Gazte boterea (Gazte Danbada 2016)
Texto para el debate en Gazte Danbada
¿Qué es el poder juvenil?
Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, pero sin la segunda tampoco existe la primera. Sin las luchas juveniles anteriores, cuya breve historia se expone en la ponencia citada, nos resultaría imposible ahora mismo explicar lo mínimo aunque básico de lo que es el proceso que va del contrapoder al poder juvenil. Parte del camino lo tenemos realizado en el decálogo sobre las relaciones entre la juventud revolucionaria y la izquierda adulta. Vamos a seguir su estela para avanzar en el desarrollo del poder juvenil a partir de logros parciales e iniciales del contrapoder juvenil
Por el contrapoder juvenil debemos entender, por ejemplo, toda movilización que logra una conquista concreta aunque pasajera, desde la recuperación de un local o gaztetxe hasta la reforma que restringe o anula la precariedad juvenil, pasando por el logro de una asignatura obligada en la escuela sobre el cuerpo, la afectividad y la sexualidad juvenil desde parámetros materialistas y científicos; lograr la universidad nacional vasca y euskaldun, lograr ayudas a la juventud obrera, y un largo etcétera. Son contrapoderes juveniles que se enfrentan a poderes adultos y les vencen en reivindicaciones muy concretas, o al menos les obligan a ceder, a negociar, a suavizar su dureza inicial. Son logros que aumentan la autoconfianza juvenil porque son pedagogía práctica.
Pero suelen durar poco o relativamente poco como le sucede a los contrapoderes creados por la lucha de clases, por los movimientos populares… Los contrapoderes siempre viven en la cuerda floja, en la incertidumbre por el mañana porque la burguesía y el poder adulto contraatacan casi de inmediato para recuperar lo que han tenido que ceder por la fuerza de la juventud. ¿Cómo reforzarlos para que confluyan en el poder juvenil mediante el tránsito por situaciones de doble poder? Llegados a este punto el decálogo de la ponencia arriba citada nos ilumina el camino.
El requisito para empezar la batalla, incluso por pequeñas pero muy valiosas victorias juveniles, es el de emanciparse mentalmente de la dependencia psicológica del poder adulto y por eso es decisivo pasar a la ofensiva y pedir cuentas al poder adulto por sus errores, cobardías y pasividad, por sus traiciones en los momentos decisivos de lucha en los que los adultos abandonaron, se rindieron o incluso colaboraron con el sistema explotador. La juventud sufre este presente en gran medida debido a la cobardía y pasividad de tantos adultos. A partir de aquí, sobre esta base de creciente independencia psicológica, otro requisito es el de ir generando conciencia política, luchar contra todo apoliticismo. Pero la politización juvenil ha de girar alrededor de tres ejes básicos, como mínimo: la propiedad, el poder y el deseo. Sin estos principios no existe ni poder ni independencia juvenil, que solo pueden pensarse, sentirse y desearse en la lucha misma por conseguirla. El deseo consciente es una gigantesca fuerza emancipadora.
La inicial resistencia juvenil causa al principio «comprensión», desprecio y risa en el poder adulto, pero luego le provoca miedo; mientras que la izquierda tiene miedo a la verdad en todo lo relacionado con la lucha juvenil aunque diga apoyarla, aunque su envejecimiento mental y político ha de aceptar que la insurgencia juvenil es un necesario proceso complejo, múltiple e interactivo en sus tácticas variadas, práctica necesaria para la formación de cuadros revolucionarios de edad adulta pero de mentalidad joven. Nunca la izquierda adulta ha comprendido la importancia central de los espacios juveniles libres. A la vez, la conquista de espacios convivenciales libres debe ir acompañada de otra serie de conquistas socioeconómicas, por lo que la izquierda debe asumir que semejante cambio radical en la intervención estratégica le generará tensiones con fuerzas «progresistas» aliadas con las que tiene pactos electo-institucionales que, según se dice, exigen cierta «moderación en el discurso». Frente a tanto oportunismo, la juventud tiene la virtud de la coherencia, de la sinceridad y de la verdad.
El poder juvenil siempre es concreto, poder en y sobre tal problema y reivindicación; y esa concreción se amplía y crece al abarcar más escenarios. Es la culminación de un proceso que se inicia en las imperceptibles reivindicaciones que pueden llegar a pequeños contrapoderes juveniles. Dialécticamente hablado, el poder juvenil ya late y opera en esas pequeñas movilizaciones, como también lo hace de forma más patente en las situaciones menos aisladas de doblepoder juvenil: cuando un ayuntamiento debe negociar con una gazte asanblada sobre reivindicaciones que superan lo estrictamente juvenil porque atañen a problemas municipales, y lo mismo hay que decir en otras situaciones como cuando la movilización hace que el sindicalismo reformista y la patronal prometan reducir la precariedad: se sabe no van a cumplirlo pero se constata que empiezan a tenerle miedo a la autoorganización juvenil. La cuestión radica no creerse las promesas adultas, seguir luchando para mantener lo conquistarlo y extenderlo aún más.
El poder juvenil es, así, la fuerza de la juventud crítica en una temática concreta para conquistar sus objetivos, mantenerlos, desarrollarlos y conectarlos con otros iguales o similares. Durante este proceso nunca lineal ni determinado, siempre inseguro e incierto porque emerge de la unidad y lucha de contrarios, con altibajos pero permanente, puede producirse la derrota, fracaso que no es definitivo sino solo un momento en esa lucha latente y subterránea que vuelve a emerger a la superficie. Cualquier bajada de tensión movilizadora, aglutinante y creativa, cualquier debilidad o duda, es aprovecha de inmediato por el poder adulto para contraatacar, rediciendo o liquidando esas conquistas juveniles y con ellas su poder acumulado. Como hemos dicho, la propiedad, el poder y el deseo son los tres basamentos que debe conquistar y ejercer el poder juvenil en cada reivindicación particular y en todas ellas en general. Y debe hacerlo chocando simultáneamente con la propiedad, el poder y el deseo adulto, patriarco-burgués. Volvemos obligatoriamente a la unidad y lucha de contrarios.
