un Estado vasco:
[…] el camino de nuestra autoorganización política, de nuestra autogestión y de nuestra autosuficiencia […] la consolidación de un sector cooperativo socialista más entroncado hacia lo socio-comunitario, en el que la orientación socioeconómica y las grandes directrices se deciden de manera compartida entre las unidades cooperativas y los órganos correspondientes de planificación […] a través de la planificación participativa permita seleccionar las necesidades y prioridades sociales fundamentales de la comunidad. La segunda exige la existencia de un sistema de participación obrera y popular, que abarca tanto los procesos socio-productivos como los sistemas de gestión cívico-ciudadana, que tiene por objetivo ubicar a los trabajadores y trabajadoras y sectores populares en el protagonismo del desarrollo económico-social y en la resolución de sus problemas específicos141.
Un tema central del debate es el de las relaciones entre movimientos populares, sociales, sindicales, culturales, etc., que sostienen esas luchas y las organizaciones revolucionarias de liberación nacional de clase: existe una dialéctica entre ambas partes, las dos son imprescindibles y se fusionan en la praxis colectiva. El reformismo se obstina en reabrir un debate zanjado por la historia: «sin vanguardia la humanidad se suicida»142.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 26 de agosto de 2015