El Senado [en Francia, n.de la t.] acaba de renovarse, la mitad. Además de la victoria de la derecha, lo que retiene la atención, es la resistencia de la Cámara alta a la paridad. El Palacio de Luxemburgo cuenta ahora con 87 senadoras, es decir el 25% de sus miembros y una tasa de feminización que progresa en menos del 3%.
Después de las modificaciones constitucionales de 1999 y 2008 que hicieron posibles los dispositivos que favorecían el igual acceso de las mujeres y de los hombres a las responsabilidades, estos se han ido reforzándose. Cada vez más exigentes, las medidas de la primera ley, llamada ley sobre la paridad en política, de 6 de junio de 2000, se han extendido a otros sectores de la vida social y profesional, como los consejos de administración de las grandes empresas o los consejos de vigilancia y los jurados de selección de los establecimientos públicos administrativos.
Estas medidas tomadas para la imposición paritaria, endurecida y ampliada, parece aceptada por todos y no han suscitado ningún tipo de polémica en particular en el espacio público, Algunas asambleas son casi perfectamente mixtas desde un punto de vista sexuado. La paridad es objeto de una especie de consenso, al menos en su principio y en su aplicación. A pesar de que era uno de los argumentos expresado en los años 2000 para contestar la obligación paritaria, al constituir una lista actualmente casi nadie se queja de las dificultades de encontrar mujeres que acepten ser candidatas. Todo pasa como si los actores y actrices políticas «conocieran la canción» y supieran acomodarse a la nueva música.
Este coro harmonioso es tanto más sospechoso cuanto en realidad numerosos intersticios del espacio político resisten a la feminización. No todo es una historia de amor: varios mecanismos aclaran las lógicas del mantenimiento de los pueblos galos, de una exclusividad masculina en el microcosmos. El ámbito político sigue siendo un lugar donde el machismo se muestra sin complejos (a veces unido al racismo y al desprecio de clase).
«El asunto Strauss-Kahn» ha sido el punto culminante, pero los problemas de misoginia ordinaria llenan la actualidad. Susceptibles de ser denunciados públicamente, lo que constituye un progreso, estas manifestaciones de sexismo continúan siendo el pan de cada día para numerosas mujeres políticas. Por no citar más que un ejemplo, el asunto de la forma de vestir de Cécile Duflot mostró, en 2012, que la identidad de las mujeres en política continúa siendo problemática y frágil. Con los pantalones vaqueros que llevaba en el Consejo de ministros, fue acusada de no ser suficientemente mujer, mientras que con el vestido azul que llevaba en la sesión de las preguntas al gobierno, fue criticada por serlo demasiado.
Existen varias maneras de jugar con las reglas de la paridad y de limitar sus efectos. En las legislativas, ciertos partidos políticos prefieren privarse de subvenciones públicas antes que presentar candidatas. Un dirigente de la UMP reconocía, al anunciar dificultades financieras de su partido, que si la organización hubiese respetado la ley sobre la paridad en 2012, el déficit se hubiera resuelto.
Cuando la alternancia sexuada de las listas es obligatoria, se constata que los hombres están normalmente en los primeros puestos de la lista (en el 83% de las listas en los municipios de más de 1.000 habitantes en las últimas elecciones municipales los hombres estaban en cabeza de lista). Además, la «disidencia organizada» tal como se practica en las elecciones municipales o por parte de los senadores elegidos en escrutinio de lista proporcional, lleva a limitar el acceso de las mujeres en la política. Es frecuente que los concejales o senadores «salientes» o los que no han obtenido la investidura de su partido prefieren tener su lista que verse relegado a la tercera o quinta posición.
Roger Karoutchi, senador UMP de Hauts-de-Seine, declaró a un periodista de Le Monde la semana pasada: «Hacemos campaña conjunta con listas separadas y decimos a los electores “reparta sus votos”. No es que se quiera evitar la paridad, es para guardar nuestros salientes»; o cómo asumir la división del mundo entre «nosotros» y las mujeres, las otras.
Estas tergiversaciones se ven reforzadas por otros mecanismos más sutiles pero igualmente eficaces. El campo político continúa sometido a una especie de ley de hierro: cuanto más se sube en la jerarquía, las instancias son menos feminizadas. Un techo de cristal impide a las mujeres los puestos más valorizados del espacio político y sobre todo el de la presidencia de los ejecutivos. Así, las mujeres representan el 48% de los concejales regionales pero en una sola región sobre 22 (Franche-Comté) la metrópolis está dirigida por una mujer; solamente representan el 14% en la dirección de los ayuntamientos y el 5% de los consejos departamentales.
La resistencia de las paredes de cristal está muy marcada y reproduce la potente inercia de la división sexual del trabajo. En política como en otros campos, hay los sectores «masculinos», más valorizados y supuestamente más técnicos, como las finanzas, los relaciones internacionales o los transportes, y otros que son fundamentalmente sectores «femeninos», como lo social, la cultura y la infancia, menos valorizados y vistos como sectores en los que no se utilizan competencias específicas sino cualidades «naturales».
La profesionalización política de las mujeres es por lo tanto más lenta que la de los hombres. Las estadísticas realizadas por el Alto Consejo Conseil para la Igualdad muestran que las mujeres acumulan menos responsabilidades en el espacio y en el tiempo. Es uno de los efectos invisibles de la paridad: si algunas asambleas son ciertamente paritarias, la renovación del personal político femenino es más rápido que el masculino. Dicho más simplemente: las mujeres políticas son más rápidamente reemplazadas por otras mujeres.
En la capital, Paris, ciudad considerada como una vitrina de la paridad desde 2001, el 60% de las concejalas elegidas en 2008 han dejado su escaño, frente al 40% de los concejales. Las mujeres dejan su mandato más rápidamente y por razones menos evidentes que los hombres (que lo hacen porque se benefician de una «promoción» política o porque alcanzan un límite de edad muy avanzado). En ese sentido, las mujeres hacen «política diferentemente», pero minoritarias en estas prácticas, algunas veces sufridas, no modifican en profundidad el papel políticos de mujeres y hombres.
Lo hemos comprendido, la «buena voluntad de la paridad» es una engañifa: la presentación de algunos símbolos mediatizados (como el «duelo entre mujeres» en las municipales de París entre Anne Hidalgo y Nathalie Kosciusko-Morizet, o la promoción de mujeres en los equipos gubernamentales paritarios) enmascara la fragilidad de la profesionalización de la mayoría de las mujeres políticas. El espacio, la trastienda, sus prácticas informales, el centro de poder quedan protegidos. La reforma paritaria aparece, por consiguiente, como una revolución conservadora que, mejor que transformar, contribuye a la (re)producción de la exclusividad y de un orden de género diferenciando y jerarquizando los sexos. En política, más que en otras situaciones, a pesar de las apariencias, las cosas están dentro del orden y la relación de poder de los hombres sobre las mujeres no parece que esté a punto de ser derrocado.
Catherine Achin, Sandrine Lévêque
11 de mayo de 2016
Fuente: les mots sont importants
[Traducción del francés por Boltxe Kolektiboa.]
Catherine Achin es profesora de ciencias políticas, en la Universidad Paris-Dauphine (Irisso) y Sandrine Lévêque es profesora-investigadora en ciencias políticas en la Universidad Paris‑I Sorbonne (CESSP). Este artículo ha sido publicado en Libération. Se reproduce con la autorización de las autoras. [Nota de lmsi.]