Para la juventud la propiedad debe ser colectiva, social, pública, estatalizada si se quiere decirlo así, porque es la única garantía de que pueda emanciparse cuanto antes del marco familiar: en promedio, la juventud ha de dedicar alrededor del 80% de su salario para sufragar su domicilio individual privado si ha podido comprarlo. Recordemos que alrededor del 40% de la juventud vasca está desempleada, por no hablar de la subempleada con salarios de miseria, y en condiciones de precarización vital. Si tiene la suerte de haber encontrado un empresario que le explote salarialmente, entonces debe superar otro obstáculo si su salario es insuficiente: que le ayude la familia, los padres, a pagar la hipoteca, pero alrededor del 30% de la población vasca está en el umbral de pobreza, y otro apreciable conjunto tiene problemas para llegar a final de mes. En estas condiciones, la edad de emancipación familiar supera los 30 años de edad. ¿Propiedad burguesa? No. Propiedad socialista.
Para la juventud el poder tiene una característica opuesta al poder capitalista. Mientras que para los adultos burgueses el poder es la forma de asegurar su dominación hasta su muerte, y en caso extremo, para garantizar que ésta sea acorde con la doble moral burguesa: morir siendo «rico» gracias a la explotación e injusticia pero a la vez siendo moral y éticamente bueno porque «ha triunfado en la vida» y ha sido caritativo con los «pobres». Desde esta perspectiva de alcance definitivo, biológico, el poder adulto es la expresión máxima de la biopolítica y de la necropolítica: vida capitalista y muerte burguesa garantizada por el poder adulto impuesto hasta los últimos instantes, hasta el último aliento.
Por el contrario el poder juvenil conquistado, el que fuera, es un proceso, una relación estratégica con cuatro preocupaciones que se integran en todo momento: Una, asegurar lo conquistado para no perderlo al primer envite adulto. Dos, ampliar lo conquistado mediante la integración de nuevos jóvenes de menor edad y experiencia, a los que hay que transmitir los errores cometidos y animarles a que sean creativos incluso errando ellos mismos. Tres, prepararse para ceder el poder joven a esas nuevas levas juveniles a las que hemos ayudado parcialmente a ser libres. La juventud que ahora conquista derechos negados o que lucha por no perder los pocos que aún tiene, debe asumir que su poder juvenil alcanzado es conscientemente finito, debiendo cederlo a las y los jóvenes que empujan desde atrás con nuevos bríos, proyectos e ilusiones.
Y cuatro, tras dejar la fase biológicamente juvenil y entrar en la biológicamente adulta, se intensifica la militancia diaria para que esa «ex juventud» no sea absorbida, subsumida en el poder adulto al que ha combatido frontalmente hasta entonces. Así, el poder joven es antagónico con el adulto en todos y cada uno de los segundos de la vida. El poder juvenil tiene la misma consciencia histórica que el marxismo: actúan para acelerar su «muerte», su paso a la historia. Mientras que todas las ideologías sociopolíticas se proclaman eternas porque creen que el capitalismo lo es, el poder juvenil y el marxismo asumen su finitud y luchan para acortar su vida: esa será la demostración de su veracidad, haber contribuido a la extinción de las opresiones.
Para la juventud el deseo es el oxígeno de la vida y por eso mismo el combate por el deseo es una de las obsesivas preocupaciones del poder adulto: formar a la juventud en el deseo burgués, que tiene en el consumismo una de sus anclas alienantes y fetichistas más poderosas. El deseo burgués como frustrante y frustrada compulsión nunca satisfecha en el mercado de la felicidad como valor de cambio. Radicalmente dicho: es el deseo de ser un esclavo feliz que busca desesperadamente un amo que le explote a cambio de un salario que nunca le es suficiente para consumir lo que le exige el deseo burgués. Radicalmente dicho: más de 109.000 jóvenes se han marchado de Hegoalde desde 2000 hasta verano de 2015 buscando un amo que les explote, y solo han vuelto la mitad. El esclavo infeliz es el que intuye vagamente que nunca alcanzará la libertad y la felicidad a pesar de su permanente sumisión y, como placebo, recurre a drogas múltiples, a sustitutos y compensaciones que le engañan en su infelicidad diaria haciéndole creer que es libre.
El poder juvenil tiene que desarrollar su política del deseo. La inmensa mayoría de la gente adulta y la juventud envejecida malvive encarcelada en un deseo impuesto e imposible de satisfacer, ahogado en su frustración. La política juvenil del deseo emancipador tiene varios ejes: el rechazo del trabajo explotado, que es más que el rechazo de la esclavitud asalariada; la construcción de la independencia vital, y por no extendernos, el deseo como desarrollo de las potencialidades polivalentes y polícromas, culturales, estéticas, afectivas y sexuales de la especie humana-genérica, las garantes de la antropogenia.
La política del deseo es una constante en el movimiento de protesta campesina y artesana presocialista. En el socialismo utópico el deseo llega a su máxima plasmación con Fourier y otros autores y colectivos. El feminismo anarquista y socialista del siglo XIX aportó logros imperecederos. El primer marxismo los entroncó en el materialismo histórico. La revolución bolchevique, los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, la Sex-Pol de los años treinta, las prácticas del comunismo libertario en estos años, fueron conquistas ante las que palidece la superficialidad intelectualista del presente. Autores precisos de la Escuela de Frankfurt, de la anti psiquiatría italiana, de los radicales movimientos sociales y de la izquierda no dogmática de los ’60 y ’70, de este poderoso auge que recuperaba lo anterior y creaba prácticas nuevas, esta «nueva» política del deseo fue barrida por la reacción de la gerontocracia burocrática stalinista y por el eurocomunismo, por contrarrevolución neoliberal y por el postmodernismo y otras modas.
Poder juvenil y prensa adulta
Los llamados «medios de comunicación» son en realidad conglomerados, grupos industriales político-mediáticos que fabrican múltiples «mercancías inmateriales»: información, noticias, cultura, espectáculos, diversiones, etc., sobre prácticamente la totalidad de problemas cotidianos de los nichos de mercado que las compran. Desde la situación socioeconómica y política hasta la salud sexual y afectiva, pasando por el arte y la cultura, sin olvidarnos de toda serie de frivolidades, ofertas de sartenes, nigromancia, esoterismo y extraterrestres, estas cuestiones son diseccionadas para ofrecerlas de forma adecuada a las diferentes clases sociales, sexo-género, edades, colectivos culturales, étnicos, nacionales, etc.
