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El capitalismo necesita y legitima la desigualdad, es una estructura de dominación que sustenta su supervivencia a través de las distintas opresiones que ejerce contra la clase trabajadora. Dentro de nuestra propia clase, las contradicciones de género, nación, raza o disidencia sexual agudizan la fragmentación de la misma, y el capitalismo utiliza estas fisuras para garantizar su tasa de ganancia y el apuntalamiento de las bases ideológicas que conforman su discurso dominante.
Pero el capitalismo, sin el heteropatriarcado, no es nada. La mujer trabajadora, como sujeto y cuerpo, ha sufrido la agudización de estas contradicciones con más violencia y más determinismo, si cabe. El heteropatriarcado ha servido para crear unas condiciones de dominación entre los sexos, que han subordinado a la mujer devaluando el valor de su trabajo en todos los ámbitos, tanto en el productivo como en el reproductivo. Además, la configuración de la familia heteropatriarcal es la herramienta que el capitalismo ha utilizado históricamente para perpetuar el patriarcado como ideología y valor social que impregna todas las relaciones humanas.
El capitalismo nos han convertido en las responsables del trabajo reproductivo, sin embargo, aun siendo relegadas al mismo, lo ejercemos de manera gratuita, esclavas sistemáticas de la reproducción social de la fuerza de trabajo, imprescindible para garantizar las condiciones de producción del sistema capitalista. Lo que nos lleva a señalar incuestionablemente que la subordinación de la mujer trabajadora es el garante objetivo de la supervivencia de este sistema de dominación.
Nuestro cuerpo sufre la violencia más explícita del sistema capitalista. Nuestro trabajo está más precarizado, estamos más empobrecidas, las consecuencias de la crisis capitalista nos afectan con más rotundidad alejándonos más de la igualdad, y siendo más vulnerables a la explotación y al desarraigo. No sólo nuestra fuerza de trabajo es explotada, nuestro cuerpo es de dominio público, y los valores que impregnan las sociedades patriarcales nos hacen sufrir la discriminación dentro de nuestra propia clase. Da lo mismo que seamos, vascas, negras, kurdas, lesbianas o transexuales, la condición de mujer siempre va a ser el elemento común que apuntale nuestra situación de vulnerabilidad y subordinación.
El feminismo debe integrarse prioritariamente en la lucha de la clase trabajadora en general y del pueblo trabajador vasco en particular. Nuestra emancipación como mujeres, deber ir de la mano de nuestra emancipación como clase y como pueblo. No queremos la igualdad dentro de las condiciones de explotación que tienen los hombres en el sistema capitalista, no queremos ser iguales que los hombres dentro de su contradicción de clase. Queremos ser libres como mujeres y trabajadoras, queremos la superación del Patriarcado y del Capitalismo como estructuras de dominación.
Desde Maiatzak1egin! queremos sacar el discurso feminista de los despachos de las universidades, «desintelectualizarlo» y convertirlo en dominio de la clase trabajadora. Que recupere su protagonismo en los centros de trabajos. No puede ser una lucha más, tiene que ser vertebral a todas las luchas, sin nosotras no hay revolución, sin nosotras, no hay victoria.
KAPITALISMOAREN AURKA,
EMAKUME LANGILEOK BAT EGIN!