Los grupos industriales político-mediáticos –Prisa, Planeta, Vocento, Noticias, Cope, Atresmedia, Zeta, Unidad Editorial…– dependen de su cuenta de beneficios, lo que les exige al menos mantener su cota de mercado y sobre todo competir por ampliarla quitándosela a otras industrias mediáticas. La cota de mercado de la industria político-mediática está asegurada, fundamentalmente, por la fidelidad política e ideológica del proyecto que esa industria mercantiliza y ofrece a sus compradores. Para ganar esta dura competencia, este cainismo interburgués, mantienen una carrera desesperada por la aplicación de las últimas tecnologías de la comunicación casi a tiempo real, multi soporte e integrada.
La fidelidad política de los grupos consumidores es fundamental porque les garantiza una clientela segura que si bien no es suficiente para mayores expansiones competitivas, sí les supone cierta reserva de medios relativamente seguros. El interés por fidelizar a esa clientela es mutuo, de los partidos y de las industrias, para lo que establecen entre ellas estrechas relaciones de dirección político-mediática, seleccionan a los trabajadores que ocuparán los puestos importantes, abren nuevos capítulos, programas, «temas de interés» para ampliar subscriptores, espiando y copiando lo que hacen otros medios.
Pertenecer a una corriente política conservadora o centrista y realizar buenas o suficientes ventas, es decir, tener influencia y poder político-mediático es fundamental para que las empresas de marketing y servicios, inmobiliarias, concesionarias, restaurantes, hostelería, prostitución, funerarias, grupos religiosos, y hasta universidades y hospitales privados, etc., les envíen cargas ingentes de anuncios, que es una de las entradas estables de dinero. También es muy importante para recibir buen trato de la Banca cuando hay que pedir o renegociar créditos. Pero la garantía casi definitiva, aunque no siempre, de negocio redondo es cuando el Gobierno está en manos del partido identificado políticamente con esa industria concreta de la «información».
En los períodos de desprestigio de los partidos tradicionales que llevan décadas alternándose en el poder gubernativo y no han evitado la crisis socioeconómica sino que la han agravado, en esos momentos tienden a surgir otros medios de prensa sobre todo si han aparecido nuevas tecnologías de la comunicación que abaratan y facilitan la tarea. La llamada «prensa online» o digital es un ejemplo, aunque en su inmensa mayoría terminan insertándose en grupos de poder conservador y reaccionario, existiendo algunos reformistas que no cuestionan radicalmente la lógica de la explotación.
Teníamos que detallar un poco qué es y cómo funciona esta industria para darnos cuenta de su fundamental papel como sustentador del poder adulto y como enemigo central del poder juvenil, y por tanto la extrema dificultad, por no decir nula, de utilizarla como medio eficaz de extensión del poder juvenil. Obsérvese que no hemos dicho nada de los denominados «medios públicos» porque sus diferencias con los privados son de matices, de apariencia, no son diferencias cualitativas en los problemas estructurales.
La juventud no tiene recursos suficientes para crear potentes medios de prensa sino que debe intentar coordinar en red multimedia los ya existentes, buscando establecer contactos como medios alternativos que pese a ser adultos biológicamente son críticos y hasta revolucionarios. Esta relación es imprescindible para ambos. Para la juventud porque multiplica la difusión de sus mensajes y además aprende a manejar medios críticos más complejos. Para estos medios porque la participación juvenil aporta vitalidad, nuevas problemáticas, dudas creativas y posibles militantes futuros para mantener esos medios vivos cuando haya que ir haciendo el recambio generacional.
La juventud ha de realizar una permanente denuncia contrastada y contrastable de la industria político-mediática. La juventud vasca ha retrocedido en esta necesaria denuncia rigurosa y seria de la «verdad adulta». Basta una lectura de sus «informaciones» para descubrir sus manipulaciones, medias verdades y mentiras completas, en especial la línea política que las vertebra y orienta. La débil prensa juvenil nunca ganará a la poderosa industria de la propaganda adulta si plantea el choque dentro de los parámetros de la «neutralidad valorativa», mito positivista que recorre las «ciencias sociales» y que oculta la mentira de la verdad del poder adulto.
El poder de la prensa juvenil debe asentarse en la independencia crítica, en la lucha contra la mercantilización de la información, en la prioridad de la lucha juvenil sacando a la luz las estrategias y tácticas adultas en todos los problemas. Por ejemplo, denunciando que los criterios que se emplean para definir el empobrecimiento juvenil son tramposos porque, además de estar basado en el PIB, no tienen en cuenta otras muchas realidades cualitativas insertas en dicho empobrecimiento: situación familiar, laboral, cultural, sanitaria, social, nacional, etc., que no se comprenden sin el empobrecimiento y a la vez lo refuerzan.
Por ejemplo, el engañoso término de «marginación juvenil»: en realidad no existe marginación ninguna dentro del sistema capitalista. La «marginación» es un subsistema específico de explotación funcional al poder adulto. De la misma forma que hay una industria neoliberal de la pobreza, hay un sistema represivo y productivo de la marginalidad juvenil funcional al orden del capital. Pero la industria político-mediática no dice absolutamente nada de esto.
Sea una pequeña red interactiva entre gaztetxes y colectivos que funcionan como contrapoder mediático en barrios y pueblos cercanos; sean redes y hasta radios libres más extensas que incluso producen información local en papel y que pueden llegar a ser un doble poder informativo en sus áreas; o sea televisiones y radios más extensas, que cubren muy amplias zonas, en estos niveles de contrapoder, doblepoder y poder popular mediático, ha de intervenir la juventud militante.
Poder juvenil y cultura burguesa
La cultura es la forma en cómo un colectivo organiza la producción y distribución horizontal de los valores de uso. Es por tanto un componente esencial de la producción y reproducción de la existencia colectiva. Dado que, en su raíz comunitaria, la lengua es el ser comunal que habla por sí mismo, lengua y cultura son una unidad inmaterial, subjetiva, en su uso individual pero materialmente objetiva en su uso colectivo. En las formaciones económico-sociales insertas en modos de producción basados en la propiedad privada de las fuerzas productivas y especialmente en el capitalista, en el que la mercancía y el valor de cambio, o mejor dicho, la maximización del beneficio burgués, rigen directa e indirectamente todo comportamiento alienado y fetichizado, en esta sociedades como la vasca, la cultura dominante es la de la clase propietaria y la cultura popular es cultura explotada de la clase explotada.
De este modo, surge una contradicción irresoluble entre la cultura burguesa y la cultura popular. La primera, la dominante, se mueve dentro del valor de cambio, de la mercancía, del dinero como el fetiche que todo lo iguala en el mundo de la apariencia de los derechos abstractos de compradores y vendedores de mercancías. La segunda, además de ser la dominada sufre una quiebra interna porque la mayoría de sus elementos son los de las sucesivas clases dominantes habidas hasta entonces que se conservan mediante la presencia más o menos fuerte de la cultura burguesa dentro de la popular; pero en menor medida esta mantiene mal que bien difusos elementos precapitalistas comunitaristas, de ayuda mutua y colaboración colectiva en los bienes y tareas comunes que se mantenían en el feudalismo y esclavismo, y que de algún modo se remontaban mediante utopías cristianas y restos del paganismo a los «modos comunales de producción». Algunos de esos elementos se conservan en la lengua nacional en la medida en que el pueblo sigue practicándolos en su vida colectiva.
En las naciones oprimidas en las que sus burguesías colaboran activamente con el Estado ocupante a cambio de mantener su propiedad privada y quedarse con una parte más o menos sustanciosa de la plusvalía extraída mediante la explotación asalariada del pueblo trabajador, en estas sociedades como la vasca, la cultura dominante no es independentista, no cuestiona radicalmente la opresión nacional porque su función es la de legitimar el colaboracionismo con el Estado. Los escasos contenidos igualitarios y comunales que resisten en la cultura popular son un peligro para esa burguesía obsesionada en acabar con ellos para reducirla a mero reclamo folclórico exterior, mercancía de la industria turística y del espectáculo, actos políticos internos y de acatamiento al poder externo cuando realiza visitas de inspección.
Bajo estas presiones la lengua nacional, que en su origen anterior a la mercancía, cuando solo existía el valor de uso, era el ser comunal que habla por sí mismo, puede desvirtuarse del todo perdiendo su contenido inicial para devenir en lengua subalterna supeditada a la lengua del capital, el español y francés, subordinándose a ellas. En la medida en que fue imponiéndose la propiedad privada sobre formas comunales de propiedad, y en la que, con el capitalismo, la mercancía se impone como síntesis social, como abstracción cognitiva que determina las formas invertidas de ver la realidad, en esta medida la propia lengua deviene simple instrumento técnico subsumido en la valorización del capital que emplea diversas «lenguas francas» superiores a la lengua nacional.
Para desarrollar el poder lingüístico-cultural la juventud debe (re)construir los valores democráticos, comunales, asamblearios y de ayuda mutua que resisten penosamente, a la defensiva y muy desfigurados en el complejo lingüístico-cultural. Debe actualizarlos en todo aquello que hoy mismo sea posible y necesario, empezando por el papel decisivo de la joven mujer trabajadora como primer y fundamental colectivo creador de lengua y cultura popular. Es el grupo social decisivo, y la (re)construcción de la cultura vasca en su sentido nacional popular será prioritariamente suya. Tarea simultánea a la euskaldunización en todos los sentidos.
Para desarrollar este poder lingüístico-cultural, la mejor forma es aprender en la vida material las relaciones entre los contenidos positivos que subsisten en la cultura popular y los métodos horizontales de autoorganización en las luchas concretas. Unir la mano y la mente, la acción y el pensamiento, la lucha contra el dinero y la recuperación del valor de uso del euskara, el combate contra la mercantilización y el fortalecimiento de otras sexuales y afectos, el rechazo del consumismo y el ascenso de la necesidad consciente. Es en esta praxis en la que vamos descubriendo y (re)construyendo el poder liberador de la lengua y de la cultura del pueblo trabajador.
La independencia vivencial nunca es plena es muy difícil de lograr en el capitalismo, como veremos al analizar la precariedad. Sí se puede y se debe luchar por reducir al máximo la dependencia y la precariedad aumentando la autonomía económica. Este es un requisito básico para aprender y desarrollar el poder cultural juvenil porque, como iremos viendo, la vida familiar siempre restringe y condiciona la experiencia juvenil, por mucho que la familia propia sea menos autoritaria y más democrática que las demás. La cultura como valor de uso y la lengua como la autoconciencia comunal que habla por sí misma, solo pueden enriquecerse desde la praxis social, no en los cenáculos académicos e intelectuales que dependen en definitiva de los recursos del poder dominante y de la rentabilidad de la industria político-mediática.
Lograr la mayor independencia vivencial posible o al menos cotas altas de ella, permite a la juventud experimentar la vida propia en un piso colectivo o individual, en un gaztetxe o comuna, es un paso de gigante para la (re)construcción de la cultura popular. La independencia relativa o menor precariedad puede lograrse aceptando la explotación asalariada o mediante un trabajo autónomo, autoexplotado, pero la mejor manera es la de integrarse en la medida de lo posible en las diversas economías sociales, cooperativas, autogestionadas desde criterios pre y protosocialistas, que buscan el desarrollo crítico dentro de la colectividad. Más adelante volveremos sobre esta decisiva cuestión.
Por su propia dinámica, la relativa independencia vivencial obliga a la juventud a intensificar y ampliar sus relaciones para responder mejor al poder adulto, que entonces aparece frente a ella en su verdadero contenido. El poder adulto solo tolera la muy controlada autonomía juvenil en los años universitarios, y en muchos casos restringiendo esa autonomía con el control autoritario de las residencias estudiantiles privadas o públicas. El poder cultural juvenil, muy especialmente el de las jóvenes, solo puede basarse en su independencia vivencial, del mismo modo que el poder lingüístico-cultural de Euskal Herria solo puede basarse en su independencia socialista.
Poder juvenil y relaciones interpersonales
Las relaciones interpersonales lo abarcan todo porque somos animales comunitarios. Nada está fuera de la red relacional objetiva que tiene su realidad subjetiva. En el capitalismo las relaciones interpersonales son el reflejo directo pero malinterpretado como «subjetivo» e individualista de las objetivas relaciones colectivas intermercantiles dictadas por la lógica de la ganancia material, política, sexual, cultural, afectiva… La subjetivación individualista de las relaciones intermercantiles objetivase es parte del fetichismo de la mercancía y de la alienación en sus múltiples expresiones.
Las relaciones interpersonales son un campo de lucha decisivo en el sentido fuerte de la palabra. Un campo de lucha total y totalizante que dura toda la vida y que define el concepto marxista de praxis revolucionaria: la lucha como ideal de felicidad, como el deseo que se plasma en el placer de la subversión del orden explotador. Dado que lo interrelacional es el espacio-tiempo básico en el que se sintetizan todas las explotaciones, opresiones y dominaciones, la conciencia, la felicidad, el placer y el deseo son fuerzas emancipadoras en el desarrollo de relaciones interpersonales libres de la dictadura del capital. Así, el «mundo subjetivo» emancipado actúa como fuerza material dentro la unidad y lucha de contrarios del «mundo objetivo».
La afirmación de que «lo personal es político» es cierta porque es en lo inter-personal donde chocan las relaciones de poder irreconciliables entre sí, y el choque entre poderes opuestos es la esencia de la política: por esto lo personal en cuanto elemento de los inter-personal, es político. La juventud debe asumir la esencia política de sus relaciones inter-personales porque esa asunción es una de las base de la derrota del poder y de la política adulta. Naturalmente, en la relación familiar, paterna y materna filial, en las fraternales, la naturaleza política de lo inter-personal está mediatizada por sentimientos y afectos que ocultan los procesos de dominación psicológico-afectiva y de explotación patriarcal y adulta, aunque en determinados casos suavizan estas realidades.
Una de las tareas básicas de la izquierda en general y del poder juvenil en concreto es la de estudiar los cambios en el sistema familiar capitalista y sus compleja diversificación en subsistemas familiares incluso monomaternales y polisexuales, dentro de la multiplicación de disciplinas de control que, mediante infinidad de vías, (re)producen la estructura psíquica de masas y dirigen sus diversos niveles creando una reaccionaria apariencia de «libertad» que choca frontalmente con el endurecimiento de la vida juvenil a raíz de la crisis desatada en 2007, pero también antes en facetas de represión social, política, cultural, etc. La crisis, que ha agudizado aquella realidad represiva, ha añadido golpes nuevo acelerando el empobrecimiento y con él el empeoramiento de la relaciones inter-personales dentro del sistema familiar capitalista y en toda la vida juvenil.
Las y los más jóvenes desconocen cómo eran las posibilidades socioeconómicas de hace 10 o 7 años. Jóvenes de 20 – 23 años solo tienen el presente como realidad, e ignoran la gravedad del retroceso de los derechos, de lo que les han arrancado. Malviviendo en un presente sin pasado y sin futuro, sin perspectiva histórica, y en medio de un contexto familiar y social de silencio y conformidad política, mucha de esa juventud solo intuye el futuro de explotación, empobrecimiento y autoritarismo. En estas franjas juveniles las relaciones interpersonales son el reflejo del empobrecimiento vivencial causado por la alternativa del poder adulto para descargar los costos de la salida burguesa de la crisis en la juventud, especialmente en la femenina.
Además de otras que no podemos exponer ahora, esta situación explica varias cosas: el aumento del machismo juvenil y de formas de diversión adaptadas al empobrecimiento, lo que facilita que ese machismo sea más agresivo y «normalizado» porque aparece como reafirmación individualista y conservadora ante un mundo duro e ignoto; y, en otros sectores, la opción por un reformismo que le promete solucionar sus promesas sin apenas mover un dedo más que simple acto de depositar un voto, sin propuesta alguna de militancia y en absoluto de riesgo ante la omnipotencia de las duras leyes: ley de partidos, ley mordaza, ley antiterrorista…
La política juvenil debe saber que las relaciones interpersonales tienen un contenido de atracción-repulsión emocional, polisexual y afectiva más o menos visible u oculto, pero real. No puede intervenirse como si la personalidad no existiera: existe y no tenerla en cuenta acarrea malos resultados. Dependiendo del autocontrol y dominio consciente de estas reacciones subconscientes o inconscientes, será mucha o poca la efectividad del contenido político liberador de las relaciones interpersonales. Desconocer o ignorar estas fuerzas, fobias y filias profundas, reduce mucho la efectividad de la lucha política en todos los sentidos, pudiendo llegar a volverse contra ella porque los actos autoritarios, burocráticos, prepotentes, sectarios, generan rechazo o animadversión. Con frecuencia, la formación teórica y política de un militante sirve de poco si su resulta este resulta ser una persona insoportable.
El «mundo subjetivo» es especialmente importante en la intervención política en los contextos en donde las relaciones interpersonales son cercanas, próximas, por la cantidad de personas con diferentes niveles de conciencia y opinión: centros de trabajo y de estudio, movimientos populares y sociales, colectivos, etc., es decir, en donde la militancia joven ha de relacionarse en un espacio político, ideológico y psicológico muy diversificado y complejo, en los que también actúan otras fuerzas opuestas y contrarias, hostiles incluso.
La naturaleza política de lo personal se despliega públicamente aquí y no únicamente en la vida llamada «cotidiana», «privada». El poder juvenil puede afianzarse desde sus niveles arriba vistos de contrapoder inicial en la medida en que esa capacidad de relaciones interpersonales van ampliando la legitimidad juvenil, rompiendo las barreras psicológicas que frecuentemente son los primeros obstáculos que impiden la franca conversación política con personas reformistas o de otras corrientes revolucionarias. Las relaciones interpersonales son tanto más importantes cuando existe una sistemática campaña institucional de descrédito, cerco y aislamiento, llegando a situaciones extremas de incitación a la represión.
Poder juvenil y precariedad vital
Precario quiere decir algo de poca estabilidad o duración; algo que se tiene sin título, por tolerancia o inadvertencia de su dueño, de su propietario. Vivir en precario quiere decir que se vive dependiendo de la voluntad de otra persona que es la propietaria de las cosas que nos permiten vivir. La vida precaria es la vida dependiente. En las sociedades precapitalistas en las que las clases trabajadoras mantenían ciertas fuerzas productivas propias o comunes, como tierras, ganado, instrumentos, etc., la precariedad de la vida se debía en gran medida a los avatares de la naturaleza y en menor medida a las contradicciones sociales.
En el capitalismo las fuerzas productivas, campos, máquinas, energía, capital, etc., son propiedad de la burguesía. Durante varios siglos de feroces violencias terroristas y leyes durísimas, la burguesía en ascenso logró apropiarse de los bienes comunes, bosques, tierras colectivas o baldías, lagos y ríos, y también de las de los pequeños campesinos, de sus instrumentos y de los talleres de los pequeños artesanos. También expropió las tierras y riquezas de los pueblos invadidos. Sin recursos propios para sobrevivir, por pequeños que fueran, surgió una nueva y más perversa precariedad: depender de la clase propietaria de las fuerzas productivas privatizadas. Se vive en precario porque un empresario explota la fuerza de trabajo a cambio de un salario; si el empresario cierra el negocio la precariedad se dispara hasta caer en la indigencia. Se puede malvivir un tiempo mediante ahorros y ayudas sociales y públicas, o familiares, pero aun así es una vida precarizada, dependiente, no propia.
En el precapitalismo las revueltas y revoluciones campesinas podían mejorar en algo la precariedad natural, racionalizando parcialmente la agricultura y el reparto social y restringiendo los privilegios feudales y eclesiástico, o liquidándolos, pero apenas más. Bajo el capital, la precariedad tiene razones sociopolíticas e industriales más que de ciclo natural agrario, porque es la estructura de poder sociopolítico la que facilita la explotación y garantiza la existencia de la propiedad privada. La lucha de clases también puede reducir la precariedad imponiendo reformas sociales más o menos progresistas y debilitando el poder burgués, pero solo la revolución socialista puede iniciar la superación histórica de la precariedad que solo concluirá en su forma actual, histórica, en la sociedad comunista, fase a partir de la cual surgirá otra forma de precariedad: nuestra dependencia del cosmos como especie animal consciente –la noósfera- inserta en la dialéctica de la naturaleza.
Como hemos visto arriba, al hablar de la necesidad de la conquista de una mayor independencia relativa y de una menor precariedad o dependencia, como requisito para que el poder juvenil (re)construya la cultura popular y nacional en lucha contra la cultura dominante, la burguesa y extranjera, la juventud tiene varias alternativas, de las cuales solo vamos a analizar aquí cuatro grandes bloques. El orden de exposición no refleja su orden de importancia.
El primero es aceptar la explotación laboral sabiendo que no existe «salario justo» sino vaivenes de una mayor o menos tasa de explotación y de precio de la fuerza de trabajo dependiendo de los vaivenes de la lucha de clases, en síntesis. En este caso ha se saber que su aportación al poder juvenil debe realizarse también en el marco de la lucha sindical, de la lucha obrera y trabajadora, con la mayor conexión posible con los movimientos populares y sociales «exteriores» a la lucha estrictamente sindical pero unidos en lo esencial con la lucha del pueblo trabajador y de la clase obrera. Al margen de la forma de explotación salarial, o sea, trabajo altamente cualificado o no; qué sector, industrial, comercial, financiero, de «servicios», etc.; qué régimen laboral, fijo, a tiempo parcial, subcontratas, etc.; qué explotación añadida se sufre por ser mujer, migrante, joven, etc., al margen ahora de estas y otras cuestiones, lo decisivo es que todas ellas forman parte de la fuerza social de trabajo explotada y explotable por el capital: el poder juvenil tiene que arraigar también aquí.
El segundo es ese amplio mundo del trabajo auto explotado o autónomo, bien en su forma individual con un trabajo artesanal, o profesión «liberal» pero sin asalariados a los que se explota de algún modo aunque sean conocidos o amigos, etc.; o bien en forma colectiva, mediante cooperativas de producción y consumo, formas de trabajo autogestionado democráticamente, insertas en redes de reparto de equivalentes desde la reciprocidad de la ayuda mutua, rechazando la ganancia y dedicando los beneficios sobrantes a la lucha revolucionaria solidaria e internacionalista como lo hacían las cooperativas socialistas en su tiempo. No nos olvidemos de las recuperaciones de empresas y de locales, pero de eso debatiremos en el siguiente y último apartado.
También está eso que llaman «economía social» o solidaria, en la que erróneamente se incluye el punto anterior caracterizado porque rechaza la explotación capitalista e intenta prefigurar de algún el socialismo, y es un error porque el grueso de esta «economía solidaria», de cooperativismo y autogestión «neutral» ‑léase Autogestión socialista vs Autogestión reformista del 26 de agosto de 2015, a libre disposición en la red- está inserta directa o indirectamente en la lógica capitalista. Es esta forma de reducir la precariedad, la juventud militante ha de estudiar milimétricamente cuando está en el lado del pueblo trabajador o en el lado de la burguesía explotadora. La línea roja que separa a estos dos bloques sociales antagónicos no es otra que la obtención de ganancia a partir de la producción de plusvalía.
Existe una «economía social» que no quiere la ganancia obtenida mediante la plusvalía y su transformación en beneficio burgués; pero existe otra que sí busca ese beneficio obtenido mediante la explotación directa o indirecta. El poder juvenil puede y debe desarrollar la primera lo más posible para aumentar su relativa independencia y reducir su dependencia y precariedad, pero debe luchar para transformar la otra forma, la que refuerza el capitalismo, en economía no explotadora.
El tercero es la forma de reducir la precariedad mediante el autocontrol de las necesidades no cayendo en el consumismo, lo que permite intentar convivir en gaztetxes o comunas juveniles para, sin ser explotado y no viviendo de la familia de manera diferida, dedicar ese tiempo liberado, recuperado al tiempo burgués y explotado, dedicarlo a la militancia revolucionaria en las múltiples áreas y tareas en las que hay que intervenir. Esta forma de independencia juvenil tiene su mérito porque exige de un autocontrol apreciable de las necesidades distinguiendo las radicales de las burguesas, meta fundamental para no caer en el consumismo; exige también capacidad de relaciones interpersonales y de aportación teórica, política, cultural, ética…
Tal como las entendemos aquí, las necesidades radicales son las que, mediante su satisfacción, pueden minar las estructuras capitalistas tanto en su expresión psicológica, de conciencia y de personalidad individual y colectiva, liberándolas en la medida de lo posible en cada circunstancia, como también minan las estructuras objetivas de explotación una vez que se transforman en movimientos de masas. Las necesidades burguesas son las que refuerza el poder del capital. El debate sobre si en el capitalismo pueden satisfacerse las necesidades radicales es escolástico ya que se trata de una praxis y un proceso que va superando obstáculos hasta llegar a momentos de salto revolucionario, cualitativo; un proceso que puede ser derrotado, estancarse y retroceder.
Y el cuarto es el más frecuente por desgracia: intentar reducir la precariedad viviendo en casa, bajo la tutela familiar. Hay que decir que es posible lograrlo pero a condición de que, por un lado, la familia propia no se comporte como poder adulto y apoye o al menos permita la militancia de la hija o hijo; y de que, por otro lado, la y/o el militante no abuse de ese relativo privilegio sino que asuma su vida familiar como una tarea militante más, como otro campo de acción especialmente cargado de contenidos afectivos en la relación interpersonal arriba expuesta. Esta asunción es decisiva porque de ella depende que esa o ese militante no degenere en una persona explotadora, que abusa de la familia para sus egoísmos individualistas por muy disfrazados que estén de demagogia revolucionaria.
El poder juvenil ha de materializarse de formas precisas en cada uno de los cuatro bloques: no es lo mismo el contexto familiar que el contexto de explotación laboral o el de trabajo autogestionado con criterios socialistas, por no hablar de la praxis comunal. Cada uno de ellos requiere de modalidades específicas de poder juvenil. Aun así, existe un denominador común que los identifica: la lucha contra el poder adulto como piedra basal de las dificultades desesperada que cada uno opone al poder joven.
6. Poder juvenil y propiedad popular
El capital puede ceder muchas cotas de poder secundario y hasta aceptar por un tiempo algún recorte de sus beneficios con tal de mantener el control de dos piezas claves que en realidad son una sola: el Estado y sus fuerzas armadas. Ambas son imprescindibles para garantizar su propiedad privada. Pongamos un ejemplo que explica lo que queremos decir: Kukutza. Como sabemos, este local recuperado por la juventud era una fábrica abandonada. La iniciativa juvenil, obrera y popular logró que muy rápidamente Kukutza fuera durante 13 años un foco irradiador de libertad autoorganizada, autogestionada y autodeterminada no solo del barrio de Errekaldeberri sino de Bilbo y aledaños. Pero el capital no podía permitir por más tiempo que semejante demostración de la viabilidad del proceso que va del contrapoder al poder popular localizado en una significativa zona urbana, creciera plasmándose en momentos y actos concretos como un doble poder que el ayuntamiento burgués y las fuerzas reformistas tenían que tener en cuenta según los temas a tratar: sobre todo su ejemplo, que es la mejor pedagogía.
Kukutza mostraba día a día la contradicción insoluble que enfrenta a dos derechos iguales pero enemigos: el derecho popular a la propiedad colectiva y el derecho burgués a su propiedad privada. Y cuando chocan dos derechos iguales, decide la fuerza. Llegó un momento en el que la clase dominante comprendió que Kukutza era una muy peligrosa lección ilusionante que podía ser aplicada en otros barrios. En palabras del alcalde de Bilbo de finales de verano de 2011: «hay que defender la propiedad privada». La policía asaltó Kukutza. Muchos gaztetxes han sufrido la misma suerte.
Para el poder juvenil en su lucha contra la precariedad, por una cultura revolucionaria y por una lengua comunal, por unas relaciones interpersonales liberadoras…, es decisivo recuperar locales, construir espacios libre del poder adulto en los que convivir y en los que debatir los errores y los aciertos experimentados en la praxis juvenil dentro y fuera del espacio liberado.
De las cuatro grandes formas de ampliar la independencia relativa que hemos analizado anteriormente –la explotación asalariada; el trabajo autoexplotado o autogestionado desde perspectivas socialistas o burguesas; la vida en gaztetxe o en comuna; y la vida en la familia propia‑, la más efectiva y rápida es la tercera con la ayuda de la primera o segunda si hacen falta más recursos económicos. La experiencia aprendida a diario, sin la vigilante protección del poder adulto familiar, teniendo que enfrentarse a la vida resolviendo sus necesidades con la inventiva individual y colectiva materializada en la ayuda mutua comunal, esta experiencia es insustituible.
Ahora bien, la vida en comuna o gaztetxe exige de un deseo consciente para superar los obstáculos desde el inicio. Lo primero de lo que hay que ser conscientes teórica y políticamente, y sobre todo desde la política del deseo, es que la recuperación y socialización –sin precisar ahora este concepto- de los bienes capitalistas siempre es antagónica con el derecho de propiedad burguesa. Si bien en determinadas condiciones el Estado permite hasta cierto punto que el pueblo trabajador recupere empresas en quiebra, en cierre, abandonadas por su propietario, liberes y recuperen locales, espacios y medios privatizados, socializándolos etc., y las ponga a funcionar de manera autoorganizada, si bien esto sucede en determinadas circunstancias, luego resulta difícil mantener su funcionamiento por dos razones básicas:
Una, la que podríamos llamar como «vía de la normalización»: la entera estructura económica, legal, cultural e ideológica, psicológica capitalista es contraria a esos intentos, presionándolos de mil modos hasta asfixiarlos, u obligándoles a insertarse de la lógica de la explotación interna y externa, convirtiéndose de nuevo en otra empresa más o cerrando el espacio socializado. Se trata de la dinámica «objetiva» del capitalismo, su forma de funcionar por sí mismo, su psicología alienada que rechaza la libertad, su ideología, etc., lo que le hace combatir y repeler «normalmente» estas conquistas como si fueran cuerpos extraños y peligrosos.
Otra, inseparable de la anterior pero que goza de autonomía política propia: la «vía de la represión». Ahora no podemos explorar la unidad entre normalizar y reprimir que se insertan en la misma estrategia de mantener el orden. La táctica de la represión contra las prácticas autogestionadas se endurece cuando el Estado o el propietario de la empresa o edificio liberado por el pueblo quieren acabar con esa peligrosa libertad colectiva. Bien sea porque el poder político ve que ese paso adelante popular está impulsando otros avances más, acelerando una peligrosa espiral creciente contra la propiedad privada, lo que es inaceptable; o bien porque el dueño de la empresa o local pide ayuda al Estado para «recuperar» lo que cree que es suyo.
Llegados a este momento, la «normalidad democrática» va legitimando la «acción de la ley» en la aplicación de sucesivos niveles represivos a cada cual más duro. Incluso una parte de esa «normalidad democrática» mira a otro lado silbando a las nubes mientras las fuerzas represivas aplastan la conquista popular reinstaurando el orden y reforzando la precariedad juvenil.
La estrategia joven debe ir por delante de estos muy previsibles mordiscos y zarpazos del poder adulto. Más crudamente, ha de saber que esos golpes son inevitables una vez que el avance popular es insoportable para el capital porque esa juventud ha empezado a socializar su propiedad privada, expropiando a la burguesía y devolviendo al pueblo trabajador lo que este ha construido con su esfuerzo. Esta lógica nace de la unidad y lucha de contrarios antagónicos entre la burguesía y el pueblo, y se desarrolla con más o menos intensidad pública o soterrada en las múltiples expresiones de la lucha nacional de clase.
No puede reducirse la precariedad vivencial en el capitalismo si no se dan pasos radicales en la socialización de las fuerzas productivas, lo que tarde o temprano provoca la iracunda respuesta burguesa, rompiendo el mito de la «normalidad democrática» debilitada por el incremento de las represiones. Frente a esto, el reformismo adulto tienes tras alternativas: apoyar el recorte de libertades, como tantas veces hace; callarse como hace otras tantas; o decir que defiende esas libertades pero solo mediante la «confrontación democrática». Según las circunstancia, el poder aplaude este «realismo político» porque sabe por la historia que es inocuo e inofensivo en lo esencial, en lo tocante a la propiedad privada burguesa incluida en ella la del Estado como forma política del capital.
Menos aún puede reducirse la precariedad nacional y social de un pueblo oprimido si no avanza radicalmente en cotas de doble poder y poder popular concreto que desarrollen medidas pre y protosocialistas. Sin éstas «reformas radicales» y conquista de relaciones de fuerza prerrevolucionarias, es prácticamente imposible que esos logros sirvan de impulso, de trampolín, para dar el salto cualitativo al Estado propio que, desde sus primeros momentos de vida ha de desarrollar avances socialistas.
El poder juvenil carece de futuro si por las razones que fueran, incluidas las de la presión de reformismo adulto, ignora la lección histórica básica, sintetizada aquí en la dialéctica de las cuatros A:
Autoorganización de la juventud mediante el impulso organizado de la recuperación de locales para crear gaztetxes y comunas mediante las que reducir la precariedad vivencial. En toda autoorganización existen núcleos organizados que, desde su interior y nunca desde el dirigismo externo, buscan impulsarla aportando ideas y propuestas al debate democrático, siempre desde la pedagogía del ejemplo práctico y respetando las normas de las relaciones interpersonales.
Autogestión democrática de esos centros liberados. Por autogestión entendemos la práctica de la gestión colectiva, interna y no impuesta desde fuera, de ese colectivo, centro popular o social, gaztetxe, empresa, escuela, etc., liberada. Sin auto-gestión es imposible la auto-organización. La gestión colectiva enseña mucho sobre las formas de aumentar la independencia relativa de la juventud auto-organizada reduciendo su precariedad, y si bien puede su trámite técnico, administrativo, puede ser delegado a un parte del colectivo, debe serlo bajo determinadas exigencias democráticas y horizontales muy precisas: período limitado en esa tarea y sustitución cuando el colectivo lo decida, transparencia inmediata de la gestión, rendición pública de cuentas, etc.
Autodeterminación juvenil decidiendo colectivamente qué hacer. Ni la auto-organización ni la auto-gestión pueden crecer sin la permanente toma de decisiones del grupo, sin su auto-determinación práctica: el colectivo se determina a sí mismo sin esperar que el poder adulto en concreto y en burgués en general, le conceda y respete ese abstracto «derecho a decidir». La comuna, el piso colectivo, la empresa autogestionada o la cooperativa socialista, etc., la nación trabajadora en su conjunto, se auto-determinan en su praxis en la medida en que se auto-gestionan y se auto-organizan durante el mismo proceso: se trata de una praxis sistémica en la que las decisiones, la gestión y la organización inter-actúan e influencian en su integración sinérgica.
Y autodefensa, porque al final no sirve apenas de nada lo conquistado con tanto esfuerzo si es destruido por las represiones. Es aquí cuando esa forma pobremente activa de «normalidad» que es la «confrontación democrática» muestra sus limitaciones. La auto-defensa puede realizarse de muchas formas según la dialéctica entre fines y medios, el principio del mal menor necesario, etc., pero reservándose siempre el «supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión» afirmado como tal en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde que surgieron la explotación, la opresión y la dominación, la Humanidad trabajadora siempre se ha reservado el derecho a la resistencia, practicándolo según necesidades y posibilidades tácticas y estrategias, objetivos inmediatos o mediatos, pero no renunciando a ella nunca.
El poder juvenil, como el poder popular en sí mismo y el Estado propio, es el resultado de la dialéctica entre autoorganización, autogestión, autodeterminación y autodefensa.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 28 de febrero de 2016